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Se ha creado una nueva y ya mortal crisis de personas refugiadas en los bordes orientales de Europa. Socialist Worker investiga qué hay detrás de la situación en las fronteras entre Bielorrusia, Polonia, Lituania y Letonia, y analiza algunos de los cruces fronterizos más mortíferos del mundo.

Bielorrusia-Polonia: un ejemplo de fronteras que matan

Las tensiones entre Europa y Bielorrusia significan poco para Karwan, quien acuna a su hija enferma mientras se esconde en un bosque frío y empapado de lluvia en la frontera oriental de Polonia. La niña de dos años que tiene en brazos tiene parálisis cerebral y epilepsia. Tras tres días con poca comida y agua, se encuentra en mal estado.

Mientras los guardias fronterizos polacos y los soldados patrullaban la cerca perimetral cercana, el kurdo iraquí Karwan dijo al periódico New York Times que debía tomar una decisión terrible. O intenta conseguir ayuda médica regresando a una ciudad de Bielorrusia y corre el riesgo de acabar con el sueño de su familia de liberarse de las facciones en guerra en Irak. O sigue adelante y arriesga la salud de su hija.

Karwan y su familia se encuentran entre los miles de personas que han apostado todo lo que tienen y están atrapados en las fronteras entre Bielorrusia, Letonia, Lituania y Polonia.

No tienen ni refugio ni comida y ahora avanza el gélido invierno.

Según fuentes oficiales, al menos ocho personas que llegaron a Polonia ya habían muerto por exposición a principios de noviembre. Las organizaciones humanitarias dicen que es probable que la cifra real sea mucho mayor.

Las personas migrantes son peones en un juego de poder. La Unión Europea —cada vez más hostil hacia la gente refugiada— y el régimen dictatorial en Bielorrusia, con el respaldo de la Rusia de Putin, están librando una batalla.

La crisis comenzó a finales de agosto cuando grupos de migrantes, en su mayoría de Oriente Medio, comenzaron a concentrarse en las fronteras supuestamente dirigidos allí por tropas bielorrusas. Desde entonces, ese movimiento ha crecido a 4.000 personas por lo menos.

Los gobiernos europeos acusan al gobernante de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, de orquestar el flujo de migrantes hacia la frontera, insistiendo en que es un acto de venganza.

La Unión Europea (UE) denunció la reelección presidencial de Lukashenko en 2020 como un fraude. Dijo que apoyaba al movimiento popular que se levantó en su contra e impuso sanciones a las principales figuras de su régimen.

En respuesta, dicen los líderes de la UE, Bielorrusia ha permitido una serie de nuevos vuelos a su capital, Minsk, desde Turquía, el norte de África y Oriente Medio. A las personas refugiadas se les venden paquetes de vuelos y visas y luego se los traslada a las zonas fronterizas.

Los aviones transportan a personas desesperadas por escapar de la guerra, la pobreza y los climas insoportables. Su objetivo es buscar refugio en un país de la UE y comenzar una nueva vida.

Para aquellos que invierten los ahorros de toda la vida de su familia, esta travesía parece mucho más segura que intentar cruzar el mar Mediterráneo. Las aguas se vuelven más mortíferas por las corrientes invernales y los cañoneros de Frontex, la guardia armada de las fronteras europeas.

“Defender”

Si Lukashenko estaba tratando de utilizar a los refugiados para crear una crisis en la UE, su cálculo de una reacción europea racista ha demostrado ser correcto.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, se alineó completamente con el primer ministro polaco de extrema derecha Mateusz Morawiecki. “Polonia se enfrenta a una grave crisis que nos tomamos en serio”, dijo Michel. “Es un ataque híbrido, un ataque brutal, un ataque violento y un ataque vergonzoso”.

El lenguaje que antes estaba reservado para los ejércitos invasores ahora se aplica a la ligera contra gente pobre y desesperada.

El ministro de Defensa polaco, Mariusz Blaszak, declaró que su departamento estaba “listo para defender la frontera polaca”. El número de sus tropas en la frontera asciende ahora a 12.000. Se han unido a los miles de policías de la patrulla fronteriza que ya estaban allí.

Y el gobierno ha anunciado que su Fuerza de Defensa Territorial de 29.000 efectivos, que recluta en gran medida de las filas de la extrema derecha, está a la espera.

Con las tropas ha llegado una represión legal. Los gobiernos de Polonia y Lituania han declarado el estado de emergencia. Con esto, se prohíben las organizaciones humanitarias y periodistas en las zonas fronterizas. También se suspenden muchas leyes de derechos humanos.

En Lituania, las y los migrantes no pueden comunicarse por escrito o por teléfono con nadie.

Polonia prácticamente ha abolido el derecho de asilo y está ordenando a sus tropas que utilicen la fuerza para “hacer retroceder” a cualquier migrante que intente cruzar la frontera. A pesar de que se trata de una clara violación de la legislación de la UE, Europa ofrece tanto dinero como apoyo militar para ampliar dicha política.

Hajar, un kurdo de Irak, ya ha experimentado a las “fuerzas especiales” lituanas en la frontera. Comenta que después de ser capturado por ellos lo golpearon con palos y cables de plástico mientras le daban descargas con pistolas paralizantes. Su cuerpo ahora está cubierto de profundos hematomas. Dijeron: “No tienes derecho a venir a nuestro país. Tú ensucias nuestro país” le comentó al New York Times.

“Seguridad”

Los líderes de la UE denunciaron a Lukashenko por golpear a la gente el año pasado. Ahora las fuerzas europeas están haciendo lo mismo. Los políticos en Bruselas denunciaron, no hace mucho, al expresidente Donald Trump por querer construir un muro antimigrantes entre Estados Unidos y México. Ahora instan a Polonia a hacer algo similar.

El parlamento polaco votó en octubre gastar alrededor de 350 millones de euros en un nuevo muro en su frontera con Bielorrusia. El entonces ministro del interior alemán, Horst Seehofer, dio su respaldo al nuevo muro. Dijo que el gobierno polaco ha “reaccionado correctamente hasta ahora”. Seehofer prosiguió: “Yo también digo que necesitamos seguridad estructural en las fronteras”.

No hay duda de que Lukashenko está manipulando a los refugiados para alcanzar sus propios fines. Si su régimen realmente se preocupara por la difícil situación de las y de los migrantes, podría ofrecerles refugio y permitirles establecerse en Bielorrusia. En cambio, las y los migrantes hablan de un trato crudo y de ser expulsados ​​rápidamente del país.

Pero ninguna potencia sale peor de esta situación que la UE. Con los políticos de extrema derecha a sus espaldas, los líderes europeos han optado por adoptar su agenda antimigrante en su totalidad.

Las fronteras de la “Fortaleza Europa” van a fortalecerse con tropas cada vez más armadas y brutales. Habrá paredes físicas, cercas eléctricas y alambre de púas.

Las leyes que las instituciones europeas afirmaron que eran un sello distintivo de la civilización ahora pueden doblarse o romperse con facilidad.

El peligro inminente de que las y los migrantes mueran congelados en los bosques fronterizos o sean abatidos por las tropas es un juicio devastador para una sociedad tan “avanzada”.

La sangre de semejante atrocidad estaría tanto en manos de los líderes de la UE como en los regímenes de Bielorrusia y Rusia.

India/Bangladesh: 4.156 kilómetros de longitud

La frontera entre los dos países, que alguna vez formaron parte del gran Bengala, es un campo de batalla.

Una valla fronteriza que cubre más de 2.000 kilómetros rompe el paisaje y está vigilada por una Fuerza de Seguridad Fronteriza de la India (BSF) que tiene órdenes de disparar. Más de 1.200 personas han muerto tratando de cruzar en las últimas dos décadas, pero jamás se ha procesado a nadie por esas muertes.

Alauddin Biswas describió cómo los guardias fronterizos indios mataron a su sobrino de 24 años, sospechoso de robar ganado, en marzo de 2010: “La BSF le había disparado mientras estaba acostado de espaldas. Le dispararon en la frente”, dijo. “Si estuviera huyendo, le habrían disparado por la espalda. Simplemente lo mataron”. El BSF dijo que actuaba en defensa propia, pero no se encontraron armas.

La frontera ha sido cruzada durante mucho tiempo por la población local para comerciar.

También es utilizada por familiares y amigos separados por una línea trazada arbitrariamente por los amos coloniales británicos cuando dividieron la India y dejaron la colonia en 1947.

Corea del Norte/del Sur: 238 kilómetros de longitud

Corea se dividió en dos al final de la Segunda Guerra Mundial tras vivir 35 años como colonia japonesa.

Las tropas soviéticas ocuparon el norte mientras el ejército estadounidense ocuparon el sur. Tanto el imperialismo ruso como el estadounidense aplastaron cualquier resistencia y establecieron regímenes leales en sus mitades del país.

Una guerra de tres años entre las superpotencias terminó en un punto muerto en 1953 y sin un tratado.

El espacio entre los dos estados es ahora un territorio vacío, una “zona desmilitarizada de Corea”. Las cercas de alambre de púas se alinean en todos los lados, mientras que las trampas de los tanques y los campos de minas activos hacen que el área sea intransitable. La excepción es una “Carretera de Reunificación” de seis carriles que está casi permanentemente vacía de tráfico civil.

Ha habido más de mil choques menores y medio centenar de incidentes graves desde el final de la guerra.

Durante los conflictos en la zona entre 1966 y 1969, murieron 299 surcoreanos, 397 norcoreanos y 43 estadounidenses.

En 1976, Estados Unidos admitió que había habido 200 incursiones militares en Corea del Norte desde el Sur.

Hoy, mucha gente en Corea del Sur está más preocupada de que Estados Unidos pueda usar armas nucleares contra el Norte que de que el Norte los invada.

Las camisetas rezan: «Biden, déjenos entrar por favor»

EEUU/México: 3.169 kilómetros de longitud

2020 fue el año más mortífero para las personas migrantes que intentaron cruzar ilegalmente a Arizona: se encontraron los restos de 227 personas que habían intentado llegar a EEUU. Al menos 7.000 personas han muerto a lo largo de la frontera desde 1998.

Durante el verano más caluroso registrado, muchas personar, incluidas criaturas, murieron en el desierto antes de llegar a muros, vallas y cruces.

Bajo la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos construyó una muralla en gran parte de la frontera, lo que aumentó los riesgos para quienes aún estaban decididos a hacer el viaje.

“Esa es una tradición de largo recorrido, estas barreras y muros han empujado a la gente a terrenos más remotos y traicioneros”, dijo Jeremy Slack, quien enseña geografía en la Universidad de Texas-El Paso.

Trump firmó una orden de emergencia en marzo de 2020 permitiendo la expulsión de migrantes en la frontera si existían “preocupaciones” que pudieran tener la Covid-19. Más de 380.000 personas fueron obligadas a regresar al desierto.

Ahora, con Joe Biden, las y los migrantes que intentan cruzar la frontera se han encontrado con fuerzas fronterizas a caballo con látigos.


Por qué el capitalismo necesita fronteras

Las fronteras son un medio del sistema para controlar a la gente trabajadora. La gente rica vuela por el planeta sin apenas necesidad de pasaporte. El dinero se puede exportar de un país a otro con solo tocar un botón. Los jefes pueden cerrar una fábrica en una parte del mundo y ser bienvenidos para reiniciar la producción en otra. Pero el movimiento de personas y mano de obra está estrictamente controlado.

Hay momentos en los que conviene a los patrones permitir que más personas trabajadoras de un país se trasladen a otro. Pero la mayoría de las veces, quieren encerrar a las y a los trabajadores en un Estado en particular. Esto beneficia a la clase dominante de varias formas.

Primero, les permite crear un sentido de pertenencia nacional que —esperan— socavará la conciencia de clase.

En segundo lugar, el nacionalismo les ayuda a sembrar divisiones entre personas trabajadoras de diferentes orígenes que viven en el mismo país.

En tercer lugar, tener un grupo de personas trabajadoras que no se consideran ciudadanos es muy útil para los patrones. A las personas indocumentadas se les puede pagar menos y, a menudo, éstas tienen miedo de exigir sus derechos.

Por último, nuestros gobernantes están felices de tener un grupo al que pueda convertir en chivo expiatorio de sus propios fallos. Pueden culpar a las personas más vulnerables por los bajos salarios y la falta de vivienda, trabajos y prestaciones sociales.

La única forma de contrarrestar la agenda de la clase dominante es rechazar sus tácticas de divide y vencerás, y su noción de fronteras y países.


Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña.