ES CA

En el 30 aniversario del colapso de la Unión Soviética, Tomáš Tengely-Evans argumenta que el suceso no fue una derrota para las y los socialistas revolucionarios. Las lecciones aprendidas son valiosas para las y los socialistas de hoy en su lucha por un verdadero socialismo.

La última vez que se izó la bandera roja en el Kremlin de Moscú fue el 25 de diciembre de 1991.En esa fecha la Unión Soviética dejó de existir formalmente.

La mayoría de la izquierda lo vio como una derrota del socialismo.

Pero en las páginas de nuestro periódico hermano en Gran Bretaña, Socialist Worker, se argumentó que era “un hecho que debería tener a todas las personas socialistas regocijándose”. Una portada celebró la desintegración de la Unión Soviética, con el titular: “El comunismo se ha derrumbado, ahora comienza la lucha por el socialismo real”.

La Unión Soviética afirmaba ser un estado socialista. Su constitución decía que “todo el poder pertenece al pueblo trabajador”, que lo ejercía a través de los consejos de trabajadores que habían tomado el poder durante la Revolución Rusa de 1917.

En realidad, la Unión Soviética y sus satélites en Europa del Este eran sociedades de capitalismo de Estado, donde la gente trabajadora no tenía ningún control.

El dictador Joseph Stalin y sus sucesores construyeron una dictadura brutal marcada por la explotación y la opresión.

Pero la dictadura estalinista no fue el resultado inevitable de la Revolución Rusa. La Revolución demostró el potencial de las y los trabajadores que dirigen la sociedad sin jefes, banqueros ni terratenientes.

Revolución

La clase trabajadora, en alianza con el campesinado, había tomado el poder en octubre de 1917.

La piedra angular fue una democracia mucho más completa que bajo el capitalismo basada en los consejos de trabajadores y trabajadoras, “soviets”, la palabra rusa para designar los consejos obreros. Las y los trabajadores controlaban lugares de trabajo clave, mientras que las propiedades de los terratenientes se dividían y se entregaban al campesinado.

Décadas antes de que la gran mayoría de países capitalistas como Gran Bretaña introdujera reformas leves, Rusia había despenalizado la homosexualidad y a las mujeres se les garantizaba el derecho al divorcio y al aborto.

Vladimir Lenin y el partido bolchevique, que había liderado la revolución, argumentaron que tenía que extenderse internacionalmente para sobrevivir.

Desafortunadamente, la ola de revueltas desatada por la Revolución Rusa no logró abrirse paso. Al mismo tiempo, 14 potencias imperialistas, incluida Gran Bretaña, invadieron Rusia y lucharon junto a los blancos que querían restaurar el antiguo orden zarista.

El Ejército Rojo, dirigido por León Trotsky, repelió a los invasores y destruyó a los ejércitos blancos en 1922.

Pero la Guerra Civil Rusa tuvo un impacto devastador. Diezmó a la clase trabajadora.

El partido bolchevique se encontró dirigido por una burocracia estatal. Durante la década de 1920, el tamaño y el poder de esta burocracia aumentaron, con Stalin como secretario general. En una ruptura total con los bolcheviques, se formuló la idea del “socialismo en un solo país”, afirmando que bajo su dirección el socialismo era posible sin una revolución mundial.

A finales de la década, la burocracia se fue transformando en una nueva clase dominante.

En 1928, una combinación de presiones imperialistas y crisis interna empujó a Stalin a adoptar el primer Plan Quinquenal. Su objetivo era forzar una rápida industrialización exprimiendo a la clase trabajadora.

Para hacerlo, Stalin desató una contrarrevolución en toda regla que ahogó en sangre los logros de 1917. El Plan Quinquenal supuso un cambio decisivo hacia el “capitalismo de Estado burocrático”.

Competencia

Karl Marx argumentó que el capitalismo está marcado por dos divisiones.

La primera división es entre personas trabajadoras y capitalistas que poseen o controlan los “medios de producción”, como las fábricas y la maquinaria.

Las y los capitalistas explotan a las y os trabajadores para obtener ganancias, pero no lo hacen solo porque sean codiciosos. Aquí es donde entra en juego la segunda división, entre los propios capitalistas. La competencia obliga a las empresas a reinvertir sus ganancias en nueva tecnología y exprimir más a las y los trabajadores para obtener una mayor parte de las ganancias que sus rivales.

Esto conduce, como dijo Marx, a un sistema de “acumulación por acumulación, producción por producción”.

La Unión Soviética estuvo marcada por la primera división entre clase trabajadora y medios de producción. La subordinación de la clase trabajadora estaba en el corazón de las leyes laborales estalinistas.

Una resolución del comité central del Partido Comunista de septiembre de 1929 dejó en claro que las órdenes de los gerentes son “incondicionalmente vinculantes para su personal administrativo subordinado y para todas las personas trabajadoras”.

Pero, ¿qué pasa con la segunda división?

Imperialismo

Vista de forma aislada, la Unión Soviética no estaba marcada por ella, ya que no había competencia de mercado dentro de las economías estalinistas.

Pero esto cambia cuando miramos a la Unión Soviética en el contexto del imperialismo, un sistema global de estados capitalistas competidores. Estaba encerrada en una competencia militar y económica con los estados capitalistas occidentales.

Esta competencia significó que la burocracia se comportara de la misma manera que una empresa capitalista. Su objetivo era la acumulación de capital a costa de las y los trabajadores.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética impuso el modelo de capitalismo de Estado en Europa del Este. Otros países oficialmente “socialistas”, como China y Cuba, adoptaron formas del mismo sistema.

La competencia imperialista se intensificó durante la Guerra Fría.

En el momento de la muerte de Stalin en 1953, los gobernantes de la Unión Soviética y del Bloque del Este de enfrentaban a una grave crisis.

Productividad

La burocracia había construido con éxito la industria pesada en la década de 1930.

Lo había hecho aumentando la “productividad laboral” —exprimiendo más a las y los trabajadores— mediante una represión brutal. Pero confiar en el terror para aumentar la productividad laboral estaba llegando a sus límites.

Y el desarrollo capitalista moderno requiere de una fuerza laboral sana y educada para ir más allá de una fase inicial de desarrollo industrial.

Esta crisis provocó divisiones entre los secuaces de Stalin tras su muerte. Finalmente, Nikita Jrushchov logró hacerse con el primer puesto con reformas prometedoras.

Lanzó un ataque a gran escala contra el “culto a la personalidad” de Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista en 1956.

Junto con el “palo” del terror estatal, Jrushchov prometió ahora la “zanahoria” de salarios más altos y más bienes de consumo para aumentar la productividad de los trabajadores. Pero Jrushchov estaba igualmente predispuesto a utilizar la represión, sobre todo cuando el gobierno de la burocracia se vio amenazado.

Lucha de clases

Como sociedades de clases, la Unión Soviética y el Bloque del Este estuvieron marcados por la lucha de clases al igual que Occidente.

Las y los trabajadores de Checoslovaquia y Alemania Oriental ya se habían levantado en 1953 contra los ataques hacia su nivel de vida.

Y ahora el discurso de Jrushchov causó una confusión ideológica en los Estados estalinistas y la gente común comenzó a cuestionar a sus gobernantes.

Las y los trabajadores se rebelaron en Polonia y Hungría en 1956. ¿La respuesta del “reformador” Jrushchov? Enviar tanques para aplastar la revolución obrera húngara.

La Unión Soviética registró unas tasas de crecimiento impresionantes durante las décadas de 1950 y 1960. Pero el crecimiento interno no fue suficiente para superar la presión constante para conseguir una mayor acumulación de capital.

Continuamente chocaba contra los límites de acumulación de capital establecidos por su economía nacional. Y el atraso de la Unión Soviética significó que la carrera armamentista de la Guerra Fría supuso una carga particularmente pesada sobre su economía.

Estancamiento

Las reformas de Jrushchov no lograron hacer más eficiente el capitalismo de Estado, y Leonid Brezhnev lo derrocó en 1964. Pero Brezhnev tampoco pudo resolver los problemas subyacentes.

En la década de 1970, la Unión Soviética estaba sumida en un profundo estancamiento.

Esto provocó divisiones entre “reformadores” y “conservadores”.

El primer grupo quería introducir algunas reformas para hacer más eficiente el capitalismo de Estado. El segundo temía que cualquier cambio amenazara el gobierno de la burocracia.

En 1984, como reconocimiento de la crisis, Mijaíl Gorbachov fue nombrado gobernante de la URSS y comenzó la “glasnost” (apertura) y la “perestroika” (reconstrucción).

Pero los intentos de reforma fueron demasiado escasos y demasiado tardíos. Y su incapacidad para resolver la crisis provocó más escisiones y desató fuerzas en la base de la sociedad que comenzaron a cuestionar abiertamente su dominio.

Golpe fallido

En 1989, una ola revolucionaria arrasó con las dictaduras estalinistas de Europa del Este.

Y en 1991, la propia Unión Soviética se derrumbó tras un golpe fallido contra Gorbachov por parte de sectores conservadores de la burocracia.

Pero la vieja clase dominante hizo todo lo posible por aferrarse a su poder de clase.

La configuración política cambió, pero las relaciones sociales entre patrones y trabajadores no. Los políticos comunistas se convirtieron en políticos “democráticos”.

Los gerentes de empresas de propiedad estatal se convirtieron en gerentes y, a veces, en propietarios de empresas recién privatizadas.

En algunos países estalinistas, los movimientos de oposición y los recién llegados capitalistas formaron parte de la nueva configuración.

Pero ya sea que los nuevos estados fueran gobernados por estalinistas “reformados”, demócratas liberales o una combinación de los dos, todos los gobiernos aceptaron la lógica del capitalismo global. Siguieron políticas de libre mercado.

Eso no significa que las y los socialistas deban lamentar el colapso de la Unión Soviética. Lo que se necesita es ese espíritu original de la revolución socialista y la autoemancipación de la clase trabajadora de 1917 y que el estalinismo sea definitivamente sepultado.


Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña