En las elecciones chilenas que se acaban de celebrar, la primera vuelta de las presidenciales fue ganada por José Antonio Kast, un candidato defensor de la dictadura de Pinochet, con 1.961.122 votos, el 27,91 %. El segundo lugar fue para Gabriel Boric, de la coalición de izquierdas Apruebo Dignidad, con 1.814.809 votos, el 25,83 %. Boric había ganado a Daniel Jadue, del partido comunista, en las primarias de la coalición del pasado julio. Miguel Silva escribe desde Santiago de Chile sobre las lecciones de este resultado.
Miguel Silva
En las elecciones del domingo pasado, 21 de noviembre, la derecha recuperó su control sobre el sistema político chileno.
No somos el primero país que ha sufrido un bajón después de período de lucha, después de un aumento en la confianza y organización de millones, pero igual, te hace pensar el ¿por qué del hecho?, y muchos andan deprimidos.
Bueno, unas cifras. La suma de los votos para los dos candidatos de la derecha, no es más alta que la votación hace cuatro años, cuando ganaron la presidencia. Lo que SÍ ha cambiado es que su candidato ganador —Kast—, transmite a los cuatro vientos que siempre tenían la razón cuando insistían que hay que volver al pasado, a la tranquilidad, al respeto por la familia, a bajar los impuestos para las empresas, a ser orgullosos de estar en contra de las revueltas violentas. Él estaba en contra del proceso que a día de hoy está formulando una nueva Constitución.
En el norte, donde llegan la mayoría de los inmigrantes desde otros países latinos, otro candidato, quien es un populista “anti-político”, ganó más votos que nadie, en una región donde están las concentraciones de mineros más grandes del país. Y en el sur, la derecha ganó en todas las comunas cerca de Temuco, centro de la lucha por la tierra mapuche (indígena).
Por otro lado, Gabriel Boric, quien es el máximo dirigente del Frente Amplio, una nueva formación política que, de una u otra forma, nació de los movimientos sociales de los últimos diez años, ganó la votación en las grandes ciudades del centro del país.
Esta votación, de más votos por el cambio en las grandes ciudades y menos en el sur y en norte, repitió la votación (por lo menos en el Sur) por una nueva constitución en el plebiscito de hace un año. Donde la revuelta ha tocado a la gente con su fuerza, más apoyo hubo en el plebiscito por una nueva constitución. Por ejemplo, bastante más gente salió a votar en el plebiscito en grandes ciudades que en las aldeas y ciudades pequeñas.
Y donde la revuelta no tocó a la gente, fue donde hubo poco apoyo en el plebiscito —por lo menos en el Sur —, hoy hay más apoyo para Kast y su política de “volver a la paz y la tranquilidad”.
La reacción de la mayoría de la izquierda ha sido decir que tenemos que ser todos contra los nuevos “fascistas” de la derecha, todo bien. La lucha unitaria contra la extrema derecha es esencial, pero sólo es una parte de lo que debemos hacer.
También tenemos que trabajar con esos sectores de gente que ha olvidado, que se ha desvinculado, de la memoria de la revuelta. Y también trabajar con esa mitad de gente que no salió a votar.
Es decir, volver a trabajar sobre los problemas que todavía enfrenta la gente: el sistema de salud, las pensiones bajas, el desempleo consecuencia de la pandemia. Es decir, nosotros también tenemos que volver atrás para capturar, otra vez, esa esperanza de los días de la revuelta, que llenó los corazones de tanta gente de alegría.
Miguel Silva escribe a menudo en Revista de Frente.