Jesús M. Castillo
Hemos avanzado mucho en los derechos de personas lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales y no-binarias (LGTBI+) en las últimas décadas.
Avances en igualdad legal como el matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas homosexuales, y en igualdad real, reflejados en una disminución generalizada de la LGTBIfobia.
Por ejemplo, una encuesta reciente (de YouGov) que incluye a 8 países enriquecidos desde Estados Unidos a Alemania, muestra que en el Estado español se registra el mayor porcentaje de personas que apoyan a sus familiares cuando “salen del armario” (91%). Todos estos avances han sido producto, principalmente, de las movilizaciones de los movimientos sociales.
Frente a los avances en derechos y libertades de personas LGTBI+, se está produciendo una reacción regresiva desde la ultraderecha. Una ultraderecha que ahora, con la entrada de Vox en los parlamentos, cuenta con un gran altavoz mediático y con dinero público para sus actividades.
Así, el discurso de odio de la ultraderecha ha puesto en la diana a las personas LGTBI+. Nos señala como una ciudadanía de segunda categoría que no merecemos los mismos derechos que la ciudadanía de primera categoría, y nos muestra como una amenaza.
Baste, como ejemplo, esta declaración de Espinosa de los Monteros, portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados: “De acuerdo, la no discriminación está protegida por la Constitución. El problema es que en España hemos pasado de un extremo a otro. De pegar palizas a los homosexuales a que ahora esos colectivos impongan su ley.”
El discurso de odio de la ultraderecha está dando confianza y ánimos para realizar acciones LGTBIfóbicas, a la vez que las justifica, indirectamente, y no las condena específicamente. De hecho, los delitos de odio por orientación sexual que se denuncian y conducen a condenas han aumentado desde 169 en 2015 a 283 en 2019 y en 2020. En este contexto, el asesinato de Samuel en Galicia en julio de 2021 puso este grave problema en primera línea informativa.
Odio
La reacción de odio de la ultraderecha frente a los avances en derechos y libertades, y el seguimiento por parte de algunas líderes del Partido Popular (PP) como Isabel Ayuso, no se limita a las personas LGTBI+. Se extiende también a las mujeres, a la población migrante y a las personas racializadas.
Es decir, el discurso de odio ultraderechista ataca a la mayoría de la sociedad porque tiene como objetivo impulsar una regresión generalizada y autoritaria en libertades y derechos políticos y económicos. Para ello, la ultraderecha intenta dividir y enfrentar a la gente trabajadora entre sí para que no mire hacia donde está, realmente, el origen de la mayoría de sus problemas. Algo que siempre han intentado las clases dirigentes en el marco de la lucha de clases.
El crecimiento de la ultraderecha nos muestra que igual que hemos conquistado derechos y libertades mediante las luchas sociales, podemos perderlos si dejamos de defenderlos. A pesar de los grandes avances sociales que hemos conquistado en las últimas décadas en el Estado español, aún nos queda mucho por avanzar.
Por ejemplo, a nivel de igualdad legal de las personas LGTBI+, necesitamos una ley integral de transexualidad a nivel estatal. Además, y sobre todo, creo que tenemos que seguir avanzando en la igualdad real para acabar con la LGTBIfobia.
Con estos objetivos, creo que es imprescindible la unidad de todas las personas progresistas para aislar social y políticamente a la ultraderecha.
Además, la visibilidad LGTBI+ sigue siendo muy importante. Conjuntamente, creo que los colectivos LGTBI+ deben adoptar visiones anticapitalistas, pues las opresiones por razones de género y orientación sexual tienen como telón de fondo un sistema socioeconómico que necesita que las mujeres realicen, en el seno de la familia, la mayoría de los trabajos de cuidados sin remuneración alguna. Y las personas LGTBI+ desafiamos, en no pocas ocasiones, el modelo de familia sistémica.
Desde este enfoque anticapitalista, creo que los colectivos LGTBI+ deben estrechar lazos y unir fuerzas con otros colectivos claves para los avances sociales.
Entre estos, destacaría los movimientos de trabajadores y trabajadoras organizadas en sus centros de trabajo, como sindicatos y mareas. Estos movimientos pueden, desbordando a sus burocracias, parar la producción mediante huelgas, lo que les confiere una gran capacidad de presión política.
Las luchas de Stonewall lideradas por mujeres trans en los años 60 y 70 en Estados Unidos, así como las luchas conjuntas de colectivos LGTBI+ con sindicatos mineros en Reino Unido en los años 80 (reflejadas magníficamente en la película Pride) siguen siendo una inspiración para seguir conquistando avances en el siglo XXI.