Santi Amador
Hace unos 7 años, poco después de que naciera Podemos, un amigo militante de los movimientos sociales impulsados a raíz del 15M me comentaba —entre entusiasta y preocupado— que la nueva organización era nuestra última bala.
Todas las personas que veníamos militando desde casi la adolescencia y a las que el 15M nos dio un influjo de optimismo, sentimos eso en muchos momentos.
Cuando en enero de 2014 se lanza oficialmente la iniciativa, miles de personas en todo el Estado español sentimos que por fin nacía una organización transformadora, construida en asambleas —Círculos— y capaz de convencer a la gente corriente de que una salida de ruptura era necesaria y posible.
En el documento “Mover Ficha”, firmado por activistas e intelectuales de la izquierda, se aspiraba a una ruptura con el régimen del ‘78: nacionalización de los sectores estratégicos, reducción de la jornada laboral con el mismo salario, jubilación a los 60 años o autodeterminación del pueblo catalán. A partir de esos mimbres se confeccionó de forma colectiva un programa que podríamos llamar transicional, que haría tambalearse al régimen del ‘78 y, apoyado en la movilización popular, daría paso a otro sistema.
Pero tras el éxito electoral de las elecciones europeas de mayo de 2014 empezó el camino que ha conducido a que Podemos, dentro del espacio de Unidas Podemos con más organizaciones, se haya convertido en una muleta del PSOE.
Primero fue la exclusión de quien no fuera fiel a una parte del grupo promotor —inspirada en el populismo de la Laclau y con retazos de eurocomunismo— en la organización de la primera Asamblea Estatal en Vistalegre, ya en octubre de 2014.
En ese momento, Podemos passó de ser una organización basada en asambleas locales a una maquinaria burocrática donde las guerras del aparato son lo más corriente. En los círculos se pasó de discutir cómo nos organizamos democráticamente y qué proponemos a nivel local, regional/nacional o estatal, a discutir reglamentos internos.
La bajada de la movilización popular —desde el 15M habíamos pasado por dos huelgas generales, manifestaciones masivas, las Marchas por la Dignidad, un impulso de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH)— dio alas a esta estrategia. Gran parte de la gente que se había movilizado no veía soluciones en la lucha social y pasó a confiar casi únicamente en la vía electoral.
Asimismo, la dirigencia de Podemos tuvo un papel desmovilizador, pasando de todo el poder a la gente autoorganizada en los círculos y en los movimientos sociales, a todo el poder a los diputados y concejales en los sucesivos procesos electorales.
Tras una retórica izquierdista, rechazando gobernar con el PSOE de forma táctica y no estratégica, se escondía una capitulación que se ha llevado por delante a las bases del partido y a cientos de miles de votos: curiosamente se planteaba que la moderación y no hablar de ciertas cosas aumentaría el apoyo electoral.
Lucha social
Y por supuesto que las mentiras que han vertido sobre el partido, así como el acoso fascista a sus líderes —principalmente al ex vicepresidente Pablo Iglesias— han tenido mucho que ver con el desplome militante y electoral del mismo, pero la respuesta que debería haber tenido una organización transformadora de izquierdas no debió consistir en el repliegue y la moderación, sino en una apuesta por la militancia y la lucha social.
Por supuesto Podemos no nació para ser una organización revolucionaria ni nunca lo fue. Sin embargo, a una organización de izquierdas antineoliberal sí que tenemos que exigirle que sea coherente con su programa y con sus bases, y la derogación de la reforma laboral, de la Ley Mordaza o construir más vivienda social no es asaltar el Palacio de Invierno, por mucho que la derecha y la extrema derecha hablen de “social-comunismo”.
El ascenso de la extrema derecha y su discurso de odio está haciendo aparecer a la misma como la alternativa al sistema, cuando sabemos que son los representantes de los intereses de los ricos. Para volver a organizar y seducir a la gente de abajo desde la izquierda, no deberíamos caer en una imitación de sus propuestas. La “izquierda” rojiparda contribuye a engrosar las filas de la extrema derecha, ofreciendo la Patria como solución a la realidad material de la clase trabajadora, defendiendo la expulsión de inmigrantes o atacando a uno de los sectores más oprimidos de la sociedad, las personas trans.
Nos toca construir pacientemente, con un lenguaje que llegue a las personas corrientes sin paternalismos ni tomando a nuestros vecinos y vecinas por idiotas. Construir una organización revolucionaria, porque al final somos las personas revolucionarias las que mejor y más consecuentemente luchamos por las reformas.