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David Karvala

Hace una década, mucha gente en la izquierda quitaba importancia al problema del fascismo.

Ahora hay una preocupación bastante generalizada, entre gente progresista, ante la amenaza que representa el crecimiento de la extrema derecha.

(Dicho eso, aún hay personas que minimizan el problema y mantienen que combatir a VOX, por ejemplo, es distraerse de “la tarea más importante”… que, típicamente, resulta ser la de promover el programa de su partido. Tengamos presente que, ante la toma del poder por parte de Hitler en enero de 1933, la reacción de la dirección del partido comunista alemán fue, más o menos: “no pasa nada, es más de lo mismo; fracasará y luego subiremos nosotros”.)

Pero actualmente abundan artículos hablando de la gravedad del problema y planteando soluciones. Hasta aquí, bien, pero típicamente no tienen en cuenta para nada la amplia experiencia concreta que se ha acumulado en esta lucha a lo largo de los años.

¿Alianzas?

Hace unas semanas se publicó el artículo de Pablo Iglesias, “¿Y si gobernaran PP y Vox?

El texto incluye observaciones sobre diversos temas. Por ejemplo, la sugerencia de que “las izquierdas diferentes al PSOE en todo el Estado deben aumentar su colaboración y compartir espacios de reflexión estratégica” es interesante, pero cae fuera del ámbito de este texto. (Sólo diría que “colaboración” suena mejor que los intentos de imponer la hegemonía de un partido único —incluso de una cúpula única— que hemos experimentado demasiadas veces desde el surgimiento de Podemos.)

Dejando esto aparte, es muy positivo que Iglesias vea la necesidad de plantear estrategias específicas frente a la amenaza de la extrema derecha. Demasiado a menudo desde Unidas Podemos, y desde los grupos escindidos de este espacio, se presenta como la solución simplemente pedir el respaldo a su propio partido y programa.

El problema es la estrategia que Iglesias propone. Una frase clave del texto es la afirmación de que las izquierdas “deben asumir que la alianza de gobierno con el PSOE es, en esta coyuntura, necesaria para proteger la democracia e implementar la justicia social mediante políticas públicas.”

Es cierto que la experiencia internacional e histórica demuestra que la unidad es un elemento clave para poder derrotar a la extrema derecha. Sin embargo, la idea de que esta unidad deba tomar la forma de un pacto electoral con fuerzas del establishment no convence en absoluto. Es más, las experiencias del pasado sugieren que no sirve.

No es la primera vez, ni de lejos, que se plantea una idea así.

¿Pactos con el establishment?

En Francia, en la segunda ronda de las elecciones presidenciales de 2002, entre Chirac y Le Pen padre, gran parte de la izquierda abogó por votar a Chirac, el presidente de derechas en ejercicio que buscaba repetir. Los mismos sectores de la izquierda que nunca habían intentado articular un movimiento unitario de base, para unir en la lucha a gente trabajadora diversa, pidieron el voto a un candidato burgués. El partido comunista lo hizo de manera explícita, mientras que la Ligue Communiste Révolutionnaire, entonces una organización importante de la izquierda revolucionaria, lo hizo de manera indirecta.

El marxista británico Chris Harman, argumentó en contra ya entonces. Frente al crecimiento del fascismo, hacen falta dos cosas distintas. Por un lado, la lucha unitaria a corto plazo, de la que hablaremos más adelante. Por otro, el trabajo más largo y complicado de construir una alternativa al sistema.

La izquierda radical sabe que el fascismo puede crecer debido a los problemas creados por el capitalismo. La subida en los precios de las necesidades básicas, la falta de vivienda, el desempleo, etc., son utilizados, de manera totalmente hipócrita, por la extrema derecha, para presentarse como “la alternativa” a un sistema al que no le importa la gente (“de casa”).

Incluso VOX —cuyos líderes son totalmente del establishment, algunos viviendo durante años del dinero público asignado por la derecha del PP— intenta utilizar este discurso de “alternativa”.

En esta situación, tanto en Francia como aquí, lo peor que podría hacer la izquierda radical es sumarse a un bloque político con parte del mismo sistema.

Podemos ver los resultados en Francia. Ahora Le Pen (hija) tiene posibilidades de ganar las elecciones presidenciales francesas el año que viene.

Frente popular

Más de medio siglo antes de lo de votar a Chirac con la nariz tapada, sectores de la izquierda habían celebrado por todo lo alto y sin complejos una alianza electoral con partidos del sistema. Tras su rechazo a construir una lucha unitaria con el resto de la clase trabajadora ante el auge de los nazis, en 1934 el movimiento comunista (estalinista) internacional adoptó la estrategia del frente popular.

Esto implicaba la unidad con los “sectores progresistas de la burguesía”. En el plano internacional, la URSS intentaba pactar —sin mucho éxito— con las burguesías de Gran Bretaña y de Francia.

Donde la estrategia tuvo más impacto fue dentro del Estado español y de Francia, donde coaliciones del frente popular ganaron las respectivas elecciones legislativas en febrero y mayo de 1936. Pero ya entonces quedó claro que pactar con los partidos del sistema suponía perder la posibilidad de ofrecer una alternativa al mismo.

No sólo eso, sino que la participación en el frente popular arrastró a las bases comunistas hacía la defensa activa del sistema frente a aquellos sectores que aún luchaban por un cambio real. El Partido Comunista Francés se esforzó para acabar con la masiva huelga general de junio de 1936. En el Estado español, tras la sublevación franquista, el temor a asustar a las burguesías de Gran Bretaña y Francia llevó al partido comunista a combatir el control obrero en los lugares de trabajo y la colectivización de las tierras, incluso a torturar y asesinar a activistas de la izquierda radical.

Lo más trágico es que los militantes comunistas que ejecutaron aquellas políticas pensaban que estaban sirviendo a la lucha contra el fascismo, incluso a la revolución. En realidad, estaban siendo utilizados para defender el capitalismo.

En muchos sectores comunistas el nombre de Santiago Carrillo apesta por su papel en la transición; lo cierto es que Carrillo fue solo un ejemplo más de una estrategia muy extendida.

¿Y aquí?

Pedro Sánchez no es lo mismo que Jaques Chirac, es cierto, pero el PSOE es innegablemente un partido del establishment, parte de lo que Pablo Iglesias solía llamar el régimen del 78, “la casta” (un término que nunca me gustó, pero eso es otro debate).

Se vio con los gobiernos de Felipe González en los 80, y también con “el gobierno más progresista de la historia” que, más allá de la retórica, el PSOE se dedica a defender el capitalismo español. Lo hace frente a las demandas sociales del conjunto de la clase trabajadora (¿qué pasó con la derogación de la reforma laboral?; ¿por qué se permite que los bancos salvados con dinero público echen a la gente de sus casas?…); negando el derecho de la población de Catalunya a decidir su futuro; con múltiples ataques a los derechos humanos de las personas migradas…

El problema del pacto electoral es que ata a la izquierda a políticas como éstas. Como mucho se hace alguna declaración o tuit expresando críticas pero, en el fondo, la izquierda sigue formando parte del gobierno que lleva a cabo estas políticas. La única “oposición” viene de una derecha que quiere políticas aún más reaccionarias. Y dentro de esto, el fascismo tiene las manos libres para promover discursos “radicales”, incluso “antisistema”… mientras la izquierda queda identificada con ese sistema.

La lucha unitaria

La alternativa al pacto electoral no es el sectarismo, la simple afirmación de un “programa revolucionario” (típicamente un texto trasnochado e incomestible).

Como se ha dicho antes, la unidad es esencial, pero no la unidad electoral. En vez del pacto electoral, que pone un techo político a las aspiraciones de la izquierda anticapitalista, hace falta un pacto de mínimos y de lucha.

Hace 11 años se formó Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) en Catalunya, con el único objetivo de combatir —mediante la autoorganización, la propaganda y la movilización— a la extrema derecha y al racismo. UCFR no tiene programa político, ni reformista ni revolucionario. Incluye a partidos institucionales de izquierdas y también a grupos revolucionarios; a los sindicatos mayoritarios y también a los más radicales. Y sobre todo participan un sinfín de asociaciones y colectivos sociales, desde entidades musulmanas hasta grupos LGTBI+.

UCFR jugó un papel clave en la derrota en 2012-2015 del partido fascista Plataforma per Catalunya. Ha contribuido mucho a la lucha unitaria contra la islamofobia; esa sí es “una batalla cultural e ideológica” esencial (por citar el artículo de Iglesias). Y hace ya varios años que UCFR impulsa la campaña #StopVOX.

Hay experiencias aún más impresionantes en otros países, como las sucesivas luchas unitarias contra el fascismo en Gran Bretaña, o Grecia donde el movimiento hermano de UCFR, KEERFA, jugó un papel clave en la derrota del grupo neonazi criminal, Amanecer Dorado.

En estas plataformas y luchas unitarias la izquierda radical no exige que los sectores más moderados acepten un programa anticapitalista, pero tampoco tiene que firmar un programa de gestión del sistema. Se trata simplemente de reconocer que el fascismo nos amenaza a todos y todas, y por tanto tenemos un interés compartido en combatirlo… pero que en otros temas tenemos y seguiremos teniendo posiciones muy diferentes, incluso opuestas.

Entonces, en vez de intentar atar a la izquierda radical a las políticas del PSOE —como ha ocurrido ya demasiadas veces con Unidas Podemos recientemente— pido a Unidas Podemos en general, y a Pablo Iglesias en particular, que animen a gente en otras partes del Estado español a impulsar movimientos unitarios de este tipo para frenar a la extrema derecha, especialmente a VOX. Si logramos esto, tendremos más tiempo para reflexionar colectivamente, y elaborar las alternativas radicales que necesitamos ante las múltiples crisis del sistema.


David Karvala es militante de Marx21 y activista de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme.