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Judy Cox

Se está mintiendo al afirmar que la vida de la mayoría de las mujeres afganas mejoró bajo la ocupación estadounidense. Judy Cox explora la realidad de las mujeres afganas tras 20 años de guerra.

No os dejéis engañar por las feministas imperialistas que justifican la invasión estadounidense de Afganistán y ayudan a perpetuar la opresión de las mujeres afganas.

Es una ficción que la vida de la mayoría de las mujeres afganas mejoró durante los 20 años del corrupto gobierno títere respaldado por Estados Unidos.

Aquellos que afirman lo contrario se basan en la vida en áreas de Kabul donde un pequeño número de mujeres accedió a oportunidades de educación y empleo. Su ‘evidencia’ es un puñado de medidas en gran parte cosméticas.

El Acuerdo de Bonn de 2001 estableció un plan para gobernar Afganistán, que consagró la idea de la participación de las mujeres. La constitución afgana garantizaba un 20 por ciento de representación femenina en la asamblea de la Loya Jirga.

En 2002, el entonces presidente Hamid Karzai firmó una Declaración de los derechos esenciales de las mujeres afganas. Esta declaración prometía a las mujeres derechos civiles, acceso a la educación y el derecho a decidir cómo vestirse.

Tales medidas justificaron el apoyo internacional al régimen y mantuvieron el dinero de la ayuda fluyendo hacia los bancos del corrupto gobierno de Karzai. Pero significaban poco para la mayoría de las mujeres afganas.

La Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán (UNAMA) informó en 2009: “La realidad actual es que la vida de las mujeres afganas se vio seriamente comprometida por la violencia y se les negaron sus derechos humanos más fundamentales.”

Ese mismo año, el gobierno afgano aprobó una ley que obligaba a las mujeres afganas a obedecer a sus maridos en asuntos sexuales, violando la constitución del país.

Disparidad

A pesar de que se habla de un aumento en el número de niñas que acceden a la educación, las mujeres afganas tienen hoy la tasa de alfabetización más baja del mundo y la peor disparidad respecto a los hombres. Entre personas afganas de 15 a 24 años, el 50 por ciento de los hombres saben leer y escribir, en comparación con tan solo el 18 por ciento de las mujeres.

Según otros informes de UNAMA publicados durante los 20 años de ocupación estadounidense, el matrimonio precoz y los embarazos frecuentes llevaron a tasas de mortalidad materna de 1.900 por 100.000 habitantes. Este es uno de los más altos del mundo.

Afganistán gastó solo el 0,6 por ciento de su PIB en salud (el promedio para el sur de Asia fue del 5 por ciento) y la esperanza de vida de las mujeres afganas es de solo de 44 años.

El gobierno aprobó la Ley de Eliminación de la Violencia contra la Mujer en 2009. Pero seis años después, UNAMA informó que las mujeres afganas eran atacadas y asesinadas con regularidad por ocupar puestos considerados irrespetuosos con las prácticas tradicionales o ‘no islámicas’”.

La violación también estaba muy extendida y sus perpetradores a menudo estaban por encima de la ley. Y la vulnerabilidad económica de las mujeres dejó a muchas atrapadas en relaciones abusivas, lo que llevó a niveles récord de autoinmolación.

En diciembre de 2018, la revista Time informó que Afganistán seguía siendo el peor lugar del mundo para ser mujer.

Una diplomática afgana dijo a la revista: “Apoyar a las mujeres en Afganistán es algo de lo que la gente de todo el mundo habla de boquilla, pero el dinero y la ayuda nunca llegan a ellas. Es devorado por la corrupción y el monstruo de la guerra.”

Los compromisos sobre el papel con los derechos de las mujeres proporcionaron legitimidad a un régimen fallido a los ojos de sus patrocinadores extranjeros, pero no a los ojos de las mujeres de Afganistán.

A finales del siglo XIX, los colonialistas europeos justificaron el imperialismo afirmando que Occidente era superior, moderno y progresista y que Oriente era inferior y atrasado.

Gran Bretaña invadió y ocupó Egipto en 1882 para buscar acceso al Canal de Suez. Pero el comandante de operaciones Lord Cromer afirmó estar liberando a las mujeres de la ‘degradación’ del Islam. Insistió en que los egipcios debían ser “persuadidos u obligados a absorber el verdadero espíritu de la civilización occidental”.

Sin embargo, Lord Cromer fue miembro fundador y presidente de la Liga Nacional: Oponerse al Sufragio de las Mujeres.

Incluso algunas feministas británicas se hicieron eco de las ideas de superioridad racial y cultural en apoyo del imperio británico. Las sufragistas Emmeline y Christabel Pankhurst suspendieron su campaña militante por el sufragio femenino para apoyar la Primera Guerra Mundial.

Emmeline declaró: “Algunos hablan del imperio y el imperialismo como si fuera algo que denunciar y de lo que avergonzarse. Es una gran cosa ser los herederos de un imperio como el nuestro, grandioso en territorio, grandioso en riqueza potencial.”

Todas las potencias coloniales reclamaron el mismo derecho a imponer valores a las mujeres. Los velos fueron quemados ceremonialmente por las fuerzas francesas que ocuparon en Argelia.

El actual gobierno de Emmanuel Macron todavía promueve una idea de “lo francés” basada en la exclusión de los musulmanes. Pero el “feminismo colonial” era un feminismo falso que no ofrecía ninguna esperanza de cambio real a las mujeres.

En noviembre de 2001, Laura Bush, esposa del entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, declaró: “Debido a nuestros recientes avances militares en gran parte de Afganistán, las mujeres ya no están encarceladas en sus hogares. La lucha contra el terrorismo es también una lucha por los derechos de las mujeres.”

La idea de que el poder militar de Estados Unidos se estaba utilizando en la noble causa de la liberación de las mujeres fue compartida por una capa de las llamadas feministas, incluidas Cherie Blair y Hilary “the Hawk” Clinton.

La Fundación de la Mayoría Feminista en Estados Unidos aplaudió a la “Coalición de la Esperanza”.

Y Occidente no es inocente en lo que respecta a la violencia contra las mujeres o la desigualdad política y social. En Estados Unidos, unas 1.500 mujeres al año mueren debido a “crímenes pasionales”.

La guerra es incompatible con los derechos de las mujeres: significa la muerte de mujeres y sus familias y la destrucción de infraestructura vital.

Un ejemplo de Afganistán que ilustra el impacto de la guerra en las mujeres es el ataque aéreo de Wech Baghtu . El 3 de noviembre de 2008, un bombardeo estadounidense en una boda que se celebraba en una aldea provocó la muerte de 37 mujeres y niños afganos.

Como escribió el veterano activista por la paz estadounidense Tom Hayden: “Es difícil pensar que las mujeres afganas puedan ser liberadas por un ejército estadounidense invasor, bombardeador y encarcelador. Es difícil creer que los drones Predator, las Fuerzas Especiales, los campos de detención y los ocupantes extranjeros sean las soluciones al fundamentalismo talibán.”

Las feministas del Pentágono se abrazan a regímenes represivos como Arabia Saudita, mientras manipulan cínicamente el lenguaje de los derechos de las mujeres para justificar intervenciones militares.

La agenda feminista imperial también es promovida por corporaciones occidentales que buscan publicidad y nuevos mercados.

En 2009, Revlon y L’Oreal recaudaron alrededor de 550.000 libras para lanzar Beauty without Borders en Afganistán.

Una mujer que dirigía el programa comentó: “Cuando llegué por primera vez a Kabul, me sorprendió lo que estas mujeres le hacían a su cabello y cara. Usaban baldes de pozos cercanos para enjuagarse el cabello.”

Las mujeres afganas podían haber preferido el agua limpia a la liberación del lápiz labial, pero no fueron consultadas.

El feminismo respaldado por la invasión militar y el feminismo corporativo trabajan mano a mano. Ambos hicieron más difícil para las mujeres organizarse y luchar por sus propios intereses.

Las feministas imperialistas se han colaborado en etiquetar a los hijos, hermanos y padres afganos como a los enemigos.

La feminista de izquierda Gayatri Spivak observó que el colonialismo se justifica con la idea de que “los hombres blancos deben rescatar a las mujeres morenas de los hombres morenos”. Cuando se usa esta excusa, las mujeres pierden poder y los hombres se deshumanizan.

Pero las mujeres afganas no son víctimas pasivas que esperan ser rescatadas por las bombas estadounidenses.

Miriam Rawi es miembro de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, que se opuso al gobierno talibán y a la intervención militar estadounidense.

Ella sostiene que la “guerra contra el terrorismo” y la “liberación de las mujeres afganas” no fueron más que mentiras para cubrir las muchas agendas ocultas del imperialismo estadounidense en Afganistán”. El feminismo interseccional en los últimos 20 años ha visto a muchas más personas tomar conciencia de la necesidad de abordar temas como el de la raza junto con el género.

Aunque la interseccionalidad como teoría tiene limitaciones, es importante que ahora más feministas insistan en que factores como la raza y el imperialismo no pueden separarse de las cuestiones de los derechos de las mujeres.

Este es un avance positivo para la batalla por la liberación de la mujer. El siguiente paso es llevar esto más allá a las cuestiones de la centralidad de clase y discutir cómo la raza y el género se ven afectados por ella.

El camino hacia la liberación no pasa por las bombas, sino por las acciones de los mismos oprimidos.

La lucha desde abajo puede parecer muy difícil hoy en Afganistán, pero el feminismo imperialista siempre será una barrera para que las mujeres luchen por la liberación. La construcción de la oposición a la guerra y al imperialismo levanta esta barrera.


Este artículo apareció en Socialist Worker, la publicación hermana de Marx21 en Gran Bretaña.