Brian Champ y Michelle Robidoux
- Este extenso texto se publicó en inglés bajo el título “Fighting back on Turtle Island: Indigenous sovereignty, the working class and anti-capitalism” en International Socialism journal 170 (primavera de 2021), revista teórica del Socialist Workers Party, organización hermana de Marx21 en Gran Bretaña.
- Foto: esta estatua de la Reina Victoria en Winnipeg, Canadá, fue derribada durante una protesta contra los abusos a niños y niñas indígenas, el 2 de julio, día nacional de Canadá.
- Brian Champ es un activista por la justicia climática y antirracista en Toronto y militante de International Socialists, organización hermana de Marx21 en Canadá.
- Michelle Robidoux es una activista en Toronto y militante de International Socialists, organización hermana de Marx21 en Canadá.
- Versión del texto en PDF para bajar e imprimir (11 páginas de DIN A4).
Índice
Colonialismo de ocupación en la Isla Tortuga
#ShutDownCanada, “Cerrar Canadá”
Pasado y presente colonial de Canadá
Las consecuencias del colonialismo
De Idle No More a #ShutDownCanada
Caminos de resistencia
Imaginando un mundo más allá del capitalismo
Referencias
Cuando en 2020 comenzó una lucha del pueblo indígena Wet’suwet’en contra los intentos de hacer pasar un gasoducto a través de su territorio ancestral no cedido, desató una espectacular ola de solidaridad en todo Canadá.[1] Durante casi un mes, el tráfico ferroviario de mercancías y pasajeros se detuvo a medida que el movimiento #ShutDownCanada se extendía por todo el país.[2]
Este movimiento tiene lugar en un contexto global de luchas que se enfrentan a las prácticas destructivas de las industrias extractivas. Como ha señalado Martin Upchurch en un número anterior de esta revista, “Muchas protestas han tenido éxito contra el poder de las compañías petroleras debido al desarrollo de tácticas militantes y apoyo masivo… El número de protestas de este tipo parece estar creciendo a escala mundial, con más de 3.100 casos reportados hasta ahora sobre el ‘Atlas Global de Justicia Ambiental’.”[3] Estas luchas apuntan a “cuellos de botella” clave de la economía capitalista, bloqueando la construcción de oleoductos, carreteras, ferrocarriles y puertos. Los pueblos indígenas están al frente de estas luchas, desde Australia hasta América del Sur y África. En la Isla Tortuga —el nombre dado por algunos pueblos indígenas al continente de América del Norte— esto es visible en la batalla en Standing Rock contra el oleoducto Dakota Access, la lucha exitosa contra los oleoductos Northern Gateway de Enbridge, la oposición masiva al oleoducto Energy East y la victoria del pueblo inuit del río Clyde contra las pruebas sísmicas para encontrar petróleo en el Ártico.
Estas luchas han transformado el paisaje, generando esperanzas de detener los megaproyectos voraces y el caos climático que traen consigo. También esbozan un camino a lo largo del cual un poderoso movimiento que une a pueblos indígenas y colonos no indígenas en países como Canadá podría atacar las raíces del capitalismo mismo.
Sin embargo, con cada avance para detener tales proyectos, las fuerzas de la derecha intentan ampliar las divisiones entre los pueblos indígenas, los activistas climáticos y la clase trabajadora multirracial en general. Esas divisiones, sustentadas por siglos de colonialismo que ha estructurado las relaciones entre los pueblos indígenas y los colonos, pueden estallar repentinamente. A mediados de septiembre, cuando los pescadores Mi’kmaq ejercieron sus derechos del tratado de pesca colocando trampas para langostas en la Bahía de Fundy, fueron atacados por pescadores no indígenas que embistieron sus botes, cortaron sus trampas, destruyeron sus vehículos y prendieron fuego a un puesto de venta de langostas. Estos ataques se alimentaron de la afirmación de que los pescadores indígenas amenazan la sostenibilidad de las poblaciones de langosta.[4] El gobierno federal ha permitido que esta afirmación falsa se mantenga porque les conviene dividir a los pescadores. En realidad, aunque las diez licencias de langosta de Sipekne’katik autorizan solo 50 trampas por licencia, un solo recolector comercial puede desplegar hasta 400 trampas.[5] El gobierno federal se ha cruzado de brazos y ha dejado continuar esta expresión de la violencia colonial, mientras la policía observa cómo se desarrolla. Trágicamente, la mayoría de los pescadores no indígenas que llevan a cabo estos ataques son acadianos de habla francesa, cuyos antepasados tan solo sobrevivieron al hambre, las enfermedades, un clima severo y la política británica de tierra quemada gracias a la ayuda de los Mi’kmaq.
La lucha de Wet’suwet’en y la de la comunidad Mi’kmaq de Sipekne’katik refleja la polarización que el caos climático acelerado ha intensificado junto a la crisis económica y a la pandemia de la Covid-19. Los continuos ataques contra los pueblos indígenas son un recordatorio diario de que la violencia colonial y la crueldad sobre las que se fundó Canadá continúan en la actualidad. Cualquier movimiento que espere transformar la sociedad debe enfrentarse al racismo incrustado en toda la estructura del Canadá capitalista. El despliegue de tácticas coloniales ancestrales por parte de la clase dominante refleja la realidad de sus opciones limitadas a medida que estas crisis avanzan. Incluso mientras millones de personas en todo el mundo luchan por un New Deal Verde y una “recuperación justa” de la crisis de la Covid-19, el Estado canadiense ha redoblado su demanda de petróleo de arenas bituminosas. Esto solo puede significar confrontación, con los pueblos indígenas cuya soberanía es un obstáculo para el desarrollo de los hidrocarburos, y con una gran mayoría de canadienses que consideran necesario alejarse de los combustibles fósiles.[6] El racismo anti-indígena se utiliza para justificar el colonialismo canadiense en curso, convirtiendo a los indígenas en chivos expiatorios por las horribles condiciones a las que se enfrentan. Comprender la dinámica en juego, sus raíces históricas y los medios por los cuales la resistencia indígena y las luchas de los trabajadores pueden vincularse es crucial para el éxito de ambas. Este artículo espera contribuir a esa comprensión.
Colonialismo de ocupación en la Isla Tortuga
Los Estados de colonialismo de ocupación, como Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, tal como existen hoy, tienen una cultura mayoritariamente angloeuropea porque el colonialismo diezmó a las poblaciones indígenas que habían existido durante miles de años. Incluso cuando las nuevas olas de inmigración cambian la composición de la población canadiense, el resultado de las políticas genocidas históricas y en curso, implican que los pueblos indígenas son ahora una pequeña minoría en sus tierras ancestrales. Como escribe Roxanne Dunbar-Ortiz:
“Casi todas las áreas de población de las Américas se redujeron en un 90 por ciento tras el inicio de los proyectos de colonización, lo que redujo las poblaciones indígenas de las Américas de cien millones a diez millones de personas. Comúnmente conocido como el desastre demográfico más extremo, enmarcado como natural, en la historia de la humanidad, rara vez se lo llamó genocidio hasta que el surgimiento de los movimientos indígenas a mediados del siglo XX generó preguntas.”[7]
Sin embargo, a pesar de enfrentarse a una feroz opresión, los pueblos indígenas han desempeñado un enorme papel en batallas ambientales clave, defendiendo su tierra contra megaproyectos destructivos. A través de siglos de resistencia, los pueblos indígenas han ganado formas de tenencia de la tierra y posición legal dentro del marco colonial. Las corporaciones o los gobiernos que quieran establecer una mina, construir un oleoducto o participar en la tala en tierras indígenas no pueden ignorar esta posición. En la Isla Tortuga, el ecologismo combativo es una parte orgánica de muchas luchas indígenas. Esta perspectiva se deriva en parte de una relación continua con la tierra, ya que muchos pueblos indígenas todavía dependen de la caza, la pesca y otras actividades de subsistencia. Sin embargo, aunque muchas personas todavía mantienen fuertes conexiones con la tierra, más de la mitad de las personas indígenas de Canadá viven en centros urbanos. Las brutales políticas de despojo que crearon y mantienen el Estado canadiense han roto la relación con la tierra de muchas personas indígenas. La memoria comunitaria orgánica de las ideas de igualitarismo y reciprocidad que caracterizaron a las sociedades indígenas precoloniales se ha reforzado y revitalizado a través de la lucha. La afirmación de tradiciones y culturas que contrastan con el capitalismo inspira a muchos activistas que rechazan la destrucción desenfrenada producida por el capitalismo y ven la descolonización y la solidaridad como claves para desafiar esto.[8]
#ShutDownCanada, “Cerrar Canadá”
El electrizante movimiento a #ShutDownCanada surgió en respuesta a la invasión de tierras indígenas en el norte de la provincia ahora llamada la Columbia Británica por parte de la Real Policía Montada de Canadá (RCMP). La policía arrestó de forma violenta a las matriarcas y simpatizantes de Wet’suwet’en. Se trataba de la resistencia indígena ante la construcción, por parte de Coastal GasLink, de un gasoducto multimillonario que canalizaría gas de esquisto desde el interior de la Columbia Británica hacia las instalaciones de exportación en la costa del Pacífico. El pueblo de Wet’suwet’en ha habitado su territorio durante al menos 10.000 años, y el territorio de Wet’suwet’en abarca 22.000 km2 del norte de la Columbia Británica. Durante años, las corporaciones de energía han buscado construir oleoductos desde Alberta a través de esta área de la Columbia Británica para enviar sus productos a mercados lucrativos. Los jefes hereditarios de Wet’suwet’en se han opuesto constantemente a estos proyectos, desde el ahora derrotado Northern Gateway Pipeline hasta el Pacific Trails Pipeline y el proyecto Coastal GasLink.
En la víspera de año nuevo de 2019, la Corte Suprema de la Columbia Británica otorgó a Coastal GasLink una orden judicial para acceder a la tierra de Wet’suwet’en con el fin de continuar la construcción del gasoducto. Coastal GasLink había firmado acuerdos para el gasoducto con cinco de los seis consejos de banda de Wet’suwet’en, cuyos líderes son elegidos por elecciones democráticas en las diferentes reservas. Sin embargo, los jefes hereditarios de Wet’suwet’en nunca han cedido su territorio, y los consejos de banda, que tienen un papel limitado en el gobierno de seis reservas que suman solo 35 km2, no tienen autoridad sobre el territorio de Wet’suwet’en.[9]
En respuesta a la orden judicial de Coastal GasLink, los jefes hereditarios invocaron su propia ley y desalojaron a los empleados de Coastal GasLink. Esto fue a pesar de la inminente amenaza de violencia policial; de hecho, un año antes, la RCMP había desplegado francotiradores mientras rodeaban a los defensores de la tierra cuando intentaban hacer cumplir otra orden judicial.[10] Los jefes pidieron que se revocasen los permisos de construcción provinciales y que se entablasen conversaciones de nación a nación con el primer ministro socialdemócrata de la Columbia Británica, John Horgan, el primer ministro del Partido Liberal, Justin Trudeau, y el comisionado de la RCMP. El gobierno de la Columbia Británica, una coalición del Nuevo Partido Demócrata (socialdemócrata) y el Partido Verde, acababa de convertirse en el primero en América del Norte en aprobar una legislación que implementó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (DNUDPI). Estos derechos incluyen el requisito de “consentimiento libre, previo e informado” de los pueblos indígenas antes de que se apruebe cualquier proyecto que afecte a sus tierras o territorios. La tinta ni siquiera estaba seca en esa legislación cuando el gobierno de la Columbia Británica afirmó que la situación estaba fuera de sus manos porque la RCMP estaba haciendo cumplir una orden judicial emitida por un tribunal. Más tarde, una carta filtrada reveló que el Fiscal General de Columbia Británica había llamado a la RCMP mediante la declaración de una emergencia provincial.[11]
Por su parte, Justin Trudeau, quien desde su elección en 2015 repitió que “ninguna relación es más importante para Canadá que la relación con los pueblos indígenas”, pidió el “imperio de la ley”, una demanda del poder colonial que resuena a través de generaciones.[12] Como afirmaron los jefes hereditarios:
“Anuc’nu’at’en (ley de Wet’suwet’en) no es una ‘creencia’ o un ‘punto de vista’. Es una forma de gestionar de forma sostenible nuestros territorios y las relaciones entre nosotros y el mundo que nos rodea, y ha funcionado durante milenios para mantener intactos nuestros territorios. Nuestra ley es fundamental para nuestra identidad. La criminalización en curso de nuestras leyes por parte de los tribunales y la policía industrial de Canadá es un intento de genocidio, un intento de extinguir la propia identidad de Wet’suwet’en”.[13]
El 6 de febrero de 2020, la RCMP comenzó a arrestar a defensores de la tierra. En cuestión de horas, la legislatura de la Columbia Británica fue ocupada y los puertos, ferrocarriles y carreteras fueron bloqueados en todo el país. Esto cerró la red del este de Canadian National Railways, deteniendo el tráfico ferroviario de carga desde Halifax a Toronto. Un bloqueo solidario en el territorio mohawk de Tyendinaga detuvo los viajes entre Montreal y Toronto, uno de los corredores ferroviarios más transitados del país. Acciones similares tuvieron lugar en el territorio de la Primera Nación Listuguj en Quebec, el territorio mohawk de Kahnawake al sur de Montreal y cerca de New Hazelton, Columbia Británica.[14]
El 8 de febrero, los manifestantes bloquearon la carretera de acceso a la terminal de contenedores de Deltaport y pasaron allí la noche. Este puerto, ubicado en la región metropolitana de Vancouver, recibe anualmente el transporte de mercancías por valor de mil millones de dólares. Los 300 miembros del Local 502 del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenes que llegaron para el turno de la mañana trataron el bloqueo como una línea de piquete y se negaron a cruzar, cerrando el puerto.[15] El 10 de febrero, la policía que ejecutó una orden judicial arrestó a 14 manifestantes. Otros 43 fueron arrestados para reabrir el Puerto de Vancouver.[16] Se organizaron 16 acciones masivas de solidaridad en ciudades de todo el país; 15.000 personas se unieron a una manifestación en Toronto y hubo cierres de puentes, puertos y carreteras en Vancouver.
Tras dos semanas de cierre, el organismo de fabricantes y exportadores canadienses estimó que diariamente se estaban parando 425 millones de dólares en bienes. El lobby empresarial habló en términos cada vez más frenéticos de “catástrofe” para la economía. El 21 de febrero de 2020, Atlantic Container Line desvió envíos de Halifax a Nueva York y Baltimore. “En Montreal, unos 4.000 contenedores se encuentran inmovilizados en los muelles y los productos agrícolas a granel como el grano ya no pueden llegar al puerto”.[17] En Vancouver, las mercancías que esperaban ser enviadas hacia el este provocaron una acumulación de 50 barcos que no pudieron descargar sus cargamentos.[18]
Como acciones de solidaridad surgían por todo el país e internacionalmente, los políticos llamaron —y amenazaron— a las y los defensores de tierras indígenas y a sus partidarios. Trudeau advirtió: “La situación actual es inaceptable… Los canadienses han sido pacientes. Nuestro gobierno ha sido paciente, pero han pasado dos semanas y las barricadas tienen que desmontarse ahora… Hay que obedecer las órdenes judiciales”.[19] Los jefes hereditarios respondieron: “Hace poco escuchamos al primer ministro Trudeau hablar sobre los inconvenientes que ha sufrido Canadá. Sin embargo, hay una diferencia entre inconveniencia e injusticia”.[20]
A medida que se acumulaban estas amenazas, llegaban declaraciones de solidaridad con los jefes hereditarios de Wet’suwet’en desde el Sindicato de Empleados del Gobierno de la Columbia Británica (BCGEU), el Sindicato Canadiense de Empleados Públicos (CUPE), la Federación de Maestros de la Columbia Británica, los sindicatos de correos y de enfermería.[21] El presidente nacional del CUPE, Mark Hancock, declaró: “Nunca aceptaríamos este tipo de comportamiento de la RCMP hacia los trabajadores en huelga en un piquete. La protesta es un derecho fundamental, y el pueblo de Wet’suwet’en tiene derecho a proteger su territorio no cedido”. El BCGEU advirtió que “se espera que los miembros que se encuentren con un piquete en su lugar de trabajo ejerzan su convenio colectivo y los derechos de la Carta de respetar ese piquete”.[22]
CUPE de Ontario escribió:
“Si bien el epicentro de esta lucha tiene lugar en la provincia más occidental de este país, asistimos y participamos en acciones de solidaridad en todo el país. Aquí en Ontario, las personas aliadas están bloqueando las líneas ferroviarias, recolectando fondos y organizando eventos locales para crear conciencia. Respetar la soberanía indígena y la lucha por la justicia ambiental es fundamental para todos los canadienses”.[23]
La Federación de Docentes de la Columbia Británica declaró en nombre de sus 45.000 miembros sindicales:
“Nos solidarizamos con los pueblos de Wet’suwet’en y exigimos que los gobiernos de la Columbia Británica y Canadá cumplan con sus responsabilidades según lo establecido en la decisión Delgamuukw-Gisday’wa de 1997 de la Corte Suprema. Somos testigos en este momento histórico en el que Nuestros gobiernos deben escoger el mantener esta decisión judicial o continuar con el legado continuo de la colonización.”[24]
Esto apunta a una contradicción clave a la que se enfrenta el Estado canadiense, de colonialismo de ocupación. En su decisión histórica, la Corte Suprema reconoció a los jefes hereditarios de Wet’suwet’en como los legítimos responsables de la toma de decisiones en sus territorios tradicionales, o “yin’tah”. El caso de Delgamuukw contra la Reina encontró que el título aborigen en Columbia Británica nunca se extinguió. Como explica Christopher Roth:
“La Columbia Británica es una tierra, en su mayor parte, sin tratados… Esta falta de cesión indiscutible ha sido significativa en la legislación canadiense debido a la Proclamación Real de 1763, en la que el rey Jorge III declaró que el título del territorio indio no debía considerarse extinguido o transferido simplemente por conquista u ocupación, sino solo a través de cesión voluntaria… Bajo esta dispensación, la Columbia Británica es la única área de lo que se llamó América del Norte Británica donde los tratados fueron completamente descuidados como un instrumento de colonización.”[25]
El fallo Delgamuukw, continúa, “equivale a la conclusión de que lo que conocemos como la Columbia Británica no ha sido cedido a la Corona y, por lo tanto, no es parte de Canadá… Pero si la llamada Columbia Británica no es Canadá, entonces, ¿qué tipo de territorio es? Lo que está ‘debajo’, por tomar prestadas las metáforas geológicas de la jerga legal, solo puede ser un título aborigen.”[26]
La decisión Delgamuukw de 1997 provocó el pánico entre las corporaciones y sus facilitadores políticos:
“Según un memorando, que detalla una reunión que tuvo lugar un día después del fallo de Delgamuukw, la entonces vicepresidenta del Consejo de Industrias Forestales de la Columbia Británica, Marlie Beets, comentó que había pasado la hora anterior ‘tratando de calmar’ a los ejecutivos que ella representó. ‘Delgamuukw solo ha creado más incertidumbre y estamos muy preocupados por cómo reaccionarán los gobiernos a las conclusiones de la corte’, dijo Beets. ‘La decisión hace que la necesidad de certeza mediante la entrega sea aún más clara. No vemos otra alternativa’.”[27]
Esta ha sido la respuesta continua al reconocimiento legal del título aborigen por parte de los tribunales de Canadá: demandas corporativas para que los políticos obtengan la “rendición” y cesión de los pueblos indígenas para contrarrestar la “incertidumbre de inversión”. La medida cautelar de Coastal GasLink se concedió como si la cuestión constitucional del título aborigen de Wet’suwet’en no existiera. Este es un patrón que se repite en todo el país. La soberanía de los pueblos indígenas sobre sus tierras es pisoteada y las industrias dependen de la violencia estatal para garantizar el acceso a los recursos.
Como dijo Karla Tait, activista de Unist’ot’en arrestada el 10 de febrero de 2020:
“La violencia de Canadá y el vacío de sus compromisos con nosotros como pueblos indígenas quedaron al descubierto en sus acciones, y nuestra expulsión forzosa en medio de una ceremonia… Los eventos que vivimos antes del 10 de febrero son otra culminación de los esfuerzos de Canadá para desacreditarnos y criminalizarnos simplemente por existir en nuestra tierra como siempre lo hemos hecho, por defender nuestros derechos sobre nuestra base territorial y nuestra economía histórica, nuestras formas de empoderarnos a nosotros mismos, debido a la amenaza de la economía capitalista.”[28]
Pasado y presente colonial de Canadá
Esta negativa de reconocer la soberanía indígena está arraigada en los cimientos de Canadá, comenzando con la “doctrina del descubrimiento”. Como explica Jennifer Reid:
“La doctrina del descubrimiento fue el medio legal por el cual los europeos reclamaron derechos de soberanía, propiedad y comercio en regiones que supuestamente habían descubierto durante la era de la expansión. Estos reclamos se realizaron sin consultar con las poblaciones residentes en estos territorios: la gente a la que, de acuerdo con una explicación sensata, pertenecía realmente la tierra. La doctrina del descubrimiento es un componente crítico de las relaciones históricas entre los europeos, sus descendientes y los pueblos indígenas… No es simplemente un artefacto de la historia colonial. Es la fuerza legal que define los límites de todos los reclamos de tierras hasta el día de hoy y, más fundamentalmente, la necesidad de reclamos de tierras en absoluto. Ponerlo en tela de juicio, incluso ahora, cambiaría por completo las reglas del argumento. Como dijo un periodista, ‘son los gobiernos federal y provincial de Canadá los que están tratando de hacer un reclamo de tierras, un reclamo basado en la doctrina del descubrimiento’.”[29]
Se implementó una amplia gama de medidas para hacer cumplir este marco en interés del capitalismo canadiense a medida que se expandía hacia el oeste a través de la región de las praderas y hacia lo que ahora es la Columbia Británica. A mediados del siglo XIX, “la expansión de Estados Unidos había comenzado a alarmar a los líderes de la América del Norte británica”. Los colonos estadounidenses y canadienses ya se habían peleado por el territorio en la guerra de 1812, pero “ahora los estadounidenses empujaban hacia el oeste, amenazando con devorar la mayor parte de América del Norte. La élite colonial de Londres y Canadá se obsesionó cada vez más con la idea de conectar las colonias canadienses con la Columbia Británica y hacer valer su derecho a todo el territorio de en medio”.[30]
El desarrollo de un Canadá transcontinental dependía de romper la conexión de los pueblos indígenas con la tierra: “Mientras los indios de las llanuras se mantuvieron fuertes y capaces de defender sus derechos y sus tierras, presentaron, junto con los métis, una oposición formidable a los sueños imperialistas de Ottawa y Londres”.[31] John A. Macdonald, el primer Primer Ministro de Canadá, fue también el ministro de Asuntos Indígenas con más años de servicio y el arquitecto de la política “india” de Canadá, plasmada en la Ley relativa a los indígenas de 1876. Como escribió, “los asuntos indios y el sistema de concesión de tierras forman una parte tan importante de la política general del gobierno que creo que es necesario que el primer ministro, quienquiera que sea, lo tenga en sus propias manos.”[32] Solo renunció a esta cartera en 1888, una vez que se construyó el Canadian Pacific Railway, el asentamiento masivo del territorio del oeste estaba en marcha y los pueblos indígenas habían sido diezmados, sus naciones desmembradas y confinadas a pequeñas parcelas de tierra conocidas como reservas. Esto se logró a través de una violencia espantosa, el hambre, la firma de tratados sin escrúpulos, la creación de la cruel red de escuelas residenciales, el robo de niños y niñas indígenas, la imposición de un sistema tiránico de pases y la destrucción de las estructuras de gobierno y prácticas espirituales indígenas. Estos métodos, que el académico del pueblo Dene, Glen Coulthard, describe como un “doble genocidio de exclusión/asimilación”, buscaban destruir a las comunidades indígenas como pueblos distintos.[33]
La resistencia a este asalto fue continua y feroz. Para hacer cumplir sus políticas, el Estado canadiense recién fundado estableció la Policía Montada del Noroeste, una fuerza de ocupación permanente inspirada en la Policía Real de Irlanda.[34] El precursor de la RCMP de hoy, fue fundamental en la supresión de ceremonias como la Danza de la Sed en las praderas y el Potlatch en la costa del Pacífico. Estas ceremonias jugaron un papel importante en la redistribución del excedente entre los miembros de las sociedades indígenas. Los funcionarios del gobierno “objetaron el hecho de que socavaban la acumulación de propiedad privada, alejaron a la gente de las actividades agrícolas, reunieron bandas que estaban tratando de mantener separadas y fortalecieron el estatus de líderes y ancianos tradicionales”.[35]
Como escribió el comisionado indio Hayter Reed en 1889, “la política de destruir el sistema tribal o comunista es impulsada de todas las formas posibles”. Esto incluyó la creación de escuelas residenciales donde, como dijo el obispo Vital Grandin en 1875, “les inculcamos un pronunciado disgusto por la vida indígena para que se sientan humillados cuando se les recuerde su origen. Cuando se gradúan de nuestras instituciones, los niños han perdido todo lo indígena excepto su sangre”. En el transcurso de un siglo, se estima que 150.000 niños de las Primeras Naciones, Inuit y Métis pasaron por el sistema de escuelas residenciales. El informe de 2015 de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) parece una enciclopedia de sadismo. Establecida en 2008 para registrar la historia y los impactos de las escuelas residenciales, la TRC documentó la muerte de más de 6.000 estudiantes.[36]
Como señala Tyler Shipley:
“El desarrollo de Canadá se ajusta a los patrones predecibles de una colonia de ocupación nacida de la expansión europea entre los siglos XV y XIX. Aunque gradualmente adquirió un carácter exclusivamente canadiense, muchos de los mismos patrones básicos se encuentran en estudios de EEUU o Australia, o en casos más modernos que siguen lógicas similares, desde el apartheid sudafricano hasta la ocupación israelí de Palestina.”[37]
Considerando la catástrofe que afectó a los pueblos indígenas en la Isla Tortuga, el grado en que sus comunidades han sobrevivido y están resurgiendo hoy es un testimonio de sus siglos de resistencia. Sin embargo, esta catástrofe no es algo del pasado. Está plasmada en las políticas estatales desplegadas hoy. Como explica Coulthard:
“Las formaciones coloniales de ocupación son territorialmente adquisitivas a perpetuidad… Sin embargo, en el contexto específico del colonialismo de ocupación canadiense, los medios por los cuales el Estado colonial ha buscado eliminar a los pueblos indígenas para obtener acceso a nuestras tierras y recursos han variado durante los últimos dos siglos. Estos van desde el despojo violento hasta la eliminación legislativa del estatus legal de las Primeras Naciones bajo las disposiciones sexistas y racistas de la Ley relativa a los indígenas, así como la ‘negociación’ de lo que todavía son esencialmente cesiones de tierras bajo la actual política integral de reclamos de tierras. Los fines siempre han sido los mismos: apuntalar el acceso continuo a los territorios de los pueblos indígenas con el propósito de la formación del Estado, el asentamiento y el desarrollo capitalista.”[38]
Las consecuencias del colonialismo
Los pueblos indígenas en lo que hoy se llama Canadá constituyen el 4,5 por ciento de la población total y son lingüística, cultural y geográficamente diversos. El intento del Estado canadiense para erradicar las poblaciones indígenas no es simplemente un fenómeno histórico; es un presente colonial que se manifiesta en una variedad de formas. Esto se puso de manifiesto en el informe de 2018 de la Agencia de Salud Pública del gobierno, Desigualdades clave en salud en Canadá: un retrato nacional.[39] Los hallazgos clave del informe incluyen:
- La esperanza de vida de las personas de las comunidades inuit, de las Primeras Naciones y métis es de 69,7 años, 70,5 años y 74,8 años, respectivamente, en comparación con el promedio nacional de 81,8 años;
- las tasas de mortalidad infantil son de 2 a 4 veces el promedio nacional;
- la tasa de suicidios en las comunidades inuit es 6,5 veces más alta que el promedio nacional, un testimonio de la desesperanza que sienten muchos pueblos indígenas;
- las tasas de artritis, asma, diabetes y discapacidad son significativamente más altas que el promedio nacional, al igual que las tasas de enfermedades infecciosas;
- las reservas de las Primeras Naciones están crónicamente desatendidas por los servicios de salud; y,
- los pueblos indígenas de Canadá experimentan los niveles más altos de pobreza. Alrededor del 25 por ciento vive en la pobreza, incluido un asombroso 40 por ciento de los niños y niñas indígenas.
En 2019, el relator especial de la ONU sobre vivienda adecuada encontró que:
“En Canadá, cerca de la mitad de todas las personas de las Primeras Naciones viven en reservas, y más del 25% de ellas viven en condiciones de hacinamiento, lo que constituye aproximadamente siete veces la proporción de personas no indígenas a nivel nacional. Más de 10.000 hogares en reservas en Canadá no tienen fontanería interior, y el 25 por ciento de las reservas en Canadá tienen sistemas de agua o alcantarillado deficientes. En un país con más agua dulce que ningún otro lugar del mundo, el 75 por ciento de las reservas de Canadá tienen agua contaminada.”[40]
En septiembre de 2020, 63 reservas tenían una directiva de salud pública a largo plazo que establecía que el agua para beber debe hervirse. La falta de agua potable, la escasez crónica de viviendas dignas y el hacinamiento tienen consecuencias nefastas. En una pandemia, son mortales.
Esta masa de estadísticas no alcanza para describir la historia del racismo sistémico profundamente arraigado hacia los pueblos indígenas en todos los aspectos de la sociedad canadiense. La RCMP, fundada para reprimir a la resistencia indígena en las llanuras, continúa su persecución brutal y a menudo es la asesina de los pueblos indígenas. En Saskatchewan, el 62,5 por ciento de las personas que murieron en enfrentamientos con la policía eran indígenas, a pesar de constituir solo el 11 por ciento de la población.[41] De 2017 a junio de 2020, casi el 40 por ciento de las personas asesinadas por la policía eran indígenas. En 2016, los indígenas representaban el 25 por ciento de la población carcelaria masculina nacional y el 35 por ciento de la población carcelaria femenina.[42] Pero va más allá de la policía y las cárceles. El 28 de septiembre de 2020, Joyce Echaquan, una mujer atikamekw de 37 años, transmitió sus últimos momentos desde su cama de hospital en Joliette, Quebec, mientras sufría abusos racistas por parte del personal del hospital. En julio de 2017, Barbara Kentner, una mujer anishinaabe de 34 años, murió a causa de las lesiones sufridas tras ser golpeada por un enganche de remolque lanzado desde un camión que pasaba. Escuchó a su agresor gritar “¡Pillé una!” mientras el camión se alejaba. Este racismo, construido en los cimientos de Canadá, se promueve sistemáticamente desde la cima de la sociedad.
De Idle No More a #ShutDownCanada
En noviembre de 2012, la resistencia a la legislación del primer ministro del Partido Conservador, Stephen Harper, provocó un resurgimiento del activismo indígena. La legislación amenazaba los derechos indígenas de los tratados, al desmantelar las leyes de protección ambiental. La campaña Idle No More (“Se acabó la inactividad”) irrumpió en la escena política, con bailes en círculos de flashmob que ocuparon centros comerciales y edificios gubernamentales, centros de ciudades y carreteras. Surgió en el contexto de una ola global de movimientos de masas que desafiaban el status quo. Janaya Khan, fundadora de Black Lives Matter Toronto, escribe que “Idle No More jugó un papel fundamental en la normalización del lenguaje de la ‘soberanía indígena’ en las culturas de izquierda y del movimiento, la academia y las comunidades no indígenas.”[43] El movimiento surgió en el contexto de las crecientes exigencias de una investigación sobre las mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas; entre 1980 y 2012, las mujeres y niñas indígenas representaban el 16 por ciento de todos los homicidios de mujeres, a pesar de ser solo el 4 por ciento de la población femenina de Canadá.[44] En Saskatchewan, el 55 por ciento de todas las mujeres asesinadas son indígenas. Como señala la abogada y activista Mi’kmaq Pam Palmater, “Las formas insidiosas en las que el racismo y el sexismo se combinan para atacar a las mujeres y niñas indígenas con niveles desproporcionados de abuso, negligencia, explotación, violencia sexual, desapariciones y asesinatos es una crisis nacional que requiere una respuesta de emergencia prioritaria”.[45] Idle No More también surgió cuando la Comisión de la Verdad y la Reconciliación llevó a cabo audiencias en todo el país. Dio forma al terreno en el que se recibieron las conclusiones de la CVR en junio de 2015, cuando una encuesta del Instituto Angus Reid encontró que 7 de cada 10 personas coincidían en que el trato a los niños y niñas indígenas en las escuelas residenciales equivalía a un “genocidio cultural”.[46]
Harper fue derrotado en las elecciones federales de octubre de 2015 y su sucesor, Trudeau, centró su “marca” en la promesa de una nueva relación de nación a nación con los pueblos indígenas, así como en el compromiso de abordar el cambio climático. Tras años de Harper, había una palpable sensación de alivio de que los conservadores que negaban el cambio climático se hubieran ido y de que los días de las políticas asimilacionistas abiertas hubieran terminado. Sin embargo, como escribe el periodista Martin Lukacs:
“La transformación en curso entre el Partido Liberal, las instituciones gubernamentales y el establecimiento en general fue menos un cambio radical que un cambio de forma. Enfrentados a un levantamiento indígena diferente a todo lo anterior en la historia canadiense, estaban preparados para aceptar, e incluso ayudar a construir, un nuevo consenso público: convertir el racismo en un tabú, limpiar nuestras plazas públicas de feos testimonios de nuestro pasado, abrazar el resurgimiento de expresión cultural de los pueblos indígenas y asumir el lenguaje de liberación indígena. Pero dentro de este consenso, había varios grandes innombrables: la tierra, los recursos y el poder, y el compartir cualquiera de ellos.”[47]
La contradicción entre la marca de Trudeau y la realidad del compromiso del capitalismo canadiense con los megaproyectos extractivos pronto fue imposible de ocultar. En una conferencia de energía de 2017 en Houston, Trudeau declaró:
“Ningún país encontraría 173 mil millones de barriles de petróleo en el suelo para simplemente dejarlos allí. Se desarrollará el recurso. Nuestro trabajo es garantizar que esto se haga de manera responsable, segura y sostenible.”[48]
En junio de 2019, el gobierno liberal de Trudeau aprobó una moción no vinculante declarando que Canadá se encuentra en una emergencia climática. Al día siguiente, aprobó el oleoducto de arenas bituminosas Trans Mountain, que había comprado el año anterior por $ 4,5 mil millones de dólares canadienses (que se disparó a $ 16 mil millones en febrero de 2020) y que, si se completa, transportaría 890.000 barriles de petróleo al día desde Alberta a la Columbia Británica. El “oleoducto de Trudeau” atraviesa territorios indígenas no cedidos. Los líderes de las Primeras Naciones han dicho que no se construirá.[49]
Su compromiso declarado de establecer una “nueva relación” con los pueblos indígenas y de cumplir con el objetivo de emisiones de Canadá en virtud del Acuerdo Climático de París está en curso de colisión con su apoyo material para la extracción y comercialización de petróleo de arenas bituminosas.
Caminos de resistencia
La lucha del pueblo de Wet’suwet’en tocó una fuerte cuerda de solidaridad que logró cerrar Canadá, desestabilizando las “condiciones de certeza” exigidas por los inversores. Esta solidaridad no surgió de la nada. Se ha construido a lo largo de los años, y una serie de iniciativas que buscan crear un marco común de luchas en torno a los problemas climáticos, la soberanía indígena y los derechos de los trabajadores lo impulsaron. El Manifiesto Leap, creado por organizaciones indígenas, climáticas, laborales, religiosas y de justicia social, se lanzó en septiembre de 2015, con el objetivo de presionar al reformista Nuevo Partido Demócrata (NDP en sus siglas en inglés) para que adoptase una plataforma audaz para las siguientes elecciones. Decía:
“Partimos de la premisa de que Canadá enfrenta la crisis más profunda de su historia reciente. La Comisión para la Verdad y la Reconciliación ha revelado detalles estremecedores sobre la violencia ejercida durante el pasado reciente de Canadá. La profundización de la pobreza y la desigualdad es una cicatriz visible en el presente del país. Sus antecedentes en materia de cambio climático constituyen un crimen contra el futuro de la humanidad… Los climatólogos nos han advertido que debemos tomar medidas contundentes en esta década para prevenir el catastrófico calentamiento global. No será dando pequeños pasos que llegaremos adonde debemos llegar. Por eso, es necesario dar un salto. Debemos partir del respeto a la titularidad y los derechos inherentes de los cuidadores originarios de esta tierra. Las comunidades indígenas han estado a la vanguardia en la protección de los ríos, las costas, los bosques y las tierras sujetas a actividades industriales sin control. Podemos fortalecer este papel y restablecer nuestra relación mediante la plena implementación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.”[50]
En el verano de 2019, se lanzó el Acuerdo por un Nuevo Pacto Verde, basado en el Manifiesto Leap. Declaró que reducir las emisiones de Canadá a la mitad en 11 años, y garantizar que nadie se quede atrás en esta transición, “significa comenzar con los derechos fundamentales y la soberanía de las comunidades indígenas e implementar la Declaración de la ONU”. El 27 de septiembre, la huelga climática mundial atrajo a 500.000 personas a las calles de Montreal y a 100.000 en Vancouver. Toronto vio la asistencia de 50.000 personas, incluyendo a estudiantes, activistas indígenas, miembros de sindicatos y muchos más. A ellos se unió un contingente de trabajadores automotrices que estaban preocupados por el inminente cierre de la planta de General Motors en Oshawa, Ontario. Estos trabajadores habían desarrollado la campaña Green Jobs Oshawa (GJO, “Trabajos Verdes Oshawa”), que pedía la nacionalización de la planta y su conversión en una fábrica de vehículos eléctricos. Posteriormente, un representante de GJO habló en la huelga climática de noviembre en Toronto, donde las protestas se dirigieron a los patrocinadores financieros del gasoducto Coastal GasLink. Esto construyó conexiones más profundas entre el clima, la justicia social y los activistas indígenas, preparando el terreno para la acción directa del año nuevo. La sensación de las posibilidades que existían iba creciendo a medida que las acciones climáticas se llevaban a cabo en todo el mundo. Sin embargo, a pesar de este amplio apoyo a un Nuevo Pacto Verde, éste resultó demasiado “radical” para el NDP. Nuevas protestas en enero de 2020 contra la inminente invasión del territorio de Wet’suwet’en prepararon el terreno para los bloqueos de febrero.
A principios de marzo de 2020, se desmontaron los últimos bloqueos ferroviarios. Entonces llegó la pandemia del coronavirus. El ferrocarril fue cerrado nuevamente, pero esta vez por la Covid-19. Cuando los gobiernos comenzaron a implementar medidas de apoyo económico, se lanzó la iniciativa #JustRecoveryforAll. Más de 150 organizaciones se adhirieron, exigiendo que los esfuerzos de recuperación apoyasen una transición justa, fortaleciendo la red de seguridad social, “defiendan los derechos indígenas e incluyan la participación plena y efectiva de los pueblos indígenas, de acuerdo con el estándar de consentimiento libre, previo e informado.”[51]
La historia de mentiras y negación del impacto de la colonización en los pueblos indígenas de Canadá ha sido desenmascarada por la resistencia indígena, que ha suscitado la solidaridad de millones de personas no indígenas. El nivel de apoyo a la lucha de Wet’suwet’en muestra el potencial para defender la soberanía indígena y desafiar los megaproyectos de hidrocarburos, pero también para desafiar al capitalismo mismo. Como escribe Glen Coulthard: “Para que las naciones indígenas vivan, el capitalismo debe morir”.[52] Esto se hace eco del activista y erudito métis, Howard Adams, quien escribió en Prison of Grass:
“Es absolutamente imposible para los indios y métis en su condición actual experimentar una liberación real dentro de la sociedad capitalista actual en términos de obtener el control de las reservas y las comunidades, estar libres de discriminación y racismo, obtener el pleno empleo, adquirir un nivel de vida digno, o convertirse en personas libres e iguales. Necesitamos liberarnos de los tribunales, las urnas, el sistema escolar, las iglesias y todas las demás agencias que nos ordenan permanecer en ‘nuestro lugar colonizado’. Esta opresión del pueblo nativo está tan profundamente arraigada en el sistema capitalista que no se puede eliminar por completo sin eliminar al capitalismo mismo.”[53]
El racismo anti-indígena impregna el tejido de la sociedad canadiense y está enredado en el funcionamiento del Estado colonial en su conjunto. Incluso si el Estado canadiense resolviera los reclamos de tierras, detuviera los proyectos de oleoductos y cambiara toda la red energética a fuentes renovables, este racismo no terminaría. La mera existencia de los pueblos indígenas expone el sucio secreto de Canadá: que está construido sobre tierras robadas. La pobreza actual y las espantosas condiciones de vida a las que se enfrentan los pueblos indígenas en uno de los países más ricos del mundo es una reprimenda diaria a las pretensiones de “reconciliación” del Partido Liberal.
Atacar las raíces de la opresión indígena requiere derrocar al capitalismo. Esto desafiaría simultáneamente la base de la destrucción ambiental, la pobreza y la explotación. En medio de las múltiples crisis que se apoderan del mundo y la resistencia que provocan, esta es una cuestión concreta. Las luchas de hoy pueden comenzar a sentar las bases de un movimiento lo suficientemente poderoso como para destrozar todo el sistema.
Una estrategia revolucionaria ha de mirar hacia el poder de las movilizaciones indígenas contra el colonialismo y el racismo, conjuntamente con el poder de la clase trabajadora en general, para acabar con el sistema. La resistencia unida de los pueblos indígenas en todo Canadá destaca las condiciones compartidas creadas por el Estado colonial-capitalista y brinda oportunidades concretas para la solidaridad de la clase trabajadora con los pueblos indígenas. Ha llevado la lucha a la conciencia de millones de personas y ha demostrado que el racismo producido por el sistema puede ser desafiado por la gente indígena y no indígena de manera conjunta.
Zach Wells, un delegado sindical de la red ferroviaria de pasajeros VIA, se pronunció públicamente en apoyo de la lucha de Wet’suwet’en a pesar de los despidos que causó en su industria:
“Quería dejar en claro que la solidaridad no puede limitarse a nuestros compañeros de trabajo. El movimiento obrero se debilita enormemente si no extiende la solidaridad a temas más amplios de justicia social. Tenemos más causas en común con las Primeras Naciones que con el Partido Liberal de Canadá, Canadian National Rail y Coastal GasLink.”[54]
Los trabajadores portuarios de Deltaport estaban poniendo en práctica este punto de vista cuando se negaron a cruzar la línea de piquete y cerraron el puerto, lo que infligió un daño económico real a los patrones. Los sindicalistas también se unieron a los bloqueos de las líneas ferroviarias en todo el país. Estos ejemplos son una muestra de lo que es posible. La gente trabajadora debe ser ganada para la defensa de los derechos de los pueblos indígenas para poder combatir el legado del racismo colonial, y los pueblos indígenas deben ser convencidos del poder de la clase trabajadora para poder derrocar al capitalismo.
Se necesita una estrategia que articule este enfoque para contrarrestar los esfuerzos de la clase dominante para convertir el racismo en un arma contra los pueblos indígenas. Esto significa necesariamente trabajar en la cuestión de la opresión nacional tal como se aplica en Canadá, un país fundado en el despojo de los pueblos indígenas y la conquista de la colonia francesa de Nueva Francia. La idea de que la gente no indígena de la clase trabajadora pueda ser ganada para el reconocimiento político de los derechos nacionales iguales de los pueblos indígenas —sin hablar de ganarla para el derrocamiento revolucionario del capitalismo— a veces puede parecer inverosímil debido al dominio de las actitudes racistas y coloniales. Sin embargo, las tierras indígenas no fueron robadas debido al racismo; más bien, se requería el racismo para el robo de tierras indígenas. Como escribió Chris Harman:
“El racismo no surgió de repente como una ideología completamente formada… La actitud inicial hacia los habitantes nativos de América del Norte tendía a ser que se diferenciaban de los europeos porque enfrentaban diferentes condiciones de vida. De hecho, un problema al que se enfrentaban los gobernadores de Jamestown, Virginia, era que la vida de los indios tenía un atractivo considerable para los colonos blancos y ‘prescribían la pena de muerte por huir a vivir con los indios’.”[55]
A medida que se desarrolló el capitalismo, muchas de las personas que componían la población de colonos fueron expulsadas de sus tierras a través del cercado de los bienes comunes. Como explica Dunbar-Ortiz:
“Las instituciones del colonialismo y los métodos de reubicación, deportación y expropiación de tierras ya se habían practicado, si no perfeccionado, a fines del siglo XV. El surgimiento del Estado moderno en Europa Occidental se basó en la acumulación de riqueza mediante la explotación del trabajo humano y el desplazamiento de millones de productores de subsistencia de sus tierras.”[56]
Ella continúa:
“Cuando se les negó el acceso a los antiguos bienes comunes, los agricultores rurales de subsistencia y sus hijos no tuvieron más remedio que trabajar en las nuevas fábricas de tejidos de lana en condiciones miserables, es decir, cuando pudieran encontrar ese trabajo, ya que el desempleo era alto. Empleada o no, esta población desplazada estaba disponible para servir como colonos en las colonias británicas de América del Norte, muchos de ellos como sirvientes contratados, motivados por la promesa de la tierra. Después de cumplir sus términos de contrato, eran libres de ocupar tierras indígenas y volver a convertirse en agricultores. De esta manera, la mano de obra excedente creó no solo bajos costos laborales y grandes ganancias para los fabricantes de lana, sino también un suministro de colonos para las colonias, que se utilizó como una ‘válvula de escape’ para el país de origen, donde el empobrecimiento podría conducir a levantamientos de los explotados.”[57]
El capitalismo colonial de ocupación sigue basándose en el concepto de “terra nullius”, la idea de que la tierra no tenía dueño antes de la colonización y la doctrina del descubrimiento para justificar su opresión histórica y continua de los pueblos indígenas. Aunque los gobiernos y las corporaciones proclaman sus compromisos con la “reconciliación”, simultáneamente reproducen las estructuras racistas y la ideología que las sustenta. Sin embargo, las luchas conjuntas pueden poner en cuestión la fuerza de estas ideas.[58] Al describir la lucha contra Dakota Access Pipeline en Standing Rock, el académico y activista lakota, Nick Estes, escribe:
“Las élites políticas y los medios corporativos han descrito con frecuencia a los blancos pobres y a los nativos pobres como enemigos irreconciliables, que carecen de puntos en común y compiten por los escasos recursos en las zonas rurales económicamente deprimidas. Sin embargo, la defensa de la tierra, del agua y de los tratados de los pueblos indígenas nos unieron. Aunque no es perfecto, el campamento Oceti Sakowin fue el hogar de muchos durante meses. Y los lazos eran duraderos, a pesar de las horribles historias que iban en su contra.”[59]
Imaginando un mundo más allá del capitalismo
El filósofo canadiense James Tully ha escrito:
“Las prácticas de reconciliación están condenadas al fracaso si intentan cambiar las relaciones entre indígenas y colonos sin desmantelar las brutales relaciones económicas o si intentan cambiar los sistemas económicos globales sin abordar el ejercicio del poder colonial sobre los pueblos indígenas en todo el mundo… Sin embargo, este es, lamentablemente, el enfoque ofrecido en la Columbia Británica y otras partes de Canadá mediante modelos convencionales de reconciliación entre indígenas y colonos, con su imperativo de ‘seguir como de costumbre’ (‘business as usual’).”[60]
Este enfoque ha sido adoptado por todos los principales partidos políticos de Canadá, incluido el socialdemócrata Nuevo Partido Demócrata. El gobierno de derechas de Alberta, el corazón de la industria de las arenas bituminosas, ha invertido miles de millones en el desarrollo de oleoductos a pesar de que la inversión corporativa se agotó con el colapso de los precios del petróleo. Esto incluye 1,5 mil millones, de dólares canadienses, de fondos públicos invertidos en el oleoducto Keystone XL, cuya construcción el presidente de EEUU, Joe Biden, ahora ha cancelado. El primer ministro de Alberta, Jason Kenney, ha introducido leyes que penalizan el bloqueo de la “infraestructura crítica” y ha utilizado las medidas de emergencia la Covid-19 para suspender la legislación laboral y ambiental. Estas inversiones y leyes protegen a las compañías petroleras, las fuerzas de la muerte a escala planetaria. Además, los grupos de extrema derecha amenazan cada vez más a los defensores de la tierra indígenas y a los opositores al oleoducto. Esto se suma a la importancia de fomentar la solidaridad entre la población en general, incluidos los trabajadores. En medio de la pandemia, el gobierno de Alberta lanzó un gran ataque contra los trabajadores de la salud, anunciando la pérdida de 11.000 puestos de trabajo mediante la subcontratación de trabajos de lavandería, servicios alimentarios, limpieza y laboratorio. A pesar de las condiciones de la Covid-19, huelgas salvajes afectaron a 49 lugares de trabajo en 39 ciudades y pueblos el 26 de octubre de 2020. Este es el tipo de acción necesaria para resistir ante los crecientes desastres producidos por el capitalismo.
Es por eso que iniciativas como el Manifesto Leap, el Nuevo Pacto Verde y #JustRecoveryforAll (“Recuperación justa para todos y todas”) son tan esenciales. Vinculan las demandas de autodeterminación indígena con las de una transición justa para las personas trabajadoras. Estas propuestas audaces pueden proporcionar una alternativa a la identificación de la clase trabajadora con el Estado colonial de ocupación, hacia la solidaridad con los pueblos indígenas. Los trabajadores que construyen oleoductos y trabajan en arenas bituminosas y refinerías necesitan una alternativa concreta al callejón sin salida de la producción de combustibles fósiles. Los pueblos indígenas necesitan la solidaridad de la clase trabajadora para ganar sus luchas. Esto contrarresta las falsas dicotomías entre empleo, soberanía indígena y medio ambiente.
Las profundas crisis económicas, ambientales y sociales a las que se enfrenta la humanidad plantean la cuestión de lo que Karl Marx y Frederick Engels describen en el Manifiesto Comunista como una lucha que conduce “a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”. Presentan una visión del socialismo donde la gran mayoría —las y los “productores asociados”— arrebata el control de la sociedad a la clase dominante minoritaria para organizar democrática y cooperativamente la economía para satisfacer las necesidades humanas en lugar de la codicia corporativa.
En Ecología de Marx, John Bellamy Foster escribe:
“El problema más importante ante el que se vería la sociedad constituida por los productores asociados, resaltó Marx una y otra vez en su obra, sería el de afrontar el problema de la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, en las condiciones industriales más avanzadas que imperarían en la víspera de la crisis revolucionaria final de la sociedad capitalista. En este sentido era claramente necesario aprender más acerca de la relación humana con la naturaleza y la subsistencia mediante el desarrollo de formas de propiedad, durante el gran lapso del tiempo antropológico. Marx se remontó en consecuencia, guiado por los preceptos materialistas de su análisis, hasta la consideración de los orígenes de la sociedad humana y de las relaciones humanas con la naturaleza, como medio para concebir el potencial que permitiría trascender de modo más completo la existencia alienada.”[61]
En los últimos años de su vida, Marx se sintió cautivado por el estudio de las sociedades indígenas.[62] En sus Cuadernos etnológicos, estudió detenidamente los escritos del nuevo campo de la antropología, incluidos los de Lewis Henry Morgan. Como escribe Frank Rosemont:
“Página tras página, Marx destaca pasajes tremendamente alejados de lo que generalmente se consideran los ‘temas estándar’ de su trabajo. Así lo encontramos invocando las casas en forma de campana de las tribus costeras de Venezuela; la fabricación de cinturones iroqueses ‘con hilo fino de filamentos de corteza de olmo y tilo’; ‘La leyenda peruana de Manco Cápac y Mama Ocllo, hijos del sol’; costumbres funerarias de la Tuscarora; la creencia de Shawnee en la metempsicosis; ‘Literatura no escrita de mitos, leyendas y tradiciones’; las ‘ciencias incipientes’ de los pueblos indígenas del suroeste; el Popul Vuh, libro sagrado de los antiguos mayas quichés; el uso de púas de puercoespín en ornamentación; Juegos indios y ‘danza como forma de culto’.”[63]
Los Cuadernos Etnológicos revelan su profundo interés por la experiencia concreta de sociedades no distorsionadas por los estragos del capitalismo. Los pueblos indígenas han sufrido de manera más aguda estos estragos. Sin embargo, nunca han dejado de resistir la lógica genocida del sistema y a través de esa resistencia se han aferrado a formas de vida, sistemas de derecho, formas de organización social y culturas que poseen una relación con el mundo natural que contrasta fuertemente con la lógica del capitalismo. Su continuada existencia es un testimonio de luchas de largo recorrido contra los intentos de asimilarlos y erradicarlos. Es importante destacar que hoy en día hay un apoyo mucho más amplio hacia estas luchas.
Continuar construyendo vínculos entre las luchas de los trabajadores en el lugar de trabajo y la resistencia constante de los pueblos indígenas al Estado colonial es crucial para construir un camino hacia adelante para ambos. Están vinculados porque ambos están dirigidos contra el sistema capitalista, lo que sugiere una potencial convergencia revolucionaria que puede derrocar al capitalismo en el contexto de los Estados coloniales de ocupación. Y se multiplican las batallas que señalan la necesidad de este tipo de unidad.
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Notas de pie
[1] Territorio no cedido se refiere a tierras que los pueblos indígenas nunca cedieron legalmente a la Corona británica o a Canadá.
[2] Este artículo está dedicado a la memoria de Philip Murton, un activista socialista y sindical que murió mientras se escribía este artículo. Gracias a Merv King, miembro del Clan Bear de Timiskaming First Nation y activista de United Steelworkers, y a muchos otros por sus comentarios sobre el borrador original. Todos los errores y omisiones son nuestros.
[3] Upchurch, 2020.
[4] Edwards, 2020.
[5] APTN National News, 2020.
[6] Datos de Abacus, 2020.
[7] Dunbar-Ortiz, 2014, p39.
[8] Véase Lukacs, 2020.
[9] Para una visión global de la estructura de gobernanza Wet’suwet’en, ver la web Unist’ot’en Camp: https://unistoten.camp/about/governance-structure
[10] Dillon y Parrish, 2019.
[11] British Columbia Civil Liberties Association, 2020.
[12] Hyslop, 2020.
[13] Rubin, 2020.
[14] Forester, 2020.
[15] Boynton, 2020.
[16] Jacques, 2020.
[17] Borneo Bulletin, 2020.
[18] Reynolds, 2020.
[19] Connolly, 2020.
[20] Scherer y Ljunggren, 2020.
[21] See Unist’ot’en Camp, 2020.
[22] British Columbia Government Employees Union, 2020. Los derechos legales están codificados en la Carta de Derechos y Libertades de Canadá.
[23] CUPE Ontario, 2020.
[24] British Columbia Teachers’ Federation, 2020.
[25] Roth, 2002, p150. La Proclamación Real fue en sí misma en respuesta a la resistencia de la confederación indígena liderada por el jefe de Odawa, Obwandiyag (Pontiac), que tomó brevemente diez puestos militares británicos en el área de los Grandes Lagos en la primavera de 1763.
[26] Roth, 2002, p144.
[27] Lukacs y Pasternak, 2020.
[28] Brown y Bracken, 2020.
[29] Reid, 2010.
[30] Shipley, 2020, p33.
[31] Adams, 1989, p60. Los méti son un pueblo indígena distinto en Canadá y partes de EEUU, originalmente descendientes de mujeres indígenas y comerciantes de pieles europeos.
[32] Hopper, 2018.
[33] Coulthard, 2014, p6. Los dene son un grupo indígena de las regiones árticas y boreales de Canadá.
[34] Un detalle revelador, “estas tropas coloniales compararon activamente a los pueblos indígenas con los irlandeses, y una de ellas declaró ante la estridente risa de sus compañeros que los sioux ‘suenan exactamente como los irlandeses’. Lo siguió con una burla de los dos acentos mezclados. Irlanda, por supuesto, fue uno de los primeros proyectos coloniales de Gran Bretaña, y los irlandeses estaban comprometidos en una lucha muy seria contra el colonialismo británico, que se estaba extendiendo a Canadá”. Shipley, 2020, p53.
[35] Truth and Reconciliation Commission of Canada, 2015, p130.
[36] Truth and Reconciliation Commission of Canada, 2015, p131. Lejos de limitarse a las escuelas residenciales, esta política estuvo vigente a través de la “Sixties Scoop” (“la recogida de los 60”), en la que los niños indígenas fueron separados de sus familias y colocados en hogares de acogida, y continúa en las políticas de bienestar infantil hoy.
[37] Shipley, 2020, p91.
[38] Coulthard, 2014, cap. 4.
[39] Public Health Agency of Canada, 2018.
[40] United Nations General Assembly, 2019.
[41] Palmater, 2020, p76.
[42] Flanagan, 2020.
[43] Khan, 2020, p123.
[44] Shipley, 2020, p84.
[45] Palmater, 2020, p272.
[46] Angus Reid Institute, 2015.
[47] Lukacs, 2019, p137.
[48] Maclean’s, 2017.
[49] Beaumont, 2019.
[50] Ver leapmanifesto.org (versión en castellano). Sobre el movimiento global de pueblos indígenas que llevó a la declaración de la ONU, ver Dunbar-Ortiz, 2016, p84.
[51] Ver justrecoveryforall.ca
[52] Coulthard, 2014, conclusión.
[53] Adams, 1989, p176.
[54] Robidoux, 2020.
[55] Harman, 1999, p253. Para una consideración más completa de los primeros encuentros de colonos y pueblos indígenas en América del Norte, ver Empson, 2014, pp58-81.
[56] Dunbar-Ortiz, 2014, p33.
[57] Dunbar-Ortiz, 2014, p35.
[58] Sobre el marxismo y la cuestión nacional, ver Karl Marx, The Irish Question (en castellano existen, por ejemplo, esta carta y una nota) y Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación. Ver también Crouch, 2003.
[59] Estes, 2019, p7.
[60] Tully, 2020, p402.
[61] Foster, 2004, pp335-336.
[62] Ver Anderson, 2010; también Foster, Clark y Holleman, 2020.
[63] Rosemont, 1989, p205.