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Sadie Robinson

El 25 de abril de 1974 en Portugal estalló una revolución. Cientos de miles de personas se volvieron políticamente activas por primera vez.

Los trabajadores y las trabajadoras se apoderaron de sus fábricas. La gente transformó mansiones en guarderías y centros culturales. Se mudaron a bloques de apartamentos vacíos para escapar de los barrios marginales.

Los carteles adornaban las calles y abundaba la discusión política.

La revolución arrasó con un régimen fascista podrido y puso el socialismo en la agenda de Europa por primera vez en décadas. Su dinámica contiene lecciones valiosas para los revolucionarios de hoy.

En 1974, Portugal era el país más pobre de Europa occidental y su clase dominante estaba sumida en una profunda crisis.

Los levantamientos en sus colonias africanas de Mozambique, Guinea-Bissau y Angola se estaban volviendo demasiado difíciles de manejar, incluso con el ejército de 200.000 hombres que absorbía la mitad del presupuesto estatal.

Gran parte de la clase dominante pensó que las colonias no valían la pena.

Un régimen fascista llevaba gobernando desde 1932, bajo Antonio Salazar y su sucesor Marcelo Caetano, con la ayuda del respaldo internacional, particularmente de Gran Bretaña.

Un régimen que abrió Portugal a inversores extranjeros deseosos de aprovecharse de la mano de obra barata y bien vigilada. Pero la economía de Portugal permanecía atrasada y su producción económica per cápita era baja en comparación con otros países europeos.

El descontento creció especialmente en el ejército. Un grupo de 400 oficiales, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), derrocó a Caetano el 25 de abril de 1974.

A pesar de los llamamientos del MFA para que se quedaran en sus hogares, miles de ciudadanos salieron a las calles. Los soldados pusieron claveles rojos en sus armas para mostrar su apoyo.

Incruento

El golpe fue incruento y terminó en horas. Estaba respaldado por los mayores monopolios de Portugal, CUF y Champalimaud, que esperaban una reestructuración de la economía.

El MFA no quería gobernar Portugal y pidió a una junta encabezada por el general Spinola que hiciera el trabajo en su lugar.

Spinola era un admirador de Hitler con una reputación sangrienta como gobernador y comandante en jefe en Guinea-Bissau. No participó en el golpe de Estado contra Caetano.

Sin embargo, el golpe desató una ola de luchas de la clase trabajadora.

Caetano había confiado en la odiada policía secreta de la PIDE y en el terror que inspiraban. Pero ese miedo estaba dando paso a la ira. Entonces, cuando Spinola frenó al PIDE para disminuir la influencia de los partidarios del antiguo régimen, animó a los trabajadores y les dio un nuevo espacio para organizarse.

Como dijo un trabajador de Plessey, bajo el fascismo: “No tienes información sobre lo que está sucediendo en otras fábricas o en el mundo en general. No se puede hablar libremente. No se tiene derecho a celebrar reuniones. No existen los sindicatos. Hay espías por todas partes”.

El gobierno se vio obligado a abolir la PIDE por completo debido a la presión masiva desde abajo.

Los trabajadores no se detuvieron ahí. Se propusieron “limpiar” a los fascistas y a los elementos del antiguo régimen del control de los lugares de trabajo y otras posiciones de la sociedad.

También hicieron huelga por mejores salarios y condiciones laborales. En las fábricas de todo el país, los trabajadores eligieron comités para liderar las luchas.

Algunos comenzaron a producir periódicos y boletines de base.

Durante mayo de 1974, más de 200.000 trabajadores estuvieron en huelga en industrias clave como la construcción naval, las textiles, la electrónica, la hostelería y la banca.

Alrededor de 1.600 mineros de Panasqueira se declararon en huelga el 13 de mayo. Exigieron un salario mínimo mensual, un bono anual de un mes de salario, atención médica gratuita, la depuración de todos los vinculados al régimen anterior y un mes de vacaciones.

En siete días ganaron todas sus demandas.

La escalada de la actividad de los trabajadores aterrorizó a la clase dominante. Pasaron de celebrar la “libertad” a advertir sobre la necesidad de proteger la “democracia”. Con esto se referían al capitalismo.

La derecha intentó dos veces llevar a cabo un golpe, primero en septiembre de 1974 y luego en marzo de 1975. Ambos fracasaron miserablemente.

En septiembre de 1974, Spinola pidió a la “mayoría silenciosa” que se uniera a una manifestación de oposición a la izquierda. Estaba prevista para el 28 de septiembre. Pero los trabajadores se organizaron contra la manifestación y ésta nunca se llevó a cabo.

Barricadas

En cambio, una protesta de la izquierda de al menos 40.000 personas se reunió en el centro de la capital, Lisboa, y los soldados desafiaron las órdenes de eliminar las barricadas y se unieron a ellas.

Los jefes también utilizaron el chantaje económico, sacando dinero de Portugal y trasladando la producción a otros lugares.

Creció una campaña masiva contra los despidos. Los trabajadores y las trabajadoras se apoderaron de las fábricas y sus comités las dirigieron.

Un trabajador de la fábrica de muebles Nefil dijo: “No nos hacemos ilusiones en la gestión de los trabajadores bajo el capitalismo. Lo estamos utilizando como arma, como solución de emergencia. Estamos pensando en exigirle al gobierno que nacionalice la empresa, bajo el control de los trabajadores. No queremos una nacionalización falsa que solo ayude a los patrones”.

El Partido Comunista (PC) creció rápidamente. Tal era su respeto entre la clase trabajadora que el primer gobierno de Spinola tuvo que incluir a dos miembros del PC.

Pero el PC empujó a los trabajadores y a las trabajadoras a actuar a favor del “interés nacional”. Esto significó capitular ante las necesidades de los patrones.

El secretario general y ministro del PC, Álvaro Cunhal, dijo que los trabajadores no estaban preparados para el socialismo y llamó a algunas huelgas “contrarrevolucionarias”.

Una nueva ley limitó el derecho de huelga de los trabajadores y trabajadoras. El PC se alejó de una demanda anterior de salario mínimo mensual de 110€, y la declaró “poco realista”.

Muchos trabajadores ignoraron las prohibiciones del PC a las protestas y siguieron adelante con las huelgas a pesar de sus denuncias.

Los trabajadores de la aerolínea nacional portuguesa TAP publicaron un folleto en agosto de 1974 argumentando: “Este gobierno no está de nuestro lado. Es un gobierno que se pone del lado de los patrones. Para nosotros los trabajadores hay despidos, aumento del costo de la vida, represión. Para los patrones, mano libre para explotarnos mejor”.

El Partido Socialista, formado en 1973, logró avances cuando los trabajadores perdieron la paciencia con el PC y, a veces, parecía ser más de izquierdas. Pero era otro partido reformista y no los llevó a ninguna parte.

Inexperiencia

Hubo intentos de construir una organización revolucionaria en la clase trabajadora, como el Partido Revolucionario Proletario y sus Brigadas Revolucionarias.

Pero era pequeño y tendía a centrarse demasiado en las batallas armadas en lugar de en las luchas diarias de los trabajadores.

La clase trabajadora logró muchas cosas maravillosas por iniciativa propia y aprendieron de la lucha. Pero no había un liderazgo efectivo que pudiera hacer avanzar decisivamente la revolución. Esto condujo a una confusión política. Muchos trabajadores tendían a ver al ejército de su lado.

En julio de 1974, el gobierno estableció el COPCON, una nueva fuerza especial del ejército que se esperaba que se ocupase de la lucha de los trabajadores, ya que no se podía depender de los soldados para hacerlo. Pero se negó a actuar contra los trabajadores la mayor parte del tiempo.

Por tanto, una gran parte de la clase trabajadora no vió la necesidad de crear sus propias organizaciones, como consejos de trabajadores. Su inexperiencia los empujó a buscar a otros para actuar en su nombre.

Durante meses, la clase dominante fue incapaz de frenar la resistencia de los trabajadores. Pero los éstos no hicieron ningún movimiento para tomar el control, dejando a los patrones libres para preparar su ataque contra ellos.

El 24 de noviembre de 1975, el Consejo de las Fuerzas Armadas reemplazó al jefe de la región militar de Lisboa, miembro destacado del MFA, Otelo de Carvalho. Querían poner a alguien en el cargo que hiciera frente a los trabajadores.

Carvalho no creía que pudiera oponerse a la medida. Pero un grupo de oficiales no estuvo de acuerdo con él. Por la mañana, paracaidistas, se habían apoderado de cinco bases. El gobierno envió unidades del ejército. Aislados, los paracaidistas se rindieron sin luchar.

Las Brigadas Revolucionarias llamaron a la oposición. Pero como explicó un revolucionario portugués, no hubo “coordinación” en la izquierda.

El socialista revolucionario Chris Harman dijo que la izquierda había sido desarmada “porque los trabajadores esperaban que las fuerzas armadas actuaran por ellos, y dentro de las fuerzas armadas los soldados rasos esperaban a que los oficiales progresistas los  dirigieran”.

No había vuelta atrás al régimen de Caetano. Las colonias obtuvieron su independencia y la clase dominante puso sus esperanzas en una democracia parlamentaria que pudiera desarrollar la economía e integrarse más en Europa.

Pero mucho después de que los patrones portugueses pudieron retomar el control, el recuerdo de 1974-5 continúa atormentándolos e inspirando a los trabajadores. Por un momento se abrió la posibilidad de ir mucho más lejos.


Este artículo apareció en Socialist Worker, la publicación hermana de Marx21 en Gran Bretaña.