Marie Fauré y Nikos Lountos
En muchos países de Europa y más allá, el mundo de la cultura es uno de los sectores más tocados por las consecuencias de la pandemia y de las restricciones sanitarias.
Grecia
Los trabajadores y trabajadoras del sector del arte están en la vanguardia de la resistencia contra el gobierno de derechas en Grecia. Huelgas, manifestaciones masivas a pesar de las prohibiciones y la represión, ocupaciones de teatros y una ola de nuevas afiliaciones al sindicato. Se trata de un sector sinónimo de precariedad y las prohibiciones por la pandemia lo han hecho todo peor. El gobierno llenó los bolsillos de los propietarios de medios de comunicación con dinero, se lo dio todo a la sanidad privada y aceptó todas las presiones de las grandes cadenas de supermercados.
Mientras, el arte quedó relegado. Con los teatros cerrados, los bares cerrados, los conciertos prohibidos, miles de trabajadores y trabajadoras se quedaron sin ingresos y sin ayuda ninguna. Así que los actores y actrices, los músicos y músicas y otros trabajadores del arte fueron entre los primeros que rompieron las prohibiciones represivas contra las manifestaciones que había impuesto el gobierno.
Pero, en febrero de este año vino un detonante inesperado. Empezando con la valentía de una atleta que habló de abusos y violaciones en el ámbito del deporte, estalló lo que se llamó el #ΜeToo griego.
Muy rápidamente, actrices y actores sacaron a la luz casos de machismo, de abusos, de violencia en el sector del arte. En la mayoría de los casos, los propietarios de los teatros —o, bajo la protección de actores más “destacados”— habían sido los que durante décadas habían creado un ambiente de violencia machista con muchas víctimas.
El hilo de las revelaciones llegó muy rápidamente al director del teatro nacional de Atenas, un hombre nombrado a dedo por el gobierno de derechas. A este violador en serie, organizador de una red de violaciones, abusos y otros crímenes especialmente contra menores, lo había elegido el primer ministro personalmente para simbolizar la reconquista del sector del arte por parte de la derecha. Una de sus primeras acciones fue dar el nombre de una actriz de los años 40 —colaboradora de la ocupación nazi— a una sala central de Atenas. El escándalo llegó a sacudir el gobierno. Pero a la vez llevó a una generación nueva a afiliarse al sindicato de actores y actrices, que se mostró como la forma organizada y colectiva para resistirse contra la violencia, el machismo, la patronal y el gobierno.
Esta ola de radicalización y organización se ha plasmado en la participación de las artistas en manifestaciones conjuntas con otros sectores y movimientos, desde el 8 de marzo hasta manifestaciones antirracistas, y a huelgas en común con los trabajadores de la sanidad. Últimamente han empezado iniciativas de ocupar teatros que están inactivos y de transformarlos en espacios de arte de lucha y de coordinación con otros trabajadores en acción.
Francia
En Francia, la situación general del sector cultural es más o menos la misma que en Grecia, con la imposibilidad de trabajar, por culpa del cierre de los teatros y salas de espectáculos desde marzo de 2020, que se añade a la condición ya muy precaria de los trabajadores y trabajadoras del mundo de la cultura, precariedad que está a punto de ser amplificada por una reforma muy dura del seguro de desempleo, tocando especialmente a las personas con contratos de duración limitada.
El gobierno, que había acordado dar ayuda a los trabajadores y trabajadoras de la cultura, llamándolo “año blanco”, para 2020, se niega a alargarlo a 2021, cuando queda claro que la situación no está mejorando.
Ante la falta de respeto de los políticos de cara a la cultura, sus trabajadores y trabajadoras precario(e)s decidieron el 4 de marzo pasado ocupar los teatros del país para pedir no solo medidas de ayuda para ellos mismos, sino también que se tumbe la reforma del paro y que se defiendan los servicios públicos y los derechos sociales del pueblo. Los teatros ocupados se han convertido en un mes y medio de ocupación en espacios autogestionados abiertos a todas las luchas populares y implicados socialmente en sus barrios, haciendo un llamamiento a ocupar más puestos de trabajo y organizando debates, charlas y espectáculos en las plazas frente a los teatros y en las redes.
La movilización de y para la cultura no se detiene en los 100 teatros ocupados. Los actores de cine por ejemplo aprovecharon la ceremonia de los Césares, la versión francesa de los Goyas, para reivindicar la apertura de los lugares de espectáculo y cines y acusó al gobierno de querer matar la cultura para hacer desaparecer un espacio tradicionalmente reivindicativo, tal como lo hicieron con las universidades.
El artista HK, famoso por su implicación en los movimientos sociales como los chalecos amarillos, está en el origen del movimiento “Danser encore” (seguir bailando), que quiere volver a poner en la calle la música y cualquier expresión artística. Esta iniciativa se ha extendido muy rápidamente con acciones espontáneas cada fin de semana en muchas ciudades, plazas y lugares del país, como una forma de resistencia ante las graves restricciones de libertad que estamos viviendo.
Ante esta movilización cada vez más popular, varias regiones, con la excusa de las medidas sanitarias, han decidido prohibir la música amplificada en la calle, esperando por un lado limitar el impacto de las manifestaciones que se siguen organizando contra los ataques brutales del gobierno y, por el otro, ahogar esta nueva forma de contestación que son las acciones artísticas en la calle.
Con estos dos ejemplos, queda claro la importancia de tener espacios culturales, de reflexión y de debates organizados y abiertos a todas las luchas populares y contra las opresiones, y la necesidad de volver a ocupar la calle, cuando los gobiernos capitalistas querrían encerrarnos callados en casa aprovechándose de la situación de pandemia.