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Xoán Vázquez

Actualmente en EEUU solo el 57% de las personas en edad laboral tiene trabajo. Millones de trabajadores comprueban como los empresarios se aprovechan de la crisis para recortar salarios, horas de trabajo o directamente despedirlos.

Durante la primera semana de enero las peticiones de subsidio por desempleo alcanzaron la cifra de 965.000; una cifra importante pero lejos de los 6 millones de despidos semanales entre finales de marzo y principios de abril de 2020.

Una opinión muy extendida en la izquierda europea es que, con raras excepciones, la clase trabajadora en EEUU ha permanecido como un espectador pasivo y sus sindicatos se han mantenido al margen de cualquier confrontación importante. Esto es cierto solo en parte.

Entre finales de los años 40 y comienzos de los 80 el promedio anual de huelgas “importantes” era de 300. A partir de 1980 este promedio ha ido cayendo hasta descender, en el periodo 2010 a 2017, a 10. Algunas de las huelgas, en ese largo periodo de apatía social que comienza en los 80, tuvieron un enorme impacto como la huelga de UPS de 1997 secundada por más de 200.000 trabajador@s; la de docentes de Chicago de 2012, con 25.000 profesor@s en huelga y la de más de 12.000 guionistas durante 100 días en 2007-2008.

Las huelgas regresan con fuerza

El año 2018 estuvo marcado por un resurgir de la actividad huelguística.

Todo comenzó con la ya histórica huelga de docentes en el estado de Virginia Occidental en la que fueron a la huelga 34 mil trabajadoras y trabajadores del sector educativo en todo el estado, afectando a la totalidad de las escuelas públicas.

El movimiento se extendió como un reguero de pólvora por otros estados: Oklahoma, Kentucky, Arizona…

Aparte del hecho de haber sido una huelga ilegal y de conseguir la victoria laboral más importante desde la década de los 70, esta huelga tuvo la peculiaridad de estallar en un periodo de derrotas de los trabajadores y unos niveles bajos de sindicación. De hecho, se planteó como un desafío de l@s trabajador@s a los sindicatos del sector educativo.

Curiosamente este bajo nivel de sindicación alcanzó un mínimo histórico en 2019, coincidiendo con los 40 días de huelga en General Motors. Según un informe de la Oficina de relaciones laborales, la afiliación sindical era de sólo el 10,3 por ciento de la fuerza laboral: 14,6 millones de trabajadores. En este punto es preciso matizar que en el sector público la sindicación rondaba el 34% (sobre todo policías, guardias de prisiones…) frente a un reducido 6,2 por ciento en el sector privado.

Este bajo nivel de sindicación contrasta con las cifras de participación en huelgas que tanto en 2018 como en 2019 desarrollaron casi medio millón de trabajador@s, los niveles más altos desde mediados de los 80. Cifras importantes sobre todo si se comparan con un promedio anual de poco más de 75.000 trabajador@s en huelga en el período 2007-2017.

Rebelión

En EEUU la pandemia de la Covid-19 y su mayor incidencia en los sectores más pobres, racializados y precarizados ha producido más de 800 conflictos laborales relacionados con las medidas de seguridad frente a la pandemia, bajas laborales o despidos.

Conflictos impulsados, en su mayor parte, sin participación de las estructuras sindicales, pues los grandes sindicatos, como United Auto Workers (UAW) o los Teamsters, y la propia central, la AFL-CIO, carecieron de una actitud de liderazgo y mostraron su inutilidad en esta crisis sanitaria, limitando su actividad a meras declaraciones.

A los efectos de la pandemia vino a sumarse el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 que significó no sólo el relanzamiento de Black Lives Matter (BLM) sino también el inicio de un auténtico proceso de rebelión y, lo que es más significativo, la incorporación de las huelgas y luchas obreras en ese proceso de rebelión.

Según varias encuestas citadas por el New York Times, entre 15 y 26 millones de estadounidenses han participado de las movilizaciones del BLM, a lo largo de 2.500 ciudades y pueblos. En un solo día, el 6 de junio, hubo acciones de lucha en 550 poblaciones.

Las acciones de solidaridad de los trabajadores acompañaron durante todo el año las manifestaciones contra el racismo. Así pudimos ver como l@s trabajador@s de Starbucks se presentaban a trabajar luciendo insignias del BLM; la convocatoria el 1 de mayo de una ola de huelgas de trabajador@s de algunas de las corporaciones más grandes de Estados Unidos como Amazon, Whole Foods, FedEx o Walmart y en junio el primer paro de trabajadores portuarios en ambas costas del país.

Por último, destacar que este nuevo ciclo de agitación se caracteriza por englobar una variedad de causas entrelazadas (racismo, género, desigualdades económicas…) y, sobre todo, por una tendencia de la clase trabajadora a confluir en esas luchas.