Rob Ferguson

Ésta es la transcripción de la ponencia que dio Rob en la charla de Marx21, “Antisemitismo, sionismo y la izquierda”, el 12 de febrero de 2021. Las otras ponentes fueron Daniela Rosenfeld, directora del Festival de Cine Judío de Barcelona, y Naama Fanjoun, activista israelí en solidaridad con Palestina.

Hoy hace un mes, la organización israelí de derechos humanos, B’Tselem, declaró a Israel un régimen de apartheid. “Toda el área entre el mar Mediterráneo y el río Jordán está organizada bajo un solo principio: avanzar y consolidar la supremacía de un grupo, los judíos, sobre otro, los palestinos”.

Esto debería ser una especie de bola de demolición para los apologistas de Israel.

Sin embargo, la publicación del informe B’Tselem destaca una paradoja. Las actitudes hacia Israel son muy diferentes hoy a las de hace 50 o incluso 20 años. El espejismo de Israel como refugio de democracia o valores socialistas colectivos se ha desvanecido.

Sin embargo, la supresión del debate sobre Israel y el ataque a la izquierda pro Palestina nunca ha sido más intenso. La cruel campaña contra Jeremy Corbyn y el proyecto de la izquierda laborista en Gran Bretaña es un buen ejemplo.

El nuevo antisemitismo

Desde principios de la década del 2000, hemos visto una importante ofensiva ideológica en Europa y América del Norte. Cada vez más, toma formas institucionales, incluso jurídicas, haciendo uso de la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA).

La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) y los críticos de Israel han sido atacados; en las universidades, los académicos se enfrentan a la victimización y las reuniones sobre Palestina o el sionismo están prohibidas; en Alemania y Austria, las legislaturas han aprobado resoluciones condenando el BDS como antisemita y las instituciones culturales han prohibido a los artistas que la defienden. En el Reino Unido, el gobierno exige que las universidades adopten la definición de la IHRA. En EEUU, los departamentos universitarios se ven amenazados con el retiro de fondos federales; en Francia, las manifestaciones pro Palestina han quedado sujetas a prohibiciones y Macron ha declarado que el antisionismo es antisemita.

La narrativa de un “nuevo antisemitismo” tiene sus orígenes en las secuelas de las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973. Su tesis central era que la oposición al Estado de Israel, desde la izquierda antiimperialista, el movimiento del poder negro, el movimiento de liberación palestino y los regímenes nacionalistas árabes constituyeron una nueva forma de antisemitismo: igual, si no mayor, que la amenaza de la derecha.

En el libro The New Antisemitism, publicado en 1974, los autores, Arnold Forster y Benjamin Epstein, escribieron: “En su asalto al derecho de Israel a existir, la izquierda radical se involucra en lo que es quizás el antisemitismo más extremo”.

Igual que hoy, la izquierda fue acusada de “excepcionalismo” al criticar a Israel y supuestamente no a otros Estados. Cualquier crítica legítima se relacionó con invocar estereotipos antisemitas; se denunció al antisionismo como antisemita y una negación del derecho de los judíos a la autodeterminación.

El contexto actual

Sin embargo, a pesar de estas similitudes, la narrativa del “nuevo antisemitismo” hoy tiene proporciones completamente diferentes. Los escritos sobre “el nuevo antisemitismo” de los años 60 y 70 cabrían en mi escritorio. Hoy en día, una biblioteca entera no sería suficiente.

A principios de la década del 2000, se iniciaron crisis profundas en todo el sistema mundial y, en particular, en Oriente Medio. La segunda intifada fue seguida por el ataque a las torres gemelas; las desastrosas intervenciones militares en Afganistán e Irak; la victoria de Hamas en las elecciones de 2006 y sobre todo las revoluciones árabes de 2011. Mientras, llegó el colapso financiero de 2008, el ascenso de la izquierda radical y los movimientos de masas contra la austeridad, el racismo y el cambio climático. Nuestros gobernantes se enfrentaron a una crisis del imperialismo y a una crisis sistémica del orden neoliberal.

Es en este contexto que debemos entender la narrativa del “nuevo antisemitismo”. Por un lado, es una defensa de una fortaleza vital del imperialismo en Oriente Medio. Pero el ataque es mucho más amplio: desde su inicio, la narrativa fue inseparable del ataque a las comunidades musulmanas, la izquierda, los movimientos sociales y el movimiento antiguerra.

Es importante que la izquierda entienda esto. Uno debe conocer a su enemigo si va a luchar contra él.

La extrema derecha y el antisemitismo

Sin embargo, la misma crisis que avivó el crecimiento de la izquierda vio un auge paralelo de la extrema derecha y el fascismo. Subieron con la marea de la islamofobia patrocinada por el Estado, los ataques a migrantes y refugiados y la rabia alimentada por la crisis económica.

Con él hemos visto el regreso del antisemitismo como arma ideológica de reacción. El ataque de la extrema derecha culpa a los “globalistas” y a los “intereses especiales” —un código antisemita dirigido a sus bases— de destruir industrias y empleos. En Hungría, el primer ministro Orban llevó a cabo una campaña electoral presidencial abiertamente antisemita, centrada en el financiero y filántropo judío, George Soros, a quien retrató como patrocinador de una invasión musulmana para socavar la Europa cristiana y promover una ideología de género ajena. Este ha sido un tema a nivel internacional de la extrema derecha y los conspiranoicos de QAnon. Trump promovió fuertemente el mismo mensaje antisemita en sus discursos y transmisiones electorales.

Es importante comprender esta dinámica. La extrema derecha se hace pasar por “antisistema”. Necesitan aprovechar la rabia de su base social ante la crisis y diferenciarse del centro neoliberal, haciéndose pasar por anti-élite global. El antisemitismo sirve como una falsa ideología antisistema que no solo convierte a los judíos en chivos expiatorios, sino que también sirve como explicación de las crisis que parecen a la vez malignas e inexplicables.

De modo que “el judío” emerge como la “mano oculta” detrás de cada aflicción: la crisis financiera, la humillación nacional, el “virus” gitano y los “invasores” refugiados.

Para los fascistas, la noción de una conspiración judía mundial tiene otra característica específica. Sirve para movilizar al núcleo duro neonazi y apuntala el uso de la fuerza masiva y la violencia extrema para superar el poder oculto de sus enemigos.

Finalmente, el antisemitismo actúa para convertir cualquier forma de racismo y prejuicio en arma. Migrantes, musulmanes, personas LGBTQ… serían instrumentos de una vasta conspiración que a su vez debe ser destruida.

Por tanto, la lucha contra el antisemitismo no puede ser solo un lema para la izquierda: debe formar parte de nuestra lucha real.

El sionismo y la izquierda

No tengo espacio aquí para hablar de Israel y Palestina, y creo que se ha tratado esto en otras reuniones. Quiero centrarme brevemente en el sionismo como ideología política y en su apoyo.

El sionismo surgió como una ideología política en respuesta al antisemitismo moderno a finales del siglo XIX, cuando la promesa de emancipación se hundió en la ola de reacción tras el fracaso de las revoluciones burguesas de 1848.

A partir de esa experiencia, los sionistas llegaron a la conclusión de que la emancipación judía estaba realmente fuera de su alcance y que solo podría cumplirse con la fundación de un estado judío.

Hubo muchos judíos opuestos al sionismo. Un sector de la izquierda judía, atraído por el sionismo, concibió un proyecto “sionista socialista”. Mi padre era uno de un creciente número de judíos que fueron a Palestina en la década de 1930. Se veía a sí mismo como un “sionista socialista”. Incluso se unió a la milicia sionista, la Haganah. Sin embargo, allá tuvo que elegir, entre su socialismo y su sionismo.

Esto deriva de la propia naturaleza del proyecto sionista. Sean cuales sean las intenciones de quienes se sienten atraídos por el sionismo, en la práctica es un proyecto colonial. Solo puede existir como tal. La supuesta solución de dos estados se basa en última instancia en la noción de “separados pero iguales”, el fundamento ideológico que sustenta el apartheid y las leyes racistas del sur de EEUU.

Por eso, como socialistas y marxistas, debemos abogar por una solución de un solo estado, un estado socialista democrático, basado en el derecho palestino al retorno y en el que los árabes palestinos y los judíos palestinos puedan vivir juntos en igualdad. Se nos acusa de ingenuidad, que tal estado desafía la experiencia histórica y la hostilidad innata de los árabes hacia los judíos, y la hostilidad entre judíos y palestinos.

Pero la hostilidad no es innata. Es producto del colonialismo e imperialismo de los colonos. Lo ingenuo es pensar que algún día puede haber paz, un final a la guerra en la región, o un final de las dictaduras, sin una Palestina libre.

Sin embargo, a pesar de la ofensiva actual, la ideología sionista tiene un talón de Aquiles. La hegemonía del sionismo entre la mayoría de los judíos de la diáspora, y de hecho de la izquierda no judía, no se basa en apoyar la opresión de los palestinos o el apartheid. Se basa en la creencia en la legitimidad del Estado judío como refugio de último recurso.

Es una grieta que la izquierda puede abrir. Igual que la crisis abre el camino a la extrema derecha y el resurgimiento del antisemitismo, también plantea la cuestión de cómo luchar contra ellos. Esa es una cuestión que la izquierda puede resolver en una lucha real, si hay claridad política. Creo que esto se puede ver en EEUU, donde se han abierto una división en la comunidad judía, particularmente entre los judíos jóvenes, furiosos y desilusionados por la alineación del liderazgo sionista con Trump y Netanyahu y sus ataques a la izquierda.

¿Cómo debería responder la izquierda?

  1. Primero debemos izar la bandera de la solidaridad con Palestina. Hacer campaña por el boicot, la desinversión y las sanciones y el derecho del pueblo palestino a regresar a Palestina.
  2. Tenemos que rechazar la fusión de la identidad judía con el sionismo, o la idea de que es antisemita criticar a Israel. Tenemos que oponernos a cualquier intento de imponer la definición de la IHRA.
  3. El antisemitismo es una ideología reaccionaria. Como todas las formas de racismo y prejuicio, puede impregnar a la izquierda. Siempre que lo haga, debe ser impugnado y sin cuartel.

Pero la afirmación de que el antisemitismo tiene un hogar natural en la izquierda es falsa. No es un prejuicio flotante. Es una ideología reaccionaria que sirve para socavar las luchas de los oprimidos y arma a nuestros enemigos más peligrosos.

  1. También debemos situar nuestra oposición al sionismo dentro de un marco más amplio de política socialista, antirracista y antiimperialista. La amenaza de los movimientos fascistas y de extrema derecha es real, se alimenta de la crisis del sistema y del colapso político. Tenemos que unir a todos aquellos en el Reino Unido, EEUU o el Estado español que se enfrentan a un enemigo común. Eso significa que tenemos que construir amplios movimientos de masa antirracistas y antifascistas sobre un principio: “¿Estás en contra del fascismo, el racismo y la extrema derecha?”

Como socialistas dentro de tal movimiento, podemos comenzar a demostrar que solo hay un santuario contra el antisemitismo: la unidad conjunta de toda la gente oprimida.

  1. Finalmente, tenemos que construir un polo revolucionario que pueda ayudar a orientar las luchas de masas contra el sistema —del Black Lives Matter, contra la austeridad y la guerra, el cambio climático y el terrible costo de la pandemia. El reformismo de izquierdas está en crisis. Syriza, Podemos, Corbyn, todos han caído ante el desafío del Estado. No es a través de elecciones, sino a través de los movimientos de masas que se logran las victorias, y en esas batallas, debemos construir una alternativa revolucionaria, que pueda luchar por una sociedad libre de explotación, guerra imperialista, racismo y opresión… y por una Palestina libre.