Nikos Lountos
Si no eres anticapitalista, lo serás cuando entiendas lo que sucedió en Texas a mediados de febrero.
En primer lugar, se asumieron las temperaturas más bajas de la historia registradas, nevadas y hielo, producto del cambio climático. Pero esta helada inesperada fue suficiente para poner fuera de servicio toda la red eléctrica estatal. Más de cuatro millones de personas se quedaron sin electricidad y, como resultado, en muchos casos sin calefacción y sin agua durante días. En una crisis pandémica (que en Estados Unidos ha costado la vida a medio millón de personas) se suman más personas muertas por la desintegración de los servicios. Las personas cuyas vidas dependen de máquinas médicas (oxígeno, diálisis, etc.) tuvieron que esperar a ser transportadas a hospitales por los primeros auxilios, hospitales que a menudo funcionaban con pocos generadores.
Los más pobres tuvieron que quedarse encerrados en sus casas, sin trabajo, sin acceso a alimentos, ni siquiera un teléfono. Los familiares que vivían separados tenían que apiñarse en la misma casa, para que los ancianos y los más débiles no corrieran peligro. Las familias con niños pequeños llegaron a quemar no solo los muebles sino también los cuadros en la chimenea para no congelarse. “Fue el peor momento de debilidad para mí como madre el ver a mis dos hijos, de 4 y 7 años, mirar a su papá y mamá hacer estas cosas inexplicables”, dice una mujer. Otra mujer vio a su pareja quedarse sin batería en la máquina de oxígeno, llamaba a la compañía eléctrica y nadie respondía. Tuvo que llamar a los primeros auxilios que llegaron “con linternas y se llevaron a mi pareja en silla de ruedas. Finalmente fue llevado a un hospital donde se cargó su batería. Estoy enojada con todo esto. Al menos yo tengo a alguien que me ayuda pero hay gente que no tiene a nadie. Nadie pensó en las personas con discapacidades”.
Las medidas sanitarias para el coronavirus las pasaron por alto. En los hospitales la desintegración llegó a niveles que suelen denominarse “tercermundistas”. Las enfermeras informan de que se les indicó que limpiaran los inodoros a mano después de cada visita de un paciente, ya que las cisternas no funcionaban y que arrojaran las heces en bolsas de basura y después las tiraran a los residuos hospitalarios. Justo lo que indican las normas de higiene para la pandemia.
Mercado
Pero el hecho de que todo esto esté sucediendo en Texas es aún más indignante. No solo porque está en el país más rico del mundo, sino porque está en un estado lleno de petróleo, es decir, energía suficiente para abastecer no a una sino a múltiples redes eléctricas. Pero ese es exactamente el problema. No es coincidencia que ocurriera en Texas.
Precisamente por ser el centro petrolero del país, es también un lugar donde se han implementado todas las posibles liberalizaciones de mercado para atraer a empresas y capitales. El resultado es que la red funciona más o menos como una lotería, donde los precios suben y bajan según la demanda (como las subastas en el Estado español, pero aún más extremo), y los especuladores compran y almacenan “electricidad” como estraperlistas para venderla cuando la mayoría de la gente la necesita. Las distintas multinacionales pueden producir su propia electricidad e incluso vender el “exceso” a la red. Pero cuando llegan los tiempos difíciles, nadie se preocupa por la “red” sino solo por sus beneficios.
Al igual que Ted Cruz, el amante del petróleo, el senador republicano por Texas, quien apenas había pronosticado el mal tiempo, se subió en un avión y se fue de vacaciones con sus hijas a Cancún. Regresó un día después, avergonzado por la reacción del público, pero delante de su casa no lo esperaba solo su mayordomo, sino también los manifestantes que la habían rodeado exigiendo su renuncia.