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Alex Callinicos

Gane o pierda, Donald Trump ha cambiado la política de Estados Unidos. La opinión liberal de todo el mundo menospreció su victoria, en noviembre de 2016, como un robo hecho posible gracias a la intromisión rusa.

Las elecciones presidenciales de 2020 ofrecieron una oportunidad perfecta para corregir esta anomalía. Durante semanas, el establishment neoliberal dominante —lo que Tariq Ali etiquetó como el “centro extremo”— estaba prediciendo con confianza una victoria “aplastante” para su candidato, el mediocre político demócrata Joe Biden. Los demócratas incluso esperaban arrebatarles el control del Senado a los republicanos y terminar con la saturación de tribunales federales con jueces de derechas.

Pero en unas pocas horas el martes por la noche y el miércoles por la mañana, estas esperanzas se evaporaron. La estrategia de Trump de polarizar implacablemente al electorado sobre la base de la raza, el empleo y la ley y el orden le permitió consolidar e incluso ampliar su base popular. Obtuvo suficiente apoyo entre los latinos para evitar que Biden ganara en Florida o Texas.

Reducido

Puede que esto no sea suficiente para mantener a Trump en la Casa Blanca. Pero los republicanos han reducido la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, con toda probabilidad se afianzarán en el Senado y fortalecerán su control sobre las legislaturas y los gobernadores estatales. El economista liberal demócrata y columnista del The New York Times Paul Krugman lamentó:

“Qué elección tan terrible… ¿podrá gobernar Biden?… Probablemente se enfrentará a un Senado republicano, lo que también significa una Corte Suprema amañada; y todo lo que sabemos es que serán despiadados a la hora de sabotear todo lo que él haga… Estados Unidos se verá cada vez más como un Estado fallido.”

Y Trump ha transformado a los republicanos. The New York Times reconoció a regañadientes: “Si se ve obligado a abandonar la Casa Blanca el 20 de enero, es probable que Trump demuestre ser más resistente de lo esperado y casi seguramente seguirá siendo una fuerza poderosa e inoportuna en la vida estadounidense. Recibió al menos 68 millones de votos, o cinco millones más que en 2016, y obtuvo alrededor del 48 por ciento del voto popular, lo que significa que retuvo el apoyo de casi la mitad del público a pesar de cuatro años de escándalos, reveses, juicios políticos y el brutal brote de coronavirus que ha matado a más de 233.000 estadounidenses”.

Edward Luce, del Financial Times, escribe: “En un futuro previsible el partido republicano será trumpiano. ‘Ahora somos un partido de la clase trabajadora. Ese es el futuro’, tuiteó Josh Hawley, el senador de Missouri que tiene aspiraciones presidenciales para 2024”.

Por supuesto que es una tontería que los republicanos sean “un partido de la clase trabajadora”. El proteccionismo y la retórica polarizante de Trump pueden haber alienado a los grandes bancos y corporaciones transnacionales que se han beneficiado de la globalización neoliberal. Pero su base de clase es lo que el historiador marxista Mike Davis llama memorablemente los “multimillonarios lumpen”, superricos foráneos como él y las clases propietarias de los pequeños pueblos de Estados Unidos.

Descontento

Trump ha aprovechado su estatus de celebridad y recién llegado para jugar con el descontento de los estadounidenses principalmente blancos que creen que han perdido en la era neoliberal. Esto funcionó de nuevo el martes. Las encuestas a pie de urna mostraban que el mayor problema para los votantes era la economía y no, como esperaban los demócratas, la pandemia de la Covid-19.

Biden fue, como Hillary Clinton en 2016, el candidato de la continuidad. Los demócratas siguen encerrados en la estrategia que ella y Bill Clinton idearon en la década de 1990 y que Barack Obama siguió, siendo eficientes pero, supuestamente, administradores más humanos del capitalismo neoliberal. El desafío de izquierdas de Bernie Sanders fue aplastado.

La elección presidencial de 2020, al igual que el doble golpe de 2016 —el referéndum Brexit y la victoria de Trump— es una prueba más de que la hegemonía ideológica y política neoliberal forjada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de 1980 se está agrietando. Fue lo suficientemente fuerte como para contener el descontento durante la crisis financiera global de 2007-9 y sus secuelas inmediatas.

Pero el precio pagado entonces por la gente corriente con la pérdida de empleos y hogares, la caída de los ingresos y la reducción de los servicios públicos ha creado un enorme pozo de ira. Los éxitos de Trump y los republicanos, así como la búsqueda del Brexit por parte de Boris Johnson, han desalineado al sistema político de los intereses del gran capital.

Esto es lo que Krugman realmente quiere decir cuando teme que Estados Unidos se convierta en un “Estado fallido”, aunque esto puede ser exagerado. Tanto con Biden como con Trump, el imperialismo estadounidense seguirá resistiendo el ascenso de China y desplegará su poderío militar y financiero a nivel mundial.

Reforzado

Lamentablemente, hasta ahora, esta crisis de hegemonía ha reforzado principalmente a la extrema derecha. Pero, por supuesto, también hay lecciones para la izquierda radical. En Gran Bretaña, el Partido Laborista bajo Keir Starmer ha retrocedido bruscamente hacia el centro extremo, es decir, hacia la política del Nuevo Laborismo que se adoptó con Tony Blair y Gordon Brown. La escandalosa espulsión de Jeremy Corbyn simboliza este cambio.

Pero la candidatura de Biden representa el último estertor de esta política. Incluso si llega al Despacho Oval, será una victoria hueca. Tendremos que ver cómo se desarrolla esto dentro del Partido Demócrata, ahora que el “Escuadrón” de congresistas de izquierda encabezado por Alexandria Ocasio-Cortez ha sido reelegido y reforzado. Luce advierte: “Una presidencia de Biden corre el riesgo de quedar atrapada entre dos fuerzas irreconciliables: una derecha trumpiana firmemente arraigada y una izquierda demócrata amargada”.

Starmer es incapaz de aprender de este revés. Pero la izquierda laborista se enfrenta a un dilema. La expulsión de Corbyn, y la amenaza de acción disciplinaria que se cierne sobre cualquiera que la impugne, indica que los socialistas del Partido Laborista ahora no tendrán el espacio para discutir y actuar, espacio del que sí disfrutaron incluso con Blair.

¿Aceptarán ser silenciados en nombre de la “unidad del partido” (realmente de la supervivencia)? Esto sería una traición a los cientos de miles de personas que se unieron a los laboristas cuando Corbyn lideró el partido. ¿O toman el camino del desafío? Este curso significa enfrentarse a la expulsión.

En el pasado, la izquierda laborista pudo evadir este tipo de dilema. El alto grado de oposición masiva a la guerra de Irak les ofreció protección. No tienen esto ahora. Deberían prepararse para romper con la política en bancarrota del centro extremo que se está imponiendo de nuevo a la fuerza sobre los laboristas y formar un nuevo partido socialista.

Este partido tendrá que aprender las lecciones no sólo de la era de Corbyn, sino también de los recientes partidos de la “nueva izquierda” en Europa como Syriza en Grecia y Podemos en el Estado español. Estos dieron prioridad a ganar las elecciones y terminaron implementando políticas neoliberales.

El liderazgo de Corbyn hizo concesión tras concesión a la derecha laborista con el fin de mantener el partido unido y lograr la victoria electoral. De manera similar, la mayor parte de la izquierda estadounidense se alineó tras la candidatura vacía de Biden con la esperanza de vencer a Trump y lo que ahora es la inútil tarea de lograr reformas a través de un Congreso donde los republicanos permanecen atrincherados.

Un nuevo partido socialista tendría que dar prioridad a construir luchas en lugar de ganar elecciones. Sólo los movimientos de masas que luchan por mejorar las condiciones materiales de los y las trabajadoras y por combatir el racismo pueden esperar detener y revertir el avance de la extrema derecha. Esto es tan cierto en Estados Unidos como en Gran Bretaña y en otras partes de Europa.

Dentro de esta izquierda más amplia, necesitamos un polo revolucionario organizado más fuerte. Los éxitos de la extrema derecha en Estados Unidos y Gran Bretaña han expuesto los límites de la política reformista que persigue el fuego fatuo del éxito electoral para transformar la sociedad.

Necesitamos construir el SWP en Gran Bretaña y sus contrapartes en otros lugares [como Marx21 – N.del T], que entiendan que sólo las luchas de los y las trabajadoras desde abajo pueden librar al mundo del capitalismo y el imperialismo, así como de todas las opresiones a las que éstos apoyan. Unirse a este esfuerzo es un primer paso vital para reconstruir la izquierda.


Este artículo apareció en inglés en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña.

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