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Los coronavirus, como esta última cepa, ahora llamada SARS-CoV-2, son una gran familia de virus que causan enfermedades que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS) y el síndrome respiratorio agudo severo (SARS).

Igual que muchas otras enfermedades infecciosas, los coronavirus son zoonóticos, lo que significa que pasan de animales a personas. Los estudios científicos llegaron a la conclusión de que el SARS se transmitió de civetas —mamífero carnívoro similar a un gato— a humanos y el MERS de dromedarios a humanos. La zoonosis no es nueva. Históricamente, el sarampión pasó del ganado; la tiña y la gastroenteritis de los caballos. Existe un número desconocido e incalculable —dado que los virus mutan de acuerdo a los contextos ambientales en los que se encuentran— de coronavirus que circulan entre animales que aún no han infectado a los humanos.

Los signos comunes de infección por coronavirus incluyen síntomas respiratorios, fiebre, tos, falta de aliento y dificultades para respirar. En casos más severos, la infección causa neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal y muerte. Hasta abril de 2020, el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, ahora conocido comúnmente como la COVID-19, ha provocado más de 3.500.000 personas enfermas y más de 250.000 muertes en todo el mundo. [para consultar cifras actualizas: http://bit.ly/covid19x]

La COVID-19 es parte de una serie de epidemias que han surgido en un pasado reciente. Por ejemplo, según el Centro para el Control de Enfermedades de EEUU, en marzo de 2020, la “temporada de gripe” de este año ha sido la peor durante años. En abril había habido hasta 55 millones de enfermos y 60-70.000 muertes en el país norteamericano sólo por la gripe. Esto sigue los pasos del mayor brote de sarampión en tres décadas en Washington y especialmente en el estado de Nueva York, lo que hizo que se declarara el estado de emergencia en estas zonas.

El año pasado en Gran Bretaña, en el mes de febrero de 2019, más de 200 personas habían muerto por la cepa del virus de la gripe de ese invierno. Los casos críticos resultantes de la gripe fueron superiores a 2.000, a pesar del número relativamente pequeño de personas que contrajeron el virus, lo que significa que era más virulento que antes.

Distintas epidemias de gripe y de enfermedades transmitidas por alimentos han sido una característica constante en América del Norte y del Sur en el presente siglo XXI. Investigaciones recientes muestran que la pandemia de gripe porcina de 2009 pudo haber matado a 203.000 personas en todo el mundo, 10 veces más que las primeras estimaciones. La gripe aviar de 2008 provocó la muerte o el sacrificio de decenas de millones de aves y cientos de muertes humanas en todo el mundo, extendiéndose desde las llamadas “granjas de patio” y aves silvestres a aves de corral criadas industrialmente. El ébola, el SARS, el MERS y otras epidemias representan una amenaza constante y mortal en distintas partes del mundo.

Este es el contexto en el que debemos entender la pandemia de la COVID-19: un mundo que vive bajo la amenaza constante y muy real de un brote de las variedades más mortales de epidemias virales globales y pandemias potenciales. Es un mundo en el que la ciencia y la práctica de la atención médica global persiguen desesperadamente a nuevas cepas de patógenos emergentes para tratar de ponerse al día y desarrollar tratamientos. Esta es verdaderamente la era de las epidemias mundiales, un punto en la historia en que la política y la economía del capitalismo han preparado el escenario para el cambio climático y el deterioro de la salud que amenazan nuestra propia existencia.

¿Qué causó específicamente la epidemia de la COVID-19? La especulación continua rodea los orígenes del virus. Desde los murciélagos y un mercado en Wuhan que vende alimentos procedentes de la vida silvestre, hasta los hábitos alimenticios de los chinos, todos han sido citados por los medios de comunicación.

Como muestra Rob Wallace, un destacado biólogo evolucionista y marxista, hay algunas pruebas que sugieren que el brote inicial pudo haber sido el mercado de vida silvestre, pero sólo algunas. Treinta y tres de 585 muestras en el mercado de Wuhan resultaron positivas para la COVID-19, con 31 en el extremo oeste del mercado donde se concentraba el comercio de vida silvestre.

Por otro lado, sólo el 41 por ciento de estas muestras positivas se encontraron en las calles del mercado donde se encontraba la vida silvestre. Una cuarta parte de las personas infectadas originalmente nunca visitaron el mercado de Wuhan o aparecieron expuestos directamente. El primer caso se identificó antes de que el mercado estuviera afectado.

En algún momento se podrá encontrar la causa específica para este coronavirus. Pero eso no explicará la variedad global y creciente de enfermedades virales, ni por qué son más virulentas, ni por qué se propagan más rápido y más lejos que nunca. Para eso necesitamos entender cómo la propagación y los cambios en el capitalismo han creado el contexto global en el que prosperan los virus nuevos y mortales.

El modelo industrial en la ganadería y la agricultura, una característica clave y necesaria de la era capitalista, es la razón por la que hemos llegado a un punto en el que cada año existe la amenaza de un virus global nuevo y potencialmente mortal.

El socialista Karl Marx reconoció los muchos y variados peligros que una agricultura industrializada representaba para la salud y el bienestar de la humanidad, como lo demuestran los análisis recientes de muchos de sus cuadernos poco conocidos. De hecho, Marx desarrolló una crítica detallada y sofisticada del sistema alimentario industrial en Gran Bretaña a mediados del siglo XIX, el período que los historiadores han llamado “la Segunda Revolución Agrícola”.

No sólo estudió la producción, distribución y consumo de alimentos, sino que fue el primero en resaltar el problema de cambiar los “regímenes” de alimentos, una idea que desde entonces se ha convertido en un tema central en las discusiones sobre el sistema alimentario capitalista.

Marx basó su análisis materialista de la historia en la idea de que los humanos son seres físicos que necesitaban, como “la primera premisa de la existencia humana” producir sus medios de subsistencia, comenzando por la comida, el agua, el refugio, la ropa y extendiéndose a todos los otros medios de vida. “Todo el trabajo”, escribió en su más famoso libro de tres volúmenes, El Capital, “originalmente se dirige primero hacia la apropiación y producción de alimentos”. Garantizar alimentos sanos y nutritivos es, por tanto, de primordial importancia.

Ya a mediados del siglo XIX, Marx habló sobre el abuso de animales bajo nuevos métodos de cría de carne y grasa. Las razas de ovejas y ganado se desarrollaron para ser más redondas y anchas, llevando grandes cargas de carne y grasa en relación con su estructura ósea, hasta el punto de que los animales a menudo apenas podían soportar su propio peso. Esto significaba que los animales criados para la producción de carne podían ser sacrificados en dos años en lugar de cinco años. Los terneros fueron destetados antes para aumentar la producción de la industria láctea. Los bueyes ingleses se alimentaban cada vez más y se mantenían estrechamente confinados. El ganado fue alimentado con una mezcla de ingredientes para acelerar el crecimiento, incluyendo tortas de aceite importadas, que producían un estiércol más rico. Cada becerro fue alimentado con unas diez libras de torta de aceite al día y sacrificado en el momento en que alcanzó la madurez. Todo lo cual impulsó las ganancias. Como dijo Marx:

“En estas cárceles, los animales nacen y permanecen allí hasta que los matan. La pregunta es si este sistema se conectó o no al sistema de cría que hace que los animales crezcan de manera anormal al abortar los huesos para transformarlos en mera carne y una gran cantidad de grasa, mientras que los animales anteriores (antes de 1848) permanecieron activos al permanecer bajo libertad al aire libre tanto como sea posible; esto en última instancia resultará en un serio deterioro de la fuerza vital.”

Compare esto con la producción avícola industrial moderna desarrollada en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

En 1940, Henry Wallace Jr. desarrolló la primera raza industrial de pollos hibridados en Hy-Line International, un spin-off de la compañía agrícola de su padre, ex secretario de agricultura y vicepresidente de Estados Unidos. En una década, casi todos los criadores de aves comerciales de todo el mundo multiplicaron el stock de estos híbridos. Hoy, casi el 75 por ciento de toda la producción avícola mundial está en manos de unas pocas empresas.

En 2006 había cuatro criadores principales, en comparación con los 11 en 1989, que diseñaron las primeras tres generaciones de “pollos de engorde” (o pollos para carne) para el mercado. Las diez compañías que producen huevos en línea se redujeron a sólo dos durante el mismo período.

Hoy, el Grupo Erich Wesjohann controla casi el 70 por ciento de la producción total de huevos blancos en el mundo. Hendrix Genetics controla el 80 por ciento de la producción de huevos marrones. También tiene una participación del 50 por ciento en Nutreco, que cría pavos, pollos de engorde y cerdos. El Grupo Grimaud es la segunda compañía más grande en genética aviar. Cobb-Vantress, el último de los cuatro grandes productores avícolas, es propiedad de Tyson Foods, el mayor procesador y comercializador de carne de pollo del mundo.

La producción se controla estrictamente, eliminando cualquier diversidad no planificada. En 2009, Mercy for Animals, un grupo de derechos de los animales con sede en Chicago, lanzó imágenes de pollitos machos en una planta de incubación Hy-Line arrojados a una picadora de carne. La práctica de moler pollitos machos que, por definición, no pueden poner huevos, es un estándar de la industria.

Como dijo Jane Foulton, de Hy-Line, “Tenemos responsabilidades financieras muy estrictas. Se eliminarán las líneas que no funcionan en los niveles económicos requeridos”. Una consecuencia de la “eliminación”, en este caso de los pollitos machos, pero en general de la diversidad genética, es que la producción avícola mundial se caracteriza por monocultivos, con un conjunto limitado de genes que restringen la variedad de reacciones inmunes a nuevos virus a medida que mutan. Los pollos nacen con un sistema inmunitario que no les permite resistir nuevos virus. Por tanto, aumenta la probabilidad de cruces entre aves y humanos.

La cría de animales en grandes granjas industriales se realiza en condiciones totalmente inhumanas e insalubres. Los pollos de engorde se crían en graneros de decenas de miles de aves. Los pollos han sido criados para aumentar de peso rápidamente, lo que significa un “recambio” más rápido y más ganancias, y tienen pechugas grandes debido a la preferencia por la carne blanca. Son menos activos porque gran parte de la energía que se consume se invierte en crecimiento y, por lo tanto, pasan la mayor parte de su vida sentados en el suelo, incluso cuando el estiércol se acumula durante un ciclo de crecimiento. Por lo general, pierden sus plumas en el pecho y desarrollan llagas debido al contacto constante con el estiércol.

Los establos sólo se limpian después de que se hayan enviado los pollos al matadero, pero la basura (estiércol) se reutiliza para el siguiente lote. Criados principalmente con poca luz, viven una vida corta de seis a ocho semanas por completo en el granero. Se alimentan con una dieta con aditivos cuestionables, como antibióticos que mejoran el crecimiento, pero muchos mueren en condiciones de hacinamiento. La mayoría de los alimentos para aves de corral de grado comercial se mezclan con arsénico para mantener la carne de las aves rosada durante el envío y la venta.

Este es el contexto ideal para alentar lo que Wallace llama un “verdadero zoológico” de virus de reciente aparición, especialmente los virus de la gripe. La clave para la evolución de la virulencia es el suministro de huéspedes susceptibles, tan cierto para los huéspedes humanos como lo es para las aves de corral. Mientras haya suficientes individuos susceptibles para infectar, un virus puede evolucionar.

El ganado industrial es una población ideal para el desarrollo de patógenos virulentos. La crianza de monocultivos genéticos de animales domésticos elimina los cortafuegos inmunes naturales que puedan estar disponibles para ralentizar la transmisión. Los tamaños y densidades de población más grandes facilitan mayores tasas de transmisión. Las condiciones de hacinamiento deprimen las respuestas inmunes. La rotación más rápida del ganado proporciona un suministro continuamente renovado de individuos susceptibles, el combustible para la evolución de la virulencia. Tan pronto como los animales industriales alcanzan el volumen adecuado, son sacrificados. Las infecciones por influenza deben alcanzar su umbral de transmisión rápidamente en cualquier animal, antes de ser sacrificado. Cuanto más rápido se desarrollan los virus, mayor es el daño al animal. Con las innovaciones en la producción, la edad para criar a los pollos se ha reducido de sesenta a cuarenta días, lo que aumenta la presión sobre los virus para alcanzar su umbral de transmisión, y la carga de virulencia, es mucho más rápida. Tampoco sacrificar una vez que se produce la infección es la respuesta adecuada. El rápido sacrificio de rebaños enteros en respuesta a los virus no permite seleccionar la resistencia del huésped a la cepa circulante. El sacrificio mata a los animales y con ellos las posibles reacciones inmunes al virus, de modo que se detiene la autoprotección y se produce una invasión repetida y un sacrificio. Las prácticas industriales incorporadas al modo de producción capitalista desde el principio, ahora globalizadas e intensificadas por cuarenta años de neoliberalismo, están generando activamente patógenos cada vez más virulentos y mortales. En este contexto, de la producción industrializada de alimentos en modelos desarrollados en Estados Unidos, podemos entender mejor la producción en China como la fuente de la COVID-19.

Como sabemos, el capitalismo es un sistema competitivo que enfrenta a productores industriales rivales entre sí en todo el mundo. Esto no es menos cierto en la industria alimentaria que en cualquier otra industria. En busca de los beneficios altamente lucrativos asociados con los alimentos, en los últimos cuarenta años, la producción industrial de alimentos en China ha crecido a una escala nunca antes vista.

Durante la década de 1990, la producción avícola creció a un notable 7 % anual, especialmente en la región industrial meridional de Guangdong. Las exportaciones de aves de corral procesadas, que también incluyen pato y ganso, crecieron de 6 millones de $ en 1992 a la asombrosa cantidad de 774 millones de $ cuatro años más tarde en 1996. Esto se llevó a cabo junto con el crecimiento de una población enorme y altamente transitoria en el delta del río de la Perla, así como en otras zonas.

La región se ha convertido en uno de los principales centros de exportación e importación del mundo con Hong Kong como parte de eso, proporcionando amplias rutas de transporte hacia el interior desde el delta del río Perla, así como desde el extranjero.

La magnitud de la intensificación en la cría de las aves de corral combinada con las presiones sobre los humedales de Guangdong por el enorme crecimiento económico en la zona del delta del río de la Perla y la creciente población humana han creado una variedad diversificada de infecciones virales que, lo que es importante, gracias al clima de la región, circula durante todo el año a través de lo que describe Rob Wallace como un “trinquete de virulencia”.

Debido al modelo industrial intensivo de producción de alimentos, los virus tienen una amplia oportunidad de mutar a una mayor virulencia y sobrevivir entre los huéspedes que son en su mayoría aves de corral. Mientras tanto, la proximidad y el tamaño de la población humana local proporciona una puerta de enlace cruzada regular para que los virus infecten a los seres humanos.

Esta producción industrial en masa establecida durante años en Estados Unidos y Europa ahora se encuentra junto a los mercados húmedos más tradicionales y los alimentos exóticos del sudeste asiático. La expansión de la producción agrícola, con el aumento de las tierras agrícolas a través de la deforestación, ha llevado a la búsqueda de alimentos silvestres más profundamente en el último paisaje primario. Como Wallace argumenta:

“Los mercados húmedos y los alimentos exóticos son básicos en China, como lo es ahora la producción industrial, yuxtapuestos ambas fuentes entre sí desde la liberalización económica… los dos modos de obtención de alimentos pueden integrarse mediante el uso de la tierra. La expansión de la producción industrial puede empujar a los alimentos silvestres a que sean cada vez más profundamente capitalizados en el último paisaje primario, potenciando una variedad más amplia de patógenos potencialmente protopandémicos.”

Empujados hasta los bordes de los bosques, los pequeños agricultores exploran especies que antes no habían sido tocadas como posibles alimentos para ellos y sus familias, pero también cada vez más para comercializar. Las especies raras se están volviendo más raras aún en muchas regiones debido a la demanda de alimentos exóticos y caros por parte de los ricos “la moda”. Algunas especies están siendo llevadas a la extinción de esta manera. Por ejemplo, las poblaciones de las ocho especies del pangolín, un pequeño mamífero devorador de insectos que se encuentra en las selvas tropicales de África y Asia, han disminuido a medida que los clientes ricos buscan satisfacer sus espurios deseos.

A nivel mundial, un área aproximadamente del tamaño de Gran Bretaña se pierde cada año a medida que la producción agrícola y la tala se expanden fuera de control en la búsqueda de ganancias. La mayor parte del bosque perdido se encuentra en las regiones tropicales de América Latina, el sudeste de Asia y África.

En 2014, la Declaración de Nueva York sobre los Bosques fue firmada por los líderes mundiales en las Naciones Unidas, exigiendo que los países redujeran a la mitad la deforestación para 2020. Desde entonces, la pérdida global de la cubierta arbórea ha aumentado en un 43 por ciento, con la tala de los bosques primarios tropicales más valiosos e irremplazables, a razón de 4,3 millones de hectáreas al año. En América Latina, el sudeste de Asia y África, la tasa anual de pérdida de cobertura arbórea aumentó notablemente entre 2014 y 2018 tras la declaración de la ONU. Esto ilustra tanto la creciente redundancia de organismos internacionales como las Naciones Unidas en el control de la sed rapaz del capital global, como el enfoque total e incesante del capital en las ganancias a corto plazo, incluso cuando se enfrentan a la posibilidad muy real de un desastre climático como resultado directo de su comportamiento. Esas amenazas climáticas a más largo plazo ahora se han expresado en la COVID-19 y los virus liberados a través de la deforestación a medida que el cambio climático se materializa en el contagio global. También debemos tener claro que la expansión agrícola no se debe a que el mundo necesita producir más alimentos para alimentar a las personas hambrientas. Las personas no mueren de hambre o sufren desnutrición debido a la escasez de alimentos, sino porque no pueden pagarlos, porque son pobres. Como explica Eric Holt-Giménez en ¿Podemos alimentar al mundo sin destruirlo? ya producimos suficientes alimentos cada año para alimentar a 10 mil millones de personas, “eso es una vez y media más de lo que realmente se necesita para alimentar a cada hombre, mujer y niño del mundo, los 7,6 mil millones de personas caminando actualmente sobre la Tierra”.

La expansión agrícola está destruyendo el planeta en busca de ganancias. De hecho, como explica Holt-Giménez, hay una “crisis de sobreproducción de alimentos”. Cuando las grandes multinacionales agrícolas, lo que los grupos de protesta de agricultores en Estados Unidos llaman “Big Ag”, producen alimentos en exceso utilizando granjas cada vez más grandes, con más y más tecnología y productos químicos para cultivos y llevan esos alimentos al mercado, con el efecto de bajada en los precios. Por lo general, esto ha llevado a las granjas más pequeñas a la bancarrota, consolidando el poder y la influencia en un número cada vez menor de corporaciones agrícolas cada vez más grandes. Estamos presenciando el resultado final de esto con una era de “Mega Fusiones” en compañías como Dow-Dupont, Syngenta-ChemChina y Monsanto-Beyer, de modo que un puñado de enormes compañías controlan la producción mundial de alimentos. En muchos casos, este proceso lleva a los agricultores a la bancarrota en las áreas rurales del Sur Global y tienen que emigrar a áreas urbanas en busca de trabajo. Pero como señala Holt-Giménez, otros “migran a la” frontera agrícola “, los bordes de los bosques y las laderas frágiles como el Amazonas, donde limpian nuevas tierras para cultivar”. En este proceso, de sobreproducción que conduce a la caída de los precios y al crecimiento de las corporaciones alimentarias gigantes, se encuentra el “dragado” de los patógenos de las profundidades de los bosques previamente vírgenes a lo que Rob Wallace se refiere anteriormente como la probable fuente de esta pandemia.

El desarrollo de la epidemia de la COVID-19 está firmemente arraigado en la forma en que funciona el capitalismo. ¿Qué podemos hacer? ¿Son más y más fuertes los antivirales como respuesta a la pandemia? Esta es la idea científica dominante, lo que Wallace llama “una narrativa molecular”, un argumento que sugiere que la enfermedad y la mala salud trata de la lucha entre los virus y la inmunidad, sobre la evolución viral y la capacidad de la humanidad para producir vacunas, sobre la naturaleza contra la ciencia.

Es un argumento que las grandes corporaciones farmacéuticas, como Bayer, los inventores de la aspirina, un fabricante líder de pesticidas, herbicidas e insecticidas y ahora, después de su adquisición de Monsanto, la compañía de semillas más grande del mundo, por 63 mil millones de dólares, en el que están muy de acuerdo. Primero, nos venden alimentos que nos enferman, cuya producción genera una amenaza de epidemia viral mortal, ¡luego nos venden las drogas para que nos recuperemos! Las drogas son tan efectivas para abordar las necesidades generales de salud y bienestar de la humanidad como lo son los convertidores catalíticos para la contaminación general del planeta. Atrapa a la humanidad en un círculo vicioso que nos enferma y los hace más ricos. Sabemos la respuesta: necesitamos terminar con la agricultura industrial y la producción industrial que despoja a la tierra de los bosques necesarios y elimina nutrientes naturales del suelo, y reemplazar estas prácticas por prácticas agrícolas y ganaderas planificadas, colectivas, seguras y humanas que sean sostenibles y nos proporcionen la nutrición que necesitamos.

Sabemos cómo hacerlo, pero no se nos impide hacerlo por falta de conocimiento, necesidad o voluntad, sino por la propiedad de los medios de producción de alimentos que están en manos de una pequeña minoría de capitalistas obscenamente ricos. Tienen un interés personal en mantener estos, para nosotros, sistemas de producción de alimentos poco saludables y potencialmente mortales.

Para ellos renunciar a esto sería como darse por vencidos. Por el bien de la humanidad, en la actualidad y en el futuro, necesitamos quitarles el control de la producción de alimentos.

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