La crisis de la COVID-19 ha desatado un shock masivo en cada aspecto del sistema bajo el cual vivimos, mostrando claramente sus debilidades. La espantosa cuota de muerte que se extiende por gran parte del mundo ha puesto sobre la mesa profundas cuestiones.
Sin vacuna aún en el horizonte, los distintos gobiernos hacen un despliegue de malabarismos con planes para el retorno parcial al trabajo por una parte y distintos grados de cuarentena por otra. Mientras sus poblaciones se sumergen en la pobreza, el miedo y la rabia.
Esta crisis sanitaria sin precedentes en la historia mundial ha venido acompañada por una crisis económica y un rápido deterioro de las condiciones políticas y sociales, con la enfermedad de la COVID-19 y la represión extendiéndose por el mundo.
Nos encontramos en un punto de inflexión en la historia de la humanidad, una fase de confusión y agitación para muchos, que sin duda llegará a más personas.
Nada ha estado tan claro a lo largo del desarrollo de esta pandemia como que los líderes políticos de todo el mundo han estado defendiendo de manera implacable los intereses de la clase dominante —de su clase— y han sido completamente incompetentes en el mantenimiento del bienestar de las poblaciones a las cuales representan y que los han hecho electos. El líder de los Tories —el Partido Conservador— en Gran Bretaña y primer ministro, Boris Johnson, es un fiel reflejo de lo comentado.
En marzo, Johnson aparecía visitando hospitales, estrechando las manos del personal y las de los pacientes, tratando de demostrar que él y su gobierno tenían las cosas bajo control. En abril, descubrimos que ya entonces había muerto gente debido a la COVID-19. La estratagema de Johnson sólo había empeorado las cosas.
La mortífera e insultante estrategia Tory de mantener abiertos los colegios más allá de que fueran seguros en nombre de la “inmunidad de grupo”, en un calculado y erróneamente uso de este concepto, ha significado sin duda un incremento del número de personas muertas.
El gobierno británico excluyó de la lista de personas fallecidas a causa del coronavirus a quienes habían muerto en residencias de mayores, en una repugnante e insensible manipulación de la información.
Más tarde, cuando este folleto se estaba completando en mayo, los Tories no eran capaces de cumplir su propósito semanal de hacer los test para detectar el virus; incluso en el caso de que fueran personas que ya lo tenían, no siguieron la estrategia de seguimiento de las mismas, haciendo un seguimiento sin sentido en términos de la expansión del virus.
Incapacidad
Johnson no es el único líder político que ha actuado de esta manera a nivel global. El presidente de Estados Unidos, Trump, ha mostrado su incapacidad de relacionarse con el mundo de otra forma que no sea —incluyendo la muerte de 70.000 personas en el momento de escribir estas líneas (nota del traductor: se han alcanzado más de 730.000 muertos en agosto en todo el mundo)— la más podrida expresión de la política electoral. En abril, con un ojo puesto en sus bases de extrema derecha —quiénes furibundamente han clamado por la vuelta de los trabajadores a sus puestos de trabajo—, Trump aconsejó a la población del país inyectarse desinfectante como método para evitar la infección por coronavirus, en un desesperado intento de él y los de su clase por poner en marcha el funcionamiento del capitalismo de forma rutinaria en Estados Unidos de nuevo.
Al mismo tiempo, la revista The Economist, en abril, llamó “autócratas” a los líderes mundiales que según este diario usan el confinamiento para fortalecer su poder. Como dijo esta revista de los jefes:
“En los países donde las familias pasan hambre, la policía a golpe de porra se esfuerza en mantener a la gente en confinamiento menguando a la par la economía… algunos regímenes pueden perder el control. Por el momento, las cosas parecen ir en otra dirección.
Autócratas sin escrúpulos están explotando la pandemia para hacer lo que ellos siempre han hecho: afianzarse en el poder a expensas de la gente sobre la que gobiernan.”
La crisis sanitaria y económica ha incrementado la lucha de clases. La rápida difusión de la COVID-19 desde China a principios de diciembre de 2019 a 185 países y regiones en abril de 2020 es un mortífero recordatorio de cómo de interconectado y globalizado ha llegado el mundo a ser. En 1347, a la Peste Negra le llevó alrededor de 10 años expandirse a través de la harina y el grano transportado en barcos y carretas desde el Asia central hasta la ciudad europea de Génova. En 1918, a la pandemia de gripe de entonces le llevó varios meses expandirse desde Europa al resto del mundo, ayudado por los desplazamientos de tropas a través del mar y aire durante la 1ª Guerra Mundial. Después de la 2ª Guerra Mundial el comercio mundial se reinstauró y a principios de 1970 los vuelos comerciales de personas ya transportaban a multitud de pasajeros y equipaje, llegando a hoy en día con la expansión del SARS-CoV-2 en pocas semanas alrededor del mundo.
Epicentro
Los gobiernos han sido forzados a actuar. Cuando Italia se convirtió en el epicentro del brote en Europa, a principios de marzo, el gobierno de la tercera economía de la Unión Europea se encontraba en “cuarentena nacional” mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a la COVID-19 una pandemia.
A lo largo de los días Italia, Dinamarca, Guatemala, India y otros países anunciaron restricciones económicas y sociales sobre los movimientos de los ciudadanos y los negocios. Como el virus continuó expandiéndose, envolviendo el mundo desde Noruega al Estado español y desde Sudáfrica a la India, se adoptaron medidas sin precedentes y al mismo tiempo draconianas.
Fueron aprobadas leyes de emergencia y decretos imponiendo a cientos de millones de personas —campesinos, trabajadores, desempleados y estudiantes de todas las edades— el permanecer, en la medida que se pudiera, trabajando en casa.
Pasadas 11 semanas desde el brote inicial, el “gran confinamiento” se ha convertido en una “nueva normalidad”. Un mundo globalizado, interconectado, el cual ha facilitado la inmensa expansión del comercio internacional, beneficiando obscenamente a una minoría de ricos, ha producido interconexiones entre los seres humanos provocando la expansión de la pandemia.
Desde hace alrededor de un año, los analistas económicos han estado prediciendo la entrada en una nueva recesión. Ahora, esto ha sido acelerado por las medidas extraordinarias llevadas a cabo por los líderes mundiales en respuesta a la COVID-19.
Tratando de evitar una crisis de salud pública, los gobiernos han hecho que deje de funcionar gran parte de la economía mundial, con efectos devastadores.
Inversores
Un punto de inflexión tuvo lugar el domingo 14 de marzo. En un intento de calmar a los inversores, la reserva federal de Estados Unidos (el más importante banco central del mundo) redujo las tasas de interés bancarias a 0, haciendo que los préstamos fueran más baratos. Al mismo tiempo, anunciaron una cifra de 700 billones de dólares —un billón = mil millones— para aumentar la cantidad de dinero disponible en los bancos y para los intereses corporativos.
En Gran Bretaña, el líder Tory Boris Johnson anunció medidas fiscales por un valor de 330 billones de libras para rescatar a sectores industriales amenazados por el confinamiento. El gobierno británico está pagando una proporción del salario de los trabajadores en muchas empresas con el objetivo de mantenerlas a flote. Eso ha relajado las restricciones bancarias para que esas empresas puedan acceder a 190 millones de libras extra en créditos.
El gobierno francés ha puesto en marcha medidas similares, por un valor de 345 millones de euros, para permitir a las empresas posponer los pagos de impuestos y seguros sociales compensando en un 84 % los salarios de los trabajadores.
En Sudáfrica, una de las mayores economías de África, el gobierno ha anunciado un alivio en la carga impositiva y ayudas a través de 26 millones de dólares en estímulos.
En Latinoamérica y el Caribe, los países están estimulando sus economías para permitir que los negocios retrasen los pagos de impuestos y de seguros sociales. Algunas de las mayores economías latinoamericanas —Brasil, Chile y Perú— inyectaron incluso mayores sumas de dinero en sus economías que los países ricos del Norte Global.
En el sureste asiático, Indonesia y Malasia han incrementado sus “transferencias de dinero condicionales” con pagos a los más pobres. El gobierno de Corea del Sur ha diseñado un sistema de ayudas a las empresas para conservar los puestos de trabajo. Los países más pobres de la región en recursos financieros están permitiendo a las empresas posponer los pagos de impuestos y otros pagos a la seguridad social, de la misma forma que los gobiernos están haciendo alrededor del mundo para evitar que la crisis política y sanitaria se transforme en una crisis política y social.
Intervenir
A mediados de marzo, la Ley de Defensa de la Producción en Estados Unidos facultaba al gobierno para que pudiera intervenir las empresas del país acerca de cómo dirigir los recursos, forzando a las mismas a producir lo que el gobierno, y no el mercado, considerara importante.
Esta histórica intervención económica no pudo calmar a los inversores con una cifra de 26 billones de dólares —billón = un millón de millones— sacudiendo a los mercados de stock globales y aumentando el desempleo en 1,1 millones, la mayor subida en dos años.
En una gran señal de pánico, el 25 de marzo, el presidente Trump firmó la puesta en marcha de estímulos económicos y paquetes de rescate por la increíble cifra de dos trillones de dólares. Dos terceras partes de esta financiación irá a la industria para proteger a los jefes y a los inversores. Una cifra mucho más pequeña de la manejada por el Estado norteamericano irá a apoyar a los trabajadores. El Financial Times describe este proceso como una toma del poder de los sectores clave de la economía. Junto a otros paquetes económicos sumaría la sorprendente cifra de 4,5 trillones de dólares haciendo “el mayor rescate por parte del Congreso en la historia de Estados Unidos”.
Dado que los suministros de trabajo, bienes y servicios han sido suspendidos alrededor del mundo, se está colapsando la economía alrededor del planeta. La Organización Internacional del Trabajo estima que el equivalente a 195 millones de trabajadores a tiempo completo perderán sus trabajos y más de cuatro sobre cinco (el 81%) de un total de una fuerza global de trabajo de 3.300 millones de personas podrían ser golpeadas por el cierre de los lugares de trabajo. Aún peor puede ser para alrededor de 2.000 millones de personas que trabajan en la economía informal —incluyendo vendedores ambulantes y trabajadores domésticos— quienes no tienen protección social como pueden ser subsidios de desempleo o bajas por enfermedad que pueda ayudarlos.
Tsunami
El mundo de los negocios en Estados Unidos presiona hablando del “tsunami de desempleados” de alrededor de 22 millones de trabajadores que reclamaron subsidios de desempleo en las cuatro semanas de marzo a abril.
En Gran Bretaña, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria predice una recesión económica en una escala nunca vista, empezando por un desempleo que alcance a más de dos millones de lugares de trabajo que han sido creados desde 2008. Predicciones optimistas hablan de que la recuperación podría ser rápida pero otros analistas difieren. El Financial Times predice que “que indicadores de confianza hablan de una brutal caída, los mercados financieros agitados y los indicadores económicos reales desplomándose, colapsos de bancos y pérdidas de trabajos que podrían dejar profundas cicatrices en la economía mundial y una recuperación lenta que podría llevar mucho tiempo”.
Pero lo que puede pasar no lo sabe ninguno de estos “expertos”. Lo que sabemos del crack de 2008 es que no fue hasta finales de 2019 que los salarios no retornaron a los niveles previos a la crisis. Como resultado de la austeridad, ha llevado doce años el mejorar la situación económica de los trabajadores, alrededor de 65 libras a la semana. Esto lo podemos comparar con el incremento de las rentas de los grandes empresarios quienes han visto un aumento promedio de 700.000 libras a la semana durante la última crisis.
Esto debe no hacernos olvidar que los recortes sobre la asistencia sanitaria han producido que los servicios de salud hayan experimentado esta crisis dejando a pacientes afectados por la COVID-19 sin ventiladores o personal médico sin la adecuada protección, lo que ha significado un aumento del número de muertos evitable en la pandemia. La austeridad ha significado beneficios para ellos y más vidas perdidas para nosotros.
Nada en la historia moderna ha cambiado tan rápido. En enero, el Fondo Monetario Internacional (FMI) predijo que en 2020 el mundo sería más rico, con un incremento en el crecimiento económico global del 3,3 % en 2020 y del 3,4 % en 2021.
Meses más tarde, en abril, los análisis hablaban de que a mediados de año el mundo económico se enfrentaba a una “nefasta realidad”, una “crisis como ninguna” que “empequeñece las pérdidas que pusieron en marcha la crisis financiera global” en 2008.
Incertidumbre
A pesar de los esfuerzos de contención económica alrededor del mundo, ellos predicen “una continua y severa incertidumbre” y pronostican que la economía global se reduciría en un enorme 4,2 % en 2020. Esto es tres veces peor que durante el colapso de 2008. Tres meses de pausa en la implacable búsqueda de beneficio han puesto en evidencia la realidad, la de los defensores del capitalismo que afirman que este sistema es la mejor opción para que las personas consigan satisfacer sus necesidades.
La crisis sanitaria global provocada por la pandemia ha expuesto de forma cruda las fragilidades económicas del capitalismo y las amenazas de que el sistema global entre en una larga crisis. Pero igualmente, la obsesión del capitalismo en la búsqueda de beneficios creó la crisis sanitaria en primer lugar.
Hemos sido forzados a creer que nuestra salud es una cuestión individual, algo que depende de nuestra condición genética o de nuestras “costumbres saludables” individuales. En realidad, la salud depende de un contexto que no depende del individuo. Nosotros disfrutamos de una buena o mala salud de acuerdo a las condiciones sociales de las cuales formamos parte. ¿Tenemos acceso a agua corriente? ¿Tenemos acceso a una alimentación nutritiva? ¿Tenemos una vivienda adecuada? ¿Es el mundo suficientemente estable para que no pasemos largos períodos de nuestras vidas en situaciones de debilitante ansiedad? ¿La combinación de las cuestiones anteriores asegura que nuestro sistema inmune sea suficientemente fuerte para resistir enfermedades? ¿Nuestra relación colectiva con nuestro ambiente asegura que nuestro mundo no va a continuar continuamente generando nuevos y aún más mortales patógenos?
Necesitamos comprender el impacto que la COVID-19 está teniendo —junto con otras epidemias que amenazan nuestro planeta— con el trasfondo de todas esas consideraciones, en el contexto de lo que la Organización Mundial de la Salud llama los determinantes sociales de la salud.
No parece descabellado que a nuestra época la llamemos “era de epidemias”. Parece que pandemias y epidemias van a venir a envolver el planeta. Estamos viendo como estas enfermedades interaccionan con las poblaciones humanas y cómo los sistemas que tenían que combatirlos han fallado. Podemos examinar lo que la historia nos dice a nosotros sobre cuál es la mejor forma de proteger y mejorar nuestra salud, y lo que nosotros podemos hacer aquí y ahora para asegurar que nunca tengamos que volver a vivir un período como el que aún estamos pasando.
Vamos a explorar la interrelación entre salud, clima, economía, política y crisis social que nosotros estamos viviendo examinando cuatro elementos constituyentes:
- Ecológicos (agricultura y deforestación): ¿Qué sabemos sobre los virus que le afectan?
- Epidemiológicos (poblaciones de acogida debilitadas; austeridad y “vulnerabilidad”): ¿Cómo las poblaciones llegan a ser vulnerables?
- Ideológicos (asistencia social y sanitaria en condiciones de “libre mercado”; el colapso de la “salud pública”): ¿Qué ideas justifican el funcionamiento de los servicios de salud?
- Políticos (soluciones individuales frente a soluciones colectivas): ¿Cómo podemos deshacernos de la amenaza de las crisis sanitarias globales?
Vamos a empezar examinando la naturaleza del virus SARS-CoV-2.