Paco Priego
Estos días estamos asistiendo al cierre del último ciclo, de lo que hemos acordado llamar Procés, que se inició con la convocatoria del referéndum para la independencia del 1 de octubre de 2017, y que cierra con la reciente inhabilitación del President Quim Torra, y la inminente convocatoria de elecciones al Parlament de Catalunya.
Un ciclo intenso, del que la primera conclusión que sacamos es que toda la retórica de la transición «de la ley a la ley», y la posibilidad de una salida pactada al conflicto, se demostró falsa el día 1 de octubre. La intensa actividad censora de los días previos, y la brutal represión policial de ese día, abrieron los ojos a muchas personas que pensaban que España ya no era aquel estado de los siglos XIX y XX, que respondía a cualquier cuestionamiento de su esencia con la fuerza antes que con la razón. Y por si alguien no lo tenía claro, el discurso del Borbón del día 3 terminó de poner los puntos sobre las íes.
La historia posterior de judicialización de la política, represión y maquinaria de cloacas, es suficientemente conocida, y no es necesario profundizar más en ella. Es más interesante analizar la respuesta ciudadana y política.
Puigdemont
A raíz del resultado electoral del 21 de diciembre de 2017, emerge la figura del Presidente Puigdemont, exiliado en Bélgica, con un aura mítica, consiguiendo evitar el «sorpasso» de ERC, que todo el mundo daba por seguro. La izquierda independentista, con su marca electoral CUP, no consigue rentabilizar su trabajo para hacer posible el referéndum del 1-O, y sufre un fuerte descenso de representación en la cámara.
En el bando unionista, Ciudadanos se hace entonces con la hegemonía, con su discurso populista, en el que puede haber sido su canto del cisne, ante la emergencia de nuevos actores, que rentabilizan más eficientemente ese populismo de derechas.
En cuanto a actores sociales, la aparición de los Comités de Defensa de la República (CDRs) evidencia las limitaciones de las entidades clásicas, ANC y Òmnium. Hay que decir, sin embargo, que la falta de un discurso político claro, ha lastrado su incidencia, más allá del ámbito estricto de la protesta. Y a medida que sí han desarrollado posiciones algo más definidas, en muchos casos éstas se han centrado en la independencia a secas, sin mucho cambio social; muy lejos de la promesa inicial de estos espacios.
Otro actor interesante fue el efímero Tsunami Democrático, que, si bien desapareció tan misteriosamente como llegó, nos dejó las primeras imágenes de rabia del Procés. Algunas de sus acciones, como la ocupación del aeropuerto de Barcelona, causaron un fuerte impacto internacional.
Y ¿ahora qué? La inhabilitación del Presidente Torra llega en un momento convulso dentro del bando independentista.
Dentro del espacio post-convergente, hay una guerra fratricida por la hegemonía. ERC sufre el cuestionamiento de su estrategia de favorecer el diálogo. La izquierda independentista parece no ser capaz de articular un discurso lo bastante contundente como para hacerse oír.
En el bando unionista, el neofranquismo de VOX ha despojado a Ciudadanos de su mejor arma, el populismo. Todo ello, en medio de una situación distópica, provocada por un virus con el que nadie contaba.
¿Cuál debería ser la respuesta?
Clase trabajadora
Desde la izquierda revolucionaria, deberíamos tener claro que estamos a las puertas de una grave crisis social, y que las respuestas basadas en la épica nacional, no son válidas.
La independencia, si no significa una respuesta basada en el fortalecimiento del sector público, frente al privado, en políticas sociales, y en el abandono del mantra neoliberal, no sirve de nada a la clase trabajadora.
No luchamos sólo para cambiar el color de una bandera, y continuar gestionando el capitalismo, y esto se debe decir de forma clara, si se quiere ganar el apoyo de la clase trabajadora.
También hay que entender que la extrema derecha ya es un actor político influyente, ante el que hay una respuesta firme y amplia, y no basada sólo en los espacios afines.
Finalmente, si algo nos ha enseñado el virus Covid-19, es que no existen islas aisladas en el siglo XXI, y que ningún pueblo puede prosperar, dando la espalda al resto. El internacionalismo de clase es la mejor respuesta al populismo de la derecha y la ultraderecha, que quiere medrar, en estos tiempos distópicos.
Los retos que nos plantea este final de 2020 son colosales, y si no estamos en la altura, lo pagaremos durante mucho tiempo.