Tomáš Tengely-Evans

La revolución en China de 1949 acabó con el dominio de los terratenientes y asestó un golpe al imperialismo occidental. Pero no fue una revolución socialista, y sus objetivos no eran poner a la gente trabajadora en el poder.

El movimiento por la democracia en Hong Kong ha demostrado la naturaleza despiadada del Estado chino, que respalda plenamente la represión a los manifestantes.

China también es una gran potencia económica mundial, ya que produce una cuarta parte de los productos del mundo. Nada de esto es progresista o radical.

Pero hace 71 años, una revolución en China asestó un duro golpe al imperialismo occidental. Detrás estaba un deseo generalizado de transformar la sociedad.

Los líderes de la revuelta construyeron un régimen de represión —socialista sólo de nombre— para intentar crear una gran potencia que rivalizara con sus antiguos ocupantes.

El Partido Comunista Chino (PCCh) llegó al poder el 1 de octubre de 1949, dirigido por Mao Zedong.

Su victoria siguió a una guerra civil prolongada que comenzó en 1928. Las fuerzas comunistas lucharon contra la República de China, dirigida por el partido nacionalista Kuomintang del general Chiang Kai Shek.

Pero a partir de 1937 las dos fuerzas se aliaron contra Japón, que ocupó gran parte del norte de China y su costa este. La fuerza del PCCh creció a medida que su Ejército Rojo organizó una exitosa guerra de guerrillas contra fuerzas japonesas muy superiores.

Los comunistas ganaron un amplio apoyo entre los campesinos, que vivían en gran medida de lo que producían. Al romper el poder de los viejos terratenientes, el PCCh trajo un cambio social real a las áreas liberadas bajo su control.

Los enfrentamientos entre el PCCh y el gobierno del Kuomintang se reanudaron poco después de que Japón se rindiera al final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Efectivo

Pero ahora había fuerzas más grandes en juego.

Comenzaba la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia. EEUU estaba desesperado por evitar que los comunistas tomaran el poder en China, temiendo que se alinearan con el dictador ruso Joseph Stalin. Estados Unidos también quería heredar los intereses del Imperio Británico en todo el mundo.

China había estado dominada por las potencias europeas desde el siglo XIX. La gran mayoría del territorio del país estaba bajo control chino, pero las potencias extranjeras tenían presencia en ciudades clave de la costa este.

Gran Bretaña, Francia, Portugal, Austria-Hungría y Alemania tenían todos territorios “arrendados” de China. Estos incluían puertos importantes, como Hong Kong, que Gran Bretaña tomó en 1841 tras una guerra que se libró por su derecho a vender opio a China.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos quería una porción más grande de China. De modo que invirtió millones de dólares en ayuda y armas en el gobierno del Kuomintang. Pero el Kuomitang era corrupto y los funcionarios del gobierno desviaron fondos.

El presidente de EEUU, Harry Truman, estaba furioso porque su plan para detener a los comunistas no estaba funcionando. “Los Chiang, los Kung y los Soong son todos ladrones”, escribió.

Los comunistas continuaron ganando el apoyo de los campesinos, en gran parte debido a sus políticas de redistribución de la tierra.

Y en 1945 Rusia les entregó las partes del norte de China que había arrebatado a Japón.

Eso puso más áreas rurales bajo control comunista. En las principales ciudades controladas por el Kuomintang, los suministros de alimentos comenzaron a agotarse. Y a medida que aumentó la inflación, los nacionalistas perdieron aún más popularidad entre las clases medias y los trabajadores.

Ya el 2 de marzo de 1949, el embajador británico en Nanjing pintó un panorama desolador en un cable al Ministerio de Relaciones Exteriores. “A pesar de todos los esfuerzos de Chiang Kai Shek, en mi opinión, se descarta que se pueda organizar una mayor resistencia exitosa a los comunistas”, escribió.

Los nacionalistas resistieron en algunas provincias hasta 1950. Pero la mayor parte de su resistencia se había roto cuando Mao declaró la República Popular China en Beijing el 1 de octubre.

El Kuomintang se vio obligado a retirarse a Taiwán donde instaló una dictadura financiada por Estados Unidos hasta la década de 1980.

Barbarie

Para la mayoría de su población, China antes de 1949 era una barbarie. La esperanza de vida promedio era de alrededor de 40 años. Había una pobreza extrema, poca atención médica accesible y el analfabetismo era común.

Las mujeres a menudo eran compradas y vendidas como “sirvientas domésticas”. La práctica de vendar los pies, donde las mujeres vendaban sus pies con fuerza para hacerlos aparentemente más atractivos, reflejaba su opresión.

Los señores de la guerra, las tribus y los terratenientes rivales tenían el poder.

Pero la revolución de Mao significó el final para ellos. En la década de 1950, la vida mejoró para la mayoría de los chinos. La tierra se redistribuyó. Cayeron el desempleo y la hiperinflación. La Ley de Matrimonio de 1952 significó que las esposas ya no fueran consideradas propiedad de los esposos.

Pero la Revolución China no fue una revolución socialista, en la que la clase trabajadora toma el poder político y dirige la sociedad.

Cuando el Ejército Popular de Liberación del PCCh marchó a Beijing en 1949, los trabajadores se alinearon en las calles para darle la bienvenida. Pero los trabajadores no jugaron un papel activo en la revolución y no había nada de socialista en el régimen que llevó al poder. Los trabajadores no dirigían las fábricas ni las oficinas, y los campesinos no controlaban las aldeas.

En contraste, la Revolución Rusa de 1917 fue una auténtica revolución de la clase trabajadora. Muchos trabajadores y sectores radicales de las clases medias en China que esperaban una vida mejor se inspiraron en Rusia.

El PCCh fue creado por un pequeño grupo de activistas socialistas, incluido Mao, a principios de la década de 1920. En ese momento argumentaron que la pequeña pero poderosa clase trabajadora de China tenía el poder de impulsar un cambio revolucionario. Una ola de luchas obreras arrasó las ciudades en 1925.

Desastrosa

Chiang Kai Shek, uno de los señores de la guerra, inicialmente pensó que su Kuomintang nacionalista podría beneficiarse de la revuelta, por lo que se alió con Rusia. El liderazgo de Rusia, cada vez más dominado por Stalin, ordenó al PCCh entrar en una alianza desastrosa con los nacionalistas.

Pero Chiang Kai Shek quería deshacerse de la dominación extranjera, no alentar la revolución obrera. En 1927 dirigió sus armas contra el movimiento obrero. Miles de activistas fueron encarcelados, fusilados u obligados a huir al campo.

El PCCh pasó de ser un partido de comunistas obreros e intelectuales radicales de clase media a una organización militar basada en el campesinado.

Stalin alentó esto. En la década de 1930, Rusia ya era un régimen del capitalismo de Estado. Una sangrienta guerra civil había devastado a los soviets (consejos de trabajadores) que habían gobernado.

Stalin y su burocracia estatal se convirtieron en una nueva clase dominante. Su objetivo era forzar una rápida industrialización sobre las espaldas de los trabajadores y campesinos.

Mao quería convertir a China en un país industrial moderno y vio a la Rusia estalinista como modelo. China también se convirtió en capitalismo de Estado.

Una economía socialista real se planificaría democráticamente y se basaría en satisfacer las necesidades de las personas. En la Rusia de Stalin y la China de Mao la economía se basaba en la acumulación de capital para competir con los rivales imperialistas. Las necesidades humanas se subordinaron a esta prioridad.

Para Mao, los “principales enemigos” eran los imperialistas y los terratenientes. Pensó que podría construir mejor la economía de China sin ellos obstaculizándolo.

Industrialización

Sin embargo, existía una enorme brecha entre la ambición de Mao y los recursos disponibles para financiar la industrialización. Así que en 1957 Mao anunció el “Gran Salto Adelante”.

Los campesinos fueron acorralados en enormes “comunas populares”, algunas de hasta 30.000 personas. Se les hizo trabajar las 24 horas del día y se les dijo que cumplieran objetivos de producción imposibles.

El resultado fue una terrible hambruna que cobró la vida de 30 millones de personas entre 1957 y 1960. Decenas de millones de personas se vieron obligadas por el hambre a comer hierba y cortezas de árboles.

Mao no logró impulsar el crecimiento económico de China. El resto de la dirección del PCCh comenzó a volverse en su contra. Pero no tenían alternativa a su estrategia de rápida industrialización.

Otro plan desastroso para impulsar el crecimiento chino siguió cuando Mao recuperó el control en la década de 1960. Su Revolución Cultural se deshizo de sus oponentes dentro del PCCh, pero acercó a China a la guerra civil.

Mao continuó gobernando China hasta su muerte en 1976. Pero era obvio que China no alcanzaría a sus rivales confiando en los esfuerzos continuos para exprimir más a los trabajadores y al campesinado.

En las décadas de 1970 y 1980, la clase dominante se inclinó hacia la apertura del país a la inversión extranjera manteniendo un estricto control político. Así, China se convirtió en una potencia económica y finalmente logró lo que los gobernantes del PCCh habían querido.


Este artículo apareció en nuestra publicación hermana en Gran Bretaña, Socialist Worker.