Se cumple este año el 80 aniversario del asesinato del pensador marxista y socialista revolucionario ruso, León Trotsky, asesinado por orden de Stalin.
En mayo de 1940, Trotsky escribió un artículo titulado “Stalin quiere mi muerte”. Una predicción acertada, ya que tres meses después, el 20 de agosto, el agente estalinista Ramón Mercader, alias Frank Jackson, le clavó un piolet en la cabeza.
Este asesinato fue el último de los crímenes que acabaron con la vieja guardia bolchevique. Rikov, Zinóviev, Bujarin, Piátakov, Rakovski fueron ejecutados, así como decenas de miles de miembros del partido, como Radek, desaparecieron para siempre en los campos de trabajo.
Tan sólo superado por Lenin como líder clave de la Revolución Rusa de 1917 que estableció el primer Estado obrero del mundo, Trotsky también lideró la exitosa defensa de la Revolución como comandante del Ejército Rojo, derrotando a 14 ejércitos invasores de Occidente.
Asimismo, desempeñó un papel central en el surgimiento de la Oposición de Izquierda, en otoño de 1923, en el último período de la vida de Lenin y en medio de la abortada revolución alemana, cuando el crecimiento del burocratismo en el Estado soviético y el Partido Comunista ya estaba despertando a una oposición dentro del partido y en la clase obrera en su conjunto.
Tanto la Oposición de Izquierda como después la Oposición Unificada (1926-1927) combatieron por la democratización del partido, la limitación del poder de su aparato y por un programa de industrialización planificada para combatir el desempleo y provocar el renacimiento económico y político de la clase trabajadora.
Como resultado de la intensificación de la lucha interna del partido, Trotsky y Zinóviev, junto a unos 8.000 opositores más, fueron expulsados del partido en el Decimoquinto Congreso en diciembre de 1927.
Dos años después, cuando Trotsky fue expulsado de Rusia, Stalin lanzó el primero de los planes quinquenales, destinado a una rápida industrialización, con terribles consecuencias para los trabajadores y campesinos rusos.
En el exilio, Trotsky continuó promoviendo la genuina tradición marxista. Analizó el ascenso del fascismo en Europa y la necesidad de un “frente único” para derrotarlo; la Revolución Española y sus peligros; las rivalidades imperialistas que llevaron a la Segunda Guerra Mundial.
En 1936, Trotsky escribió La revolución traicionada, una interpretación pionera de la contrarrevolución de Stalin en Rusia. En él, Trotsky llamó a una revolución política para derrocar a la burocracia estalinista en Rusia y para la creación de un nuevo movimiento revolucionario internacional.
Su defensa de que el socialismo debe ser la autoemancipación de la clase trabajadora, frente a las distorsiones de Stalin, preservó la tradición marxista para que pudiese ser descubierta por las nuevas generaciones, primero en los años sesenta y setenta, y luego, después, la caída del Muro de Berlín, por los activistas que dieron vida al movimiento anticapitalista.
Como señaló Duncan Hallas:
“Trotsky escribió una vez que la esencia de la tragedia era el contraste entre grandes objetivos e insignificantes medios. Independientemente de lo que pueda decirse sobre esta generalización, ciertamente ella resume la propia situación de Trotsky durante sus últimos años de vida. El hombre que organizó la Insurrección de Octubre, que dirigió las operaciones del Ejército Rojo, que había lidiado —como amigo o enemigo— con los partidos obreros de masas (revolucionarios y reformistas) en el Comintern, se hallaba reducido a luchar para mantener unido a un puñado de grupos minúsculos, esparcidos por todas partes, todos ellos impotentes en la práctica para influir en el curso de los acontecimientos, incluso marginalmente”.
No obstante, Trotsky luchó hasta el fin. Inevitablemente, su aislamiento forzado y la imposibilidad de participar efectivamente en el movimiento obrero, en el cual había desempeñado un papel clave, afectó hasta cierto punto su comprensión del curso que seguía una lucha de clases en constante cambio. Esto no se debía a “fallos” intelectuales. Se debía más a la falta de contacto fraternal con cantidades significativas de militantes implicados en la verdadera lucha de clases.
Cuando Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 por el agente enviado por Stalin, dejó tras de sí un movimiento. Fueran cuales fueran las debilidades y defectos que tenía dicho movimiento —y tenía muchos— era un enorme logro.
Cualesquiera que sean los fallos que veamos en retrospectiva, debemos acercarnos al marxismo de la manera en que lo hizo Trotsky, como una guía viva para la acción que puede generar un nuevo mundo basado en el poder de los trabajadores y limpio de todo mal, opresión y violencia.
Leer el texto, más extenso, de Duncan Hallas, El Legado de Trotsky
Otros textos sobre Trotsky publicados en castellano:
Esme Choonara, Trotsky: Guia Anticapitalista/
Tony Cliff, Trotskismo después de Trotsky
Frank García Henderson, Trotski: Concierto de provocaciones para libro inquieto (versión completa)