Bianca Carrera | Rubén James Vargas

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En Barcelona, a lo largo de los últimos meses las calles se quedaron vacías. Anteriormente, meses de actividad de protesta y diálogo incesante habían dado como resultado la elaboración y la adopción de un plan climático —realizado a través de un proceso participativo de la sociedad civil— a principios de este 2020. Un logro que puso de manifiesto la urgencia que había en actuar radicalmente para mitigar los posibles escenarios climáticos que se avecinaban. Y sin embargo, 6 meses después, tal urgencia ha quedado en segundo plano.

Las cosas no han sido muy diferentes en otras partes del Estado, ya que esta pandemia y el confinamiento al que se ha sometido a la población ha sido total. De repente hemos visto desde los movimientos ecologistas en Asturias un descenso en su actividad en las calles. Parecería que la energía acumulada ante la indignación de las reuniones del COP25 hubiera quedado totalmente disuelta.

Desde los movimientos climáticos se ha engendrado una gran impotencia. Al ver cómo las falsas esperanzas de que un mero período de 3 meses confinados han podido acabar con nuestra desgracia se dispersan. Ver cómo la administración se prepara para un estímulo económico que puede llevarse por delante todo el trabajo a favor del decrecimiento y la conciencia climática. Ver cómo, aun así, nuestras voces de protesta no podían salir a las calles a escucharse.

Sin embargo, esta crisis también ha generado una esperanza. Y es que, mientras que las plataformas sociales nos hemos volcado en las redes como una herramienta difusora para que la crisis ambiental —la más importante hasta día de hoy— no quede olvidada, se ha ido generado un instrumento transformador por el que apostar: la cooperación ciudadana.

A pesar de esto, sería un error pensar que la desmovilización en la calle se traduce directamente a un colapso de la organización de los movimientos ecologistas. Éstos se han tenido que adaptar como todos, cambiando las asambleas presenciales y las acciones en la calle por charlas y debates online a través de diversas plataformas. Desde ahí se han intentado impulsar varias formas de protesta alternativas para continuar con las reivindicaciones climáticas con diferentes resultados.

Se ha hecho palpable que, en momentos de emergencia global, lo más efectivo para vencer a cualquier virus —sea el COVID-19 o el capitalismo feroz que está consumiendo nuestro planeta— son las iniciativas locales y populares, las cuales, libres de la mortífera burocracia estatal, son capaces de responder a las necesidades más urgentes.

El 5 de junio fue el día mundial del medio ambiente, y Asturies Pol Clima —la alianza que recoge a la mayoría de movimientos sociales que luchan por un futuro ecológico en Asturias, en la que participan colectivos como Extinction Rebellion (XR), Fridays For Future y Ecologistas en Acción— organizó un evento. Dicho evento consistió en una serie de actividades virtuales, como una acción digital usando las redes sociales con difusión de carteles frente a la emergencia climática. Además, varios activistas participaron en una concentración presencial con aforo limitado y manteniendo las distancias de seguridad frente al Náutico de Gijón.

También hay que tener en cuenta las acciones del 29 de mayo por parte de diferentes nodos de XR que  organizaron una “marcha simbólica” con zapatos usados que simbolizaban a las personas confinadas que se distribuían por las plazas. Hasta el nodo de Santander, que cuenta con muy pocos activistas por ahora, pudo participar. Lo interesante de esta acción es que se inspira en manifestaciones similares como las de los derechos para los y las migrantes y refugiados, donde cada par de zapatos representa a los que fueron ahogados en el Mediterráneo por la inacción de Europa. Con esto podemos ver como diferentes movimientos pueden nutrirse de las experiencias de otros.

Aunque el COVID-19 haya ocultado parte del protagonismo que la lucha climática había conseguido, también ha dado a conocer las limitaciones de este sistema económico enfermo, y el cómo éste puede ser combatido a través de algo que no hemos dejado de aprender durante esta pandemia: la importancia de la solidaridad. Desde todas las plataformas del mundo, esperamos que tal hecho haga acabar de despertar a la población, y que sirva como trampolín para conseguir el cambio que hace años que necesitamos, y por lo que estamos luchando.


Bianca Carrera es activista de Fridays For Future en Catalunya y militante de Marx21.

Rubén James Vargas es activista en XR Asturies y militante de Marx21.