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En una entrevista concedida a El País en agosto de 1991, Julio Anguita declaró “Me moriré siendo rojo”. A diferencia de muchísimos políticos de izquierdas —y unas cuantas políticas—cumplió su palabra; nunca se pasó a la derecha. Ni siquiera lo pudieron domesticar para convertirlo en esa especie de pariente ligeramente embarazoso de la socialdemocracia, al que se le va la lengua a veces, pero forma parte de la familia y siempre acude a las cenas de navidad.

No, Julio Anguita fue una figura crítica hasta el final, y por eso, tanta gente de la izquierda combativa lo echará de menos. Aquí también, lo echaremos de menos.

Pero se lo debemos a su memoria recordar los aciertos, pero también las discrepancias. Lo llamaron el califa rojo, pero era más bien profesor, y de los profesores hay que aprender.

Una voz de izquierdas…

El mejor tributo a Anguita estos días han sido la multitud de voces de activistas que crecieron en los años 90 que se acuerdan de cómo sus discursos les inspiraron, y les mostraron por primera vez que existía una izquierda más allá del PSOE. El hecho de que muchos de estos recuerdos provengan de personas de más allá de las filas del partido comunista e Izquierda Unida —incluyendo a militantes actuales de la izquierda revolucionaria— confirma la importancia de la figura de Anguita para el conjunto de la izquierda en el Estado español.

En 1979, Anguita —candidato del Partido Comunista de España (PCE)— ganó las elecciones municipales en la ciudad de Córdoba, convirtiéndose en el primer y entonces único alcalde comunista de una capital de provincia. Bajo su mandato, como recordó su sucesor, “abrió el Ayuntamiento a la participación ciudadana y se preocupó, por primera vez, por la situación de los barrios de Córdoba”. Estas medidas participativas se anticiparon, por muchos años, a las políticas en este sentido aplicadas más tarde en Porto Alegre, Brasil.

Es difícil comprenderlo ahora, pero cuando Anguita llegó a la dirección del PCE en 1988, y de Izquierda Unida en 1989, el PSOE de Felipe González tenía la mayoría absoluta en el Congreso, con el 44% de los votos y 184 escaños sobre 350. Ante esta situación, Anguita planteó la idea de “sorpasso”, de que la izquierda transformadora debía intentar superar a la socialdemocracia, en vez de conformarse con ser su socio menor.

En los años 90, cuando parecía que el neoliberalismo llegaba a dominarlo todo —no sólo en la práctica sino también a nivel de ideas— Anguita lo denunció, por ejemplo, levantando la voz contra el tratado de Maastricht, el documento firmado en 1992 que fijó el neoliberalismo en el ADN de la Unión Europea.

Denunció al imperialismo occidental y sus incursiones bélicas. Cuando en abril de 2003 su hijo mayor murió en Irak mientras trabajaba como corresponsal de guerra, el afligido padre emitió la frase que se convertiría en emblemática: “malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”.

Entre 1998 y 2000 dejó sus diversos cargos de dirección y volvió a dar clase en un instituto de secundaria en Córdoba. Cuando se jubiló, renunció a la pensión de exdiputado y vivió con la de maestro de escuela.

Apostó por la política más allá de las instituciones, por ejemplo con el Frente Cívico “Somos Mayoría”, creado en 2012, una mezcla de movimiento y espacio político que precedió a Podemos.

Anguita continuó siendo una voz discordante y crítica hasta el final. En una entrevista concedida pocas semanas antes de su muerte —ya bajo el confinamiento— Anguita advirtió contra la propuesta de unos nuevos pactos de Moncloa, insistiendo en que no beneficiarían a la gente trabajadora. También declaró que “Para mí, la monarquía es algo totalmente prescindible. Creo que los que nos llamamos republicanos deberíamos estar ya preparando la tercera república”. No hizo lo mismo que la dirección de Podemos, que hace tiempo pasó de criticar a la monarquía a reglarles DVDs.

…con sus contradicciones

El propio Julio Anguita dijo “soy hijo de mi tiempo, contradictorio”. La franqueza —algo que le caracterizó— nos obliga a hablar también de estas contradicciones.

El concepto de las “dos orillas” fue una parte clave de la idea del “sorpasso”. En la orilla izquierda estaba sólo Izquierda Unida. En la orilla derecha se juntaban el PP, PSOE, CIU, PNV… Aquí se mezclan diferentes problemas.

Es cierto que una vez en el poder, las direcciones de todos estos partidos aplican políticas neoliberales. Sin embargo, sus bases no son iguales. La gente en los mítines del PSOE aplaude cuando se habla de fortalecer el Estado de bienestar y aumentar los derechos sociales; en los del PP se excitan cuando se habla de recortarlos. Por esto y otros motivos parecidos, la visión de las dos orillas es un error, como también lo es el hashtag “#PPSOE” que va en el mismo sentido. Reduce unos hechos contradictorios y llenos de matices a un cuadro simplista y monocromático.

Estos días hemos podido leer que “Pedro J. Ramírez cuenta en su libro Amarga victoria cómo nacieron las buenas relaciones entre Aznar y Anguita y cómo ambos coincidieron en la urgencia de acabar con el felipismo para restaurar lo que llamaba nuestra ‘normalidad’ democrática”. Sea cierto o no lo que explica Ramírez, la necesaria independencia de la izquierda radical respecto a la socialdemocracia no puede incluir ninguna concesión a la derecha, ni sectarismo hacia las bases del reformismo. La aplicación práctica de la visión de las “dos orillas” falló en este sentido.

Por otro lado, el concepto de Izquierda Unida como la única izquierda existente comporta una visión de “partido único” que también excluye a cualquier otra voz independiente de la izquierda revolucionaria, más allá de IU. En sus primeros años, Podemos intentó copiar este modelo de partido único de la izquierda, y también conllevó graves problemas.

El legado estalinista: Julio Anguita declaró en 1998 que “El hundimiento de la URSS ha sido un revés y una derrota para los pueblos que la componían, para los oprimidos del tercer mundo y para el mantenimiento de las conquistas que habían conseguido los trabajadores de Occidente.” En 2012 decía en una intervención televisiva que hubo “errores y horrores” en la URSS y sus países aliados, pero seguía defendiéndolos como comunistas. (Aunque es interesante que declaró que en China regía el capitalismo de Estado.) Anguita era capaz de reconocer que los horrores en Occidente no eran fruto de la casualidad, sino el producto de un sistema que él sabía criticar de manera muy efectiva. En cambio, en los países del Este, eran errores puntuales que se debían disculpar.

En este sentido, debemos tomar nota del tuit que hizo Fermin Muguruza tras la muerte de Anguita; recordó que habían participado juntos en un acto a favor del gobierno sirio de Bashar Al Assad… el mismo gobierno que es responsable de la muerte de medio millón de personas, sin hablar de los encarcelamientos, torturas, etc. Que dos personas que en otro contexto denunciarían crímenes de este tipo participasen en un acto de apoyo a los responsables —aliados, recordemos, de la Rusia de Putin— es una muestra más de que el estalinismo sigue pesando mucho en la izquierda.

La cuestión nacional: aquí Anguita se ha expresado de maneras muy diferentes. En los años 90, dijo que la catalana era “la peor burguesía de España” y que el PSOE, al pactar con CiU, había pactado con “lo peor del país”. En una España en la que aún quedan restos del franquismo, fue una elección extraña de qué era “lo peor”. En 2018, denunció que “El independentismo galopa sobre su propia locura; y Madrid, sobre su propia irracionalidad”. El independentismo catalán no está exento de críticas, por supuesto, pero no se le puede tratar como una mera “locura”, ni tampoco equipararlo al centralismo español que un año antes de esa entrevista había herido a más de mil personas en su brutal represión policial contra el referéndum. Por otro lado, en la misma entrevista insistió en que los y las dirigentes independentistas en la cárcel eran presos políticos y exigió su liberación.

Tampoco deberíamos olvidar la actitud de IU bajo el mando de Anguita a la cuestión vasca. IU y Anguita personalmente participaron en innumerables concentraciones y manifestaciones contra la izquierda abertzale (en teoría sólo contra ETA pero no se solía hilar tan fino), codo con codo con líderes del PP y PSOE como José María Aznar y Felipe González, que se supone pertenecían a la “otra orilla”. (De hecho, esto demuestra que el concepto de la “otra orilla” era igual de flexible que la idea más reciente podemita de “la casta”.)

La extrema derecha y el racismo: En junio de 2019, Anguita declaró en La Sexta que “Vox no es fascismo”, añadiendo: “creo que se está exagerando intencionadamente la amenaza de Vox.” En términos estrictos, tiene razón en que VOX no es un partido fascista como tal… aunque sí incluye a muchos fascistas y alimenta el fascismo. Sin embargo, en un momento en que todo el arco político gira hacia la derecha y el racismo crece a todos los niveles, quitar importancia al peligro que representa la extrema derecha es un error muy, muy grave.

En otra entrevista, Anguita abogó firmemente por controlar las fronteras frente a la gente refugiada y migrada: “¿Usted cree que cualquier país europeo, especialmente el nuestro, puede decir: venid todos los que queráis? Venga, ¡que los buenistas lo digan!…  Lo que está pasando aquí ya ha pasado en la historia de la humanidad. Las migraciones acabaron con el Imperio Romano y fue por fases.” Sus advertencias contra la (¿posible?) llegada de “millones” de personas, junto a sus acusaciones de “buenismo”, son pura demagogia y alimentan a la extrema derecha.

También preocupante fue el artículo que firmó Anguita, junto a Héctor Illueca y Manolo Monereo, alabando unas medidas del gobierno italiano como “un notable esfuerzo por defender al pueblo italiano contra los señores de las finanzas y de las deslocalizaciones”. Alababan al gobierno dominado por el partido fascista, la Lega de Salvini, y celebraban sus políticas, inspiradas no en el socialismo internacional, sino más bien en el nacional socialismo. El escritor y analista italiano Steven Forti tuvo toda la razón al preguntarles “¿Por qué queréis blanquear a Salvini?”.

Así que no podemos olvidar su recomendación en 2015, mientras hablaba en un acto de IU en Andalucía: “Votad al honrado, aunque éste sea el de extrema derecha”.

Aprendamos de lo bueno, y de lo malo

Señalamos las contradicciones de Anguita porque es importante tener una visión completa de esta figura clave de la izquierda del Estado español en estas últimas décadas.

Hay mucho de positivo que aprender: desde sus condenas a las injusticias del sistema hasta la necesidad de un análisis riguroso y el deber de hablar claro —aunque las opiniones no sean bienvenidas—. Pero no se pueden ni se deben olvidar los problemas.

No se le debería tomar como a un califa al que hay que obedecer, sino, como hemos dicho arriba, como al profesor que era. Hay que aprender de sus aciertos, y también de sus fallos.

Con sus aciertos, no se trata simplemente de admirarlos, como quienes escuchan los grandes éxitos de un cantante fallecido. La política anticapitalista no debe ser un club de fans, ni siquiera de una figura tan importante, sino un espacio que se inspira en lo anterior para ir más lejos; no se trata de repetir las palabras, sino de aprender a hacer nuestros propios análisis, y a hablar con nuestra propia voz.

Y con sus fallos, debemos reconocer que no basta con ser “honrado”: la diferencia entre la extrema derecha y la izquierda sí importa; y las diferencias dentro de la izquierda también importan. Que alguien con la capacidad crítica de Anguita acabase lamentando la caída del estalinismo, justificando las masacres en Siria, o dando la razón a la extrema derecha, confirma la importancia de la teoría. Por mucho que Anguita fuese honesto y en cierto sentido coherente, el peso de la tradición estalinista lo llevó a algunas posturas totalmente erróneas, incluso peligrosas.

Así que la admiración de una parte importante de lo que representó Julio Anguita debe ir acompañada por una continuada insistencia en una visión internacionalista, y en el socialismo desde abajo. Hemos perdido una figura importante, pero el mejor homenaje no es copiarlo, sino superar su legado.


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