La experiencia de una enfermera contra el Covid en Madrid

Alma Blanco Cazorla

Hace tres semanas dejé mi trabajo en Murcia para venirme a Madrid porque necesitaban personal de enfermería para la emergencia Covid. Trabajé en Madrid 7 años y medio como enfermera. He salido cada domingo en las manifestaciones de la Marea Blanca, he dormido en el Hospital de la Princesa cuando el PP quería privatizarlo, he luchado como miles de personas por una sanidad pública gratuita, de calidad y universal, contra la degradación que estaba sufriendo el sistema público de salud desde 2008. A modo de resumen: entre 2010 y 2018, en Madrid, aumentó en medio millón las personas que podían acceder a la sanidad pública, pero recortaron en 3.300 profesionales sanitarios la cobertura. A día de hoy, según el catálogo nacional de hospitales, Madrid cuenta con 50 hospitales privados y 33 públicos, de los cuales 5 tienen gestión privada.

Desde hace años venimos denunciando la situación precaria de la sanidad pública, hace años que nos critican y que intentan desacreditar a los movimientos en defensa de la sanidad pública, y ahora, de la noche a la mañana, nos llaman héroes y nos aplauden en los balcones. Esos balcones desde los que nos veían manifestarnos domingo tras domingo sin hacer nada. Nos aplaude también la gente que apoyó esos recortes… y no sé muy bien qué sentir al respecto tras un turno de infierno.

Al llegar a Madrid, tenía muy claro lo que encontraría: medicina de guerra. Un caos absolutamente organizado. He trabajado en ONGs en contextos complicados y podía hacerme una idea. Pero me equivoqué, el caos está lejos de estar organizado.

Secuelas psicológicas

Encontré dos tipos de profesionales. Por un lado, el personal del sistema sanitario de Madrid, agotado. Estas personas están asumiendo una carga física y emocional que a poca gente le ha preocupado hasta ahora. Se habla del síndrome de estrés postraumático y de secuelas psicológicas importantes. Hay dos suicidios de enfermeras en Italia por el estrés sufrido en las UCIs durante la pandemia. Por otro lado, personal de refuerzo o personas en servicios no Covid que han tenido una carga mucho menor de trabajo a la habitual, pero que veían a compañeras absolutamente agotadas y no podían hacer nada. Han tenido que gestionar la frustración de mirar desde fuera con impotencia, pidiendo incluso a supervisoras que las dejaran cubrir a sus compañeras en unidades Covid para que estas libraran.

Se puede entender el caos al principio de todo, pero, si toda la directiva de los hospitales está reuniéndose diariamente, ¿no han tenido tiempo de hacer unos protocolos básicos y que se adapten a distintos momentos?

La situación en los hospitales es de caos absoluto, cambiando órdenes de un día a otro y con órdenes contradictorias entre ellas. Y esto pone en riesgo al personal sanitario, porque esas órdenes, en su mayoría son de cómo hemos de protegernos. Aunque también sobre cómo tratar al paciente Covid +. ¿Sabéis que mi tratamiento será distinto en cada planta del mismo hospital? No hay un consenso, protocolo o algoritmo en el mismo hospital sobre cómo tratar al paciente Covid +.

Hace 5 días, la orden era que con una mascarilla y una bata quirúrgica podía manipular la traqueotomía de un paciente Covid, porque ya se había negativizado. Afirmar esto, con el poco conocimiento que hay sobre el virus, es exponerme a mí a la contaminación y a que transmita a más personas. Al día siguiente, para la misma técnica usamos un Epi 3.

Celadores y celadoras son consideradas personal de bajo riesgo, no tienen derecho a un Epi3, pero en una manipulación, si el tubo se suelta, la exposición es exactamente igual a la mía, ¿por qué esta medida?

Caos y dolor

Durante la emergencia, el personal ha sido cambiado de servicio, ha doblado turnos, ha enfermado y ha trabajado enfermo… Les han cambiado los protocolos a diario.  Tanto los protocolos sobre cómo protegerse, como protocolos sobre qué hacer si nota sintomatología Covid. No ha sido lo mismo tener 39.8 ºC siendo enfermera en las distintas semanas de alarma. Al principio test y baja, luego podías trabajar con síntomas leves, luego confinamiento sin test, luego test pero sólo si llegabas a 40 ºC. Las reincorporaciones igual. Si test positivo a casa, pero en mitad de la cuarentena te llamaban, si no tenías síntomas a trabajar, luego esperamos 2 test negativos, luego uno… No hay un consenso y una lógica en la toma de decisiones. No hay un caos ordenado, sino tan sólo caos. Esto no hace más que aumentar la sensación de falta de control, de desconfianza del personal en sus “superiores” directos e indirectos.

Hay enfermeras con su primer contrato en las manos llevando un hotel medicalizado solas, teniendo que decidir quién está grave o no para ir a un hospital. O en una UCI Covid, porque en las prácticas estuvo un mes en neonatología y ha visto un monitor de constantes en su vida. Esa enfermera tiene que ver cómo se seda y extuba a un señor de 70 años porque “lleva dos semanas que no tira, y si no ha tirado ya, no va a tirar”. Y sabe que es mentira, que la decisión la ha tomado otra profesional con todo el dolor de su alma y que esta noche se enfrentará a pesadillas, pensando en que hay una chica que acaba de dar a luz de 32 años en planta y que está con sintomatología grave, que necesita el respirador, y no hay más. Y ese equipo, tiene poco tiempo para desconectar a uno y conectar a otra. Plantarse el Epi y, sin una familia que le despida, sin una mano caliente que le acaricie, desconectar a ese paciente. Mientras, otra le susurra palabras de cariño y ánimo mirando cómo las constantes se apagan.

Hay gente decidiendo si intubar a un hombre de 58 o a su mujer de 52, porque sólo hay un respirador libre. Ambos graves. Horrible, doloroso, nos está desgarrando por dentro.

Y ahora, ese equipo, tras 10h de turno se va a casa, o al hotel, a encerrarse en una habitación, a pensar que, si tuviéramos un ventilador más, quizás ese señor habría salido. O no, no lo sabemos, pero gracias a esos recortes, ese señor no pudo aprovechar al máximo su oportunidad.

Luchemos

Yo, como parte de ese equipo, luego me voy a un hotel de personal sanitario sola, a mi cuarto, sola, y hago una videollamada para que me enseñen a mis perros, porque lo único que quiero es salir de esta pesadilla y jugar con ellos. Pero me voy a dormir corriendo, que mañana hay más.

Sabemos lo que nos está pasando por haber recortado, por no usar con determinación esos 50 hospitales privados con sus respiradores. No podemos volver a dejar que pase. No tendría que estar pasando.

No soy ninguna heroína ni hoy, ni nunca, no quiero serlo ni que me llamen así. Hago mi trabajo con toda la humanidad y profesionalidad de la que soy capaz. No quiero que me aplaudan o me digan valiente. No lo soy, tengo tanto miedo que a veces me paralizo cuando creo que he tocado parte sucia del epi con el guante limpio.

Hace años que curo, cuido, sano o acompaño cuando no puedo hacer lo anterior. Hace años que trabajo codo a codo con la muerte y que estoy en riesgo cuando hay falta de material. No soy una heroína. Solo quiero que, cuando esto acabe, os vengáis conmigo a gritarle a todos los gobiernos que la sanidad no se toca, que no se recorta. Que nos va la vida en ello. Que seamos tantos millones que sólo se vea blanco en la calle. Que los aplausos se transformen en gritos de defensa por la sanidad pública.

Sólo el pueblo salva al pueblo, nosotras estamos dando absolutamente todo lo que podemos, pero necesitamos que esto sea un trabajo en equipo y que luchemos juntxs.

Un abrazo enorme, nos vemos en las calles, construyendo una sanidad pública mejor.


Alma Blanco es militante de Marx21.