David Robles

Sólo una crisis —real o percibida— da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”. Milton Friedman, ideólogo de la doctrina del shock.

Aprovechar una crisis, —real o percibida— con objeto de imponer, en un periodo muy breve, transformaciones políticas y económicas a una sociedad en estado de shock que permita “controlar la voluntad del adversario, sus percepciones y su comprensión, y literalmente lograr que quede impotente para cualquier acción o reacción”. Esto es lo que la periodista y activista canadiense, Naomi Klein, denominó “la doctrina del shock”.

Doctrina en práctica

Hungría se ha convertido en el primer estado europeo autoritario del siglo XXI al permitir su parlamento investir a su presidente, el ultranacionalista Viktor Orbán, de poderes ilimitados para gobernar a base de decretos sin el control del legislativo y por tiempo indeterminado. Permitiéndole, entre otras prerrogativas, suspender leyes, censurar medios de comunicación, penar hasta con 5 años de cárcel a quienes difundan información contraria a sus intereses y suspender procesos electorales. Y todo bajo el pretexto del “estado de alarma por la epidemia del coronavirus” pese a que Hungría no se ha visto excesivamente golpeada por la pandemia, en el momento de la declaración de estado de alarma, Hungría contaba con 447 casos confirmados y 15 fallecidos. La doctrina del shock puesta en práctica.

El pasado 14 de marzo el gobierno español decretó el estado de alarma, prorrogado recientemente por 15 días más con la aprobación del Congreso de los Diputados. Un estado de alarma que “de factoimpone el de excepción al limitar derechos fundamentales como los de reunión, manifestación o el derecho a la huelga laboral, dificultando la actividad sindical y política debido al confinamiento obligatorio. Lo que parecía políticamente imposible se ha asumido por la ciudadana sin apenas contestación.

Militarización de la crisis

La imagen de la respuesta militarizada a la crisis del coronavirus en el Estado español, con una sobre exposición de las fuerzas armadas en las calles y altos cargos militares protagonizando ruedas de prensa diariamente, ayuda a mantener la idea de un estado de excepción enfatizado por el lenguaje empleado: combatir, derrotar, primera línea del frente, valor, héroes… Un lenguaje que acaba convirtiendo las comparecencias en partes de guerra en vez de en ruedas de prensa informativas.

El estado de alarma se ha convertido en un estado semi-policial, donde no han faltado actos de abusos. No es un toque de queda, aunque por desgracia se está pareciendo mucho. Salir con miedo a hacer tareas imprescindibles al no poder justificarlas ante los continuos controles policiales no debería de ser la normalidad. Además, diariamente nos recuerdan los comparecientes en rueda de prensa las infracciones impuestas, las personas detenidas… Pueden estar poniendo las bases para que cualquier reacción ciudadana ante un comportamiento cada vez más autoritario quede sin efecto alguno.

Como colofón al estado semi-policial, hay vecinos que se han erigido en espías y delatores en su comunidad, controlando desde sus balcones, terrazas y ventanas a quién sale a la calle, cuánto tarda en regresar a casa, incluso, controlando quién sale o no a aplaudir. No hay estado totalitario “del bueno” sin sus buenos delatores.

La hipótesis

Lo que pretendo explicar es que la delgada línea roja que nos puede separar del autoritarismo se puede ver difuminada en tiempos de crisis. La militarización no sólo ayuda a difuminarla aún más, sino que nos está distorsionando la realidad: es el personal sanitario, las cajeras de los supermercados, los camioneros, las cuidadoras y limpiadoras, es decir, la clase trabajadora quienes hacen frente a la pandemia. Fundamentalmente lo que está habiendo por parte de la gente trabajadora es autocontrol y solidaridad. Sobran los comportamientos autoritarios policiales, fomentados, autorizados, o simplemente no perseguidos, durante muchos años por los responsables políticos.

Sí hay salida

La crisis del coronavirus es nueva para todos y todas, y es algo para lo que nadie estaba preparado. Experiencias anteriores de crisis nos han demostrado que son aprovechadas para imponer mediadas políticas y económicas altamente desfavorables para la inmensa mayoría y sin apenas contestación. Pero, también, la experiencia nos ha enseñado que es posible hacerles frente y revertirlas.

Como rezaba aquella pintada en el Buenos Aires del 78 “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”. Pese al confinamiento, se han creado redes ciudadanas de apoyo mutuo, la ciudadanía se auto-organiza para confeccionar material de protección para el personal sanitario ante la falta de equipos homologados. En centros de trabajo, como en los “call centers” y el aeronáutico, los trabajadores y trabajadoras se han negado a entrar ante la falta de medidas de seguridad. Y mucha gente trabajadora está tomando conciencia de que un sistema que ponga en el centro a las personas, y no a los beneficios e intereses del capital, mediante la socialización y democratización de los medios de producción y con servicios públicos fuertes es mucho más robusto, eficaz y democrático a la hora de superar una crisis como la actual.


David Robles es militante de Marx21 Sevilla