David Karvala

Cada vez es más frecuente oír cómo se analizan las opresiones en términos de los “privilegios” de las personas que no están sometidas a una u otra opresión. Creo que esta visión a menudo comporta errores de análisis y, lo más grave, lleva a estrategias equivocadas en la lucha contra las opresiones.

Aquí intentaré explicar estas críticas y proponer un análisis que lleve a estrategias muy diferentes.

Escribí este texto para el libro Antifascismo del 99%. Soy consciente de que puede herir sensibilidades. Mi objetivo al escribirlo no es quitar importancia a las opresiones y a las múltiples discriminaciones que existen; todo lo contrario. Su planteamiento es que para poder combatirlas y eliminarlas, hace falta analizar a fondo a quién benefician. Esto a su vez puede ayudarnos a impulsar luchas unitarias contra las opresiones.

Índice

Las opresiones y las desigualdades existen
“Revisando los privilegios”
Salario psicológico
Explotación y clase social
Marx sobre Irlanda
¿El marxismo ignora las opresiones?
Privilegios, derechos, intereses materiales
¿A quién le beneficia la brecha salarial?
¿Lucha o negocio?
De la lucha al negocio en la década de 1980
Objetivos compartidos en luchas colectivas
Generando alianzas
Galletas
Conclusiones
Notas
Bibliografía


Las opresiones y las desigualdades existen

Un tópico reciente es que el machismo, el racismo, la LGTBIfobia etc., son cosa del pasado; que los avances conseguidos durante las últimas décadas suponen que las opresiones se han superado, totalmente o en gran parte.

En algunas versiones esto lleva a una fijación con los “micromachismos” y “microrracismos”: “micro” porque la versión “macro” ya no existe o tiene menos importancia. En otras, supone la conclusión de que podemos olvidarnos completamente de estas opresiones y volver a lo de siempre: para algunas personas, el capitalismo liberal; para otras, una “lucha de clases” centrada en una “clase obrera” que milagrosamente no tiene color de piel, género, orientación sexual, etc.

Sin embargo, no hace falta estudiar mucho el mundo para ver que el racismo, el machismo, la LGTBIfobia… son muy reales y a escala macro. Estas opresiones pueden tomar la forma de discriminación en el mundo laboral, en la vivienda, de agresiones, brutalidad y represión policial, y mil cosas más. En este texto se dará por sentado que las opresiones existen; no se intentarán resumir todos los datos que lo demuestren.[1]

Esta realidad señala el error de una de las respuestas frecuentes ante la opresión. Ideas como “yo no veo el color de la piel, para mi todo el mundo es igual” reflejan buenas intenciones, pero pueden llevar a alguien a imaginar que con esta visión ya no hay que combatir el racismo; que si nos ponemos de acuerdo entre un grupo de colegas que vamos a ignorar las diferencias de color, género, orientación sexual, etc., todo queda resuelto. Pues no. Porque la opresión no se resume en las malas actitudes de unos individuos. Las opresiones se han desarrollado como parte estructural de la misma sociedad. Laura Ribera Barniol (2019) tiene toda la razón al criticar esta visión del “no racismo daltónico”.

Otra amiga me explicó una muestra más de la misma confusión. Unas activistas en una protesta contra la persecución de prostitutas en Barcelona gritaron “todas somos putas”. Como me comentó esta amiga, en realidad estas activistas no sufrían la misma persecución que las prostitutas: la policía no iba a registrar su bolso para ver si llevaban condones, no iba a multarlas si pasaban demasiado tiempo en una esquina, etc. Sus buenas intenciones encubrían un desconocimiento de las condiciones de vida de las mujeres que ejercían de prostitutas; muy diferentes a las suyas.

Estas diferencias se han definido como “privilegios”. Las diferencias de derechos existen por supuesto. Un ejemplo es el hecho de que un hombre da por sentado que puede hacer ciertas cosas que para una mujer son difíciles o más peligrosas, como el simple hecho de correr por el parque muy temprano, o volver a casa solo en plena noche, sin las mismas preocupaciones. En general, una persona blanca que pasea por la ciudad no tiene miedo de que la policía la pare pidiéndole papeles, etc.

La opresión consiste en la negación de ciertos derechos a un grupo determinado de personas. La cuestión es si es correcto describir esto como un “privilegio” de las personas que no sufren esta discriminación, un “privilegio” que estas personas deberían “revisar”. O bien, efectivamente, ¿hay que luchar colectivamente por los derechos —plenos y reales— para todo el mundo? Simplificando (seguramente demasiado): ¿hay que igualar hacia abajo o hacia arriba?

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“Revisando los privilegios”

La presentación más conocida de la idea de privilegios es “El Privilegio Blanco: Deshaciendo la Maleta Invisible”, un texto publicado por la académica Peggy McIntosh en 1989. Ella elabora una lista (que ha ido ampliando con los años) de privilegios que ella disfruta por el hecho de ser blanca.

En una de las versiones de su texto, cita los siguientes privilegios:

“1. Puedo, si así lo deseo, organizarme para estar en compañía de personas de mi raza la mayor parte del tiempo […]
3. Si tengo que mudarme, puedo estar bastante segura de poder alquilar o comprar una vivienda en una zona en la que pueda permitirme y desee vivir […]
50. Me sentiré bienvenida y ‘normal’ en los ámbitos habituales de la vida pública, institucional y social.” Etcétera.

La lista puede provocar reflexión acerca de las muchas maneras en que el racismo afecta a las personas negras/racializadas, y esto es evidentemente positivo. El problema es que el enfoque de McIntosh no genera propuestas acerca de cómo superar el racismo, más allá de esta propia reflexión por parte de la gente blanca. Antes se ha comentado que insistir en que “yo no veo el color de la piel, para mi todo el mundo es igual” no ayuda a eliminar el racismo real y estructural que existe. Tampoco queda claro que, si diferentes personas reconocen disfrutar de privilegios (por ser hombres, blancas, heterosexuales…), esto contribuya a eliminar las diferentes formas de opresión estructural que existen en el mundo.

Su planteamiento provoca otras dudas.

Es problemática su aceptación del concepto de “mi raza” como si ésta fuera una categoría objetiva, en vez de una construcción social: algo que se ha descrito como una “comunidad imaginada”, adaptando el concepto planteado por Benedict Anderson para calificar las naciones (Sivanandan 1985; Callinicos 1992).

Bastantes de los “privilegios” que McIntosh atribuye a “su raza” realmente tienen más que ver con su posición social y económica (a esto volveremos). Es verdad que hay una mayor proporción de pobreza entre la gente negra, pero la mayoría de la gente blanca (la que pertenece a la clase trabajadora) también tiene problemas para “alquilar o comprar una vivienda”. ¿Cuántas personas trabajadoras blancas se sienten bienvenidas en los ámbitos habituales de la vida pública o institucional?

Pero una objeción básica es que vivir sin sufrir la opresión racista (o de otro tipo) debe ser un derecho para todo el mundo —por esto, hay que luchar, evidentemente— no un privilegio que se deba “revisar”.

Salario psicológico

Otra manera de entender el tema fue planteada hace ochenta años por W. E. B. Du Bois, intelectual negro y líder destacado de la lucha afroamericana en Estados Unidos:

la teoría [marxista] de la unidad de la clase trabajadora… no funcionó en el Sur… porque la teoría de la raza había sido introducida por un método cuidadosamente planeado y desarrollado progresivamente que marcó una separación tan grande entre trabajadores blancos y negros que probablemente aún hoy no haya en el mundo dos grupos de trabajadores con intereses prácticamente idénticos que se odien y teman tan profunda y persistentemente como éstos, ni que sean mantenidos tan lejos el uno del otro que ninguno vea que tienen intereses en común. Se debe recordar que el grupo blanco de trabajadores, aunque recibía sueldos bajos, se veía recompensado por una especie de salario público y psicológico. Por el hecho de ser blancos, gozaban de deferencia pública y recibían títulos de cortesía (Du Bois 1935, p. 700).

Debe quedar claro que cuando habla de un “salario psicológico”, se trata de una metáfora, efectivamente de un engaño. Como dice claramente, se trata de “dos grupos de trabajadores con intereses prácticamente idénticos que se odien y teman tan profunda y persistentemente” para que “ninguno vea que tienen intereses en común”.

Dio un ejemplo de estos intereses compartidos en un discurso sobre la negación de derechos civiles a la gente negra, el 19 de diciembre de 1928:

aquellos estadounidenses que tienen alguna capacidad para ver y pensar están comenzando lentamente a darse cuenta de que cuando la democracia falla para un grupo en los Estados Unidos, falla para la nación… La existencia de un grupo privado de sus derechos civiles obliga a su privación a otros grupos. El sistema de primarias blancas en el Sur es simplemente un sistema que obliga al hombre blanco a quitar derechos a sí mismo para quitarle el voto al negro… En el pasado, hemos lamentado la falta de libertad en el Sur debido a su efecto sobre el negro. Pero no es simplemente que el negro siga siendo un esclavo mientras esté desposeído de sus derechos, sino que los trabajadores blancos del Sur son arrastrados inevitablemente abajo hacia la posición del negro, y que el Sur blanco decente está privado no sólo de un gobierno decente sino de toda voz real… Hoy, en el Sur, los políticos tienen todos los incentivos para reducir el número de votantes, blancos y negros (Du Bois 1970, p. 38-39).

Du Bois fue un pensador impresionante, pero no fue un académico abstracto, sino un luchador incansable contra el racismo que rechazó las medias tintas aceptadas por algunos líderes negros. Precisamente su dedicación a la lucha activa contra el racismo lo llevó a señalar los intereses compartidos entre trabajadores negros y blancos.

Ahora toca una aclaración. Nadie analiza temas políticos y sociales nuevos a partir de la nada, sino siempre en base a un marco teórico, sea o no éste consciente y explícito. En este texto trato el debate acerca de la opresión y los privilegios desde una óptica marxista. Así que quizá sea el momento para comentar la visión marxista acerca de la clase trabajadora y la explotación, para luego ver cómo esto se relaciona con la opresión.

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Explotación y clase social

El marxismo afirma que la historia es la historia de la lucha de clases. Argumenta que el capitalismo se caracteriza por la oposición entre la burguesía —que controla los medios de producción— y la clase trabajadora. Ésta no tiene más opción si quiere sobrevivir que trabajar para la burguesía a cambio de un salario. Se nos presenta este intercambio de trabajo por dinero como un trato justo entre iguales, pero por su naturaleza implica explotación. El salario en principio refleja el coste de producción de la fuerza de trabajo, pero el trabajador o la trabajadora produce en un día más valor que eso.[2]

Esta relación explotadora es la base material de la afirmación marxista de que la lucha de clases es intrínseca al sistema. Puesto de otra manera, el conflicto de intereses entre las clases sociales es inseparable del capitalismo, y este hecho no depende de las ideas que puedan tener los y las trabajadoras en un momento u otro.

Supone que la clase trabajadora, y las personas que la conforman, son explotadas bajo el capitalismo; sus intereses materiales las deberían llevar a combatir este sistema. Por otro lado, la burguesía y todas las personas que conforman esta clase dirigente tienen un interés material en mantener el sistema.

Cuando hay grandes huelgas u otras luchas contra el sistema, la burguesía (o más típicamente sus tertulanios entrenados y pagados) se dedica a denunciarlas como obra de agitadores: esto les parece la única explicación posible del rechazo a su sistema. En realidad, lo que requiere explicación no es el rechazo, sino la aceptación, mucho más frecuente, del sistema que muestra la gente trabajadora.

Esta aceptación se debe a diferentes factores, pero un elemento importante es el peso de las ideas del sistema, la “ideología dominante”. Una parte esencial de esta ideología son las ideas machistas, racistas, homófobas…

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Marx sobre Irlanda

Marx tocó estas cuestiones hace casi ciento cincuenta años. Insistió en que la liberación de la clase trabajadora inglesa era imposible mientras ésta siguiese apoyando la opresión de Irlanda. Los y las trabajadoras inglesas debían hacer “causa común con los irlandeses” y tomar “la iniciativa de disolver la Unión establecida en 1201”. Explicó que “esto debe hacerse, no como cuestión de simpatía por Irlanda, sino como exigencia formulada en nombre de los intereses del proletariado inglés. Si no, el pueblo inglés permanecerá atado a las riendas de las clases dirigentes” (Carta de Marx a Kugelmann, 29 de noviembre de 1869, en Marx/Engels 1972, pp. 238-239.)

La relación de esta cuestión con el debate sobre privilegios queda aún más clara en otra carta que escribió unos meses más tarde:

Y lo más importante de todo; todo centro industrial y comercial de Inglaterra posee ahora una población obrera dividida en dos campos hostiles, los proletarios ingleses y los proletarios irlandeses. El obrero inglés común odia al obrero irlandés en cuanto competidor que baja su nivel de vida. En relación con el obrero irlandés, se siente miembro de la nación dominante, convirtiéndose así en instrumento de los aristócratas y capitalistas en contra de Irlanda, reforzando de este modo la dominación de aquéllos sobre sí mismo. Alberga prejuicios religiosos, sociales y nacionales contra el obrero irlandés. Su actitud para con éste es muy parecida a la de los “blancos pobres”, para con los negros en los antiguos estados esclavistas de los Estados Unidos. Por su parte, el irlandés se lo devuelve con intereses en la misma moneda. Considera al obrero como partícipe del pecado de la dominación inglesa sobre Irlanda y al mismo tiempo como su estúpido instrumento.

Este antagonismo es mantenido e intensificado artificialmente por la prensa, el púlpito, los periódicos humorísticos, en una palabra, por todos los medios de que disponen las clases dominantes. Es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa a pesar de su organización. Es el secreto del mantenimiento del poder por la clase capitalista. Y de esto se da buena cuenta esta clase. (Carta de Marx a Meyer y Vogt, 9 de abril de 1870, en Marx/Engels 1972, pp. 247-248.)

Marx no niega la existencia de ideas reaccionarias entre la clase trabajadora inglesa; su argumento trata precisamente de esto. Lo que explica es que estos prejuicios, incluyendo el sentimiento de superioridad por parte de los trabajadores ingleses, los convierten en el “estúpido instrumento” de sus propios explotadores.

Alex Callinicos cita esta carta en su obra Racismo y clase, y aplica su argumento al racismo moderno: “El racismo ofrece a los trabajadores blancos el alivio de considerarse parte del grupo dominante; en momentos de crisis, también proporciona un chivo expiatorio a medida, que es el grupo oprimido. De este modo, el racismo dota a los trabajadores blancos de una identidad particular que, además, es una identidad que les une a los capitalistas blancos” (Callinicos 1992). Esto cuadra perfectamente con el argumento de Du Bois citado anteriormente.

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¿El marxismo ignora las opresiones?

Estos planteamientos de Marx demuestran la falsedad de la idea —bastante extendida entre algunos movimientos sociales— de que el marxismo ignora las opresiones. Quien lo dejó aún más claro fue Lenin, en un texto que tiene fama de ser muy seco y ortodoxo, el ¿Qué hacer? de 1902. De hecho, sí que lo es en algunas partes, pero vale la pena citarlo extensamente sobre esta cuestión:

No basta con explicar la opresión política de que son objeto los obreros (de la misma manera que era insuficiente explicarles el antagonismo entre sus intereses y los de los patronos). Hay que hacer agitación con motivo de cada hecho concreto de esa opresión (como hemos empezado a hacerla con motivo de las manifestaciones concretas de opresión económica). Y puesto que las más diversas clases de la sociedad son víctimas de esta opresión, puesto que se manifiesta en los más diferentes ámbitos de la vida y de la actividad sindical, cívica, personal, familiar, religiosa, científica, etc., ¿no es evidente que incumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no asumiéramos la tarea de organizar una campaña de denuncias políticas de la autocracia en todos los aspectos? Porque para hacer agitación con motivo de las manifestaciones concretas de la opresión es preciso denunciar esas manifestaciones (lo mismo que para hacer agitación económica era necesario denunciar los abusos cometidos en las fábricas).

[…] el ideal del socialdemócrata [es decir, marxista revolucionario] no debe ser el secretario de tradeunión [sindicato], sino el tribuno popular, que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado. (Lenin 1902).

Ya se sabe que para el marxismo, la clase trabajadora tiene una importancia central, como la fuerza capaz de acabar con el capitalismo. Pero para el marxismo revolucionario, esto no significa una liberación sólo económica, ni solamente para la propia clase trabajadora, sino una liberación humana más amplia. Por tanto, la orientación de clase es sólo la base, el punto de partida, para una lucha política mucho más amplia, que debe abarcar todo tipo de opresión, “cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte”.

Esto se llevó a la práctica tras la revolución de octubre de 1917, con pasos enormes hacia la liberación de las mujeres, la liberación LGTBI, la autodeterminación de las naciones oprimidas, los derechos de las minorías religiosas, sobre todo de la población musulmana… Estos logros fueron anulados por la contrarrevolución estalinista a finales de los años veinte y principios de los treinta del siglo XX, pero demuestran el potencial de la visión que defiende Lenin. (Comento esto en Karvala 2007.)

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Privilegios, derechos, intereses materiales

Ahora podemos volver a cómo entendemos las diferencias creadas por las opresiones. Como ya se ha dicho, estas diferencies son reales, y no desaparecen simplemente porque una persona (bienintencionada) afirme no tener prejuicios.

Una cuestión clave para la lucha contra las opresiones es la de intereses materiales. Porque de buenas intenciones, puede haberlas, pero el mundo no se cambia meramente debido a ellas, sino por las luchas reales. Y las luchas reales suelen darse cuando hay intereses en juego, no por principios morales abstractos.

Gran parte de las visiones socialistas premarxistas se centraban en elaborar utopías a partir de principios morales abstractos (los principios de los propios socialistas utópicos, que éstos suponían que eran universales). El gran salto adelante que dieron Marx y Engels fue el hecho de basar su análisis y sus propuestas políticas en la realidad material. Su argumento para la revolución socialista no excluía la condena moral al capitalismo, por supuesto, pero no se basó en esto, sino en la comprensión de que la clase trabajadora tenía un interés material y objetivo en luchar contra el sistema capitalista. El propio sistema agrupaba a sus trabajadores y trabajadoras en fábricas y los explotaba. La lucha contra el sistema no dependía de haber leído unos libros o haber asistido a según qué curso o seminario.

Esto, se supone, es de cajón para cualquier persona que se define de marxista.

Pero si aceptamos que —no obstante las confusiones provocadas por la ideología dominante— la clase trabajadora tiene intereses materiales opuestos a los del capitalismo y la burguesía, esto lleva a determinadas conclusiones. Dado que las opresiones —que surgieron de maneras históricas diferentes, cierto— forman una parte íntegra del sistema actual, cualquier lucha seria contra el sistema tiene que enfrentarse a estas opresiones si quiere ganar. Esto significa que toda la clase trabajadora en su conjunto (no sólo los individuos que sufren personalmente una u otra opresión) tiene un interés material en la liberación de las mujeres, en acabar con el racismo, etc.

Decir lo contrario, que los trabajadores masculinos tienen un interés material en la opresión de las mujeres, por ejemplo, es lo mismo que decir que tienen un interés material en la continuada existencia del capitalismo. Y esto puede coincidir con las apariencias, pero las experiencias de lucha —como un rayo en la noche que nos deja ver el paisaje— revelan la realidad por debajo de la superficie. Tanto los hombres como las mujeres de la clase trabajadora tienen un interés material en combatir la opresión de las mujeres. Ellas suelen ser más conscientes de esto que ellos, y tienen más que ganar. Pero la lucha por la liberación de las mujeres no va en contra de los intereses de los trabajadores masculinos.

Ni siquiera cambia este hecho el reparto desigual del trabajo doméstico: en una pareja heterosexual la mujer suele hacer más en la casa que el hombre. La apariencia es que la mujer trabaja para cuidar de su marido o compañero (ingrato o no). En realidad, sin embargo, su trabajo permite la reproducción de la fuerza de trabajo, para que él, ella o los dos puedan volver a producir al día siguiente. A largo plazo, ella (y hasta un punto él) trabaja para reproducir la siguiente generación de mano de obra; de hecho, los estudios indican que es cuando hay niños cuando hay más carga de trabajo doméstico. La opresión de las mujeres conlleva —entre otras cosas— el reparto desigual del trabajo doméstico. Sin embargo, ni siquiera una pareja progresista tiene una salida fácil a esta situación. La opresión también implica que las mujeres tienen salarios más bajos que los hombres, con lo cual, económicamente tiene más sentido que, cuando exista la opción, sea el hombre el que trabaje más horas fuera de la casa.

En todo caso, un reparto más igualitario no solucionaría el tema de fondo; que el capitalismo se beneficia del trabajo no pagado de la reproducción de su mano de obra, y del hecho de que esta reproducción se hace de manera individual, no social.[3]

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¿A quién le beneficia la brecha salarial?

Un informe de 2018 reveló que la brecha salarial entre hombres y mujeres en el Estado español está aumentando: “Las mujeres cobran en España un 29,1% menos que los hombres, casi medio punto porcentual más que un año antes” (La Vanguardia, 12 de febrero de 2018). Si las trabajadoras femeninas han perdido, ¿esto significa que los trabajadores masculinos han ganado, aumentando sus privilegios? Pues no.

Según otro informe reciente: “Las posiciones elevadas son las que han registrado una mayor subida salarial en el último año: en concreto, el sueldo medio de los directivos se ha situado en 2018 en los 81.059 euros (+2,48%), mientras que el de los mandos intermedios ha crecido un 2,65% interanual, alcanzando los 41.507 euros mensuales. De su parte, el sueldo del trabajador medio español ha permanecido estancado en 2018, situándose en los 22.819 euros anuales, un 0,11% más que en 2017, lo que se traduce en un aumento de 26 euros en el año…”

Es decir, los jefes sí que han ganado, pero a costa de los y las trabajadoras en conjunto. El mismo informe explica que “respecto a 2007, directivos y mandos intermedios han incrementado su poder adquisitivo en un 1,18% y un 2,46%, respectivamente, mientras que los empleados han perdido un 0,3% del suyo…” (La Vanguardia, 10 de enero de 2019)

Todo esto pone de relieve que los hombres que ven con buenos ojos que las mujeres cobren menos que ellos realmente no entienden cuáles son sus intereses reales. Al pagar menos a las mujeres, el capitalista se ahorra dinero para él mismo (o ella misma; da igual): no paga a los hombres más que el valor de su fuerza de trabajo, no deja de explotarlos y de extraer beneficios de ellos. El efecto de la desigualdad salarial es reducir los ingresos de una familia trabajadora que incluya a mujeres (a la vez que aumenta los beneficios de los y las capitalistas).

Cuando no hay resistencia, la crisis y los ataques por parte de la clase dirigente perjudican a toda la clase trabajadora, pero especialmente a los sectores oprimidos. Cuando hay lucha colectiva desde abajo y progresos, quien puede ganar más son los sectores oprimidos: no contra el resto de la clase trabajadora, sino como una parte de ella. En otra parte se comenta la película Pride. Otra comedia social británica con un tono similar es Made in Dagenham (2010), que retrata una huelga importante de mujeres en la fábrica de Ford en 1968. La huelga fue un factor clave en conseguir la ley de igualdad de salarios, pero también demostró que las luchas de las mujeres trabajadoras van relacionadas con las de sus colegas masculinos. Ocurrió en un período de fuertes luchas obreras en general. El lema “la unidad hace la fuerza” no son sólo palabras.

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¿Lucha o negocio?

Vale la pena analizar el poco interés de algunos sectores en la solidaridad de clase como instrumento de lucha contra las opresiones. Una razón es el bajo nivel de lucha actual. A finales de la década de 1960 y principios de los setenta, hubo niveles altísimos de lucha de clase por casi todo el planeta. Por lo que el aspecto de clase se asumió como elemento clave en las luchas contra las opresiones. A lo largo de la década de 1970 el nivel de luchas bajó.[4] Así que, ahora mismo, la lucha de clases parece más una idea abstracta que no una realidad.

Pero existe otro motivo. Muchas de las personas que promueven estas teorías realmente tienen otros intereses de clase.

Ya se ha comentado que Peggy McIntosh —que escribió sobre el “privilegio blanco” en 1989— tenía una posición social y económica realmente privilegiada, con un cargo directivo en un importante centro académico. Su experiencia como “persona blanca” no es la misma que la de las personas blancas trabajadoras, por ejemplo.

La página web de Everyday Feminism (everydayfeminism.com) publica artículos sobre todo tipo de “privilegios”. Un artículo se titula “160+ ejemplos de privilegio masculino en todos los ámbitos de la vida”: a los lectores que quieran hacer algo al respecto se les recomienda la lectura de más artículos en la web, como “Cinco sencillas maneras en la que los hombres pueden respetar mejor a las mujeres”, o “¿Así que quieres ser un hombre feminista? Aquí hay once reglas simples a seguir”. Otro artículo se titula “Diez ejemplos de privilegio heterosexual”. No sólo hay muchos artículos sobre privilegio blanco, sino incluso textos como “Once ejemplos de privilegio de piel clara en comunidades latinas”. Otros textos tratan el “privilegio delgado”, disfrutado por las personas que no tienen sobrepeso;[5] el “privilegio de edad” que beneficia a las personas jóvenes; el “privilegio de capacidad”, que tienes si no eres una persona discapacitada… (“Como individuos sanos, vivimos en una sociedad que se adapta con regularidad y facilidad a todas nuestras necesidades”: ¿Viven en una sociedad que se adapta a todas sus necesidades? ¿¿En serio??)

Casi todo en la web viene en la forma de consejos, como en una revista de estilo de vida. Hay ofertas especiales, como “¡Mire nuestro webinario [seminario online, es decir, vídeo] gratuito sobre la curación de la blancura internalizada!”, pero en general la página busca ingresos. Te anima a pagarles una cuota de entre 7 y 45 dólares al mes. Ofrecen seminarios presenciales de autoayuda, como el curso presencial de tres días de “curación de la blancura internalizada” al precio estándar de 475 dólares. Incluso puedes contratar a ponentes de Everyday Feminism para dar charlas, ¡a precios que van desde 2.000 hasta más de 10.000 dólares, más gastos! Básicamente, es un negocio llevado por profesionales del sector; una empresa pequeña, seguramente, pero una empresa. Y que nadie piense que es una cosa marginal. Las visitas a Everyday Feminism superan en más de diez veces las de blacklivesmatter.com, mientras que la web de la huelga internacional de mujeres, womenstrikeus.org, ni aparece en estos ránkings de páginas web. Everyday Feminism dice recibir 4,5 millones de visitantes al mes, con visitas de treinta millones de personas diferentes en un año (“About Everyday Feminism”).

Otra entidad/empresa enlazada desde Everyday Feminism es la “White Privilege Conference”, o Conferencia de Privilegio Blanco. Parece ser un gran evento regular, donde suelen asistir unas mil quinientas personas, que ha contado con la participación de la propia Peggy McIntosh, inventora del concepto. Según su web, la Conferencia de Privilegio Blanco “reúne a estudiantes de secundaria y universidad, maestros, profesores universitarios y profesionales de la educación superior, plantillas de ONGs, activistas, asistentes sociales…”. Es decir, no es la gran burguesía pero no asistirá mucha gente trabajadora de los barrios populares. Para la edición de 2019, la inscripción estándar realizada online cuesta 500 dólares, a los que hay que añadir 453 dólares por tres noches en el hotel. De nuevo, parece que nos encontramos ante un negocio, más que un movimiento por la liberación.

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De la lucha al negocio en la década de 1980

Este paso —de movimiento contra la opresión a un modelo empresarial basado en cursos y seminarios de pago— ha ocurrido antes. Fue analizado hace más de tres décadas por el activista negro en Gran Bretaña, Ambalavaner Sivanandan, de forma especial en su artículo “RAT and the degradation of black struggle”. RAT se refiere a “Racism Awareness Training”, “formación en la sensibilización sobre el racismo”. Igual que la teoría de privilegios —y sobre todo la manera en la que la presentan las entidades que se acaban de mencionar— RAT consistía en cursos, seminarios, etc., dedicados a hacer que personas blancas fuesen conscientes de su propio racismo. Se suponía que al cambiar sus actitudes emocionales hacia el racismo, llegarían a ser más abiertas a asumir los argumentos, datos etc.

Sin embargo, toda la estrategia de RAT se basaba en unas premisas, y orígenes, muy cuestionables. Explica Sivanandan que “RAT comenzó su vida en HAT (Human Awareness Training) en una base militar en Florida a finales de la década de 1960, cuando las reverberaciones de la rebelión negra en las ciudades estadounidenses comenzaron a resonar en las instalaciones militares” (Sivanandan 1985, p. 147). Mediante uno de esos procesos incomprensibles que a veces ocurren, este tipo de formación gradualmente llegó a convertirse en una parte central de muchas políticas públicas sobre el racismo.

De hecho, Sivanandan lo explica: fue posible porque el movimiento negro combativo de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado se debilitó y se fragmentó, convirtiéndose en una serie de grupos “étnicos”, peleándose entre sí por subvenciones institucionales. Otro factor fue la respuesta del Estado a unos disturbios importantes en muchas ciudades británicas en 1981: un informe oficial intentó canalizar el descontento. Esta estrategia confluyó con el declive de los movimientos. Dice Sivanandan de la nueva estrategia oficial:

lo que hizo efectivamente fue redefinir el racismo institucional como un problema de la percepción negra y reemplazarlo con prejuicios personales y así el objeto de la lucha antirracista se trasladó del Estado al individuo, de cambiar la sociedad a cambiar la gente, pasando de mejorar la situación de las comunidades negras enteras —sujetas al racismo y a la pobreza— a mejorar la suerte de unos “negros” individuales. Fue un plan que la pequeña burguesía “negra” naciente —alimentada por las ayudas del gobierno central y municipal…— saltó a abrazar. En general, los étnicos estaban contentos de luchar entre sí en su búsqueda de un puesto. Y fue sólo cuando los blancos provocaron un bloqueo en el sistema —algo que les impidió avanzar— que los étnicos se volvieron “negros” y sacaron toda su oprimida historia “negra” para golpear a los blancos. De ahí la demanda de Black Sections en el Partido Laborista; el ascenso y la caída de la Black Media Workers Association (BMWA) […]; y el surgimiento de una aristocracia sindical negra, el Movimiento de Solidaridad con los Sindicatos Negros (Black Trade Union Solidarity Movement, BTUSM). A ninguno de éstos les importan un pedo las personas negras corrientes, pero las utiliza a ellas y sus luchas tan cínicamente como cualquier otra clase o subclase burguesa (Sivanandan 1985, p. 146).

Así que era fácil que la visión de RAT, con sus terapias individuales, remplazase la idea de movilización social contra el racismo estructural. Esta idea fue asumida por ciertos grupos provenientes de la lucha antirracista y por los “ayuntamientos del cambio” de principios de los ochenta, cuando la izquierda laborista consiguió el poder (aparente y temporal) en bastantes municipios. Como resultado:

Los subcomités de relaciones raciales, asesores étnicos, cursos RAT, e incluso concejales negros (elegidos) empezaron a surgir en todos los barrios urbanos de Londres y en las aglomeraciones… Y, sin embargo, en términos de las condiciones materiales de los negros de los barrios pobres —sin trabajo, sin hogar, sin escuela, sin asistencia social— todo este paroxismo de actividad no ha supuesto la menor diferencia. El presidente del Comité de Vivienda del Ayuntamiento Regional de Londres (GLC) confesó en 1984 que el acoso racial en algunas barriadas del este de Londres estaba ‘a un nivel no visto en este país durante cuarenta o cincuenta años’. En el mismo año, la encuesta del Policy Studies Institute concluyó: ‘la calidad de la vivienda de la gente negra es mucho peor que la calidad de la vivienda en general en este país’. Y el desempleo negro, que ya era el doble del promedio para blancos a finales de 1982, ha empeorado considerablemente (Sivanandan 1985, pp. 155-156).

Sivanandan distingue entre el racismo estructural y los prejuicios individuales:

El racismo, estrictamente hablando, debería usarse para referirse a estructuras e instituciones con poder para discriminar. Lo que los individuos muestran es el racialismo, actitudes con prejuicios, que no les da ningún poder intrínseco sobre los no blancos… En un Estado capitalista, ese poder está asociado con el poder de la clase capitalista y la opresión racial no puede disociarse de la explotación de clase. Y es esa simbiosis entre raza y clase la que marca la diferencia entre las opresiones raciales de los períodos capitalista y precapitalista… La lucha contra el racismo es, por lo tanto, una lucha contra el Estado que lo sanciona y autoriza… RAT, sin embargo, profesa cambiar las actitudes y el comportamiento, y por lo tanto las relaciones de poder, no en la realidad, sino mediante una maniobra de definición: definiendo las relaciones personales como relaciones de poder… El racismo, para RAT, es una combinación de enfermedad mental, pecado original y determinismo biológico (lo que, quizás, explica su atractivo para la clase media) (Sivanandan 1985, pp. 162-163)

Tras señalar la importancia de las subvenciones en la extensión del modelo RAT, Sivanandan comenta la existencia de “operadores profesionales de RAT que parecen haber salido de la formación empresarial y de administración, en lugar de la participación en luchas negras, y hacen un negocio de RAT” (Sivanandan 1985, pp. 160). Lo mismo que ocurre con la teoría de privilegios.

Básicamente, Sivanandan hace trizas la estrategia RAT y gran parte de lo que dice se aplica igualmente a las teorías de privilegios.

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Objetivos compartidos en luchas colectivas

Algunas personas citan a Du Bois como si su concepto de “salario psicológico” fuera lo mismo que “privilegio” en el sentido que se utiliza hoy (véase por ejemplo, Ferguson 2014, en Everyday Feminism). Pero como hemos visto, para Du Bois el “salario psicológico” formaba parte de una especie de falsa conciencia, un factor ideológico. Existe en la medida en que se refuerza, desde el poder, los medios, etc.

Pero también se puede romper esta falsa conciencia. En unos pocos casos, por medio del simple debate o “concienciación” se puede convencer a algunos hombres de que deben romper con el machismo, o a algunas personas blancas para que dejen de ser racistas. Pero es un proceso muy lento; de esta manera sería imposible “convertir” a todos los hombres de clase trabajadora de una ciudad, ni mucho menos a una parte importante de los hombres trabajadores del mundo.

Por suerte, hay otra vía, más rápida y colectiva. Las propias luchas pueden crear las condiciones en las que la gente trabajadora vea que tiene intereses en común. (Recordemos que Du Bois insistía en que la gente trabajadora blanca y negra tenía “intereses prácticamente idénticos”.) Las luchas pueden iniciarse por los motivos que sean: laborales, un problema en el barrio… Pero al unir a personas diversas de la clase trabajadora en una lucha colectiva, crean el entorno en el que es más fácil poner en cuestión los prejuicios y, aún más importante, plantear luchas para superar las opresiones.

Puede ser sólo en el transcurso de una lucha conjunta que las personas blancas se den cuenta de la discriminación que sufren sus colegas negros, o que los hombres vean el trato machista hacia las mujeres (y un largo etcétera respecto a las personas heterosexuales, las personas no discapacitadas…). Y no suele ser un proceso automático o uniforme. Habrá personas que ya eran antirracistas y/o antimachistas; personas que lo eran hasta un punto pero cambian rápidamente, otras que tardan más, y seguramente una pequeña minoría que no cambiará durante mucho tiempo, pase lo que pase.

Se ve un ejemplo inspirador de esto en la película Pride, que explica la historia real de Lesbians and Gays Support the Miners, el grupo de lesbianas y gays que apoyaron la huelga minera de Gran Bretaña en 1984-1985. Se ven claramente las sospechas y desconfianza iniciales, entre el grupo LGTBI y la tradicional y machista comunidad minera del sur de Gales. Pero mediante la lucha colectiva, van creciendo la solidaridad y la comprensión mutua. Al final [spoiler], el sindicato minero de Gran Bretaña juega un papel decisivo en conseguir que el conjunto del movimiento obrero británico apoye los derechos LGTBI.

En estos procesos de cambio, los debates son importantes, y también lo es la manera en que estos debates se plantean.

Pongamos el ejemplo de un lugar de trabajo donde históricamente ha habido división en la plantilla entre gente blanca y negra. Una situación muy típica es que haya una mayoría de personas racializadas trabajando en limpieza, pero casi ninguna en la administración. Que haya una mayor proporción de personas racializadas entre la gente con contrato temporal que con contrato fijo, etc. ¿Cómo se plantea el problema de este racismo con los y las trabajadoras blancas? La opción “daltónica” dictaría no mencionarlo, “para no romper la unidad”. La teoría de privilegios, sobre todo si se aplica de manera torpe y literal, dictaría explicar a los y las trabajadoras blancas que están disfrutando de una seria de privilegios que deben “revisar”; de hecho, si se quiere realmente cambiar la situación, se supone que deben sacrificar sus privilegios.

Lo que se viene argumentando en este texto va en otra dirección. Se trataría de señalar, a las personas que aún no lo hayan visto, que además de los problemas laborales generales, existe una discriminación contra las personas negras en la empresa. (Poca gente en el mundo real conoce el término “racializadas” y normalmente es mejor no complicar las cosas.) Se puede explicar que, por tanto, a las demandas generales (contra despidos, por una subida salarial…) se deben añadir medidas específicas para combatir la discriminación racista. No se trata de que el resto de la plantilla deba perder nada; las demandas van contra la empresa, y a veces contra el Estado. Los argumentos son sencillos y ampliamente conocidos; la unidad hace la fuerza, la unidad requiere que no dejemos a nadie atrás, que no ignoremos los problemas de ninguna parte de nuestra plantilla, de nuestra clase.

Éste es un ejemplo de la necesidad de que más personas —y para empezar al menos las que se plantean cambiar el mundo— adquieran conciencia de las mil maneras en que las opresiones afectan a los diferentes grupos oprimidos. Pero también demuestra el papel de la lucha para conseguir que esto ocurra. Muchos hombres (y seguramente no sólo hombres) no conocían la extensión del acoso sexual sufrido por las mujeres hasta que la campaña #MeToo (“yo también”) lo sacó a la luz pública. Mucha gente blanca en Estados Unidos no era consciente de la cantidad de jóvenes negros tiroteados por la policía, hasta que la campaña #BlackLivesMatter lo señaló con sus movilizaciones en la calle (y por supuesto en las redes también). En un ejemplo mucho menos conocido, seguramente casi a ninguna persona vidente se le ha ocurrido que las personas ciegas no tenían derecho al voto secreto, dependían de otra persona, vidente, para coger la papeleta del partido al que querían votar. El voto secreto se consiguió en el Estado español gracias principalmente a la lucha de una pequeña organización: la Asociación Catalana para la Integración del Ciego (ACIC, véase webacic.cat).

En el mundo real, la mejor manera de ganar una batalla contra la discriminación es señalar que tenemos un interés compartido en combatirla. Y no es sólo lo mejor porque funciona; funciona porque es verdad. Recordemos que Du Bois, en el contexto de la segregación mucho más profunda en el sur de EEUU en los años veinte y treinta del siglo pasado, habló de “dos grupos de trabajadores con intereses prácticamente idénticos”.

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Generando alianzas

Sarah Babiker tocó estas cuestiones en El Salto, en un reportaje muy interesante centrado en una movilización antirracista encabezada por personas no blancas, el 12 de noviembre de 2018. Bastan dos extractos para dar una idea:

Tatiana reflexiona sobre el tema de la pedagogía, que para ella tiene que ver con la comunicación. “Cuando mucha peña racializada pensamos que hacemos pedagogía no nos estamos comunicando”, lamenta, “decirle a la gente oye tú, has hecho esto mal, o tienes estos privilegios… Mi opinión totalmente personal es que en muchos espacios racializados no se está haciendo pedagogía, que todo es un ataque muchas veces frontal y muchas otras pasivo-agresivo a la peña que podría ser nuestra aliada”.

Mario Espinoza… apunta a las fallas estratégicas de ir a los barrios y hablarle a la clase obrera blanca de sus privilegios. Así, si bien considera necesario señalar que no es lo mismo en términos de precariedad y opresión ser clase obrera nativa o migrante y denunciar cómo el colonialismo conforma tanto la realidad española como la latinoamericana, “a la hora de componer, esa retórica que al final se convierte en algo moral no acaba produciendo nada salvo mala conciencia, sólo cuando se colabora en conflictos, se generan alianzas,” concluye, poniendo como ejemplo a la PAH. (Babiker 2018)

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Galletas

Esta fábula ya es bastante conocida, pero tiene una lección muy importante:

“Un empresario, un trabajador y un inmigrante se sientan en una mesa con veinte galletas. El empresario coge diecinueve y le dice al trabajador: ‘¡Cuidado! El inmigrante se quiere llevar tu galleta’.”

La teoría de privilegios se centra en la última galleta y exige que el trabajador revise sus privilegios (¿y si es trabajadora, y/o LGTBI, y/o tiene una discapacidad…?). El marxismo revolucionario habla de cómo se producen y se reparten las veinte galletas y señala al empresario como al explotador y enemigo común.

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Conclusiones

Resumamos.

La mayoría no gana, sino que pierde, bajo este sistema: La teoría de privilegios, en su forma más extendida, da a entender que casi toda la gente trabajadora se beneficia, de una manera u otra, del sistema actual. El hombre blanco heterosexual tiene privilegios. También los tiene la lesbiana negra que no es discapacitada ni transgénero. También los tiene la persona discapacitada que va en silla de ruedas pero no es ciega. Siguiendo esta lógica, no es que deje de sorprendernos que el capitalismo haya sobrevivido, sino que resulta incomprensible que haya habido luchas masivas, revoluciones incluso, en su contra. La idea de que la mayoría obtiene beneficios del sistema queda desmentida por los últimos siglos de lucha social.

Cuanta más conciencia, menos prejuicios: Se ha señalado el papel de las luchas en fomentar la solidaridad y la conciencia. Con este aumento de la conciencia viene la superación (típicamente gradual y desigual) de los prejuicios. Pero si un hombre blanco de clase trabajadora realmente obtuviese privilegios del racismo o del machismo, cuanto más conciente de sus intereses reales, más racista y machista se volvería. Sabemos que no es así. Por tanto, de nuevo, la experiencia desmiente la teoría.

Esta teoría ni siquiera une a las personas oprimidas: La teoría de privilegios reproduce la dinámica de división en grupos cada vez más reducidos y enfrentados, lo que Sivanandan describe entre los movimientos contra la opresión de la década de 1980. Si se acepta que los hombres y las mujeres de clase trabajadora tienen intereses opuestos, y también que hay diferentes intereses entre la gente trabajadora blanca y negra, entonces lógicamente se plantea que las mujeres blancas y negras tienen intereses opuestos. Y luego se puede seguir dividiendo en base a cada opresión (y como hemos visto, la teoría de privilegios se especializa en encontrar privilegios en base a todo tipo de diferencia). En cambio, la visión que se propone en este artículo es que se pueden y se deben reconocer las necesidades y demandas específicas ante cada forma de opresión, pero que se puede y se debe plantear una lucha unitaria frente a ellas, entendiendo que hay un interés compartido en combatir contra toda opresión y contra el sistema que las promueve.

La teoría de privilegios nos distrae de las causas de la opresión: Como explicó Sivanandan, no se deben confundir los prejuicios individuales de una persona de a pie y el racismo estructural. Se debería hacer la misma distinción entre las opiniones machistas y la opresión estructural de las mujeres. Esta confusión se relaciona con una visión teórica que entiende el poder en términos más de las relaciones personales que de las estructuras sociales. Esta visión no inspira la lucha social y colectiva, sino un proceso interminable de reflexión interna individual.

La lucha social ha demostrado su efectividad: Hay muchos ejemplos —se han mencionado algunos en este texto— de cómo la lucha unitaria ha superado prejuicios y ha conseguido cambios reales. Con las movilizaciones del 8 de marzo y luego contra la sentencia respecto a “la Manada” se vio cómo cientos de miles —quizá millones— de personas se podían movilizar en defensa de los derechos de las mujeres, sin que los muchos hombres participantes tuvieran que pasar por un proceso previo de “revisar sus privilegios”; sería más bien la experiencia de participar en estas movilizaciones la que les provoca reflexiones acerca de sus propias opiniones. En otro ámbito, Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) en Catalunya ha demostrado su efectividad contra la extrema derecha, y también contra diferentes aspectos del racismo, especialmente la islamofobia. UCFR no basa sus argumentos en exigir que las personas revisen sus privilegios, sino en destacar el interés compartido en combatir contra la extrema derecha y sus ideas. Un resultado de las luchas unitarias que se han impulsado es que muchas personas blancas (y/o no musulmanas) llegan a trabajar con y conocer a personas negras y/o musulmanas, y a entender mejor el racismo al que se enfrentan. Es la lucha colectiva la que provoca grandes cambios en las ideas, no al revés.

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Notas

[1]    Sobre el racismo hay artículos muy interesantes de Moha Gerehou en eldiario.es, por ejemplo Gerehou 2018.

[2]    Para una explicación breve pero un poco más completa véase Karvala 2013.

[3]    Hay más sobre el concepto de patriarcado en German 1981. Sobre el marxismo y a quién le beneficia la opresión, véase Cliff 1994.

[4]    Para un análisis del papel de las direcciones socialdemócratas y sobre todo comunistas en esta bajada, véase el apartado “Los partidos comunistas apagan el fuego de 1968” en “Más Pride menos prejuicios”, en este libro.

[5]    Incluso la BBC publicó un artículo sobre este “privilegio”; véase Nagesh 2018.

 

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(¡¡Es la bibliografía del libro entero, por eso es tan larga!!)

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