“Abstención: no nos fiamos de éstos, pero los demás nos gustan aún menos”
David Karvala
La relación entre la investidura en el Congreso y la política real es un poco como la que existe entre mirar un partido de Champions en la TV y realmente practicar el deporte. Se puede comentar una jugada, aplaudir si quieres, pero a fin de cuentas sólo manejas el mando a distancia, nada más. Los comentarios deberían mantener este hecho muy presente.
Es una situación compleja, contradictoria, llena de “por un lado, por el otro”. Por tanto, todas las posiciones de blanco y negro son falsas, o al menos incompletas.
Neoliberalismo con reformas sociales
No se está votando sobre quién mandará durante los próximos años en el Estado español —ni mucho menos en el mundo— porque esto no se somete a votación. Salvando un cambio revolucionario, seguirá mandando la clase dirigente, la burguesía. Esto ya se vio en Grecia con Syriza, que cuando formó su gobierno creó mucho entusiasmo en casi toda la izquierda, pero acabó haciendo recortes que ni tan siquiera la derecha había aplicado.
Las líneas generales del nuevo gobierno ya están marcadas: dentro de los límites no sólo del capitalismo sino del neoliberalismo.
Por ejemplo, y como denunció Mireia Vehí de la CUP en el debate de investidura, el pacto PSOE-Unidas Podemos promete “una política fiscal responsable, que garantice la estabilidad presupuestaria y la reducción del déficit”. Es decir, ante la crisis económica, y la posible nueva recesión, ni siquiera se plantea aplicar políticas keynesianas de una gran inversión pública, sino que sigue aplicando las mismas recetas neoliberales que han sido tan desastrosas durante los últimos años.
Como comentó Santi Amador en noviembre, el pacto de gobierno ofrece algunas buenas intenciones, pero es muy limitado, sin llegar a los límites permitidos por el sistema, ni mucho menos plantearse superarlos.
Sin el derecho a decidir
Si esto es cierto en el aspecto social, lo es aún más en el tema nacional. Pedro Sánchez ha prometido a Esquerra Republicana de Catalunya, a cambio de su abstención, una mesa de diálogo con el gobierno catalán, pero sin tan siquiera un compromiso de reconocer el derecho del pueblo de Catalunya a decidir su futuro.
Pero aún así la derecha cavernícola está gritando traición y amenazando con golpes de Estado. Aquí, es cada vez más difícil ver las diferencias entre Cs, PP y VOX: siguen existiendo pero Cs y PP se acercan cada vez más a VOX.
Es más, ya se sabe que el españolismo rancio tiene muchos adeptos dentro del propio PSOE y algunos incluso dentro de Unidas Podemos.
Con todo, las dudas e incluso la hostilidad ante la propuesta de gobierno son más que justificadas.
No es justo denunciar a la CUP por negarse a apoyar a un gobierno que ni siquiera cumple con las posiciones —sobre cuestiones sociales, democráticas y nacionales— que los mismos partidos antes defendían; en el caso del PSOE, en los años 70, en el de Podemos, hace pocos años.
Aquellos sectores de la izquierda española que durante estos años se han hecho eco de las posiciones de la derecha frente a Catalunya no tienen base ni moral ni política para acusar a la CUP de “votar lo mismo que la derecha” en la investidura. La CUP no tiene que dar pruebas a nadie de su compromiso en la lucha contra la derecha y la extrema derecha.
Matices
Dicho todo esto, sería un error negarse a ver que aún existen diferencias importantes entre las fuerzas políticas españolas. Algunas voces dentro de Catalunya, por ejemplo, al señalar el hecho de que el PSOE respaldó el 155 de Rajoy y de que no descarta aplicar un nuevo 155, concluyen que el partido socialista es lo mismo que el PP, incluso lo mismo que VOX. Es un grave error; las diferencias existen e importan.
También existe en Catalunya un sector, pequeño pero creciente, que argumenta que “no nos importa quién mande en España: que suba VOX, nos da igual”. Es una visión terrible, por diferentes motivos. Aunque Catalunya ya fuera independiente, la llegada al poder de la extrema derecha en otro país —ya sea Italia, Austria o España— nos perjudicaría: de manera indirecta, por nuestra solidaridad con la gente que sufriría sus ataques, y directa, porque la extrema derecha es internacional y si sube en un país se refuerza por todas partes. En todo caso, Catalunya aún no es independiente, y la situación política del Estado español es un factor clave en esta cuestión: que ante un nuevo referéndum, el gobierno español enviase facilitadores, o policía antidisturbios, o el ejército, no es una cuestión sin importancia.
Si alguien piensa que VOX no supone una diferencia, sólo tiene que mirar el cambio en el ambiente político del Estado español en el último año, y las políticas que han implementado las administraciones donde tienen presencia. No actuarían igual un gobierno PSOE-UP, una coalición PSOE-Cs-PP, o un gobierno del PP y VOX.
No es así por el gran compromiso progresista de las y los miembros del futuro gobierno; esto es muy relativo. Lo es más bien, porque algunas medidas que podría llevar a cabo la nueva coalición serían rechazadas por las bases de Unidas Podemos, y por un sector de las bases del PSOE. Es decir, que un gobierno de coalición PSOE-UP sería mucho más vulnerable a la presión popular que un gobierno de la derecha y la extrema derecha… si esta presión se ejerce.
Aquí llegamos al nudo de la cuestión, que no es la votación de investidura en sí, sino el potencial para impulsar la movilización en la calle, y de ser posible en los lugares de trabajo.
Cómo impulsar las luchas
Así que un factor central al pensar en la investidura es cómo este debate y las posiciones adoptadas en él ahora afectan las posibilidades de futuras luchas.
Fomentar ilusiones en el nuevo gobierno, argumentar que de por sí traerá los cambios que necesitamos, que sólo hay que darle tiempo… llevaría al desastre. Ya se ha comentado como las amplias ilusiones en Syriza conllevaron una derrota terrible.
Por otro lado, el hecho de que mucha gente de izquierdas tenga ilusiones en el (posible) nuevo gobierno es un factor importante. El reto es cómo conectar con estas personas, sin fomentar sus ilusiones, pero sin aislarnos de ellas mediante lo que podría parecer sectarismo.
Así que decir “sí, con la investidura vamos a resolver las cosas y conseguir progreso” sería fomentar ilusiones y no ayudaría a preparar las luchas que harán falta. Pero decir que la coalición de PSOE-UP es lo mismo que la derecha tampoco ayuda. Si la investidura fracasa gracias a las maniobras de la derecha, y en pequeña parte gracias a la izquierda radical, no estaríamos en buenas condiciones para plantear luchas amplias contra la derecha. Y si la investidura sigue adelante todo y nuestra oposición, tampoco habríamos hecho amistades entre las bases de los partidos reformistas.
Así que mi reflexión es que la mejor opción podría ser ésta: Declarar claramente que no hay confianza en absoluto en que el gobierno de Pedro y Pablo vaya a aportar soluciones, y por tanto que no se le puede votar. Pero tampoco se debe intentar obstaculizarlo mediante un voto en contra. Por tanto, tocaría una abstención, pero una abstención real. No “abstención, porque tenemos esperanzas en lo que van a hacer”, sino “abstención, porque no nos fiamos de éstos, pero los demás nos gustan aún menos”. De las intervenciones en el debate de investidura, la posición que más se acerca a ésta es la de Mertxe Aizpurua de EH Bildu. (De la trayectoria reciente de este partido, cada vez más institucional, se podrían decir más cosas, pero este es otro debate.)
En todo caso, hay que mirar más allá de la votación de la investidura (donde la mayoría no pintamos nada) hacia las luchas que se tendrán que impulsar, gane quien gane. En las luchas sociales, laborales, por la democracia y por una resolución justa de la cuestión nacional, necesitaremos construir complicidades y solidaridades mucho más amplias de las que hemos tenido hasta ahora. Éste es el reto clave, pase lo que pase en la investidura.
PD: La última noticia es que EH Bildu se plantea la necesidad de “cambiar su voto de una abstención a un ‘sí’ si la situación lo requiere”. Siempre que se hiciera con el único propósito de cerrar el paso a la extrema derecha, manteniendo todas las críticas hacia el gobierno de coalición, podría ser una decisión sensata.