Introducción

Por razones obvias, la discusión acerca de la naturaleza de la sociedad soviética fue fundamental en el pensamiento de muchos socialistas de la anterior generación.

La concepción de Rusia bajo Stalin y sus sucesores como socialista, o como una especie de socialismo deformado (“Estado obrero degenerado” en el lenguaje de los trotskistas “ortodoxos” dogmáticos), se ha enfrentado a dos clases de críticas por parte de los marxistas. La primera, suscrita por el autor de estas líneas, define el régimen estalinista como capitalismo de Estado. La segunda no lo ve ni como socialista ni como capitalista. Esta última línea de pensamiento acuñó un término especial para el régimen estalinista: colectivismo burocrático. El primer escritor que utilizó este término fue el marxista italiano Bruno Rizzi en su libro, La Bureaucratisation du Monde. El socialista americano Max Shachtman adoptó el mismo término y desarrolló la idea (sin conocer el trabajo de Bruno Rizzi).

El objeto de este artículo es realizar una evaluación y crítica de esta tesis.

Es difícil hacer una crítica del colectivismo burocrático debido a que sus autores en realidad nunca publicaron un análisis desarrollado de la teoría. Es cierto que Shachtman escribió cientos de páginas criticando la teoría de que la Rusia estalinista fuese un país socialista o un Estado obrero (despachaba la teoría del capitalismo de Estado en una o dos frases). Pero apenas escribió un párrafo sobre las leyes de funcionamiento de la economía “colectivista burocrática”, y no hizo ningún análisis sobre el carácter específico que en ella presentaba la lucha de clases. La posición de la sociedad colectivista burocrática en la cadena del desarrollo histórico no está claramente establecida y, en cualquier caso, la explicación de Shachtman es, a menudo, inconsistente.

Una tesis central del presente artículo es que la pobreza teórica de la teoría del colectivismo burocrático no es accidental. Trataremos de demostrar que esta teoría sólo es negativa; así, es vacía, abstracta y, por tanto, arbitraria.

La crítica de la teoría sugerirá que presenta una serie de características comunes, implícitamente al menos, con otras concepciones del estalinismo: la de los que creen en la posibilidad de una sociedad como la dibujada en 1984 por George Orwell. Mediante la crítica, se verá la fuerza o la debilidad de la teoría alternativa sobre la Rusia estalinista: el capitalismo de Estado.

El lugar del colectivismo burocrático en la historia

A primera vista ¿qué es más creíble que describir la Rusia estalinista como un Estado ni capitalista ni obrero?. Pero esta simplificación es de poco valor, puesto que nos dice muy poco acerca del régimen; tampoco el feudalismo era ni capitalismo ni socialismo y, de forma similar se puede hablar del régimen esclavista y de cualquier otro régimen sin existencia, creado por nuestra imaginación. Spinoza tenía razón cuando dijo que “definición es negación”, pero no todas las negaciones son definiciones. La afirmación de que el régimen estalinista no era ni capitalista ni socialista deja sin determinar su identidad histórica última. Por eso Shachtman pudo decir en una ocasión que el colectivismo burocrático era más progresista que el capitalismo (aunque regresivo, comparado con el socialismo), y, unos cuantos años después, que era más reaccionario que el capitalismo.

Shachtman definió por primera vez a Rusia como Estado colectivista burocrático en 1941. Una resolución sobre la cuestión rusa aprobada en la Convención de 1941 de la organización a la que pertenecía, el ya desaparecido Partido de los Trabajadores, establecía:

“Desde el punto de vista del socialismo, el Estado colectivista burocrático es un orden social reaccionario; en relación con el mundo capitalista, está en un plano más progresista históricamente.”

Sobre esta base se adoptó una política de “defensismo condicional”. La resolución establece:

“El proletariado revolucionario puede considerar una posición defensista revolucionaria (es decir, crítica, totalmente independiente, de clase) en relación con el régimen estalinista sólo en el caso de que el problema decisivo en la guerra sea el intento, por parte de una fuerza hostil, de restaurar el capitalismo en Rusia, si este problema no se encuentra subordinado a otros problemas más importantes. Así, en el caso de una guerra civil en la que una sección de la burocracia trate de restaurar la propiedad privada capitalista, es posible para la vanguardia revolucionaria luchar con el ejército del régimen estalinista contra el ejército de la restauración capitalista. Así, en el caso de una guerra por medio de la cual el imperialismo mundial trate de sojuzgar a la Unión Soviética y reducir a Rusia a una colonia imperialista, es posible para el proletariado adoptar una posición defensista revolucionaria en Rusia. Así, en el caso de una guerra civil organizada contra el régimen imperante por un ejército basado en el “descontento popular” pero realmente fundamentado en los elementos capitalistas y semi-capitalistas que aún existen en el país y que aspiran a restaurar el capitalismo, de nuevo sería posible que el proletariado luchara en el ejército estalinista contra el ejército de la reacción capitalista. En todos estos casos y en otros similares, el apoyo crítico del proletariado sólo es posible si el propio proletariado aún no está preparado para derrocar al régimen estalinista.”

Según esta lógica, cuando unos meses después de esta convención, la Alemania de Hitler atacó Rusia, Shachtman y sus seguidores deberían haber acudido en defensa de Rusia, ya que ésta estaba en “un plano más progresista históricamente”.

Pero el argumento que Shachtman utilizó ahora fue el de que, aunque Rusia era más progresista que la Alemania capitalista, su guerra era sólo una parte subordinada de la guerra total, cuyo carácter fundamental era la lucha entre dos bandos imperialistas. Escribió:

“El carácter de la guerra, su desarrollo y (hasta el momento) su resultado, están determinados por las dos parejas de titanes imperialistas que dominan en cada bando, Estados Unidos y Gran Bretaña, y Alemania y Japón (¡dentro de cada una de ellas hay un socio superior y otro subalterno!). Todos los demás países de las dos grandes coaliciones se hallan reducidos a vasallaje respecto a los gigantes cuya diferencia sólo es de grado. Este vasallaje se encuentra determinado por el dominio de las dos grandes “parejas de poder” en la guerra; dominio en el terreno económico (técnico, industrial) y, por tanto, financiero y, por tanto, político y, por tanto, militar. Italia es menos dependiente de los jefes de esta coalición que Hungría, y Hungría menos que Eslovaquia. Pero estos hechos no alteran la situación de vasallaje: sólo determinan su grado. La Rusia estalinista es menos dependiente de los jefes de su coalición que China (nos llevaría demasiado tiempo explicar en qué sentido, sin embargo, es incluso más dependiente de EEUU-Inglaterra que China), y China menos que Filipinas. Pero de nuevo, estos hechos sólo determinan el grado de su vasallaje. Por tanto, excepto algunos elementos irrelevantes y apologistas a ultranza del mundo burgués, todo el mundo entiende la naturaleza de la guerra en su conjunto; la naturaleza de cada coalición; la posición y peso relativo de cada sector de la coalición; la interdependencia mutua de todos los frentes.”1

Así, aunque el colectivismo burocrático es más progresista que el capitalismo, se adoptó una posición derrotista a causa del vasallaje de Rusia con respecto al imperialismo angloamericano. El New International de septiembre de 1941 enfatiza este aspecto:

“Stalin ha perdido el último vestigio de independencia… la diplomacia soviética ya se dicta desde Londres.”

No nos detendremos en los errores fácticos. Son menos serios que el método mediante el cual Shachtman llega a sus conclusiones. El marxismo exige que a partir de definiciones sociológicas extraigamos conclusiones políticas. Cuando el desarrollo de la guerra contradijo su consideración de Rusia como Estado vasallo, Shachtman debería haber rechazado su posición derrotista previa, puesto que el colectivismo burocrático, según decía, era más progresista que el capitalismo. En lugar de ello, mantuvo la conclusión política de derrotismo y alteró la base sociológica. Ahora el colectivismo burocrático pasó a llamarse la nueva barbarie, el declive de la civilización, etc. Sin embargo, en ningún documento ofreció algún nuevo análisis sobre la economía rusa después de la Resolución de la convención de 1941.

Los únicos dos elementos constantes en la teoría han sido: primero, la conclusión de que en algunas condiciones concretas, la Rusia estalinista no debe ser defendida (no importa que las condiciones concretas cambien continuamente); segundo, que el nombre del régimen estalinista es colectivismo burocrático.

En relación con el primer elemento, los marxistas serios, mientras tratan de sustentar coherentemente los mismos principios, a menudo cambian sus tácticas, puesto que las tácticas deben cambiar cuando las circunstancias cambian. Los marxistas no deben adoptar una táctica y mantenerla cuando se demuestra que su justificación es incorrecta. Esto es eclecticismo, impresionismo. Pero Shachtman adoptó exactamente este planteamiento. Él extrae la misma conclusión de dos supuestos que se oponen y se excluyen mutuamente; el primero, que el colectivismo burocrático es más progresista que el capitalismo; el segundo, que es la imagen de la barbarie, más reaccionario. La táctica es el derrotismo. ¿Por qué? Antes porque Rusia no era la principal potencia, sino sólo un vasallo del imperialismo angloamericano; ahora porque Rusia es una potencia imperialista importante que amenaza con conquistar el mundo.

Sería oportuno repetir la crítica de Marx a Proudhon, quien solía inventar palabras grandilocuentes, a propósito de esta forma de hacer avanzar la ciencia. Marx apuntó lo siguiente: “wo Begriffe felhen Da stellt zur rechten Zeit ein Wort sich ein.” (A falta de ideas basta con una frase vacía.)

En el análisis de Marx y Engels sobre el capitalismo, los fundamentos —el lugar del capitalismo en la historia, sus contradicciones internas, etc.— permanecieron constantes desde su primer planteamiento del problema hasta el final de sus días. Sus últimos años sólo aportaron elaboraciones y adiciones al tema básico. La teoría del colectivismo burocrático en su breve historia ha tenido un destino mucho menos afortunado. Shachtman consideró primero al colectivismo burocrático más progresista que el capitalismo y después lo definió como “barbarie totalitaria”. Otro defensor de la teoría, Bruno Rizzi, lo considera al mismo tiempo una sociedad esclavista y el umbral de una transición pacífica al comunismo.

El colectivismo burocrático según Bruno Rizzi

Bruno Rizzi difiere de Shachtman en muchos aspectos fundamentales. Su análisis sobre la génesis del colectivismo burocrático, por ejemplo, es básicamente diferente del de Shachtman. Ambos están de acuerdo en el origen del sistema de Rusia. Pero cuando salen de estos límites entran en discordia. Mientras la resolución de la convención del Partido de los Trabajadores de 1941 mantenía que “el colectivismo burocrático es un fenómeno nacionalmente delimitado, que aparece en la historia con el desarrollo de un particular conjunto de circunstancias”, Bruno Rizzi lo veía como una sociedad que podría reemplazar al capitalismo a escala mundial a través de la expropiación de la burguesía por la burocracia estalinista y la burocracia fascista. Sin embargo, en la caracterización, descripción y análisis del colectivismo burocrático como tal —como un orden social— están totalmente de acuerdo.

En su libro La Bureaucratisation du Monde (París, 1939), Bruno Rizzi escribe:

“En nuestra opinión, la URSS constituye un nuevo tipo de sociedad dirigido por una nueva clase social: ésta es nuestra conclusión. La propiedad colectivizada pertenece realmente a esta clase que ha introducido un nuevo —y superior— sistema de producción. La explotación se ha transferido del individuo a la clase.2

En nuestra opinión, el régimen estalinista es un régimen intermedio; elimina el capitalismo caduco, pero no excluye el socialismo en el futuro. Es una forma social nueva basada en la propiedad de clase y la explotación de clase. 3

En nuestra opinión, en la URSS, los propietarios son los burócratas, porque ellos tienen la fuerza en sus manos. Ellos dirigen la economía como es habitual entre la burguesía; ellos se apropian de los beneficios para sí mismos, como es habitual entre las clases explotadoras, y quienes fijan los salarios y los precios de los productos, una vez más, son los burócratas.”4

¿Cuál es el carácter de la clase dominada? ¿Existe un proletariado ruso o, al igual que la burguesía fue sustituida por una nueva clase explotadora, ha sido el proletariado sustituido por una nueva clase explotada? Bruno Rizzi responde así:

“La explotación se da exactamente igual que en una sociedad basada en la esclavitud: el objeto del Estado trabaja para el patrón que lo ha comprado, se convierte en una parte del capital de su patrón, es equivalente al ganado que debe ser cuidado y mantenido al abrigo y cuya reproducción es un asunto de gran importancia para su dueño. El pago de un llamado sueldo, consistente en parte en servicios y productos del Estado, no debería inducirnos a error y llevarnos a suponer la existencia de una forma de remuneración socialista: porque de hecho, éste sólo constituye la manutención de un esclavo. La única diferencia fundamental es que en los antiguos tiempos los esclavos no tenían el honor de llevar armas, mientras que los esclavos modernos están diestramente entrenados en el arte de guerra… La clase trabajadora rusa ya no está formada por proletarios; son simplemente esclavos. Es una clase de esclavos en su esencia económica y en sus manifestaciones sociales. Se arrodilla cuando pasa el “Padrecito” y lo deifica, asume todas las características del servilismo y consiente en ser lanzado de un extremo al otro del inmenso imperio. Excava canales, construye carreteras y ferrocarriles como en los antiguos tiempos esta misma clase erigió las pirámides o el Coliseo.

Una pequeña parte de esta clase aún no se ha perdido en el total agnosticismo; conservando su esperanza, se reúnen en cuevas para discutir, como los cristianos que antiguamente rezaban en las catacumbas. De vez en cuando los pretorianos organizan una incursión y los cogen a todos. Se escenifican juicios “monstruosos”, al estilo de Nerón, y los acusados, en vez de defenderse, entonan el “mea culpa”. Los trabajadores rusos se diferencian totalmente de los proletarios en todos los aspectos, se han convertido en objetos del Estado y han adquirido todas las características de los esclavos.

Ya no tienen nada en común con los trabajadores libres, excepto el sudor de sus frentes. Los marxistas necesitarán realmente la lámpara de Diógenes si tratan de encontrar algún proletario en las ciudades rusas.”5

Aunque Bruno Rizzi describe la Rusia estalinista como la renovación de la esclavitud (con todo el retroceso histórico que esto implica), sin embargo dice que este régimen es más progresista que el capitalismo y, es más, que lleva directamente, sin saltos ni luchas, a la sociedad comunista. Afirma:

“Creemos que la nueva sociedad llevará directamente al socialismo, a causa del enorme volumen alcanzado por la producción.

Los dirigentes (así designaremos ahora a quienes despectivamente hemos llamado burócratas, y la nueva clase será llamada clase dirigente), habiendo satisfecho sus necesidades materiales, intelectuales y morales, pueden, por supuesto, encontrar una placentera ocupación en la constante elevación material, intelectual y moral de la clase trabajadora. 6

El Estado totalitario no debería impresionar a los marxistas. En este momento, es totalitario en el sentido político antes que económico. Estos factores cambiarán en el curso normal del futuro desarrollo social. El Estado totalitario perderá más y más sus características políticas y conservará sólo sus características administrativas. Al final de este proceso tendremos una sociedad sin clases y el socialismo.” 7

Un “debilitamiento hasta la muerte” de la “esclavitud colectiva”, del “colectivismo burocrático totalitario”, ¡germinará en forma de comunismo! ¡Y Bruno Rizzi proclama con orgullo que este desarrollo constituye “el triunfo del materialismo histórico”! (Véase en particular el capítulo de este libro bajo ese título.)

El colectivismo burocrático de Bruno Rizzi lleva directa, automáticamente al comunismo. Indudablemente se trata de una concepción materialista, pero no es dialéctica; es un enfoque de la historia fatalista, mecánico, que rechaza la lucha de clases de los oprimidos como la fuerza motriz necesaria.

El régimen estalinista: ¿Barbarie?

Shachtman escribe acerca del régimen estalinista:

“Es la cruel realización de la predicción hecha por todos los socialistas científicos, de Marx y Engels en adelante, de que el capitalismo debe derrumbarse por su incapacidad para resolver sus propias contradicciones y de que las alternativas a las que se enfrenta la humanidad no son tanto capitalismo o socialismo como: socialismo o barbarie. El estalinismo es la nueva barbarie.”8

Si el régimen estalinista significa el declive de la civilización, la negación reaccionaria del capitalismo, entonces es, por supuesto, más reaccionario que este último. Debe defenderse el capitalismo frente a la barbarie estalinista.

Pero Shachtman se enreda en su propia telaraña.

Cuando Marx hablaba acerca de “el hundimiento de las clases en pugna” —como en Roma después de la desintegración de la sociedad esclavista— la asociaba con un declive general de las fuerzas productivas. El régimen estalinista, con su desarrollo dinámico de las fuerzas productivas, no encaja en realidad con esta descripción.

Barbarie, según el concepto de Marx, significa la muerte del embrión del futuro en el seno de la vieja sociedad. El embrión del socialismo en el seno del capitalismo es la producción social, colectiva, a gran escala y, asociada con todo ello, la clase trabajadora. El régimen estalinista no sólo no debilitó estos elementos, sino que los estimuló.

Por qué existe la explotación en la sociedad colectivista burocrática

Shachtman explica así la causa de la explotación en la sociedad colectivista burocrática: “En el Estado estalinista, la producción se lleva a cabo y se expande para la satisfacción de las necesidades de la burocracia, para el aumento de su riqueza, sus privilegios, su poder.”

Si la causa de la explotación bajo el colectivismo burocrático son simplemente las necesidades de los dirigentes, ¿cómo se relaciona esto con las raíces históricas generales de la explotación en los diferentes sistemas sociales?

Engels explica por qué, en el pasado, la sociedad estaba dividida en explotadores y explotados:

“La división de la sociedad en una clase explotadora y otra explotada, una clase dominante y otra oprimida, era una consecuencia necesaria del anterior desarrollo incipiente de la producción. Mientras el trabajo global de la sociedad sólo rinde lo estrictamente indispensable para cubrir las necesidades más elementales de todos; mientras, por lo tanto, el trabajo absorbe todo el tiempo o casi todo el tiempo de la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad, ésta se divide, necesariamente, en clases. Junto a la gran mayoría constreñida a no hacer más que llevar la carga del trabajo, se forma una clase eximida del trabajo directamente productivo y a cuyo cargo corren los asuntos generales de la sociedad: la dirección de los trabajos, los negocios públicos, la justicia, las ciencias, las artes etc.”9

En una economía en la que la razón para producir es la producción de valores de uso para los dirigentes, existen ciertos límites a la extensión de la explotación. Así, por ejemplo, en una sociedad feudal, los pueblos y ciudades se encontraban sometidos a la necesidad de bienes de consumo de los señores feudales y, en tanto que los productos que los siervos entregaban a sus señores no se comercializaban de forma extensiva, “las paredes de sus estómagos ponían los límites a la explotación del campesino”. Esto no explica la existencia de la explotación bajo el capitalismo. Indudablemente, las paredes del estómago del capitalista son mucho más amplias que las del señor feudal de la Edad Media pero, al mismo tiempo, la capacidad productiva del capitalismo es incomparablemente superior a la del feudalismo. Por tanto, estaríamos totalmente equivocados si explicáramos la agudización de la explotación de la masa de trabajadores como resultado de la ampliación de las paredes del estómago de la burguesía.

La necesidad de acumulación de capital, dictada por la competencia anárquica entre capitalistas, es la causa de la explotación bajo el capitalismo.

De hecho, si la economía colectivista burocrática funciona para las “necesidades de la burocracia” —no está subordinada a la acumulación de capital— no hay razón para que la tasa de explotación no decrezca con el tiempo y, ya que las fuerzas productivas en el mundo moderno son dinámicas, esto llevará, velis nolis, al “debilitamiento hasta la muerte de la explotación”.

Con el dinamismo de las fuerzas productivas altamente desarrolladas, una economía basada en la satisfacción de las necesidades de los dirigentes puede describirse arbitrariamente como conducente al milenio o a 1984. El sueño de Bruno Rizzi y la pesadilla de George Orwell —y cualquier término medio entre ellos— son posibles bajo tal sistema.

La teoría del colectivismo burocrático es, así, totalmente caprichosa y arbitraria al definir la limitación y la dirección de la explotación en el sistema que trata de definir.

Las relaciones de clase bajo el colectivismo burocrático

La esencia de la posición de Shachtman se resume en la afirmación de que los dirigentes de Rusia bajo Stalin no eran ni trabajadores ni propietarios individuales de capital. De acuerdo con el método marxista ¿qué es lo decisivo para definir la naturaleza de clase de cualquier sociedad? Debido a que la historia de toda sociedad de clase es la historia de la lucha de clases, está claro que lo que determina el lugar de cualquier régimen en la cadena del desarrollo histórico son los factores que determinan el carácter de la lucha de clases en él. Ahora bien, el carácter, los métodos y las aspiraciones de la lucha de clases de la clase oprimida dependen de la naturaleza de la propia clase oprimida: el lugar que ocupa en el proceso de producción, la relación entre sus miembros en ese proceso y su relación con los propietarios de los medios de producción. Estos elementos no están determinados por la forma de apropiación o por el modo de acceso a la clase dominante. Algunos ejemplos servirán como ilustración.

Sabemos que en la Edad Media el señor feudal tenía el derecho a legar sus privilegios feudales a sus herederos; por el contrario, el obispo no tenía este derecho, ni siquiera el de formar una familia. El señor feudal era el hijo de un señor feudal, un noble; los obispos procedían de diferentes clases y capas de la sociedad, a menudo del campesinado. (Engels apuntó al origen plebeyo de la alta jerarquía de la Iglesia —e incluso de muchos papas— como una de las causas de la estabilidad de la Iglesia durante la Edad Media.) Así, el modo de acceso de los obispos era diferente al de los señores feudales privados. En cuanto a la forma de apropiación, la diferencia era igualmente grande: el señor feudal, como propietario, tenía derecho a todas las rentas que pudiera recaudar de sus siervos, mientras el obispo carecía legalmente de propiedad y, como tal, sólo tenía derecho a un “salario”. Pero estas diferencias entre los señores feudales y la alta jerarquía de la Iglesia en el modo de apropiación y de acceso ¿suponen alguna diferencia básica entre la lucha de clases de los siervos de la tierra de la Iglesia y la de los siervos de la tierra del señor feudal? En absoluto. El campesino con sus primitivos medios de producción, con el modo de producción individual, tenía la misma relación con otros campesinos, la misma relación con los medios de producción (en primera instancia la tierra), y la misma relación con su explotador, el alto clero (o, como Kautsky la llama en un libro, muy alabado por Engels, “la clase papal”).

De forma similar, en la sociedad esclavista, además de propiedad privada de esclavos, existía propiedad colectiva estatal, como en Esparta.10

Desde el punto de vista de los explotadores, la cuestión de su modo de apropiación y su procedencia es de primera importancia. Así, por ejemplo, Kautsky, en Tomás Moro y su Utopía, dice:

“Parecía que la Iglesia aspirara a convertirse en la única propietaria de tierra de toda la cristiandad. Pero los más poderosos habían de ser refrenados. Los nobles siempre fueron hostiles a la Iglesia; cuando esta última adquiría demasiada tierra, el rey se dirigía a los nobles en busca de ayuda para poner límites a las pretensiones de la Iglesia. Es más, la Iglesia se encontraba debilitada por la invasión de tribus paganas y de los mahometanos.”11

La Iglesia consiguió, no sin lucha (en la que una de las armas que utilizó fue la instauración de los donativos), cerca de un tercio de toda la tierra de Europa y, en algunos países, la mayor parte de ésta (como en Hungría y Bohemia). Quizá por eso los nobles consideraban de importancia las diferencias entre ellos y el alto clero, diferencias de origen y modo de apropiación.

Pero desde el punto de vista de la lucha de clases de los siervos o de la naciente burguesía contra el feudalismo, estas diferencias eran de menor importancia. No sería correcto decir que no tenían ninguna importancia, puesto que las diferencias en la composición de la clase dominante condicionaron en cierta medida la lucha de los siervos o de la naciente burguesía. Así, por ejemplo, la concentración de los medios de producción en manos de la Iglesia hizo mucho más difícil la lucha de los siervos contra ella que contra los propietarios individuales de tierra; la justificación ideológica de la propiedad feudal era diferente en su forma cuando se alegaba la sangre azul y los escudos de armas que cuando se citaban frases religiosas en latín. Y el hecho de que, mientras la propiedad de la Iglesia era oficialmente llamada “patrimonium pauperum” (patrimonio de los pobres), la propiedad privada feudal no estuviera dotada de tan grandilocuente título, ayuda a mostrar que estas diferencias jurídicas no carecían de importancia. Pero desde el punto de vista del proceso en su conjunto, es decir, desde el punto de vista de la lucha de clases, todas las diferencias en el modo de apropiación de los diferentes grupos y en el modo de acceso a ellos son sólo secundarias.

Shachtman y Bruno Rizzi (así como los trotskistas “ortodoxos”) olvidan la afirmación de Marx de hace un siglo: la forma de propiedad considerada con independencia de las leyes de funcionamiento de la economía, de las relaciones de producción, es una abstracción metafísica.

Así, las grandes diferencias entre el modo de apropiación y de acceso de los burócratas rusos y el modo de apropiación y de acceso de la burguesía, en sí mismas, no prueban en absoluto que Rusia constituya una sociedad no-capitalista, una nueva sociedad de clase de colectivismo burocrático. Para probarlo, sería necesario demostrar que la naturaleza de la clase oprimida —sus condiciones de vida y de lucha— es fundamentalmente diferente en Rusia de la que existe, incluso para Shachtman, en el capitalismo. Y esto es exactamente lo que Bruno Rizzi y, más tarde, Shachtman intentaron hacer.

La naturaleza de la clase trabajadora en Rusia

A la pregunta de si los trabajadores en Rusia son proletarios, los defensores de la teoría del colectivismo burocrático responden, y deben responder, que no lo son. Ellos comparan al trabajador ruso con el trabajador clásico, “libre” de los medios de producción y también libre respecto a cualquier impedimento legal a la venta de su fuerza de trabajo. Es cierto que, a menudo, existían impedimentos legales al movimiento de trabajadores rusos de una empresa a otra. Pero ¿es ésta una razón suficiente para decir que el trabajador ruso no es un proletario? Si es así, no hay duda de que tampoco el trabajador alemán bajo Hitler era un proletario. O, en el extremo opuesto, de que los trabajadores en el poder no son proletarios dado que no son “libres” como colectivo de los medios de producción. No hay duda de que un trabajador americano es muy diferente de una chica en una fábrica japonesa, contratada por un número determinado de años y que debe vivir en los barracones de la compañía durante ese tiempo. Pero básicamente ambos son miembros de la misma clase. Nacieron con el modo de producción más dinámico que la historia haya conocido nunca, están unidos por el proceso de producción social, son, de hecho, la antítesis del capital y, en potencia, el propio socialismo (a causa de la dinámica de la economía moderna, ningún impedimento legal acabó completamente con el movimiento de los trabajadores de una empresa a otra bajo el régimen de Stalin).

Hilferding, Bruno Rizzi y Dwight MacDonald fueron coherentes y mantuvieron que, igual que no consideraban que el trabajador ruso fuera proletario, tampoco consideraban que el trabajador en la Alemania de Hitler fuera proletario. Los seguidores de Shachtman trataron de eludir esta conclusión y, al hacerlo, se vieron obligados a falsificar los hechos. Por ejemplo, afirman que los trabajadores alemanes bajo Hitler tenían más libertad de movimiento que los rusos, que eran más libres para negociar con los empresarios y que el trabajo esclavo nunca estuvo tan extendido en Alemania como en Rusia. Así, Irving Howe, uno de los seguidores de Shachtman escribió:

“Los nazis no utilizaron trabajo esclavo en la medida en que lo hizo la Rusia estalinista; bajo el régimen de Hitler, el trabajo esclavo nunca llegó a ser para la economía nacional de Alemania una parte tan indispensable como lo fue para Rusia bajo Stalin…la industria bajo el mandato de Hitler estaba aún basada en gran medida en el “trabajo libre” (en el sentido marxista; es decir, libre de la propiedad de los medios de producción y por tanto forzado a vender su fuerza de trabajo, pero también libre para decidir si vendía o no su fuerza de trabajo). A pesar de todas las restricciones hitlerianas, existía una considerable posibilidad de negociación entre capitalistas y proletarios, así como entre los propios capitalistas para conseguir obreros en los períodos de escasez de fuerza de trabajo.”12

En realidad, el trabajador ruso, a pesar de todas las restricciones, se traslada de una fábrica a otra mucho más de lo que lo hacía el trabajador alemán, o, en lo que a esto respecta, más que cualquier otro trabajador del mundo. Ya en septiembre de 1930, a los trabajadores se les prohibió cambiar de lugar de trabajo sin un permiso especial y en los años posteriores llegaron nuevas prohibiciones. Pese a esto, la cantidad de traslados era enorme. En 1928, por cada 100 trabajadores empleados en la industria, se registraron 92,4 cambios; en 1929, 115,2; en 1930, 152,4; en 1931, 136,8; en 1932, 135,3; en 1933, 122,4; en 1934, 96,7; en 1935, 86,1. En los años posteriores no se publicaron cifras, pero parece claro que continuó produciéndose un gran número de traslados, como atestigua la prensa con frecuencia. Ni siquiera la guerra acabó con esta tendencia. La administración alemana en la época de Hitler fue incomparablemente más eficiente en la lucha contra el libre movimiento de la fuerza de trabajo. Esto, unido a otros factores (especialmente el dinamismo de la economía rusa, mucho mayor en términos relativos), hizo que los traslados de trabajadores en Alemania fueran mucho menos numerosos que en Rusia.

En cuanto a los campos de esclavos en la Rusia estalinista, Shachtman trataba de sugerir que el trabajo esclavo era el factor básico de la producción en Rusia. Esto es absolutamente erróneo. El trabajo de los prisioneros sólo es útil en la producción manual, en la que no se usa tecnología moderna. Por tanto se emplea en la construcción de fábricas, carreteras, etc. A pesar de su bajo costo, es necesariamente de importancia secundaria en relación con el trabajo de los asalariados, ya que el trabajo “no-libre” siempre es relativamente improductivo. Si no hubiera sido por el hecho de que el trabajo esclavo era un obstáculo para el aumento de la productividad del trabajo, el declive de la sociedad romana no habría tenido lugar. Del mismo modo, aunque en circunstancias distintas, no se habría abolido la esclavitud en los Estados Unidos. Frente a circunstancias especiales —falta de medios de producción y abundancia de fuerza de trabajo— es explicable que la burocracia estalinista introdujera y utilizara trabajo esclavo a gran escala. Pero es evidente que la tendencia histórica dominante apunta en dirección opuesta. Todas las fábricas de Rusia productoras de tanques, aviones, maquinaria, etc., funcionan mediante trabajo asalariado. Durante la guerra, la Alemania de Hitler consideró conveniente utilizar a doce millones de trabajadores extranjeros, la mayoría de los cuales eran prisioneros forzados a trabajar.

Marx sostenía que la tendencia histórica hacia la degradación del proletariado, su creciente opresión por el capital, es fundamental para el capitalismo, mientras que la sustitución del proletariado por una nueva o, más bien, una antigua clase de esclavos es totalmente contraria a la tendencia general de la historia. Como hemos dicho, sólo la falta de medios de producción unida a la abundancia de fuerza de trabajo puede explicar el uso extendido de la fuerza de trabajo de los prisioneros en la Rusia estalinista. De ahí su casi completa desaparición desde la muerte de Stalin, desde que Rusia alcanzó su madurez industrial.

La teoría de Shachtman del colectivismo burocrático debe llevar a su conclusión lógica. Si el trabajador ruso no es un proletario, el trabajador alemán bajo Hitler tampoco lo era y en la Alemania de Hitler no existía un sistema de trabajo asalariado sino un sistema de “esclavitud colectiva”. De acuerdo con esto, la clase dominante en la Alemania de Hitler no podría denominarse capitalista, ya que los capitalistas son explotadores de proletarios. Bruno Rizzi, Dwight MacDonald y Hilferding, por lo menos, tienen el mérito de la coherencia. Llegaron a estas conclusiones y, por tanto, caracterizaron justificadamente a la Alemania de Hitler, como colectivista burocrática (Bruno Rizzi y Dwight MacDonald) o “economía totalitaria de Estado” (Hilferding).

Si aceptáramos que los trabajadores empleados por el Estado estalinista no son proletarios, ¡deberíamos llegar a la absurda conclusión de que en las zonas de Berlín bajo dominio occidental, los trabajadores son proletarios, pero en la zona rusa, los empleados en las empresas alemanas nacionalizadas no son proletarios, mientras los empleados por la industria privada sí lo son!

Es más, deberíamos llegar a la conclusión absurda de que quienes no eran trabajadores bajo Stalin, se han ido transformando gradualmente después de su muerte en proletarios.

Pero sobre todo, si Shachtman tiene razón, y no existe el proletariado en el régimen estalinista, el marxismo como método, como guía para el proletariado (sujeto del cambio histórico), se hace superfluo, carente de sentido. Hablar sobre marxismo en una sociedad sin proletariado, es hacer del marxismo una teoría supra-histórica.

Las limitaciones históricas del colectivismo burocrático

Si se acepta la naturaleza capitalista de Estado del régimen estalinista, no sólo se aceptan sus leyes de funcionamiento —la acumulación de capital forzada por la presión del capitalismo mundial— sino también las limitaciones históricas de su papel. Una vez que se ha acumulado capital y la clase trabajadora es masiva, el suelo queda minado bajo los pies de la burocracia.

Para un marxista que piense que en Rusia existe un sistema de capitalismo de Estado, la misión histórica de la burguesía es la socialización del trabajo y la concentración de medios de producción. A escala mundial, esta tarea ya se ha cumplido. En Rusia, la revolución apartó los obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas, acabó con los vestigios del feudalismo, construyó un monopolio de comercio exterior para defender el desarrollo de las fuerzas productivas del país frente a la presión devastadora del capitalismo mundial y dio también un enorme empuje al desarrollo de esas fuerzas productivas en forma de propiedad estatal de los medios de producción. Bajo tales condiciones, todos los obstáculos a la misión histórica del capitalismo —la socialización del trabajo y la concentración de los medios de producción, prerrequisitos necesarios para el establecimiento del socialismo que la burguesía no pudo cumplir— han sido suprimidos. La Rusia posterior a Octubre tuvo en sus manos la realización de la misión histórica de la burguesía, que Lenin resumió en dos postulados: “aumento de las fuerzas productivas del trabajo social y socialización del trabajo”.

En el momento en que la burocracia estalinista creó una clase trabajadora masiva y concentró capital masivamente, los prerrequisitos objetivos para el derrocamiento de esa burocracia quedaron establecidos. La burocracia estalinista creó así a su propio sepulturero (de ahí las convulsiones de Rusia y Europa del Este después de la muerte de Stalin)

La teoría del colectivismo burocrático es intrínsecamente incapaz de decir algo acerca del papel histórico y de las limitaciones de la burocracia estalinista. Por eso el socialismo aparece simplemente como un sueño utópico, no como una solución necesaria a las contradicciones internas del propio régimen estalinista. Abstraído de las contradicciones del capitalismo, el impulso hacia el socialismo se convierte en una simple quimera idealista.

La actitud hacia los partidos estalinistas

Partiendo de la suposición de que el colectivismo burocrático es más reaccionario que el capitalismo, Shachtman llega a la conclusión de que si ha de elegirse entre los partidos socialdemócratas que apoyan el capitalismo y los partidos comunistas —agentes del colectivismo burocrático— un socialista debería ponerse del lado de los primeros frente a los segundos.

Así, Shachtman escribió en septiembre de 1948:

“El estalinismo es una corriente reaccionaria, totalitaria, anti-burguesa y anti-proletaria en el movimiento obrero, pero no del movimiento obrero… Donde, como es la regla general hoy en día, los activistas no sean aún lo suficientemente fuertes para luchar por el liderazgo directamente; donde la lucha por el control del movimiento obrero se produzca, entre los reformistas y los estalinistas, sería absurdo para los activistas proclamar su “neutralidad” y fatal para ellos apoyar a los estalinistas. Sin ninguna duda, deberían seguir la línea general, dentro del movimiento obrero, de apoyar al reformismo oficial frente al estalinismo. En otras palabras, allí donde no sea posible aún ganar en los sindicatos la dirección de los militantes revolucionarios, preferimos la dirección de los reformistas, que trata de mantener a su modo un movimiento obrero, a la dirección de los estalinistas totalitarios que tratan de exterminarlo… Aunque los revolucionarios no son el equivalente de los reformistas y los reformistas no son el equivalente de los revolucionarios, ambos son ahora aliados necesarios y apropiados contra el estalinismo. Las cuentas que hay que saldar con el reformismo, se saldarán sobre la base de la clase trabajadora y al modo de la clase trabajadora, y no bajo la dirección o en alianza con la reacción totalitaria.”13

De nuevo se evidencia la falta de perspectiva histórica, de análisis real de las fuerzas sociales, la simplificación. El papel dual de los partidos comunistas en Occidente —como agentes de Moscú y como conjuntos de militantes individuales luchadores, estrangulados por la propia burocracia— se obvia por completo. Si los socialistas de Occidente adoptaran la actitud de Shachtman hacia los partidos comunistas, se producirían los siguientes resultados: en primer lugar, fortalecería el ala derecha de los partidos socialdemócratas; y, en segundo lugar, fortalecería el control de la dirección de los partidos comunistas sobre sus bases. Es un modo seguro de eliminar cualquier tendencia independiente de la clase trabajadora.

En conclusión

La teoría del colectivismo burocrático es supra-histórica, negativa y abstracta. No define las leyes económicas de funcionamiento del sistema, no explica sus contradicciones internas ni la motivación de la lucha de clases. Es absolutamente arbitraria. Por eso no proporciona una perspectiva, ni puede servir a los socialistas como base de su estrategia.

Referencias

  1. “China in the World War”, New International, junio de 1942.
  2. La Bureaucratisation du monde, París, 1939, p. 31.
  3. Id., p. 95
  4. Id., p. 56.
  5. Id., p. 72-74.
  6. Id., p. 283.
  7. Id., p. 284.
  8. Max Shachtman, The Bureaucratic Revolution, Nueva York, 1962, p. 32.
  9. Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, ob. cit., p155-156.
  10. Kautsky describió así el régimen: “Los espartanos formaron una minoría, tal vez una décima parte de la población. Su Estado estaba basado en un auténtico Comunismo de guerra, el comunismo de cuartel de la clase dominante. Platón se inspiró en ello para su Estado ideal. Su ideal se distinguió del modelo de la Esparta real únicamente en que no eran para Platón los jefes militares sino los «filósofos», es decir, los intelectuales, quienes dirigían el comunismo de guerra.” Die Materialistische Geschichtauffassung, Zweiten Band, Berlín, 1927, p. 132-133.
  11. Karl Kautsky, Thomas More and his Utopia, p. 38.
  12. New International, diciembre de 1947.
  13. Max Shachtman, ob. cit., pp. 306, 308-309. Un sub-producto de este antiestalinismo histérico es una benevolencia hacia la socialdemocracia, incluso una idealización de ella. “En la mayoría de los países de Europa, al oeste de las fronteras de alambrada, los partidos socialistas no sólo representan la única alternativa seria a los fútiles, y sin porvenir, partidos del estatus quo, sino que son también el instrumento político de la clase trabajadora democrática.”

<-   Índice