El análisis que ofrece Trotski del régimen estalinista tiene su punto de partida en el bolchevismo, contrapone marxismo y estalinismo, la Revolución Socialista de Octubre y la contrarrevolución burocrática. El autor de estas líneas se considera discípulo de Trotski y comparte con él la idea de que lo esencial para analizar el estalinismo es enfocarlo desde el punto de vista de su relación con el marxismo-leninismo; de ahí la necesidad de dedicar máxima atención a un análisis crítico de la forma en que caracterizó Trotski el régimen estalinista.

¿Puede existir un Estado obrero sin control obrero?

La obra de Trotski nos ofrece dos definiciones distintas y más bien contradictorias de un Estado obrero. Según una de ellas, el criterio es si la clase trabajadora tiene control directo o indirecto, independientemente de que esté restringido, sobre el poder del Estado: es decir, si la clase trabajadora tiene la capacidad de deshacerse de la burocracia sólo mediante reformas, sin necesidad de una revolución. En 1931 escribió:

“Reconocer al actual Estado soviético como Estado obrero implica reconocer que la burguesía sólo podrá tomar el poder a través de la insurrección armada y además que el proletariado no desechó la posibilidad de imponerse a la burocracia, de revivir el partido y regenerar el régimen de la dictadura sin una nueva revolución, con los métodos y la línea de la reforma.”1

En una carta a Borodai, un miembro del grupo de oposición llamado Centralistas Democráticos, expresa esta idea aún más claramente. La carta no lleva fecha, pero según todos los indicios fue escrita hacia finales de 1928. Trotski afirma:

“¿Es un hecho la degeneración del aparato y el poder soviéticos? Ésta es la segunda pregunta que planteas.

No cabe duda de que la degeneración está considerablemente más avanzada en el aparato soviético que en el Partido. Sin embargo, es el Partido el que decide. Hoy en día esto significa el aparato del Partido. Así, la pregunta nos lleva a la misma cuestión: ¿el núcleo proletario del Partido, con la ayuda de la clase trabajadora es capaz de triunfar sobre la autocracia del aparato del Partido que ya se está fusionando con el aparato del Estado? Quienquiera que conteste en principio que es incapaz de hacerlo habla, por tanto, no sólo de la necesidad de un nuevo Partido sobre una nueva base, sino también de la necesidad de una segunda y nueva revolución proletaria.”2

En la misma carta añade:

“Si el Partido es un cadáver, debe construirse un nuevo partido en otro lugar y hay que hablar sobre ello abiertamente con la clase trabajadora. Si Termidor se ha consumado y la dictadura del proletariado está ya liquidada, debe enarbolarse la bandera de la segunda revolución proletaria. Así actuaríamos si el camino de la reforma, por la cual abogamos, se demostrara inútil.3

La segunda definición de Trotski se basa en un criterio completamente distinto. No importa en qué medida la maquinaria del Estado se haya independizado de las masas, ni siquiera que la única forma de deshacerse de la burocracia sea la revolución; mientras los medios de producción sean estatales, el Estado sigue siendo un Estado obrero y el proletariado continúa como clase dirigente. Así, en La Revolución Traicionada, Trotski escribe:

“La nacionalización del suelo, de los medios de producción, de los transportes y los cambios, así como el monopolio del comercio exterior, forman las bases de la sociedad soviética. Para nosotros, esta adquisición de la revolución proletaria define a la URSS como un Estado proletario.”4

De allí pueden sacarse tres conclusiones:

a) La segunda definición del Estado obrero que ofrece Trotski niega la primera.

b) De ser correcta la segunda definición, se equivocaba el Manifiesto Comunista al afirmar: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado …”. Igualmente se equivocaba cuando decía: “el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante”. Es más; en ese caso, ni la Comuna de París ni la revolución Bolchevique llegaron a ser Estados obreros, ya que la primera no estatalizó los medios de producción, y la segunda tardó en hacerlo.

c) Si el Estado es depositario de los medios de producción y los trabajadores no controlan el Estado, no son propietarios de los medios de producción, es decir, no son clase dirigente. La primera definición lo reconoce; la segunda lo elude, pero no lo refuta.

La definición de Rusia como Estado obrero y la teoría marxista del Estado

Sostener que Rusia es un Estado obrero degenerado lleva inevitablemente a conclusiones en directa contradicción con el concepto marxista del Estado. Así lo demuestra un análisis de lo que Trotski llamó revolución política y contrarrevolución social.

En La Revolución traicionada, afirma:

“Para comprender mejor el carácter social de la URSS de hoy, formulemos dos hipótesis para el futuro. Supongamos que la burocracia soviética es arrojada del poder por un partido revolucionario que tenga todas las cualidades del viejo partido bolchevique; y que, además, esté enriquecido con la experiencia mundial de los últimos tiempos. Este partido comenzaría por restablecer la democracia en los sindicatos y en los soviets. Podría y debería restablecer la libertad de los partidos soviéticos. Con las masas, a la cabeza de las masas, procedería a una limpieza implacable de los servicios del Estado; aboliría los grados, las condecoraciones, los privilegios, y restringiría la desigualdad en la retribución del trabajo, en la medida que lo permitieran la economía y el Estado. Daría a la juventud la posibilidad de pensar libremente, de aprender, de criticar, en una palabra, de formarse. Introduciría profundas modificaciones en el reparto de la renta nacional, conforme a la voluntad de las masas obreros y campesinas. No tendría que recurrir a medidas revolucionarias en materia de propiedad. Continuaría y ahondaría la experiencia de la economía planificada. Después de la revolución política, después de la caída de la burocracia, el proletariado realizaría en la economía importantísimas reformas sin que necesitara una nueva revolución social.

Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción… Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma.”5

Durante las revoluciones políticas burguesas, por ejemplo las francesas de 1830 y 1848, la forma de gobierno cambió en mayor o menor grado, pero el carácter del Estado permaneció igual: “cuerpos especiales de hombres armados, cárceles, etc.”, independientes del pueblo y al servicio de la clase capitalista.

El triunfo de Hitler en Alemania conllevó, ciertamente, una purga a gran escala en el aparato del Estado, pero la maquinaria del Estado en conjunto no fue destruida, sino que permaneció básicamente igual. En un Estado obrero contenido y forma están más estrechamente vinculados que en cualquier otro Estado. Aun suponiendo que puedan tener lugar revoluciones políticas en un Estado obrero, una cosa está clara; la maquinaria del Estado obrero debe aun así seguir existiendo antes y después de la revolución política proletaria. Si Rusia es un Estado obrero, aunque el partido obrero revolucionario lleve a cabo una purga a gran escala en el aparato del Estado al llegar al poder, puede y deberá aprovechar todavía el aparato estatal existente; por otro lado, si la burguesía llega al poder, no podrá utilizar la maquinaria del Estado existente, sino que se verá obligada a destruirla y a construir otra sobre sus ruinas.

¿Se dan estas condiciones en Rusia hoy en día? El hecho de plantear la pregunta correctamente nos da la mitad de la respuesta. Es obvio que el partido revolucionario no utilizará ni la MVD, ni la burocracia, ni el ejército profesional; tendrá que destruir el Estado existente y establecer en su lugar soviets, milicias populares, etc.

Frente a esto, si la burguesía llega al poder sí recurrirá a la MVD, el ejército regular, etc. Trotski evita la aplicación de la teoría marxista del Estado en lo que se refiere a la revolución política y la contrarrevolución social en Rusia al afirmar que el partido revolucionario “comenzaría por restaurar la democracia en los sindicatos y los soviets”. Pero la verdad es que hoy día no existen ni sindicatos ni soviets en Rusia en los que pueda restablecerse la democracia. No se trata de reformar la maquinaria del Estado, sino de destruirla para construir un nuevo Estado.

Tanto si partimos del supuesto de que el proletariado tiene que destruir la máquina del Estado existente al llegar al poder mientras que la burguesía puede aprovecharla, como si suponemos que ni la clase trabajadora ni la burguesía pueden utilizarla (puesto que “purgar el aparato del Estado” necesariamente implicaría cambios de tal profundidad que precisaría cambios cualitativos.), llegamos a la conclusión de que Rusia no puede considerarse un Estado obrero. Alegar que tanto el proletariado como la burguesía pueden utilizar el mismo aparato del Estado para mantener su hegemonía es equivalente a rechazar directamente el concepto revolucionario del Estado desarrollado por Marx, Engels, Lenin y Trotski.

La forma de propiedad considerada independientemente de las relaciones de producción: una abstracción metafísica

Todo marxista reconoce que el concepto de propiedad privada en sí, independiente de las relaciones de producción, no pasa de ser una abstracción supra-histórica. La historia de la humanidad conoce la propiedad privada en el sistema esclavista, el feudalismo, el sistema capitalista, todos ellos fundamentalmente distintos entre sí. Marx ridiculizó los intentos de Proudhon de definir la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción. Lo que transforma los medios de producción en capital es la suma total de las relaciones de producción. Marx dijo:

“En cada época histórica, la propiedad se ha desarrollado de modo diferente y entre una serie de relaciones sociales distintas. Por tanto, definir la propiedad burguesa no consiste en otra cosa que exponer todas las relaciones sociales de la producción burguesa.

Pretender dar una definición de la propiedad como una relación independiente, una categoría aparte, una idea abstracta y eterna, no puede ser más que una ilusión de metafísica o jurisprudencia.”6

Todas las categorías que expresan las relaciones entre los seres humanos en el proceso de producción capitalista —valor, precio, salario,, etc.— constituyen parte integral de la propiedad privada burguesa. Son las leyes de movimiento del sistema capitalista las que definen el carácter social histórico de la propiedad privada capitalista y la diferencian de otras formas de propiedad privada. Proudhon, al abstraer la forma de propiedad de las relaciones de producción, “enmarañó el conjunto de estas relaciones económicas [las relaciones capitalistas de producción] en la concepción general jurídica de «propiedad»”.

Por tanto, “Proudhon no pudo ir más allá de la respuesta que Brissot, en una obra similar editada antes de 1789, había ofrecido ya con otras palabras: «la propiedad es un robo»”.7

Marx dejó absolutamente claro que una forma de propiedad privada puede tener un carácter histórico totalmente distinto de otra, puede ser baluarte de una clase distinta de otra; no es tan evidente, sin embargo, que el mismo concepto pueda aplicarse a la propiedad estatalizada. La razón principal es que la historia conocida de la humanidad ha sido fundamentalmente la historia de la lucha de clases sobre la base de la propiedad privada. Son pocos los casos de diferenciación de clase sobre la base de algo que no sea la propiedad. Sin embargo, tales casos han existido.

Como primer ejemplo, tomemos un capítulo de la historia de Europa: la Iglesia Católica de la Edad Media.

La Iglesia era propietaria de inmensas extensiones de tierra donde trabajaban cientos de miles de campesinos. Las relaciones entre Iglesia y campesinado eran las mismas que regían entre el terrateniente feudal y sus campesinos. En este sentido la Iglesia era feudal, a pesar de que ningún obispo, cardenal, etc. gozara de derechos individuales sobre la propiedad feudal. Son las relaciones de producción las que definen el carácter de clase de la propiedad de la Iglesia —que en este caso era feudal— independientemente de que no perteneciera a ningún particular.

Puede decirse que la Iglesia católica no pasaba de ser apéndice del sistema feudal en su conjunto, de ahí su carácter feudal; pero este argumento es irrelevante, ya que no deseamos explicar por qué creció la iglesia católica, concentrando en sus manos enormes extensiones de tierra y estableciendo relaciones feudales con los campesinos que las trabajaban. Sólo queremos demostrar que las mismas relaciones de producción pueden expresarse a través de distintas formas de propiedad, una privada, la otra institucional.

De la historia de Oriente podemos extraer diversos ejemplos de sistemas económicos con profundas diferencias de clase, basadas, sin embargo, no en la propiedad privada sino en la estatal. De esta clase serían los sistemas vigentes en el Egipto Faraónico, el Egipto Musulmán, Irak, Persia y la India. Que el Estado fuera propietario de tierras se debía, aparentemente, al hecho de que la agricultura en aquellos países dependía del sistema de riego que, a su vez, dependía de la actividad del Estado. El siguiente ejemplo es lo bastante ilustrativo como para merecer un aparte.

El feudalismo árabe: ejemplo de una sociedad de clase basada en la propiedad estatal

Examinemos las características principales del feudalismo árabe bajo los mamelucos. La subyugación de los campesinos al poderoso Estado feudal era mucho más fuerte que en la Europa medieval y, sin embargo, ningún miembro de la clase dominante tenía ningún tipo de derecho de propiedad individual. El único propietario de tierra era el Sultán y solía dividir el derecho a recaudar las rentas en las distintas regiones entre los diferentes nobles (llamados multazims). Mientras en Europa cada señor feudal era propietario de determinado territorio que se transmitía de padre a hijo, en el oriente árabe el señor no disfrutaba de ningún dominio de su propiedad pero pertenecía a una clase que controlaba colectivamente la tierra y disfrutaba del derecho de apropiación de las rentas. En Siria y Palestina el área de la que los señores feudales recaudaban las rentas cambiaba cada año. En Egipto se les reconocía el derecho a recaudar la renta de una zona concreta de por vida, y sus herederos tenían prioridad al nombrarse sucesor después de su muerte. Mientras en Europa el señor feudal gozaba de un poder relativamente independiente frente al rey, quien, a su vez, no era más que el primer señor feudal, en Oriente sólo el colectivo de señores feudales era un factor de importancia; en tanto individuos, los nobles árabes eran débiles porque dependían del Estado para mantener su posición. La debilidad del señor ante el Estado se manifestaba claramente en la forma en que se distribuían los feudos; el Sultán los repartía por lotes entre los emires y caballeros y a cada uno le correspondía una porción de tierra de distinto tamaño y calidad según el rango. Los señores árabes se dividían de esta manera en grupos con diferentes ingresos, siendo las distinciones entre ellos, a menudo, muy grandes (los “emires de los cien”, por ejemplo, recibían entre 80.000 y 200.000 dinares jayshi anuales, los “emires al tabl”, entre 23.000 y 30.000, los “emires de diez”, 9000 o menos, los “emires de cinco”, 3000 y así sucesivamente). La forma de apropiación se parecía mucho más a la de un funcionario del Estado que a la de un señor feudal europeo. Como resultado de la dependencia de la nobleza árabe con respecto al Estado, se producía un extraño fenómeno. De vez en cuando eran purgados y aniquilados estratos feudales completos y otros ocupaban su lugar. Los señores árabes eran reemplazados por esclavos liberados del Sultán —los mamelucos— que no eran de origen árabe y no hablaban árabe sino turco. En los siglos XIII y XIV procedían en su mayoría del Estado de Mongolia, integrantes de las Hordas Doradas establecidas en las riberas del río Volga; durante los dos siglos siguientes provenían en su mayoría del Cáucaso. Con la oposición creciente del zar al reclutamiento forzoso por el Sultán entre los caucásicos, pasó a predominar el elemento balcánico; albaneses, bosnios, etc.

La propiedad estatal de la tierra no sólo impedía el desarrollo de un feudalismo basado en la propiedad privada, sino también de grupos sociales de cualquier tendencia individualista. La ciudad era un campamento militar; la mayoría de los artesanos no eran independientes. Aun cuando los gremios (los hirfeh) se desarrollaron, no llegaron a desempeñar un papel de importancia en las ciudades ni se convirtieron en una fuerza independiente significativa. El gobierno los mantuvo subordinados nombrando a muchos de los jefes de los gremios, convirtiéndolos así en funcionarios y haciendo de los gremios organizaciones del Estado.

El hecho de que el medio de producción principal —la tierra— no perteneciera a particulares sino al Estado y de que la nobleza árabe careciera tanto de una sólida base jurídica, como de derechos de herencia, no mejoró las condiciones de vida del campesinado. El origen plebeyo de los mamelucos tampoco representó ningún cambio. La concentración de la clase dirigente del oriente árabe en las ciudades le proporcionó un mayor poder militar sobre los campesinos y, además, aumentó su apetito. En esto también se diferenciaban de los señores feudales de Europa. En términos generales, los productos que entregaban los siervos europeos a sus señores en concepto de renta no se utilizaban para la venta; de ahí que los siervos no tuvieran que entregar más de lo que necesitaba el señor y su casa para sus necesidades diarias. “Las paredes de su estómago [del señor feudal] ponían los límites a la explotación del campesinado”, según Marx. Los señores árabes tenían otros gustos, y sus perspectivas pueden resumirse perfectamente con las palabras que el Califa Suleiman dirigió a su emisario acerca de los campesinos: “Exprímelos hasta la última gota y que esta última gota sea de sangre”.

El modo de producción, la forma de explotación, la relación de los trabajadores con los medios de producción en el oriente árabe, eran los mismos que en la Europa medieval. La fuente de ingresos de la clase dirigente era también la misma; la única diferencia estaba en el modo de apropiación, en la expresión legal del derecho a explotar.8

La burocracia rusa: ¿gendarme que aparece en el proceso de distribución?

Escribe Trotski que la coerción de las masas practicada por el Estado estalinista es resultado de:

“que el periodo transitorio actual aún está lleno de contradicciones sociales que en el dominio del consumo ¾el más familiar y el más sensible para todo el mundo¾ revisten un carácter extremadamente grave, que amenaza continuamente con surgir en el dominio de la producción.”9

Por lo cual,

“La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. «Sabe» a quién hay que dar y quién debe esperar.”10

¿Es cierto que la burocracia se presenta como gendarme sólo en el proceso de distribución, o aparece como tal en el proceso de reproducción en su conjunto del que la primera sólo es una parte subordinada? Esta pregunta tiene una enorme importancia tanto teórica como política.

Sin embargo, antes de intentar responderla, examinemos qué pensaban Marx y Engels sobre la conexión entre las relaciones de producción y la distribución. Marx escribe:

“Con respecto al individuo singular, la distribución aparece naturalmente como una ley social que condiciona su posición dentro de la producción en el marco de la cual él mismo produce; la distribución precede por tanto a la producción. El individuo no tiene originariamente capital ni propiedad agraria. Desde su nacimiento está reducido al trabajo asalariado por la distribución social. Pero esta predestinación es a su vez el resultado de que el capital y la propiedad agraria existen como agentes de producción independientes.

Si se examinan sociedades enteras, la distribución, tomada en otro aspecto más, parece preceder a la producción y determinarla; por decirlo así, como un hecho preeconómico. Un pueblo conquistador reparte la tierra entre los participantes en la conquista, imponiendo así cierta repartición de la propiedad agraria y cierta forma de ésta, y con ello determina también la producción. O convierte a los vencidos en esclavos y de este modo hace del trabajo de los esclavos la base de la producción. O bien un pueblo divide por vía de la revolución la gran propiedad agraria en parcelas e imprime así por esta distribución nueva un nuevo carácter a la producción. O bien, en fin, la legislación perpetúa la propiedad agraria en ciertas familias, o hace del trabajo un privilegio hereditario, consolidándolo así con un carácter de casta. En todos estos casos, y todos son históricos, parece que no es la producción la que organiza y determina la distribución, sino la distribución organiza y determina la producción.

La distribución en su interpretación más superficial aparece como distribución de productos y, por tanto, como muy alejada de la producción y supuestamente independiente de ésta. Pero antes de ser distribución de productos, ella es 1) distribución de los instrumentos de producción y 2) determinándose de otra manera la misma relación, distribución de los miembros de la sociedad entre los diferentes géneros de producción (subordinación de los individuos a relaciones de producción determinadas). La distribución de productos no es manifiestamente sino el resultado de esa distribución, que se incluye en la producción misma y determina su estructura.”11

Este extracto de Marx, cuya esencia se repite una vez tras otra en sus trabajos, es suficiente como punto de partida para analizar la posición de la burocracia estalinista en la economía.

Planteemos estas cuestiones en relación con la burocracia rusa.

¿Se limita el papel de la burocracia a administrar la distribución de medios de consumo entre la gente, o se encarga también de la distribución de la gente en el proceso de producción? ¿La burocracia, ejerce un monopolio sobre el control de la distribución solamente, o también sobre el control de los medios de producción? ¿Raciona los medios de consumo solamente o también distribuye el tiempo de trabajo total de la sociedad entre acumulación y consumo, entre la producción de medios de producción y la de medios de consumo? ¿No es cierto que la burocracia reproduce la escasez de medios de consumo y, por tanto, ciertas relaciones de distribución? ¿Las relaciones de producción que dominan en Rusia no determinan las relaciones de distribución que constituyen una parte de aquéllas?

¿Revolución social o revolución política?

Si se acepta la idea de Trotski de que una revolución de la clase trabajadora rusa contra la burocracia no sería una revolución social, se entra en contradicción inmediata con la sociología marxista.

Marx caracterizó la Guerra Civil norteamericana como una revolución social. La liberación de los esclavos y su transformación en asalariados, constituyó una revolución social: desapareció una clase de la sociedad y dio lugar a otra. En ese caso, ¿por qué el derrocamiento de la burocracia estalinista y la liberación de millones de esclavos de los campos de trabajo, no constituiría una revolución social sino simplemente una revolución política? La revolución agraria, al transferir los latifundios feudales a los campesinos y transformar a los siervos en campesinos libres, fue indudablemente una revolución social. ¿Por qué el cese del pillaje estatal, de las “entregas obligatorias”, y la transformación de los koljoz en propiedad real de los socios, que los poseerían y controlarían, no sería una revolución social?

La idea de una revolución política supone que, con el cambio de gobierno, sólo cambian los individuos, grupos o capas dirigentes, pero permanece la misma clase en el poder. De acuerdo con esto, el burócrata y el trabajador, el guardia NKVD y el preso al que vigila pertenecen a la misma clase. ¿Cómo puede ser así cuando sus posiciones en el proceso de producción son antagónicas y cuando sus actitudes ante los medios de producción no sólo no son las mismas, sino que están en agudo conflicto?

Si aceptamos que los trabajadores y los burócratas pertenecen a la misma clase, debemos concluir que en Rusia hay conflictos en el interior de una clase, pero ningún conflicto entre clases, es decir, que ha desaparecido la lucha de clases. ¿No pierde con esto su base el ataque de Trotski a la declaración de Stalin en el sentido de que en Rusia ya no había lucha de clases?

El último libro de Trotski

Debido a que la clase trabajadora fue durante algún tiempo la única clase en el poder en Rusia, debido a que fue derrocada de forma inesperada en el marco de las complejas circunstancias económicas y sociales de Rusia, no es extraño que incluso Trotski, con toda su extraordinaria capacidad analítica, tuviera que reevaluar su análisis básico del régimen estalinista de vez en cuando. Se produjo un enorme viraje en la posición de Trotski, aunque no fuera más allá de un cambio en el énfasis, desde el momento en que la aceptación de la teoría del Estado obrero degenerado era condición para ser miembro de la Oposición de Izquierda hasta el momento en que Trotski dejó de proponer la exclusión de los que no defendían esta idea de la Internacional, a pesar de que rechazaba sus posiciones. No fue casualidad que, en las polémicas con Shachtman a finales de 1939 y en 1940, pudiera decir que aun siendo minoría contra Shachtman y Burnham, se opondría a una escisión y seguiría luchando en defensa de su postura dentro del partido unido.12

Un claro paso en dirección a una nueva evaluación de la burocracia como clase dirigente tiene expresión en su último libro, Stalin. Al exponer la naturaleza social del acceso al poder de la burocracia estalinista, Trotski decía:

“Lo esencial del Termidor fue, es y no puede menos de ser, social en cuanto a carácter. Su finalidad era cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un substrato nuevo para la clase económicamente superior. Había dos pretendientes a este papel: la pequeña burguesía y la misma burocracia. Ambas combatieron unidas [en la batalla para vencer] la resistencia de la vanguardia del proletariado. Una vez conseguido esto, cerraron una contra otra en feroz acometida. La burocracia llegó a asustarse de su aislamiento, de su divorcio del proletariado. Sola, no podía aplastar al kulak ni a la pequeña burguesía, que había crecido y continuaba creciendo sobre la base de la NEP; tenía que contar con la ayuda del proletariado. De ahí su esfuerzo concertado por presentar su lucha contra la pequeña burguesía, por el plusproducto y por el poder, como la lucha del proletariado contra las tentativas de restauración capitalista.”13

Según Trotski, la burocracia, mientras finge luchar contra la restauración del capitalismo, en realidad simplemente utiliza al proletariado para aplastar a los kulaks y para “cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un substrato nuevo para la clase económicamente superior”. Uno de los que aspiran al papel de clase económicamente dominante, dice, es la burocracia. La formulación es enormemente significativa, sobre todo si tenemos en cuenta la correspondencia entre este análisis de la lucha contra la burocracia y los kulaks y la definición que ofrece Trotski de la lucha de clases. Según Trotski:

“La lucha de clases no es otra cosa que la lucha por el plusproducto. Quien posee el plusproducto es dueño de la situación: posee riqueza, es propietario del Estado, tiene la llave de la Iglesia, de los tribunales, de las ciencias y las artes.”14

La lucha entre kulaks y burocracia era, según la última conclusión de Trotski, “lucha… por el plusproducto”.

Las fuerzas internas no son capaces de restaurar el capitalismo individual en Rusia: ¿qué conclusión se puede sacar sobre su carácter de clase?

Cuando Trotski hablaba del peligro de la contrarrevolución social en Rusia, se refería a la restauración del capitalismo basado en la propiedad privada. El bonapartismo estalinista se describe como un factor de equilibrio entre dos fuerzas que operan en el escenario nacional: por un lado la clase trabajadora que defiende la propiedad estatalizada y la planificación; por otro, los elementos burgueses luchando por la vuelta a la propiedad individual. Trotski escribe:

“[La burocracia] continúa defendiendo la propiedad nacionalizada por miedo al proletariado. Este temor saludable lo mantiene y alimenta el partido ilegal de los bolcheviques-leninistas, que es la expresión más consciente de la corriente socialista contra el espíritu de reacción burguesa que penetra profundamente a la burocracia termidoriana. Como fuerza política consciente, la burocracia ha traicionado la revolución, pero, por fortuna, la revolución victoriosa no es solamente una bandera, un programa, un conjunto de instituciones políticas; es también un sistema de relaciones sociales. No basta traicionarla, es necesario, además, derrumbarla.”15

Esta presentación expone con la máxima claridad la abstracción jurídica de la forma de propiedad y, por tanto, revela muy claramente las contradicciones internas del análisis. ¡El proletariado ruso no era lo suficientemente fuerte para mantener su control sobre los medios de producción y fue expulsado por la burocracia, pero es lo bastante fuerte para impedir la promulgación de esta relación como ley! ¡El proletariado no era lo suficientemente fuerte para frenar una distribución sumamente antagónica del producto, para impedir que la burocracia redujera en forma brutal su nivel de vida y le negara sus derechos más básicos, ni para evitar que millones de los suyos fueran condenados al trabajo esclavizado en Siberia; sin embargo, es lo bastante fuerte para defender la forma de propiedad! La verdad es que no se puede concebir una relación entre personas y propiedad que no sea la fundamentada en las relaciones de producción.

Es más; si fuera cierto que lo único que impedía la restauración del capitalismo privado en Rusia era el temor al proletariado; si la burocracia fuera, como decía Trotski, conscientemente restauracionista, su afirmación de que el régimen estalinista resulta tan estable como una pirámide sobre su vértice, habría demostrado ser correcta y su pronóstico sobre el destino de la economía estatalizada durante la guerra se habría cumplido. Él mismo resumió su posición de la siguiente forma:

“Se puede prever que la caldeada atmósfera de la guerra provocará profundos vuelcos hacia los principios individualistas en la agricultura y en la industria artesanal, el capital extranjero y “aliado” ejercerá su atracción, se producirán brechas en el monopolio del comercio exterior, se debilitará el control gubernamental sobre los trusts, se acrecentarán la competencia entre los trusts y sus conflictos con los obreros, etcétera. En el plano político estos procesos pueden aparejar la culminación del bonapartismo, con los correspondientes cambios en las relaciones de propiedad. En otras palabras, si la guerra es prolongada y va acompañada de la pasividad del proletariado mundial, podría y tendría que conducir a una contrarrevolución burguesa-bonapartista.”16

Antes de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, era comprensible, aunque incorrecto, suponer que el capitalismo privado podía ser restablecido en Rusia sin que la ocupara un poder imperialista. Pero la victoria de la economía concentrada estatalizada rusa sobre la maquinaria bélica alemana silenció a los que insistían en esa posibilidad.

No se excluye, sin embargo, la posibilidad de que fuerzas externas pudieran restaurar el capitalismo individual o de que una guerra devastadora acompañada por la aniquilación de la mayoría de la población rusa pudiera dejar el país de nuevo en un nivel de desarrollo histórico muy inferior al del capitalismo privado.

Al definir a Rusia como sociedad de transición, Trotski enfatizó correctamente que, como tal, por sus propias leyes internas, podía desembocar o bien en una victoria del socialismo o en el restablecimiento del capitalismo privado. Si se excluye esta última posibilidad, quedan otras tres:

1) Las fuerzas internas en Rusia van en una sola dirección: hacia el comunismo. Mantuvieron este punto de vista los estalinistas y Bruno R. en su obra La Bureaucratisation du Monde.

2) La sociedad rusa no es ni capitalista ni socialista y, aunque las fuerzas productivas crecen ininterrumpidamente, no desembocará en el comunismo; aunque la explotación de las masas continúa sin detenerse, esto no llevará al capitalismo. Esta es la teoría de la “Revolución de los Gerentes” y del Colectivismo Burocrático, formulada por Shachtman en 1943.

3) La sociedad rusa o es una sociedad de transición ante la que se abren dos caminos —el capitalismo de Estado o el socialismo— o bien ya es un capitalismo de Estado.

Si negamos la posibilidad de que las fuerzas internas lleven al país al capitalismo privado, y rechazamos al mismo tiempo el Colectivismo Burocrático (según la formulación tanto de Shachtman como de Bruno R) y las ideas de Burnham, nos queda únicamente la tercera alternativa.

Tanto en el capitalismo de Estado como en un Estado obrero, el Estado es depositario de los medios de producción. La diferencia entre los dos sistemas no puede estar en la forma de propiedad; por tanto, la propiedad estatal de los medios de producción que Trotski utiliza como fundamento de su definición del carácter de clase de Rusia debe descartarse como un criterio erróneo.

Las “nuevas democracias” y la definición de Rusia como Estado obrero

La aparición de las “nuevas democracias” proporcionó la ocasión de someter a prueba la definición de Rusia como Estado obrero.

Si la propiedad estatal, la planificación y el monopolio sobre el comercio exterior definen el Estado obrero, tanto Rusia como las “nuevas democracias” son, sin lugar a dudas, Estados obreros. Esto implica que en estas últimas se han realizado revoluciones proletarias dirigidas por los estalinistas sobre la base de la unidad nacional, coaliciones gubernamentales con la burguesía y un chovinismo que significó la expulsión de millones de trabajadores alemanes junto con sus familias. Tales políticas simplemente sirvieron para engrasar las ruedas de la revolución proletaria.

En este caso, ¿cuál es el futuro del socialismo internacional, y cuál su justificación histórica? Los partidos estalinistas, a fin de cuentas, gozan de todas las ventajas sobre los socialistas internacionales; disponen de un aparato de Estado, organizaciones de masas, recursos económicos, etc. Al parecer lo único que les falta es la ideología internacionalista de clase. Pero si resulta posible realizar la revolución proletaria sin necesidad de esa ideología, ¿por qué convencer a los trabajadores de que deberían abandonar el estalinismo?

Si en Europa Oriental se realizaron revoluciones sociales sin dirección obrera revolucionaria, debemos concluir que en las futuras revoluciones sociales, como en las pasadas, las masas lucharán pero no serán la dirección.

Suponer que las “nuevas democracias” son Estados obreros implica aceptar que, en principio, la revolución proletaria está basada en engañar al pueblo, al igual que lo estuvieron las guerras burguesas.

Si las “nuevas democracias” son Estados obreros, Stalin realizó la revolución proletaria, y además la realizó de forma sumamente rápida. Desde la Comuna de París hasta el establecimiento del primer Estado obrero en un país de 140 millones de habitantes pasaron cuarenta y siete años. Y, antes de que pasaran otros cuarenta años, toda una serie de países se convirtieron en Estados obreros. En el Oeste, Polonia, Yugoslavia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Checoslovaquia añadieron sus 75 millones de habitantes (y esto no incluye a los 20 millones de personas de los Estados bálticos, Polonia Oriental y Besarabia, anexionados por Rusia). En el Este, se añadió China, con 600 millones de habitantes. Si estos países eran Estados obreros, ¿para qué el marxismo, para qué la IV Internacional? Si las “nuevas democracias” son Estados obreros, queda descartado lo que Marx y Engels dijeron sobre la revolución socialista como “la historia consciente de sí misma” así como la siguiente afirmación de Engels:

“Sólo desde entonces [desde la revolución socialista], [el hombre] comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y, sólo desde entonces, las causas sociales, puestas en movimiento por él, comienzan a producir predominantemente y cada vez en mayor medida los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.”17

De la misma manera, es de suponer que Rosa Luxemburg decía puras necedades al resumir lo que todos los grandes marxistas escribieron acerca del papel de la conciencia proletaria en una revolución:

“En todas las luchas de clase del pasado, llevadas adelante en interés de las minorías y en las que, según Marx, “todo se desarrolló en oposición a las grandes masas del pueblo”, una condición esencial de la acción fue la ignorancia de las propias masas en cuanto a los objetivos reales de la lucha, su contenido material y sus límites. Esta discrepancia fue, de hecho, la base histórica específica del “papel dirigente” de la burguesía “iluminada” que encajaba con el papel de las masas como seguidores dóciles. Por otro lado, como escribió Marx en 1845, “cuanto más se intensifica la acción histórica tanto más debe aumentar el número de las masas involucradas en ella”. La lucha de clases del proletariado es la más profunda de todas las acciones históricas registradas hasta la fecha ya que abarca el conjunto de las capas bajas del pueblo y, desde el momento en que la sociedad se dividió en clases, es el primer movimiento que se corresponde con los intereses reales de las masas. Por eso, que las masas tengan claras sus tareas y sus métodos resulta condición indispensable de la acción socialista, al igual que en períodos anteriores la ignorancia de las masas resultó ser condición de la acción de las clases dominantes.”18

¿Las victorias de Rusia en la guerra son prueba de que es un Estado obrero?

Mientras Trotski, continuando su análisis de Rusia como Estado obrero degenerado, pronosticó que la burocracia no podría afrontar una guerra, muchos trotskistas en la actualidad concluyen, partiendo de las victorias en la guerra, que Rusia es efectivamente un Estado obrero. Tales conclusiones, sin embargo, no se sostienen frente a una crítica:

El argumento puede descomponerse en dos partes. 1) El entusiasmo de las masas durante la guerra es prueba de que consideran que tienen algo más que perder que sus cadenas, que son la clase dirigente. 2) La fuerza militar industrial de Rusia demuestra la superioridad histórica del régimen ruso comparado con el capitalismo.

El curso de los acontecimientos hizo añicos la primera parte del argumento, prevalente en la prensa de la IV Internacional entre 1941 y 1943. El ejército alemán también luchó con todas sus fuerzas ante las mismas puertas de Berlín cuando se había desvanecido toda esperanza de victoria. ¿También tenían los soldados alemanes algo más que perder que sus cadenas? ¿También la clase trabajadora alemana era la clase dominante?

En cuanto a la segunda parte del argumento, no cabe duda de que la gran empresa tiene enormes ventajas sobre la pequeña empresa. Esto explica, en efecto la superioridad de la industria norteamericana en relación con la británica, a pesar de que se basan en el mismo sistema social. La industria rusa, más reciente y técnicamente más moderna, está construida a una escala superior incluso que la americana. Además, en Rusia se evita la duplicación y la falta de coordinación, que prevalecen en los países del capitalismo individual, gracias a la propiedad estatal de los medios de producción. Rusia goza de otra ventaja en la guerra, de la que muchos otros países no disponen: sus trabajadores carecen totalmente de derechos democráticos. En Rusia, como en la Alemania Nazi, es posible producir armas en vez de pan, trasladar a millones de trabajadores de la zona occidental a la región de más allá los Urales, alojándolos en hoyos en la tierra, sin temor a una resistencia organizada. La autoridad del Estado sobre la economía y sobre los trabajadores son los puntos fuertes en la producción militar industrial rusa. Pero son los mismos factores que explican la superioridad militar de la Alemania Nazi sobre la Francia demócrata burguesa que, como sabemos, cayó ante los ejércitos contrarios como un castillo de naipes. E incluso sobre Inglaterra, el antiguo “taller del mundo”, que se salvó de la invasión sólo gracias al Canal de la Mancha, la ayuda norteamericana y la amenaza rusa a Alemania en el Este.

Las victorias militares alemanas de principios de la guerra lograron convencer a algunos de que Alemania ya no era un país capitalista, sino que representaba un sistema de sociedad nuevo y superior: entre ellos se contaba a Burnham.

Creer que las victorias militares rusas por sí mismas demuestran que Rusia representa un nuevo sistema social no tiene más base que argumentar lo mismo sobre la Alemania nazi.

¿Por qué Trotski se resistía a renunciar la teoría de que Rusia era un Estado obrero?

Se tiende a mirar el futuro en el marco del pasado. Durante muchos años los socialistas que luchaban contra la explotación se enfrentaron a los poseedores de propiedad privada: la burguesía. Cuando Lenin, Trotski y los demás dirigentes bolcheviques decían que si el Estado obrero de Rusia permanecía aislado estaba sentenciado, imaginaban esa condena de una forma definida: la restauración de la propiedad privada, mientras que la propiedad estatal se veía como fruto de la lucha de la clase trabajadora. De aquí había un solo paso a la conclusión de que si la propiedad estatal existía en Rusia era gracias al “temor a la clase trabajadora” de la burocracia; y a la inversa se suponía que si la burocracia luchaba por aumentar sus privilegios (entre ellos el derecho a la herencia), luchaba por restaurar la propiedad privada. La experiencia del pasado era el principal impedimento a que Trotski viera que un triunfo de la reacción no siempre implica la vuelta al punto de partida sino que igualmente puede llevar a una caída en espiral donde se combinan elementos de los pasados revolucionario y prerrevolucionario, subordinándose el primero a este último. En esas circunstancias el antiguo contenido capitalista de clase volverá a surgir en una forma nueva “socialista”, sirviendo así como una nueva confirmación de la ley del desarrollo combinado y desigual: ley a cuyo desarrollo tanto aportó el propio Trotski.

En resumen, se puede decir que, mientras Trotski aportó incomparablemente más que cualquier otro marxista a la comprensión del régimen estalinista, su análisis topó con una grave limitación: un apego conservador al formalismo, que por naturaleza es contradictorio con el marxismo, que subordina siempre la forma al contenido.

Referencias

  1. “Problemas del desarrollo de la URSS. Proyecto de tesis de la Oposición de Izquierda Internacional sobre la cuestión rusa”, en León Trotski, Escritos, Bogotá, 1977, Tomo II, Vol. 2, 1930-31, p.328.
  2. New International, abril de 1943.
  3. Id.
  4. L. Trotski, La revolución traicionada, ob. cit., p. 218.
  5. Id., p. 221-222.
  6. K Marx, Miseria de la filosofía, ob. cit., p. 231-232.
  7. Id., p. 238-240.
  8. Fuentes utilizadas sobre el feudalismo en el oriente árabe: A.N. Poliak, Feudalism in Egypt, Syria, Palestine and Lebanon, Londres, 1939; A.N. Poliak, “Les revoltes en Egypte à l’époque des Mameloukes y leurs causes économiques”, en Revue des études islamiques, París, 1934; A.N. Poliak, artículos diferentes aparecidos en hebreo en el periódico Hameshek Hashitufi, Tel Aviv; A. Kremer, Kulturgeschichte des Orients unter der Chalifen, Viena, 1875-1877; A. Kremer, Geschichte der Herrschenden Ideen des Islams, Leipzig, 1868 ; C. H. Becker, Beitrage zur Geschichte Aegyptens unter dem Islams, Estrasburgo, 1902-1903.
  9. Trotski, La revolución traicionada, ob. cit., p. 125.
  10. Id.
  11. K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, ob. cit., p. 191-192.
  12. L. Trotski, En defensa del marxismo, Akal, 1978, p. 75-86.
  13. L. Trotski, Stalin, Barcelona, 1963, p. 504. [Nota: en la edición citada ponía “los productos sobrantes” en vez de “plusproducto”, que es la traducción correcta. N. del T.]
  14. L. Trotski, The Living Thoughts of Karl Marx, Londres, 1940, p. 9.
  15. L. Trotski, La revolución traicionada, ob. cit., pp. 220-221.
  16. L. Trotski, “La guerra y la Cuarta Internacional”, en Escritos, ob. cit., Tomo V, Vol. 2, 1933-34, p. 477-478.
  17. F. Engels, Anti-Dühring, ob. cit., p. 91.
  18. Citado por L. Laurat, Marxism and Democracy, Londres, 1940, p. 69.

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