Chris Harman, 1988.

La primera edición de este libro1 apareció cuando el estalinismo estaba en su punto álgido: después de la ocupación rusa de Europa Oriental y antes de la escisión entre Tito y Stalin.

En marzo 1953 murió Stalin y en unos pocos meses se hicieron visibles enormes grietas en el edificio que había construido. Sus antiguos lugartenientes pronto empezaron a disputar entre sí violentamente. Al principio parecía que Malenkov heredaría el poder de Stalin, con el apoyo del conocido jefe de policía Beria. Pero Beria fue ajusticiado repentinamente y Jruschov desplazó a Malenkov de su posición dominante en la dirección.

Las disputas fueron acompañadas por repentinos y grandes cambios en la política. La máquina del terror que jugó un papel tan importante bajo Stalin, de pronto dio marcha atrás. La última conspiración descubierta por Stalin (el llamado “complot de los doctores”) fue denunciada como maquinación y aquéllos que, supuestamente, habían instigado los arrestos fueron detenidos a su vez. En los tres años que siguieron, el 90% de los habitantes de los campamentos de trabajo quedaron en libertad.

La nueva dirección rusa reconoció públicamente que se habían cometido enormes “errores”. Durante los primeros tres años se culpó de ellos a Beria y a “una banda de espías enemigos del socialismo” que se habían “infiltrado” en la maquinaria del Estado. Pero después, en 1956, Jruschov acusó al propio Stalin (aunque en secreto) en el XX Congreso del PC de la URSS, y en 1962 hizo pública en parte la acusación al sacar el cuerpo de Stalin del mausoleo Lenin en Moscú.

Las disputas en la cima del imperio estalinista fueron acompañadas por repentinas muestras de descontento en la base. Los trabajadores esclavos de los campos de trabajo no esperaron a que el régimen revisara sus casos; en julio de 1953 los prisioneros del campo más grande y más conocido se lanzaron a la huelga, a pesar del asesinato de 120 dirigentes de la huelga. En Berlín Oriental los trabajadores de la construcción respondieron a un aumento en las normas de trabajo con una huelga que estuvo cerca de convertirse en una insurrección del conjunto de la población trabajadora de Alemania Oriental. En junio 1956 los trabajadores de Poznan, en Polonia, siguieron el ejemplo; lo mismo hicieron los trabajadores de toda Hungría en octubre del mismo año.

Estas rebeliones fueron reprimidas a sangre y fuego, pero no antes de minar las ilusiones que muchos socialistas aún tenían en Rusia, y de poner en duda, al mismo tiempo, la visión de los Estados del Este como monolitos sin vida donde era inconcebible la rebelión.

Sin embargo, entre gran parte de la izquierda internacional se seguía dando por sentado que Rusia era distinta e intrínsecamente superior a Occidente. Aún en 1960 el político laborista inglés Richard Crossman (anteriormente editor del representativo libro sobre la Guerra Fría, The God that failed) insistió2 en que la superioridad de la planificación rusa sobre el capitalismo occidental tarde o temprano obligaría a los Estados occidentales a ir en dirección al socialismo. Desde una posición más a la izquierda, el dirigente intelectual de la Cuarta Internacional, Ernest Mandel, sostenía en 1956 que

“La Unión Soviética mantiene un ritmo de crecimiento económico más o menos uniforme, plan tras plan, década tras década, sin que los progresos del pasado pesen sobre las posibilidades del futuro… todas las leyes de desarrollo de la economía capitalista que provocan una disminución del ritmo del crecimiento económico… están eliminadas.”3

Tal razonamiento llevó a Mandel a mostrar su preferencia por los intentos de reformar el sistema desde arriba propugnados por Gomulka en Polonia, frente a las rebeliones de los trabajadores en Hungría.4 Al biógrafo de Trotski, Isaac Deutscher, le llevó aún más lejos, hasta el punto de apoyar el aplastamiento de la revolución húngara.

En los años posteriores a 1956 muchos compartieron las esperanzas en las intenciones reformistas de los dirigentes de los Estados de Europa Oriental. Aunque la salida del poder de Jruschov frustró estas esperanzas, volvieron a despertarse brevemente durante el período de Dubcek en Checoslovaquia, en la primera mitad de 1968. Hoy en día están volviendo a surgir con el programa de glasnost (apertura) y perestroika (reestructuración) de Gorbachev.

El período de Jruschov

Tony Cliff había ampliado su trabajo sobre el estalinismo con estudios sobre los Estados de Europa Oriental5 y China6 escritos en 1950 y 1957. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta profundizó en su análisis de Rusia para poder dar explicación a las reformas del período de Jruschov y señalar sus limitaciones inherentes.

Ya en 1947 había apuntado la contradicción central en Rusia, que aseguraba una crisis creciente y una eventual rebelión de los trabajadores. El papel de la burocracia era el de industrializar Rusia aumentando la productividad del trabajo. Pudo conseguirlo hasta cierto punto mediante la coacción y el mantenimiento de niveles de vida muy bajos. Pero Cliff escribió: “Para aumentar la productividad por encima de cierto nivel, las condiciones de vida de las masas deben elevarse también, ya que un trabajador mal alimentado, con una vivienda deficiente y sin educación no es capaz de participar en la producción moderna”. Sugirió que el no haber mejorado el nivel de vida podía haber llevado ya a una caída en el ritmo de crecimiento de la productividad y a “un desarrollo desigual de la producción”.7

Sin embargo, la escasez de informaciones fiables sobre la economía rusa y la novedad de su teoría sobre Rusia significó que los argumentos de Cliff aquí presentados estuvieran necesariamente poco desarrollados, como era el caso de su argumento sobre la forma que reviste la crisis económica en el capitalismo de Estado (la última parte del capítulo 7 de esta edición). A finales de los cincuenta ya se disponía de mucha más información, aunque todavía suponía un enorme trabajo desenterrarla de la masa de datos oficiales, informes periodísticos y discursos de la dirección. Esto lo hizo Cliff en una serie de artículos8, un breve folleto9 y, después, en unas 140 nuevas páginas que ponen al día la edición de 1964 del presente trabajo, publicadas bajo el título Russia: A Marxist Analysis.

El material adicional se refería específicamente al período de Jruschov y no se ha incluido en ediciones posteriores debido a que con el paso del tiempo quedó anticuado. Sin embargo, muchos de los puntos que allí desarrolla Cliff merecen subrayarse.

El argumento central de Cliff era que Jruschov había heredado de Stalin una economía plagada de elementos de crisis. Había impulsado reformas porque, sin ellas, existía el peligro de una revolución.

“El método de Stalin para enfrentarse a cada nuevo fracaso o problema fue aumentar la presión y el terrorismo. Pero este método rígido no sólo se hizo cada vez más inhumano, sino también cada vez menos eficaz. Cada nuevo latigazo intensificaba la obstinada, aunque muda, resistencia del pueblo.

La rígida opresión estalinista se convirtió en un freno a todo progreso agrícola e industrial.

La crisis en Rusia no se ha limitado a la base económica, sino que ha inundado también la superestructura cultural, ideológica y política. Ha afectado no sólo a la situación interna de Rusia, sino también a las relaciones de Rusia con sus satélites de Europa Oriental, y con el movimiento comunista internacional.”

Después Cliff realizaba un examen detallado de cada una de estas áreas de la crisis.

La crisis en la agricultura

“La herencia que dejó Stalin en el campo es una agricultura hundida en un cenagal de estancamiento, donde ha permanecido durante más de un cuarto de siglo. La producción de grano en 1949-53 era sólo un 12,8% superior a la de 1910-14, mientras que, durante ese mismo tiempo, la población se incrementó en un 30%. La productividad del trabajo en la agricultura soviética no ha alcanzado ni siquiera una quinta parte de la de Estados Unidos…

Este estancamiento se convirtió en una amenaza para el régimen por varias razones. En primer lugar, después de eliminarse en gran medida el desempleo latente en el campo, se hizo imposible dirigir mano de obra hacia la industria a la escala en que antes se hacía, sin aumentar la productividad del trabajo en la agricultura. En segundo lugar, se hizo imposible más allá de cierto punto utilizar capitales de la agricultura para ayudar al crecimiento industrial.

El método estalinista de la “acumulación primitiva” de ser acelerador pasó a ser freno que ralentizó toda la economía.”10

Jruschov intentó enfrentarse a la crisis por dos medios: “el pan y el palo”. El pan incluía reformas consistentes en aumentar los precios que se pagaban a los productores agrícolas, incrementar las inversiones estatales en la agricultura, conceder mayor libertad a las granjas colectivas para que planificaran su propia producción y relajar los controles sobre la producción en las parcelas particulares de los campesinos. Pero tales reformas estaban “repletas de dificultades”:

“Han transcurrido 25 años de desincentivación estalinista… Es muy probable que un aumento moderado del capital de que dispone la agricultura, de los bienes de consumo a los que tienen acceso los agricultores, de los precios pagados por la producción agrícola tengan durante un tiempo, quizá un largo tiempo, un efecto de desincentivo y no de incentivo sobre el campesinado. Con el alza de precios puede disminuir la voluntad de trabajar. Sólo incentivos masivos aplicados durante un largo período de tiempo pueden superar el pasado y estimular a los agricultores para que aumenten su actividad. Desgraciadamente a Jruschov le faltan tanto excedentes de capital de cualquier volumen, como tiempo; y le será imposible conseguir cualquiera de las dos cosas debido a la situación internacional, que produce un enorme despilfarro de recursos en armamento y a la administración burocrática de la economía (uno de cuyos aspectos más importantes es la crisis en la agricultura).”11

Esto fue lo que impulsó a los dirigentes rusos a emplear el palo de un mayor control central, aunque esto contradijera los intentos de ofrecer mayores incentivos. Así, el intento de dar mayor libertad a los campesinos para cultivar sus parcelas fue seguido por un control cada vez más directo sobre ellas; la tendencia hacia una mayor autonomía para las granjas colectivas fue seguida por una campaña para fortalecer las granjas estatales altamente centralizadas. Y, como ni el pan ni el palo dieron sus frutos, sólo les quedaba a los dirigentes atravesar el país impulsando grandes campañas que, supuestamente, permitirían a la agricultura rusa alcanzar los niveles de la agricultura norteamericana de la noche a la mañana, campañas tales como las de las tierras vírgenes y la del maíz de mediados de los años cincuenta.

Pero no hubo salida de la crisis. La producción de grano supuestamente iba a aumentar en un 40% entre 1956 y 1960; en realidad se elevó apenas en un 2,7% para luego estancarse, hasta tal punto que, en 1963, los rusos se vieron obligados a comprar millones de toneladas de grano en el extranjero. La producción de carne en 1960 fue algo superior a una tercera parte del objetivo original.

Señalaba Cliff sobre Jruschov: “La resolución de la crisis en la agricultura parecía ser el principal objetivo de su programa; la incapacidad de cumplir lo que había prometido puede llevar a su caída”.12 Unos meses más tarde, el resto del politburó apartó a Jruschov del poder, expresando su disgusto por “los esquemas descabellados” que nunca funcionaron.

La crisis en la industria

La industria, a diferencia de la agricultura, creció masivamente durante el período estalinista, y siguió creciendo bajo Jruschov. Pero la tasa de crecimiento bajó. Y la productividad, que había crecido más rápidamente en Rusia que en Occidente durante los años treinta, ahora se encontraba paralizada en un nivel considerablemente más bajo que el del principal rival de la burocracia rusa, los Estados Unidos. Como Cliff explicó:

“A finales de 1957 la cantidad de trabajadores industriales en la URSS superaba en un 12% a la cifra de Estados Unidos… Sin embargo, incluso según datos soviéticos, el producto anual de la industria en la URSS en 1956 era la mitad del de Estados Unidos.”13

Dada la crisis en la agricultura, el bajo nivel de productividad en la industria ya no podía compensarse mediante un aumento masivo del número de trabajadores industriales. Por eso, la burocracia rusa tuvo que prestar cada vez más atención a la proliferación del despilfarro y a la producción de baja calidad en la economía rusa.

Cliff enumeró varias fuentes de despilfarro: la compartimentación que llevaba a las empresas a producir en su interior bienes que podían producirse a un costo mucho menor fuera de ellas;14 la acumulación de materiales por los gerentes y los trabajadores;15 la tendencia de los gerentes a resistirse a la innovación tecnológica;16 el énfasis puesto en la cantidad en detrimento de la calidad;17 la negligencia en el mantenimiento técnico;18 la proliferación de “trámites y papeleo”;19 el no establecer un mecanismo de precios eficiente y racional que habrían necesitado los gerentes para calcular la eficiencia relativa de las distintas fábricas.20 Concluía:

“Si por ‘economía planificada’ entendemos una economía en la que todos los componentes están ajustados y regulados a un único ritmo, en la que las fricciones son mínimas y, sobre todo, en la que prevalece la previsión en la toma de decisiones económicas, entonces la economía rusa es cualquier cosa menos planificada. En vez de un plan auténtico, se desarrollan métodos estrictos de dictado gubernamental para rellenar los huecos que se producen en la economía precisamente como consecuencia de las decisiones y actividades del propio gobierno. Por eso, en vez de hablar de una economía planificada soviética, sería mucho más exacto hablar de una economía burocráticamente dirigida…” 21

Se habían realizado estudios sobre las deficiencias de la industria rusa antes de Cliff y se han realizado muchos más después. Éstos proporcionaron “pruebas” empíricas a todos aquéllos, tanto de la izquierda como de la derecha, que insisten en que el sistema ruso es cualitativamente inferior al sistema Occidental. Lo que caracterizaba el análisis de Cliff, sin embargo, no era el hecho de que hiciera hincapié en el despilfarro y la ineficacia, sino la manera en que mostraba que todo ello surgía de la naturaleza capitalista de Estado del sistema.

La causa inmediata de las distintas formas de despilfarro era la manera en que los planificadores establecían objetivos de producción más elevados que los que podían conseguirse. Para protegerse a sí mismos de estas presiones, los gerentes acumulaban suministros de material y mano de obra. Y para protegerse a sí mismos de las presiones de los gerentes, que repentinamente se intensificaban, los trabajadores trabajaban deliberadamente a un ritmo muy lento. La conciencia de que esto pasaba en toda la economía llevó a los planificadores, a su vez, a imponer conscientemente metas muy altas. Como apuntaba Cliff:

“¿Cuáles son las causas fundamentales del despilfarro y la anarquía en la economía rusa?

Elevadas metas de producción unidas a limitados suministros, etc. –como los dos brazos de un cascanueces– obligan al gerente a mentir, a ocultar las potencialidades de la producción, a exagerar las necesidades de equipo y material, a apostar sobre seguro, y en general a actuar en forma conservadora. Esto, a su vez, lleva al despilfarro y de ahí a la falta de materiales y a la presión creciente desde arriba sobre el gerente, que ha de mentir de nuevo y así sucesivamente en un círculo vicioso. Los objetivos exagerados unidos a la falta de material llevan a su vez a una creciente compartimentación, y a un nuevo círculo vicioso.

Unos elevados objetivos unidos a la falta de material, hacen necesaria una elevada conciencia de las prioridades por parte de los gerentes. Pero como el sistema de prioridades y los métodos “de campaña” carecen de una medida cuantitativa clara, llevan de nuevo al despilfarro y, de ahí, a una necesidad creciente de remitirse a las prioridades. De nuevo el círculo se cierra.

Todas estas necesidades exigen múltiples sistemas de control que son en sí mismos un despilfarro y que, por su falta de sistematización y armonía, producen aún más despilfarro. De ahí la necesidad de mayores controles, pirámides de papel y una plétora de burócratas. De nuevo un círculo vicioso.

Lo dicho sobre el círculo vicioso que resulta del conflicto entre objetivos demasiado ambiciosos y limitada base de suministros se aplica, mutatis mutandis, a los efectos de los inadecuados mecanismos de precio que llevan a la compartimentación, las campañas de prioridades y una plétora de controles. Y esto lleva a una creciente inadecuación del mecanismo de precio. De nuevo un círculo vicioso.”22

El “círculo vicioso” de Cliff ha sido descrito en innumerables ocasiones desde 1964 por economistas de Europa Oriental.23 Algunos de ellos han conectado las metas exageradas (refiriéndose a ellas a veces como “sobreinversiones”), la escasez (llamada a veces “barrera de la inflación”), la acumulación de materiales y la compartimentación de la economía. Unos pocos han ido incluso más allá que Cliff en un aspecto, describiendo cómo estos distintos factores se entrelazan en un ciclo de inversión y producción similar, de alguna forma, al modelo clásico de boom y depresión del desarrollo capitalista occidental.24 Sin embargo, omiten un punto clave desarrollado por Cliff. El círculo vicioso aparentemente irracional de ineficacia y despilfarro tiene, desde el punto de vista de la burocracia dirigente, un punto de partida completamente racional. La “sobreinversión” es, en sí misma, resultado de la inserción de la economía administrada burocráticamente en un sistema de competencia mundial:

“El gran obstáculo para la disminución de las metas de producción son la competencia mundial por el poder y los inmensos gastos militares.”25

El sistema ruso no puede considerarse simplemente como un gran fracaso, como hacen muchos de aquéllos que enfatizan el despilfarro.

“Se debería evitar caer en el error de suponer que la mala administración que corroe la economía nacional rusa imposibilita logros muy sustanciales por no decir sorprendentes. De hecho, hay una estrecha unidad dialéctica entre la mala administración burocrática y la inmensa expansión de la industria rusa. Sólo el atraso de las fuerzas productivas del país, su marcha hacia una rápida expansión (junto con una serie de factores conexos) y, sobre todo, la subordinación del consumo a la acumulación del capital, puede explicar el auge del capitalismo burocrático de Estado.

Los esfuerzos y sacrificios de la masa del pueblo han elevado a Rusia, pese a la mala administración burocrática y al despilfarro, a la posición de gran potencia industrial.

Sin embargo, el capitalismo de Estado se está convirtiendo en un obstáculo cada vez mayor para el desarrollo de la fuerza productiva más importante —los propios trabajadores— a los que sólo puede liberar una sociedad socialista armoniosa.”26

“Es difícil calcular hasta qué punto la baja productividad es resultado de la mala administración y de los errores de la dirección o de la resistencia de los trabajadores. Estos dos aspectos están estrechamente ligados. El capitalismo en general y su forma específica de capitalismo burocrático de Estado en particular implica recorte de gastos y aumento de la eficacia más que satisfacción de las necesidades humanas. Su racionalidad es fundamentalmente irracional, ya que aliena al trabajador, convirtiéndole en una “cosa”, un objeto manipulado, en vez de sujeto capaz de moldear su vida según sus propios deseos. Por eso los trabajadores sabotean la producción.”27

Tanto en la agricultura como en la industria, los herederos de Stalin intentaron enfrentarse al problema mediante el “pan” y, viendo que no tenían éxito de esta forma, volvieron, al menos en parte, al “palo”.

El desmantelamiento de los enormes campos de trabajo después de la muerte de Stalin, fue seguido por la anulación de leyes que dejaron a los trabajadores sujetos a una serie de sanciones legales si se ausentaban o llegaban tarde al trabajo. Cliff compara estos cambios con lo que sucedió en el curso del desarrollo del capitalismo occidental; en la primera etapa de la revolución industrial se empleaba toda clase de coerciones para obligar a los trabajadores a aceptar la disciplina de la fábrica (las leyes contra la vagancia, el sistema de asilos). Pero, una vez que el nuevo sistema capitalista se hubo enraizado, éstas tendían a disminuir la productividad del trabajo y cedieron su lugar a formas sencillamente “económicas” de coerción.28

Pero existían estrechos límites a los incentivos que se podían utilizar para inducir a los trabajadores a aumentar la productividad. En 1953-4 el primer presidente postestalinista, Malenkov, prometió un aumento de la producción de bienes de consumo en detrimento de la de medios de producción. Pero la luna de miel con la industria ligera duró muy poco. En el marco de la competencia internacional económica y militar, es inevitable la subordinación del consumo a la acumulación. Ya en otoño de 1954, Jruschov, Bulganin (Ministro de Defensa en ese momento) y Shepilov dirigieron una ofensiva en contra de “mimar a los consumidores” y exigieron el retorno a un mayor énfasis en la industria pesada. En enero de 1955 Jruschov declaró:

“La tarea principal a la que el Partido dedica todos sus esfuerzos, consistió y sigue consistiendo en fortalecer el poder del Estado soviético y, como consecuencia, en acelerar el desarrollo de la industria pesada.”

Quince días más tarde Malenkov se vio obligado a dimitir como primer ministro. La proporción de la inversión industrial del Estado dedicada a la industria ligera y a la producción de alimentos, que había sido de entre el 16% y el 17% en los planes quinquenales de los años treinta, y del 12,3% en la segunda mitad de los años cuarenta, cayó aún más en los cincuenta y a principios de los sesenta, hasta ser, aproximadamente, del 9%.29

Sin solución para la crisis en la agricultura y sin ningún gran aumento de inversión en las industrias de bienes de consumo, existía un límite a la posible mejora de los niveles de vida de la clase trabajadora en la época de Jruschov. En 1963:

“En términos absolutos la producción de bienes de consumo ha aumentado. Sin embargo, en términos relativos, los resultados en muchos casos no han alcanzado siquiera las metas de los primeros planes quinquenales en cuanto a producción per cápita … A pesar de todos los cambios, los niveles de vida en Rusia están aún muy por debajo de los de Europa Occidental y sólo marginalmente por encima de los de Rusia en 1928 (antes del período de los planes).”30

Así, incluso aunque las cosas fueran mucho mejor para los trabajadores a finales de la época de Jruschov que bajo Stalin (después de todo, a mediados de los treinta habían caído a sólo un 60% del nivel de 1928), las mejoras estaban lejos de ser suficientes para generar incrementos masivos en la productividad del trabajo. Cliff concluía su capítulo sobre el trabajador ruso diciendo:

“Hoy en día es una preocupación central para la dirección rusa buscar la forma de desarrollar la productividad del trabajador. Nunca la actitud de los trabajadores ha significado tanto para la sociedad.

Al convertirlo en un simple engranaje en la máquina del Estado, matan en él lo que más necesitan; la productividad y la capacidad creativa. La explotación racionalizada y acentuada supone un gran obstáculo para el aumento de la productividad del trabajo.

Cuanto más cualificada e integrada está la clase trabajadora tanto más resistirá la alienación y la explotación, y tanto más despreciará a sus explotadores y opresores. Los trabajadores han perdido el respeto por la burocracia como administradora técnica. Ninguna clase dirigente es capaz de mantenerse durante mucho tiempo frente al desprecio popular.31

Cambios en la “superestructura”

El diagnóstico que hizo Cliff de la época de Jruschov no se limitó a la economía: continuaba mostrando cómo las necesidades económicas en transformación se reflejaban en la “superestructura” social y política.

El rasgo más importante del período postestalinista fue la mitigación del terror; se cerró la mayoría de los campamentos y las purgas masivas quedaron como un recuerdo del pasado. Se restableció la vigencia de importantes elementos de la ley, y la policía perdió el derecho a encarcelar y ejecutar a la gente sin fallo judicial.

Para Cliff, la explicación principal para estos cambios era que representaban la otra cara del paso de la “acumulación primitiva”, basada en el trabajo forzado, al “capitalismo de Estado maduro”, basado en el trabajo libre. Pero encajaban también con los deseos individuales de los burócratas:

“La clase dominante de Rusia, en interés propio, quiere relajarse. Sus integrantes quieren vivir para disfrutar sus privilegios. Una de las paradojas del régimen estalinista era que ni siquiera los burócratas socialmente privilegiados simpatizaban con él. En demasiadas ocasiones el MVD (antiguo nombre del KGB) les puso las manos encima incluso a los burócratas más honrados. Se estima que entre 1938 y 1940 se encarceló o se ejecutó al 24% de los técnicos especialistas. Ahora la burocracia buscaba la manera de normalizar su dominio.”32

Sin embargo, igual que había límites para los incentivos en la esfera económica, también los había para la reducción del poder de la policía. El KGB seguía siendo un foco de poder muy importante dentro del Estado. Seguían vigentes numerosas leyes que sancionaban a la gente por cualquier cuestionamiento serio del poder de la clase dominante o por organizar huelgas y manifestaciones. Se establecieron “tribunales de los camaradas” para enjuiciar “infracciones de la legalidad soviética y del código de comportamiento socialista” —lo que se entendía por esto era una serie de actividades que desafiaban el monopolio burocrático sobre la propiedad del Estado o la obligación del resto de la sociedad de trabajar para la burocracia— “empleo ilegal de material, equipamiento o transportes públicos o estatales… evitar el trabajo socialmente útil o llevar vida parasitaria… caza furtiva… daños a cultivos o plantaciones causados por animales… comercio ilegal… ebriedad… lenguaje grosero…”.33

Para Cliff una mayor disminución del poder estatal quedaba descartada precisamente por la escasez general de bienes, la incapacidad de enfrentarse con “la arbitrariedad burocrática y el mandato administrativo” en la economía, y por “el hecho de que el Estado es depositario de todos los medios de producción, el centro de la organización tanto educativa como cultural” y, por tanto, el foco de “toda crítica a cualquier aspecto del sistema”.

“De ahí que el capitalismo de Estado, por su propia naturaleza, a diferencia del capitalismo privado, excluya toda posibilidad de una amplia democracia política, aunque sólo sea formal. Donde el Estado es depositario de los medios de producción, es imposible separar la democracia política de la democracia económica.”34

Detrás de las limitaciones a la reforma política está el hecho de que el poder continuaba estando en manos de una pequeña clase burocrática.

“El monopolio del poder no es menos prerrogativa del PCUS bajo Jruschov, que bajo Stalin. Su composición social ha cambiado poco, y la concentración de los puestos dirigentes del Partido en manos de la burocracia es incluso mayor que bajo Stalin… Los trabajadores y los campesinos de las granjas colectivas probablemente no representan más de una quinta parte y, con seguridad, no más de una cuarta parte del Partido. Cuanto más se asciende en la jerarquía del Partido, tanto más escasos son los trabajadores y campesinos.”35

Las tensiones entre los intentos de Jruschov de llevar a cabo reformas, y su incapacidad de conseguirlo más allá de cierto punto, se expresaron en las relaciones entre las distintas nacionalidades dentro de la URSS.

“La muerte de Stalin se produjo en plena campaña de rusificación… Los herederos de Stalin tuvieron que decidir si continuar con estas políticas u ofrecer concesiones a las minorías nacionales.”36

En un principio, parecía probable que se hicieran concesiones:

“La confianza de los pueblos no-rusos de la URSS, a raíz de su avance económico y cultural debe llevarlos a oponerse cada vez más a la opresión nacional… Donde se dio marcha atrás a la excesiva centralización estalinista de la administración económica… se hicieron insoportables la dureza y el extremismo de la política estalinista sobre las nacionalidades… Poco después de la muerte de Stalin, comenzaron a vislumbrarse ciertos cambios.”

Cliff proporcionaba una serie de ejemplos de dirigentes del Partido en las diferentes repúblicas destituidos por haberse identificado con excesivo entusiasmo con la política de nacionalidades de Stalin, así como de otros exculpados de acusaciones anteriores de “nacionalismo burgués”. En su discurso en el XX Congreso del Partido, Jruschov se desvió de su trayectoria al denunciar las deportaciones de nacionalidades enteras bajo Stalin, y poco después varias de ellas fueron rehabilitadas (aunque no los Tártaros de Crimea ni los Alemanes de Volga).

Sin embargo, “las líneas generales de la política de nacionalidades en realidad no han cambiado radicalmente… En los gobiernos de las repúblicas asiáticas constituidos en 1959, de los 118 nuevos ministros, no menos de 38 eran europeos” y normalmente estaban encargados de ministerios clave como la seguridad social, la planificación, y la presidencia o vicepresidencia del consejo de ministros. Siguieron idealizándose las anexiones zaristas y “la lengua rusa sigue teniendo prioridad frente a las demás lenguas, incluso en las escuelas de las repúblicas nacionales”.

“Aunque los no rusos constituyen alrededor de la mitad de la población de la URSS, los periódicos en lenguas no rusas constituían en 1958 sólo el 18% de la tirada total.”37

Es cierto que a aquéllos que se resistieran a esta tendencia ya no se les fusilaba, como en tiempos de Stalin; pero a menudo encontraban arruinada su carrera profesional. Seguían realizándose Campañas “antinacionalistas” en las diferentes repúblicas nacionales y, a menudo, acababan en ceses y destituciones.

La dirección rusa se enfrentaba al “problema nacional” tanto dentro como fuera de las fronteras de la URSS. En tiempos de Stalin, Moscú había sido el centro de un movimiento comunista internacional que se mantenía en el poder en una tercera parte del mundo y gozaba del apoyo de los sectores más militantes de la clase trabajadora en otros lugares. Para Stalin esto era doblemente útil. Los partidos comunistas extranjeros podían ser usados como piezas en los juegos diplomáticos con los poderes occidentales. Y sus alabanzas de Rusia podían utilizarse como arma ideológica en la batalla por controlar a los trabajadores y campesinos rusos: ¿qué mejor prueba podía haber de la corrección de los métodos estalinistas que las alabanzas de los trabajadores del resto del mundo?

Pero la capacidad de Rusia para controlar los demás partidos comunistas dependía de que siguiera siendo el único poder comunista independiente.

“Durante mucho tiempo… el movimiento comunista internacional… ha sufrido un golpe tras otro; en Alemania desde la derrota de la revolución en 1919 hasta el ascenso de Hitler; en China la derrota de la revolución en 1925-7; la derrota de la república en la Guerra Civil española; el fracaso del Frente Popular en Francia, etc. El único Partido Comunista que se mantenía en el poder era el ruso.

Si la debilidad del hombre frente a las fuerzas de la naturaleza o la sociedad le llevan a absorber el opio de la religión con su promesa de un mejor mundo por venir, el estalinismo resultó ser ciertamente el opio del movimiento obrero internacional durante el largo período de sufrimiento e impotencia.”38

Las cosas cambiaron al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Primero en Yugoslavia y Albania y, más tarde, con implicaciones mucho más importantes, en China y después en Cuba y en Vietnam, llegaron al poder regímenes comunistas que no dependían de los rusos. En una serie de libros y artículos, Cliff mostró que a ellos les impulsaba la misma lógica de acumulación capitalista de Estado que a Rusia, pero que esa lógica les llevaría inevitablemente a amargos conflictos con los dirigentes rusos.

En 1948, Tito rompió con Stalin porque éste intentó, en interés de la acumulación de capital de Rusia, imponer políticas que iban en detrimento de la construcción de un capitalismo de Estado nacional independiente en Yugoslavia. Doce años más tarde Jruschov tuvo que enfrentarse a una escisión mucho más importante con los dirigentes de la gigantesca República Popular China.

Cliff situó las raíces de esta escisión en las diferentes necesidades económicas de las dos clases dirigentes. A los rusos les preocupaba alcanzar a los Estados Unidos en materia de productividad, lo que implicaba concentrar la inversión en sus industrias ya relativamente desarrolladas, y emplear los recursos sobrantes para tratar de mejorar el nivel de vida ruso. China, por el contrario, necesitaba desesperadamente las inversiones que le permitieran construir nuevas industrias a partir de cero, utilizando, si fuera necesario, los métodos más primitivos y manteniendo los niveles de vida tan bajos como fuera posible. La divergencia de intereses produjo disputas cada vez más fuertes sobre la distribución de recursos y las diferencias económicas provocaron, a su vez, diferencias ideológicas. La dirección rusa, al hacer la transición de la acumulación primitiva a un capitalismo de Estado maduro, necesitaba una ideología que se vanagloriara de los beneficios inmediatos que sus políticas producían en el nivel de vida. Necesitaba dar la espalda bruscamente a la ideología estalinista del sacrificio constante y la movilización incesante. China, en cambio, encontrándose aún en la etapa de la acumulación primitiva, necesitaba más que nunca recurrir a esa ideología:

“Bastante difícil es para China pertenecer al mismo bloque mientras materialmente percibe cada vez menos de su socio rico. Pero, en cuanto a la moral, el efecto sobre el campo de Mao, altamente disciplinado, puede ser catastrófico a largo plazo.”40

La conclusión de Cliff era que la división entre China y Rusia no era un problema transitorio, sino una escisión permanente. Esto significaba que “sea cual sea la forma en que se desarrolle el conflicto Moscú-Pekín, una cosa es cierta: se ha hecho pedazos el monolito internacional comunista”.41

Esta conclusión puede no parecer hoy especialmente profunda. Pero a principios de los sesenta era extremadamente minoritaria. Tanto en la derecha como en la izquierda occidentales era opinión general que, tarde o temprano, Rusia y China se reconciliarían. Isaac Deutscher dio expresión al punto de vista mayoritario entre los socialistas al decir que era tanto lo que ambas tenían en común que la división no podía durar mucho tiempo.42

La época de Brezhnev

En otoño de 1964, el politburó ruso apartó oficialmente del poder a Nikita Jruschov; quien más tarde murió en el olvido oficial. Su sucesor, Leonid Brezhnev, gobernó durante 18 años y murió en su puesto. Apenas frío el cadáver, sin embargo, la prensa rusa ya estigmatizaba los años de Brezhnev calificándolos de período de “estancamiento”.

Brezhnev pudo tomar el poder en 1964 porque la sucesión de reformas y contrarreformas instigadas por Jruschov había molestado a una gran capa de la burocracia sin que, por otro lado, produjera resultados económicos notables. Fue fácil organizar una coalición entre los distintos intereses burocráticos opuestos a más “esquemas descabellados”. Al maniobrar entre ellos, el nuevo dirigente logró obtener un control cada vez más amplio hasta que, al concentrar en su persona los cargos de Secretario del Partido y Presidente del Estado, se hizo imposible desafiarlo.

Sin embargo, el éxito tuvo su precio. Tenía que complacer a todos aquéllos que le ayudaron a ascender, lo que significaba dejar en su puesto a los burócratas enraizados sin tener en cuenta si realizaban bien su trabajo. El período estalinista se había caracterizado por purgas masivas y sangrientas; la época de Jruschov por purgas sin sangre. El período de Brezhnev no las tuvo de ningún tipo. Fue una larga fase de estabilidad burocrática, en la que los burócratas más importantes dejaron los puestos sólo al morir. A la muerte de Stalin en 1953, la media de edad de los integrantes del politburó era 55 años y la de los Secretarios del Comité Central 52; al morir Brezhnev, la media había ascendido a 70 y 67 respectivamente.

En un principio se hicieron esfuerzos por seguir con las reformas. El primer ministro de Brezhnev, Kosigin, intentó introducir un sistema nuevo en el que el éxito de los gerentes de fábrica se midiera en términos de rendimiento y no sólo de cantidad producida. En 1967, el éxito que consiguió la asociación de empresas químicas de Shchekino al aumentar la producción mientras reducía la mano de obra fue subrayado como ejemplo a seguir por las demás empresas. Pero pronto terminaron las nuevas reformas. Poner pequeños parches al sistema no era suficiente y la oposición de los intereses de la burocracia, fuertemente atrincherada, impedía hacer algo más que poner pequeños parches.

Durante más de doce años, pareció posible hacer caso omiso a los problemas que tanto preocuparon a Jruschov. La tasa de crecimiento de la URSS podía caer, eso sí, pero aun así era superior a la mayoría de los países de Occidente. Simplemente el tamaño de la URSS y la existencia de amplios recursos minerales le permitieron ignorar la debilidad de sectores completos de la economía. Aunque la inversión en la agricultura y en la industria de bienes de consumo quedó atrasada por las presiones de la competencia militar, seguía siendo posible aumentar la producción y elevar los niveles de vida. La cosecha media de trigo en los años de Jruschov era de 124,4 millones de toneladas; en la primera década de Brezhnev alcanzó los 176,6 millones.43 En 1965 sólo el 24% de las familias soviéticas tenían televisión, el 59% radio, el 11% frigorífico y el 21% lavadora; en 1984 las cifras alcanzaban el 85%, 96%, 91% y 70% respectivamente.44

Mientras las cosas mejoraran de esa forma, parecía que podían ser ignorados todos los problemas que tanto obsesionaban a Jruschov. Pero a finales de los setenta volvieron a aparecer y agravados. La tasa de crecimiento económico empezó a bajar en forma vertiginosa. El Plan de 1976-80 proyectó los objetivos más bajos desde la década de los veinte: y aun así no se cumplieron. Si la tasa anual de crecimiento alcanzó el 5% en los últimos años de Jruschov, y el 5,2% en el primer lustro de Brezhnev, no pasó del 2,7% en 1976-80 (según datos de Estados Unidos45; las cifras rusas oficiales son algo más elevadas, aunque muestran la misma tendencia).

La tendencia hacia el estancamiento golpeó con gran dureza a ciertas industrias; la producción de electricidad y petróleo crecían en 1980 a un ritmo que no pasaba de los dos tercios del de cinco años antes, y la producción de carbón, acero e instrumentos cortadores de metal, de hecho, cayó ligeramente.46 Peor todavía, a la relativamente buena cosecha de 1978 siguieron las malas cosechas de 1979 y 1980 y la desastrosa de 1981.

La dirección rusa hoy sostiene que:

“Las tendencias desfavorables que apuntaban en el desarrollo económico en los años setenta se hicieron más agudas en los primeros ochenta. El descenso en las tasas de crecimiento siguió durante los primeros dos años. Los indicadores de calidad de la administración de la economía se deterioraron. En 1982, la tasa de incremento de la industria se situaba un 33,4% por debajo del promedio del período del anterior plan quinquenal.”47

La reacción de la generación de viejos burócratas, protegidos de Brezhnev, era intentar eludir todos los problemas planteados por el descenso en la economía. Buscaron la forma seguir como antes y de usar la influencia política para proteger sus pequeños imperios. Ahora la dirección lo explica así:

“Tanto en el centro como en los municipios, muchos dirigentes seguían empleando métodos caducos y demostraron que no estaban preparados para trabajar bajo las nuevas condiciones. La disciplina y el orden se deterioraron hasta alcanzar un nivel intolerable. Se produjo un descenso en las exigencias y la responsabilidad. La práctica nociva de revisar los planes a la baja llegó a generalizarse.”48

En los años de Jruschov y Stalin los burócratas de todos los niveles podían tener cierto sentido de orgullo por sus éxitos. Es cierto que vivían atemorizados bajo Stalin y que se habían resentido de los frecuentes cambios de dirección de Jruschov, pero al menos vieron crecer la economía bajo su control colectivo y, con ella, su prestigio. Podían creer en “el avance inexorable del comunismo”, no en el sentido de avance hacia la liberación de la humanidad que preconizaban Marx y Lenin, sino en el sentido del crecimiento del poder capitalista de Estado de Rusia.

Con Brezhnev el orgullo cedió el paso al cinismo y el cinismo se convirtió fácilmente en corrupción abierta. En la cima estaba implicada la propia familia de Brezhnev: su hija era sospechosa de estar involucrada en un escándalo de robo de diamantes y su cuñado, Vicepresidente del KGB, de encubrirla.49 Un poco más abajo en la jerarquía burocrática, las direcciones nacionales de muchas de las repúblicas parecían haberse creado una base dando protección a elementos semi-criminales; se hicieron acusaciones de esta índole a los dirigentes de Kazajistán, Uzbekistán, Georgia y Armenia después de la muerte de Brezhnev.

El cinismo de la burocracia tuvo su eco evidente en la alienación continua de las masas. La ebriedad alcanzó niveles insólitos. La calidad de la producción de las fábricas no mejoró, pues la producción industrial permaneció al 55% del nivel de EEUU50 y crecía sólo ligeramente más deprisa que los salarios.51

Gorbachev

Yuri Andropov asumió la dirección a la muerte de Brezhnev. Como cabeza del KGB, se podía esperar que fuese conservador en sus planteamientos. Sin embargo, en un Estado totalitario a menudo es la policía secreta la que más en contacto está con el sentimiento real de las masas: disponen de una red de informadores que les comunican lo que están diciendo realmente los vecinos, mientras que los miembros del Partido sólo repiten lo que esperan oír los que están por encima de ellos. Por eso Andropov estaba al tanto del cinismo, de la corrupción y de la profundidad de la enajenación popular. Además había sido embajador ruso en Hungría en 1956 y había aprendido que estos elementos rápidamente podían inflamarse y arder en un levantamiento popular, lección reforzada por el súbito ascenso de Solidarnosc en Polonia en 1980. Tomó el camino de la reforma, tal y como lo había hecho Jruschov treinta años antes, para intentar reducir estos peligros bajo el dominio burocrático.

Andropov sobrevivió 14 meses más, y cuando murió las fuerzas conservadoras seguidoras de Brezhnev gozaban aún de suficiente fuerza para asegurar que uno de los suyos, el envejecido Chernenko, tomara el poder. Sin embargo Andropov logró cambiar la balanza del poder hasta cierto punto. Cuando a su vez murió Chernenko, a los trece meses de tomar el poder, Mijaíl Gorbachev fue nombrado Secretario General.

En el ínterin había continuado el estancamiento económico; la producción de toda una serie de productos, desde el acero hasta los fertilizantes, era más baja que un año antes. El nuevo dirigente difícilmente podía evitar volver atrás, superando la época de Brezhnev, para retomar la retórica de la reforma y el cambio que quedó enterrada al terminar el período de Jruschov.

Gorbachev acuñó los términos perestroika (reestructuración) y glasnost (apertura). Habló de la necesidad de “una revolución pacífica”; alentó a los economistas de pensamiento reformista a sacar a la luz los defectos en la organización de la industria y la agricultura; planteó la necesidad de sustituir a dirigentes locales corruptos y gerentes poco eficaces.

Y el discurso sobre reforma económica repercutió en el ámbito político. Se produjo la reconciliación con el disidente más conocido, Andréi Sájarov, a quien se permitió regresar a Moscú desde el exilio en Gorki. Se retomó la crítica a Stalin y continuó la rehabilitación de los dirigentes bolcheviques ejecutados por él, especialmente Bujarin. Se toleraron los grupos de discusión informales independientes. Se llevó a cabo un cambio en el sistema electoral que permitió que se presentara en ciertos casos más de un candidato a un puesto. Se hablaba de permitir el voto secreto en las elecciones internas en el Partido. Incluso se prometió que los trabajadores elegirían a los gerentes de fábrica.

Todo esto llevó a mucha gente en la izquierda a desarrollar, en el entusiasmo reformista de Gorbachev, la misma fe que había manifestado treinta años antes por Jruschov. Pero, al igual que Jruschov, Gorbachev dio marcha atrás de la reforma radical implícita en algunas de sus palabras. Su reforma económica es, como la de Jruschov, un nuevo caso de pan y palo.

Gorbachev ha apuntado de forma entusiasta al movimiento estajanovista de los treinta y los cuarenta como ejemplo a seguir.52 En una reunión en Jabarovsk dijo “¿Qué es lo principal hoy en día? Les digo que es esto: trabajar, trabajar y trabajar…”.53 Su primera gran actuación para enfrentarse a la ineficacia económica fue tratar de impedir que los trabajadores ahogaran sus penas en alcohol; promulgó un decreto que restringía la venta de alcohol y aumentaba su precio en un 30%. De hecho, para muchos trabajadores, el palo pesa mucho más que el pan; las reformas a nivel de empresa han producido recortes en los salarios, y huelgas, a su vez, como la de tranviarios en Chekhov54 y lo que Izvestia llamó “manifestación salvaje” de la fábrica de camiones Río Kama.55 El propio Gorbachev ha reconocido que se habían producido varios “paros” ante medidas de control de calidad que disminuían las primas de los trabajadores.56

Las promesas de glasnost no han desembocado ni siquiera en la limitada democracia conocida en los Estados avanzados de Occidente. Hubo elección de candidatos en las elecciones de 1987, pero sólo en un 5% de los distritos y, aun en ellos, no se hizo campaña abierta en favor de distintas políticas.

Los reglamentos para la elección de gerentes dejaron claro que los trabajadores no tendrán el control real. Los trabajadores no determinan quién aparece en la breve lista de candidatos que se vota. El candidato ganador ha de ser aprobado por “el órgano superior” a cargo de la empresa57 y no votan sólo los trabajadores, sino todos los empleados (incluyendo gerentes, supervisores y capataces). Finalmente en las elecciones que se han celebrado hasta ahora, a los trabajadores no se les ha permitido hacer campaña a favor o en contra de un candidato individual (de eso se quejaron los trabajadores de la fábrica letona productora de automóviles RAF en 1987).58 Es obvio que, en tales circunstancias, el único grupo autorizado para hacer campaña en la empresa, la célula del Partido, determinará, de hecho, quién gana. Y las cifras muestran que sólo el 16,7% de los que ocupan los puestos clave en las células del Partido son trabajadores.59

Junto con la supuesta elección de gerentes, se han establecido consejos de empresa electos. Pero, de nuevo, los reglamentos dejan claro que esto tampoco es un ejemplo de auténtica democracia obrera. “La principal esfera de autoridad” de los consejos es la vigilancia de la productividad de los trabajadores y la promoción de la productividad de la empresa en su conjunto:

“… el consejo concentra su mayor atención en el desarrollo de la iniciativa de los trabajadores y en la contribución de cada trabajador a la causa común, y adopta medidas que produzcan buenos resultados… y que supongan para el colectivo ganancias contables económicamente.”60

Las primeras campañas electorales se basaron exclusivamente en los historiales de los candidatos en cuanto al fomento de la eficiencia y la productividad y en su adhesión a las “normas de legalidad y moralidad socialistas”.61 Obviamente estos grupos se acercan mucho más a los grupos de vigilancia de calidad que a los auténticos consejos de fábrica.

Por si queda alguna duda, el artículo 6 de la nueva ley afirma que el Partido “dirige el trabajo de organización de la autodirección colectiva”.

La misma combinación de promesas de reforma y control real desde arriba se manifiesta en la cuestión nacional. Muchos de los grupos étnicos oprimidos, que componen más de la mitad de la población de la URSS, han entendido por glasnost que por primera vez en 70 años tendrían el derecho a hablar de la discriminación a que se enfrentaban. En 1987 tuvieron lugar manifestaciones en las repúblicas del báltico y de los tártaros de Crimea. En febrero 1988 se celebró una manifestación de un millón de personas en la capital de Armenia. Sin embargo, las acciones del gobierno de Gorbachev se han basado en la dirección centralizada desde Moscú y no en la iniciativa local. A finales de 1986 se impuso a la república asiática de Kazajistán un primer secretario ruso para reemplazar a un dirigente local supuestamente corrupto: muchos miles de kazajos tomaron las calles de Alma Ata para protestar y se produjeron enfrentamientos con la policía. El régimen pasó por alto las protestas en las repúblicas bálticas y de los tártaros. Cuando Gorbachev se reunió con una delegación elegida entre los manifestantes de Armenia, les dijo que tendrían que esperar algunos años para ver satisfechas sus quejas. Al igual que Jruschov treinta años antes, las promesas de reforma de Gorbachev se contradecían con su urgencia por hacer más eficiente la industria rusa, lo que significa una dirección de recursos centralizada y no local.

Y, de nuevo como el de Jruschov, el período de Gorbachev ha estado caracterizado por súbitos cortes y cambios de dirección. En 1984-86, habló de reformas pero se concentró principalmente en cambiar al personal, sustituyendo a los antiguos seguidores de Brezhnev por partidarios suyos. Luego, en los primeros diez meses de 1987 empezó a insistir en la necesidad de cambios rápidos en una serie de discursos y en su libro Perestroika. En octubre del mismo año, de repente dio un súbito viraje hacia los antiguos métodos.

Entre los que dirigían la campaña pro reforma se encontraba Boris Yeltsin, dirigente recién elegido de la organización del Partido en Moscú. Abrió el pleno del Comité Central en octubre con un discurso que, según parece (desconocemos el contenido exacto del discurso, pues la glasnost no llega al extremo de hacer públicas estas discusiones), contenía un ataque directo a aquéllos que obstaculizaban la perestroika.

A continuación nada menos que veintiséis personas intervinieron en el debate arremetiendo contra él y el pleno aprobó por unanimidad una resolución “calificando sus afirmaciones de políticamente erróneas”. La prensa extranjera fue informada de las discusiones que se habían mantenido, pero no el pueblo ruso. Sólo tres semanas más tarde llegó a saber algo cuando una reunión especial del Partido de la Ciudad de Moscú, votó la destitución de Yeltsin.

El mismo Gorbachev dio el tono de la reunión al afirmar que Yeltsin había “pronunciado declaraciones y promesas altisonantes desde el principio, alimentadas en gran medida por su excesiva ambición y su deseo de ser el centro de atención”. El lenguaje era parecido al utilizado por Stalin contra sus enemigos políticos durante los años veinte y treinta (antes de que empezara a llamarlos “agentes del imperialismo”). La propia respuesta de Yeltsin mostró el poco lugar que hay en la dirección inspirada en la glasnost para el debate abierto. En vez de defenderse, Yeltsin respondió con una confesión que fácilmente habría podido hacer en la época estalinista:

“Debo reconocer que no puedo rebatir la crítica… Soy culpable ante la organización del Partido de la Ciudad de Moscú, ante el Comité del Partido de Moscú, ante el Buró y, por supuesto, ante Mijaíl Gorbachev, que goza de tan alto prestigio en nuestra organización, en nuestro país y en el mundo entero.”62

El caso Yeltsin no fue un incidente aislado; de alguna forma constituyó una encrucijada en el camino hacia la glasnost, como quedó demostrado por un nuevo viraje en el enfoque del propio Gorbachev. Antes del caso Yeltsin, en el verano de 1987, Gorbachev escribió su libro Perestroika en el que manifiesta la necesidad de reformas radicales. Después de los ataques a Yeltsin en el Comité Central dio un discurso con ocasión del 70 aniversario de la Revolución de Octubre. Se esperaba que propusiera la intensificación de la glasnost y de la perestroika. Pero, en vez de esto, hizo hincapié tanto en los “peligros” de “un ritmo demasiado rápido” como en los de la resistencia a la perestroika.

Estos cambios repentinos no son casuales. El estancamiento de la economía rusa presiona hacia la reforma; pero esa presión tropieza con inmensos obstáculos en el interior de la misma burocracia. No se trata solamente del hecho de que millones de burócratas están comprometidos con las antiguas formas de organizar los asuntos, sino también de que la burocracia en su conjunto teme que los agrios enfrentamientos puedan abrir un espacio en que millones de personas de la base comiencen a actuar por su cuenta.

Fueron precisamente estas divisiones en el interior de la burocracia las que hicieron posible la insurrección de 1953 en la Alemania Oriental, el levantamiento de Poznan en junio de 1956, la revolución en Hungría de octubre y noviembre de 1956 y los acontecimientos en Checoslovaquia en 1968.63 En todas esas ocasiones, lo que empezó siendo una disputa entre diferentes sectores de la burocracia, llegó a paralizar parcialmente la maquinaria de la represión y permitió a estudiantes, intelectuales y, finalmente, a los trabajadores movilizarse.

Los primeros signos de semejantes movimientos se manifestaron precisamente como derivación de las discusiones sobre la glasnost. Manifestantes y policía se enfrentaron en Alma Ata en 1986, se realizaron manifestaciones nacionalistas en los Estados bálticos en 1987 y una gigantesca concentración en Armenia a finales de febrero de 1988. Fuera de la URSS, en su esfera de influencia en Europa Oriental, han aparecido indicios de que la situación puede quedar totalmente fuera de control, con manifestaciones y huelgas en Hungría, una cuasi insurrección en la ciudad rumana de Brasov, y el descontento permanente en Polonia y Checoslovaquia.

Es más; los que se oponen a la reforma recurren a un poderoso argumento: de ningún modo es evidente que la reforma vaya a resolver los problemas de la economía. En dos países de Europa Oriental, Hungría y Yugoslavia, se han realizado ya profundas reformas en dirección al llamado “socialismo del mercado”. Durante un tiempo estas reformas merecieron grandes elogios en los medios occidentales. Hoy en día, sin embargo, estas economías no están en mejor forma que la de Rusia; padecen estancamiento industrial, altas tasas de inflación y una gran deuda externa. Ambas intentan imponer recortes salariales y desempleo a sus trabajadores, creando un descontento creciente que en el caso yugoslavo desembocó en la ola masiva de huelgas de 1987.

Lo importante es que las reformas son incapaces de enfrentarse a las raíces de los defectos de la economía de la URSS. Su origen está, como señaló Cliff hace 40 años, en la forma en que la burocracia dirigente subordina el conjunto de la economía a la competencia militar y económica con Occidente (y, hoy en día, también con China). Esto exige un nivel de acumulación que no pueden alcanzar los recursos actuales; como consecuencia, la masa de la población —trabajadores y granjeros colectivos— experimenta tal nivel de alienación de su propia actividad que no se preocupa por la calidad de su producción.

Los defectos en que ponen el énfasis los reformadores económicos —el despilfarro, la mala calidad de muchos productos, la falta de interés de los trabajadores por su trabajo, los inmensos proyectos que acaban oxidados por la falta de uso— se manifiestan igualmente en las grandes corporaciones del capitalismo occidental. El desastre de la planta nuclear de Chernobil tuvo su equivalente en la planta nuclear de Three Mile Island en EEUU y, antes de esto, en el accidente de Windscale en Inglaterra en 1957. El despilfarro en la industria rusa tiene su paralelo en las modernas fábricas químicas y siderúrgicas que dejaron de funcionar en Europa Occidental y Norteamérica, víctimas del mismo mercado que tantos reformadores ven como la salvación de Rusia.

Es cierto que Rusia puede adolecer de mala calidad en la producción. Pero lo mismo sucede en las fábricas de Occidente. Así lo atestigua, por ejemplo, la experiencia de países como Gran Bretaña, donde el boom de la industria de la construcción prefabricada de los años sesenta y principios de los setenta produjo cientos de miles de casas y apartamentos prácticamente inhabitables quince años más tarde. Si los burócratas rusos intentan deshacerse de productos de baja calidad a expensas de un público confiado, también lo hicieron los vendedores occidentales que lanzaron las drogas talidomida y opren, que convencieron a las mujeres de que usaran el “escudo” contraceptivo Dalken y que atrajeron al transbordador “Herald of Free Enterprise” a los pasajeros que allí encontraron la muerte. Pero el mercado, lejos de castigar a las grandes firmas implicadas, a menudo les ha permitido cosechar inmensos beneficios.

En las condiciones actuales del capitalismo moderno occidental, incluso aquellas firmas que resultan ineficaces en términos estrictamente económicos raramente terminan en bancarrota; en muchas ocasiones, el Estado interviene para salvarlas, como ocurrió con Chrysler en EEUU, AEG en Alemania Occidental, Massey Ferguson en Canadá y Gran Bretaña. Las unidades productivas del capitalismo moderno son tan enormes, que la devastación que amenazaría si todo se dejara en manos del funcionamiento de las fuerzas libres del mercado sería demasiado grande incluso para los gobiernos más orientados al mercado, como el de Thatcher en Gran Bretaña o el de Reagan en EEUU. Como resultado, los datos sobre la falta de eficiencia interna de las compañías (un economista la llamó “ineficacia x”) sugieren que muchas firmas podrían doblar su productividad actual.64

La economía rusa tiene la mitad del tamaño de su principal competidora, la economía norteamericana. No puede permitirse operar con unidades más pequeñas que las de su rival. Así, la concentración de la producción es proporcionalmente más alta, y el impacto de los casos particulares de despilfarro e ineficacia mucho mayor en proporción. Los dirigentes rusos no pueden abordar este problema utilizando simplemente el mercado para sacar del negocio a las grandes unidades, ya que la devastación sería mucho mayor que en Estados Unidos.

Por eso, hoy en día la dirección rusa se encuentra en un dilema terrible. No se atreve a dejar las cosas como están. El estancamiento económico podría llevar súbitamente a la misma clase de insurgencia popular que dio luz a Solidarnosc en 1980 en Polonia. Por otro lado, teme impulsar consistentemente la reforma y ni siquiera sabe si funcionará. Vacila entre una y otra política, mientras siguen una tras otra las disputas en el seno de la burocracia. Esto puede tener como consecuencia que la burocracia tenga cada vez mayores dificultades para imponer su voluntad al resto de la población: tales fueron precisamente los ingredientes que abrieron paso a los sucesos de Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968.

Marx escribió en 1859 que “como consecuencia de las formas de desarrollo de las fuerzas productivas”, las relaciones de producción existentes “se convierten en cadenas. Así empieza un período de revolución social”. Las relaciones de producción establecidas por la burocracia estalinista ya se convirtieron, de forma bastante evidente, en cadenas. Rusia podría estar en camino a un nuevo “período de revolución social”.

Marx advirtió que es imposible “determinar con la precisión de las ciencias naturales” las “formas jurídicas, políticas, religiosas, estéticas o filosóficas —en resumen, las formas ideológicas— a través de las cuales los hombres se hacen conscientes del conflicto y se enfrentan a él”. Ciertamente, no podemos prever la velocidad con que se desarrollará el nuevo período en Rusia ni las formaciones políticas e ideológicas que surgirán. Lo que sí podemos decir con certeza es que la burocracia se enfrenta a un período de grave crisis, crisis que ya ha dado origen a las manifestaciones nacionalistas más grandes que se han visto desde la década de los veinte, y a la proliferación de argumentos reformistas. Probablemente seguirán las luchas de la clase trabajadora. Pero para que los trabajadores impongan su solución a la crisis, necesitarán comprender claramente de dónde viene el sistema y cuál es su dinámica, una comprensión que sólo puede venir de una teoría del capitalismo de Estado como la desarrollada hace cuarenta años por Tony Cliff.

Referencias

  1. Tony Cliff, The Nature of Stalinist Russia, multicopiado, Londres, 1948
  2. En un folleto de la Fabian Society.
  3. E. Germain (Ernest Mandel), en Quatrième Internationale 14, 1956, Nº 1-3.
  4. En Quatrième Internationale, diciembre de 1956.
  5. Tony Cliff, “ The Class Nature of the People’s Democracies”, 1950, reproducido en Neither Washington nor Moscow, Londres, 1982; ver también Ygael Gluckstein (Tony Cliff), Los satélites de Rusia en Europa, Londres, 1952 y Madrid, 1955.
  6. Ygael Gluckstein (Tony Cliff), Mao’s China, Londres, 1957.
  7. Tony Cliff, The Nature of Stalinist Russia, ob. cit., p. 134-135.
  8. Algunos de los cuales fueron reproducidos en A Socialist Review, sin fecha (1965), y en Neither Washington nor Moscú, ob. cit.
  9. Tony Cliff, From Stalin to Khruschev, Londres, 1956.
  10. Tony Cliff, Russia: A Marxist analysis, Londres, 1964, p 198.
  11. Id., p. 209.
  12. Idem, p. 234.
  13. Idem, p. 240.
  14. Idem, p. 254.
  15. Idem, p. 256.
  16. Idem, p. 256.
  17. Idem, p. 254.
  18. Idem, p. 255.
  19. Idem, p. 248-249.
  20. Idem, p. 250-254.
  21. Idem, p. 274.
  22. Idem, p. 262-263.
  23. Ver el resumen de los informes de J. Pajestka, Goldman y Korba, Basked, Bence y Kis, Branko Horvat y otros, en Chris Harman, Class Struggles in Eastern Europe, pp.288-296.
  24. Ver, por ejemplo, Branko Horvat, “Trade Cycles in Yugoslavia”, número especial de East European Economics Volumen X, nº3-4, y Goldman y Korba Crecimiento económico en Checoslovaquia, Praga, 1969, ver también el resumen de estos escritos en C. Harman, ob. cit.
  25. Tony Cliff, Russia: A Marxist analysis, ob. cit., p. 263.
  26. Id., p. 274.
  27. Id., p. 283.
  28. Id., p. 284-285.
  29. Las cifras son citadas en id., p. 291.
  30. Id., p. 289 y 295.
  31. Id., p. 309-310.
  32. Id., p. 318.
  33. Citado en id., p. 315.
  34. Id., p. 319.
  35. Id., p. 223-224.
  36. Id., p. 327.
  37. Id., p. 329-331.
  38. Id., p. 333.
  39. T. Cliff “The Class Nature of the East European States” (1949), reproducido en Neither Washington nor Moscow Londres 1982; Los satélites de Rusia en Europa, ob. cit.; Mao’s China, ob. cit.; y “Deflected Permanent Revolution”, 1963, (editado en castellano como Marxismo y revolución en el “Tercer mundo”, Socialismo Internacional, 1997).
  40. T. Cliff, Russia: A Marxist analysis, ob. cit., p. 336.
  41. Id., p. 337.
  42. Aquí me fío de mi memoria de una conferencia que él dio en la London School of Economics en 1965.
  43. Cifras citadas en M. I. Goldman, Gorbachev’s challenge, Ontario, 1987, p. 32-33.
  44. Cifras extraídas de Narodnoe Khoziastvo, (varios años), citado en Mike Haynes, “Understanding the Soviet Crisis” in International Socialism Journal 2:34, p. 18.
  45. Cifras del Comité Económico Conjunto del Congreso de los EEUU, URSS: Measures of Economic Growth, Washington, 1982, citadas en Goldman, op. cit p. 15.
  46. Cifras extraídas de Narodnoe Khoziastvo, citadas en Goldman, ob. cit., p. 66.
  47. Nicolai Rizhkov, Informe sobre las directrices provisionales por el desarrollo económico y social, para el XXVII Congreso del PCUS, marzo de 1986.
  48. Rizhkov, Id.
  49. Hay varios informes sobre este asunto; ver por ejemplo C. Schmidt-Hauer, Gorbachev: the path to power, Londres, 1986, p. 72-73.
  50. Discurso de Gorbachev, citado en el Financial Times, 12 de junio de 1986.
  51. Las cifras de E. Rusanov muestran que durante los últimos años de Stalin, una subida de 0,3 % en los salarios hizo crecer la productividad en un 1%; hacia los finales de los 80, hacia falta una subida salarial de 0,9% para conseguir lo mismo.
  52. Pravda, 12 de diciembre de 1984 y 22 de agosto de 1985, citado en Goldman, p. 23.
  53. Citado en Goldman, p.30
  54. Para informes, ver Andy Zebrowski en Socialist Worker Review, diciembre de 1987, y Anthony Barnett, Soviet Freedom, Londres, 1988, p216-217.
  55. Izvestia, 4 de diciembre de 1986, citado en Goldman, p. 78.
  56. La agencia de prensa rusa, TASS, 27 de enero de 1987, citada en Zebrowski.
  57. Ley de Consorcios de empresas estatales, en Izvestia, 1 de julio de 1987.
  58. Citado en Zebrowski.
  59. Partiinaya Zhizn, Nº 5 (1969), p.5, citado en Mervyn Matthews, Class and Society in Soviet Russia, Londres, 1972, p.224.
  60. Id.
  61. Detalles en Pravda, 15 de febrero de 1987.
  62. Esta información proviene de The Guardian, 12 de noviembre de 1987, y Barnett, pp.174-177.
  63. Para un relato detallado de estos acontecimientos, ver Harman, Class Struggles in Eastern Europe.
  64. Harvey Liebenstein, “Allocative inefficiency versus «X-inefficiency»”, en American Economic Review, junio de 1960.

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