Introducción
Según Marx y Engels la ley fundamental del capitalismo, diferente de todos los demás sistemas económicos, la ley de la que fluyen todas las demás leyes del capitalismo, es la ley del valor: “en la forma de valor de los productos se contiene ya, en germen, toda la forma capitalista de producción, el antagonismo entre capitalistas y obreros asalariados, el ejército industrial de reserva, las crisis”.1 De ahí que la ley del valor sea el fundamento de la economía política marxista.
En la introducción a su libro de texto sobre economía política, dos destacados economistas soviéticos, Lapidus y Ostrovitiánov preguntaban: “¿La economía política analiza todas las relaciones productivas entre las personas?”. Su respuesta era la siguiente:
“No. Tomemos como ejemplo la economía natural del campesino primitivo patriarcal que satisface todas sus necesidades en su núcleo y no mantiene relaciones de intercambio con otros campesinos. Aquí tenemos un tipo particular de relaciones de producción. Consisten, por así decir, en una organización colectiva del trabajo… en una subordinación de todos al cabeza de familia…Pese a la enorme diferencia entre una economía campesina natural y la economía comunista, tienen un rasgo en común; en ambos casos es la voluntad humana consciente la que la organiza y dirige. Existen, sin duda alguna, ciertas leyes que regulan las relaciones desorganizadas de la sociedad capitalista. Pero estas leyes son espontáneas, independientes de la voluntad consciente y directa de los que participan en ese proceso productivo… Son estas leyes elementales, espontáneas… la materia de la economía política.”2
A continuación, planteaban la siguiente cuestión. “¿De qué manera y en qué medida tienen influencia en la economía soviética las leyes capitalistas de la economía política? ¿Cuál es la relación entre la actividad espontánea y la planificada en la economía de la Unión Soviética? ¿Cuál es el peso específico de cada uno de estos elementos, y cual la tendencia de su desarrollo?”3 Llegan a la conclusión de que la economía política se aplica sólo a los procesos espontáneos y no a una economía planificada como el socialismo, y que es apropiada para Rusia sólo en la medida en que la economía rusa aún no era socialista, sino que se encontraba todavía en un período de transición hacia el socialismo. En aquel entonces todos los economistas soviéticos estuvieron de acuerdo con este argumento.
En ese momento los economistas soviéticos respondían unánimemente de forma negativa a la pregunta de si la ley del valor tiene algún papel en el socialismo. Cualquier huella de su existencia en la Unión Soviética se explicaba como resultado de su carácter transicional, del hecho de que todavía no había alcanzado totalmente el socialismo.
Así, Lapidus y Ostrovitiánov escribieron:
“Si se nos planteara la siguiente pregunta: ¿Es capitalista o socialista la economía soviética?, deberíamos contestar que responder ‘capitalista’ o ‘socialista’ es imposible, porque la peculiaridad de la economía soviética consiste… en el simple hecho de que tiene un carácter transicional en el camino del capitalismo al socialismo. Exactamente de la misma manera tendríamos que contestar a la pregunta de si opera plenamente aquí la ley del valor, o si ha dejado de funcionar por completo y ha sido reemplazada por una regulación consciente. Decir que tanto una cosa como la otra es correcta, es imposible, porque ninguno de los dos postulados es correcto, sino un tercero: estamos viviendo un proceso de transición del uno al otro. La ley del valor no ha desaparecido aún, sino que sigue funcionando en nuestras condiciones; pero no funciona de la misma forma en que opera en el sistema capitalista, ya que éste está en proceso de extinción.”4
El mismo argumento utilizaba Preobrazhenski; “La ley del valor y el elemento de planificación cuyos atributos fundamentales se expresan en la acumulación socialista están en pugna” durante el período de transición del capitalismo al socialismo, y con el triunfo de este último, “la ley del valor desaparecerá”.5
Otro economista, Leontiev, escribió: “La ley del valor es la ley del movimiento de la producción capitalista de mercancías”, el germen de “todas las contradicciones del capitalismo son inherentes al valor”.6
Los economistas soviéticos se remitieron en muchas ocasiones a las obras de Marx y Engels para apoyar sus argumentos. El fragmento del Anti-Dühring arriba citado respalda sus puntos de vista. En el mismo libro, Engels pone en ridículo la concepción de Dühring de que la ley marxista del valor se aplica al socialismo; bajo el socialismo, escribe, “la gente hará todo eso de un modo muy sencillo, sin tener que recurrir a los servicios del famosísimo «valor»”.7
Sería totalmente absurdo, argüía, “querer instituir una sociedad en que los productores tienen al fin dominio sobre sus productos, por medio de la realización consecuente de una categoría económica [el valor] que es la más acabada expresión de la esclavitud de los productores por sus propios productos”.8 Citando a Marx, “El valor es la expresión de la naturaleza específica y característica del proceso de producción capitalista”.9
En otra ocasión, al criticar el Allgemeine oder Theoretische Volkswirtschaftslehre, de A. Wagner, Marx ridiculiza “la suposición de que la teoría del valor, desarrollada para explicar la sociedad burguesa, tenga validez en el «Estado socialista de Marx»”.10 Este tipo de argumento fue casi axiomático para todos los economistas soviéticos durante la primera década y media después de la revolución.
Después de una década de silencio casi absoluto sobre la cuestión, de repente, en 1943, cayó la bomba. La revista teórica del Partido, Pod Znamenem Marksizma publicó un largo artículo sin firma, titulado “Algunas Cuestiones sobre la Enseñanza de la Economía Política” que rompió completamente con el pasado.11 Al lector se le informaba que “se ha reiniciado la enseñanza de la economía política en nuestros colegios después de un lapso de varios años. Antes de su interrupción, tanto la enseñanza como los libros de texto y el plan de estudios sufrían graves defectos”. “Con respecto a las leyes económicas del socialismo, se introdujeron a menudo en los textos y en los planes de estudios varios errores y defectos fundamentales”. El error principal “de la anterior enseñanza” era “negar la operatividad de la ley del valor en la sociedad socialista”. Todos los economistas soviéticos adoptaron en seguida la nueva línea.
Este viraje tiene su origen en una nueva disposición por parte de las autoridades a reconocer abiertamente en ese momento muchos elementos que en el pasado se habían aceptado en la práctica pero negado públicamente como características de la vida rusa, tales como el chovinismo gran ruso, por ejemplo, la glorificación de las tradiciones zaristas, y muchas otras cosas similares.
Sin embargo, parece que los economistas soviéticos se habían encontrado sumidos en tantas contradicciones con los escritos de Marx y Engels, que el problema habría de abordarse una y otra vez. En febrero de 1952, Stalin consideró necesario precisar:
“A veces se pregunta si existe y funciona la ley del valor en nuestro país bajo el sistema socialista. Sí; existe y funciona.”12
Contradiciendo todas las ideas marxistas sobre la materia, Stalin afirma “¿Es la ley del valor la ley económica fundamental del capitalismo? No”.13 Marx señala que donde la fuerza del trabajo es una mercancía, el resultado natural e inevitable de su venta es la aparición de la plusvalía, de la explotación. Stalin considera conveniente afirmar que, mientras la ley del valor prevalece en la economía rusa, no hay venta de la fuerza de trabajo y, por tanto, no hay plusvalía. Escribe: “Suena más bien absurdo ahora, en nuestro sistema, hablar de la fuerza de trabajo como mercancía, y de «empleo» de trabajadores: es inconcebible que una clase trabajadora propietaria de los medios de producción se emplee a sí misma, y se venda a sí misma su fuerza de trabajo”.14 (La suposición tácita e insostenible del argumento de Stalin, por supuesto, es que el Estado que posee los medios de producción y compra la fuerza de trabajo es realmente “propiedad” de los trabajadores y está bajo su dominio, y no bajo el de una burocracia omnipotente). Más adelante escribe: “Creo que debemos… descartar ciertos conceptos tomados del Capital de Marx —donde se ocupaba del análisis del capitalismo— que se aplicaron artificialmente a nuestras relaciones socialistas. Me refiero a conceptos tales como, entre otros, «trabajo necesario» y «plustrabajo», «producto necesario» y «plusproducto», «tiempo necesario» y «excedente»”.15
Es de máxima importancia descubrir la verdadera relación entre la ley del valor marxista y la economía rusa, teniendo en cuenta que para Marx existía una vinculación directa entre aquélla y todas las contradicciones del capitalismo.
La ley marxista del valor
Presentamos a continuación una breve explicación de la teoría del valor de Marx.
Es bajo el capitalismo, y sólo bajo el capitalismo, que “todos los productos, o incluso sólo la mayoría de ellos, adoptan la forma de mercancía”.16 Para que los productos se conviertan en mercancías, debe existir una división del trabajo en la sociedad. Pero esto sólo no es suficiente. En las tribus primitivas existía una división del trabajo, y sin embargo no se producían mercancías. Tampoco se producían mercancías en el sistema social basado en los antiguos latifundios romanos con su trabajo esclavizado y su autosuficiencia. Dentro de cualquier fábrica capitalista también existe una división del trabajo, sin que el fruto del trabajo de cada trabajador sea una mercancía. Sólo cuando los productos se intercambian entre tribus, latifundios o fábricas capitalistas, toman la forma de mercancías. Escribe Marx, “Tales productos sólo pueden llegar a ser mercancías con respecto a los otros, como resultado de distintos tipos de trabajo, realizándose cada tipo independientemente y por cuenta de individuos particulares”17 o “grupos de individuos”.18
El valor se define como la característica común a todas las mercancías sobre cuya base se realiza el intercambio. Los productos adquieren valor de cambio solamente en tanto mercancías ya que el valor de cambio es expresión de las relaciones sociales existentes entre los productores de mercancías, es decir, del carácter social del trabajo de cada productor. En realidad es la única expresión del carácter social del trabajo en una sociedad de productores independientes. Marx escribe: “Como los productores no entran en contacto social sino a través del intercambio de los productos de su trabajo, también los caracteres específicamente sociales de sus trabajos privados aparecen solamente dentro de este intercambio. O sea, los trabajos privados actúan de hecho como eslabones del trabajo social total mediante las relaciones en que el intercambio pone a los productos del trabajo y, por medio de ellos, a los productores”.19
Cuando Marx dice que la mercancía es valor, está afirmando que es trabajo abstracto materializado, resultado de cierta parte del total del trabajo productivo de la sociedad. “La magnitud de valor de la mercancía expresa, por tanto, una relación necesaria, inmanente al proceso de su formación, con el tiempo de trabajo social .”20
¿Por qué el valor de cambio resulta ser la única expresión de esta relación? ¿Por qué esta relación no puede expresarse directamente, en vez de por medio de las cosas? La respuesta es que la única relación social que puede establecerse entre los productores independientes es a través de las cosas, mediante el intercambio de mercancías.
En una sociedad de productores independientes la ley del valor determina:
- a) la relación de cambio entre las distintas mercancías;
- b) la cantidad total de mercancías de una clase que se producirán en comparación con las de otra clase y, por tanto,
- c) la división del tiempo de trabajo total de la sociedad entre las distintas empresas.
Por consiguiente, determina la relación de intercambio entre la fuerza de trabajo como mercancía y las demás mercancías y, por tanto, la división de la jornada laboral entre el tiempo invertido en el “trabajo necesario” (en el que el trabajador reproduce el valor de su fuerza de trabajo) y el “plustrabajo” (en el que produce plusvalía para el capitalista). La ley del valor también regula la proporción del trabajo social dedicado a la producción de bienes de producción y de consumo, es decir la relación entre acumulación y consumo (como se deduce del apartado a) arriba mencionado).
Marx contrastó la división del trabajo en la sociedad capitalista en su conjunto (que se expresa en la aparición de valores) y la división del trabajo en el interior de una sola fábrica (que no se expresa en esa forma):
“La división del trabajo en una sociedad viene mediada por la compraventa de los productos de diferentes ramas del trabajo, y el nexo de los trabajos parciales en la manufactura por la venta de distintas fuerzas de trabajo al mismo capitalista, que las utiliza como fuerza de trabajo combinada. La división manufacturera del trabajo supone la concentración de lo medios de producción en manos de un capitalista, la división social del trabajo supone la dispersión de los medios de producción entre muchos productores de mercancías independientes entre sí. En vez de que, en la manufactura, la ley férrea del número relativo, o sea, de la proporcionalidad subordine determinadas masas de obreros a determinadas funciones, el azar y la arbitrariedad realizan su variado juego en la distribución de los productores de mercancías y de sus medios de producción entre las distintas ramas sociales del trabajo. Cierto, las diversas esferas de la producción procuran mantenerse constantemente en equilibrio, en el sentido de que cada productor de mercancías tiene que producir, por un lado, un valor de uso, esto es, satisfacer una necesidad social especial, pero el volumen de estas necesidades es cuantitativamente distinto y un vínculo interior encadena las diversas masas de necesidades en un sistema natural. Por otro lado, la ley del valor de las mercancías determina cuánto puede gastar la sociedad de todo su tiempo de trabajo disponible en la producción de cada tipo particular de mercancía. Mas esta tendencia constante de las diversas esferas de la producción a mantenerse en equilibrio, se manifiesta solamente como reacción contra la supresión constante de este equilibrio. La regla seguida a priori y metódicamente en la división del trabajo en el interior del taller, en la división del trabajo en la sociedad actúa solamente a posteriori como necesidad natural interior, muda, perceptible en el cambio barométrico de los precios de mercado, y que se impone a la arbitrariedad desordenada de los productores de mercancías. La división manufacturera del trabajo supone la autoridad incondicional del capitalista sobre las personas, que constituyen simples miembros de un mecanismo total que le pertenece. La división social del trabajo contrapone a productores independientes de mercancías, que no reconocen más autoridad que la de la competencia, la coacción que ejerce sobre ellos la presión de sus intereses recíprocos.”21
Por tanto, a pesar de la falta de planificación centralizada en una sociedad de productores de mercancías, la ley del valor crea orden a partir del desorden, por la constante oscilación en la oferta y la demanda producida por la competencia. Se establece cierto equilibrio en la producción de las distintas mercancías, en la distribución del tiempo de trabajo total de la sociedad entre las distintas ramas de la economía y así sucesivamente. Dentro de la fábrica, en cambio, no es la anarquía impersonal sino la voluntad consciente del capitalista la que determina la división del trabajo y la cantidad de mercancías que se producen.
Es obvio que en todas las diferentes formas de sociedad, desde el comunismo primitivo de la antigüedad hasta la sociedad socialista del futuro, debe haber una división del tiempo de trabajo social entre las distintas ramas de la economía para que se produzcan las cantidades de las diferentes mercancías que se necesitan. Pero la manera en que se ha realizado esta división ha variada con cada forma de sociedad. Marx escribió:
“Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en una semanas, si dejara de trabajar. Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social. Es self evident [de por sí evidente] que esta necesidad de la distribución del trabajo social en determinadas proporciones no puede de ningún modo ser destruida por una determinada forma de producción social; únicamente puede cambiar la forma de su manifestación. Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y sólo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan. Y la forma en la que esta distribución proporcional del trabajo se manifiesta en una sociedad en la que la interconexión del trabajo social se presenta como cambio privado de los productos individuales del trabajo, es precisamente el valor de cambio de estos productos.”22
Una condición necesaria para que el valor de cambio sea la manifestación de la división del tiempo de trabajo social total entre la producción de los distintos bienes, es que la actividad de la gente en el proceso de producción sea “puramente atómica”, es decir, debe existir libre competencia entre los productores independientes y entre los propietarios de las distintas mercancías, incluidos los que venden su fuerza de trabajo. La relación entre los distintos miembros de la sociedad en el curso de la producción no puede ser resultado de la acción consciente.
Cómo se aplica la ley del valor al monopolio capitalista
En El Capital, Marx tomó como norma del capitalismo un sistema de competencia absolutamente libre. El único economista marxista que realizó un análisis detallado de la ley del valor en relación con el capitalismo monopolista fue Rudolf Hilferding, en su Das Finanzcapital (Viena, 1910). Según él, es imposible deducir de la teoría del valor de Marx cualquier ley general que permita explicar el efecto cuantitativo del monopolio sobre las relaciones de cambio entre las diferentes mercancías. Hilferding escribe:
“La demanda es indeterminada e imposible de medir bajo el dominio de los monopolios; no se puede saber cómo reaccionará ante el aumento de los precios. Los precios monopolistas se pueden determinar empíricamente, pero es imposible determinar teóricamente su nivel… La economía clásica [Hilferding incluye a Marx] concibe los precios como forma de aparición de la producción social anárquica, cuyo nivel depende de la productividad social del trabajo. La ley objetiva del precio se realiza únicamente a través de la competencia. Cuando las asociaciones monopolistas eliminan la competencia, suprimen con ella el único mecanismo capaz de realizar una ley objetiva del precio… El precio deja de ser una cantidad determinada objetivamente, y se convierte en un problema de cálculo para aquéllos que lo determinan mediante la voluntad y la conciencia; en vez de un resultado se convierte en un supuesto, en vez de objetivo se hace subjetivo, en vez de ser inevitable e independiente de la voluntad y conciencia de los actores se hace arbitrario y accidental. La realización de la teoría marxista de la concentración —la fusión monopolista— parece llevar a la invalidación de la ley marxista del valor.”23
Es igualmente imposible determinar qué cantidades de las distintas mercancías se producirán, y cómo se distribuirá entre las diferentes ramas de la economía el tiempo de trabajo total de la sociedad. Sin embargo, se puede estimar qué tendencia será la de los factores arriba mencionados en condiciones de monopolio comparándolos con su comportamiento bajo condiciones de libre competencia. En una situación de equilibrio, el valor de cambio de las mercancías producidas por los monopolios se irá elevando en relación con los demás, se producirá menos en comparación con las mercancías no sujetas a monopolio; por consiguiente, la proporción del tiempo de trabajo total de la sociedad absorbido por la industria monopolizada será cada vez menor. Se puede afirmar que, bajo condiciones de monopolio, las relaciones de cambio entre las mercancías, las cantidades producidas y la distribución del tiempo de trabajo total de la sociedad son modificaciones de los mismos factores tal y como aparecerían bajo la libre competencia. La ley del valor está parcialmente negada, pero en esencia parece que sigue existiendo aunque sea en forma modificada. La competencia existe, aunque no sea absolutamente libre, por lo que sigue siendo correcta la tesis de Marx cuando habla de: “La conducta puramente atomista de los hombres en su proceso de producción social y… la figura objetiva de sus propias relaciones de producción, independiente de su control y de su consciente actuación individual”.24
Como consecuencia de la competencia entre los distintos monopolios en la misma o en distintas ramas de la economía, las relaciones de cambio entre las mercancías estarán en conexión, aunque no sean directamente equivalentes, con el tiempo de trabajo invertido en su producción o del costo derivado de las proporciones de su producción. Aunque la división del trabajo dentro de la sociedad en su totalidad no es absolutamente independiente de las acciones conscientes de individuos o grupos (tales como los monopolios), esta división sólo puede ser variada dentro de unos límites estrechos, frente a lo que habría ocurrido bajo una competencia completamente libre. Pese a la “planificación” de los monopolios, la división sigue siendo arbitraria y muy diferente de la división del trabajo en el interior de una fábrica, “una diferencia no sólo de grado, sino también de clase”. El capitalismo monopolista significa la negación parcial de la ley del valor marxista, pero sobre la base de la propia ley del valor; “determinatio est negatio”. La negación parcial de la ley del valor linda con su negación total.
El capitalismo monopolista de Estado y la ley del valor
¿Cómo funciona la ley del valor cuando interviene el Estado en el sistema económico regulando los precios de las mercancías, comprando buena parte de los productos de la economía nacional, distribuyendo las materias primas, y organizando las inversiones de capital?
Según Lenin:
“Cuando los capitalistas trabajan para la defensa, es decir, para el Estado, es evidente que esto no es ya capitalismo “puro”, sino una forma particular de economía nacional. El capitalismo puro significa producción mercantil. Y la producción mercantil significa trabajar para un mercado desconocido y libre. Pero el capitalista que “trabaja” para la defensa no “trabaja” de ninguna manera para el mercado, sino por encargo del Estado, muchas veces hasta con préstamos recibidos del erario público.”25
¿Significa esto que el suministro de productos al Estado por las empresas capitalistas cae fuera del marco de la ley del valor? En la Alemania nazi, donde el Estado compraba más de la mitad del producto nacional total, concentraba en manos la distribución de las materias primas, regulaba el flujo de capital hacia las distintas ramas de la economía, fijaba el precio de las mercancías y organizaba el mercado de trabajo, no dejaba en manos de la ciega y automática actividad del mercado la regulación de las relaciones de intercambio de las mercancías, la proporción de diferentes bienes producidos y la distribución del tiempo de trabajo social total entre las distintas industrias. Es cierto que el Estado nazi no tomaba todas las decisiones concernientes a la producción, pero sí las más importantes. En la economía nazi el Estado establecía la cantidad de bienes de consumo producida; no existía libertad en la venta de fuerza de trabajo y la distribución del tiempo de trabajo social total entre las distintas ramas de la industria no estaba determinada por el automatismo de mercado sino por la distribución por el Estado de pedidos y materias primas y por su control sobre la inversión de capital. El campo que quedaba para las actividades autónomas de los diferentes empresarios alemanes resultaba así bastante reducido.
Como escribió Hilferding: “En Alemania… el Estado, al esforzarse por mantener y fortalecer su poder, determina el carácter de la producción y la acumulación. Los precios pierden su función reguladora y se convierten simplemente en medios de distribución. La economía y, con ella, los exponentes de la actividad económica, están más o menos sujetos al Estado, convirtiéndose en sus subordinados” (Hilferding: “¿Capitalismo de Estado o Economía Totalitaria?” Left, septiembre 1947. El artículo se escribió en 1940).
El término “capitalismo de Estado” puede indicar tanto una economía capitalista de guerra como la etapa en que el Estado capitalista se hace depositario de todos los medios de producción; Bujarin, por ejemplo, lo empleaba en ambos sentidos. Como se verá, no existe ninguna diferencia cualitativa básica entre los dos en cuanto a su efecto sobre a) la relación de intercambio de mercancías, b) las cantidades proporcionales que se producen, c) la distribución del tiempo total de trabajo social. Sin embargo, para evitar confusiones, pensamos que es preferible distinguir entre ambos. El término “capitalismo de Estado” se empleará exclusivamente para señalar aquella etapa en que el Estado se convierte en depositario de todos los medios de producción; “capitalismo monopolista de Estado” nos servirá para referirnos a la economía capitalista de guerra.
En última instancia, el capitalismo monopolista de Estado está a merced de fuerzas económicas ciegas y no está regulado por la voluntad ni las decisiones conscientes de alguna persona o personas. Por ejemplo, los encargos del Estado se distribuyen según el peso relativo (expresado en la capacidad productiva) de las diferentes compañías que presentan su oferta. Por consiguiente, cada empresa se esfuerza por lograr cierto nivel de acumulación de capital; es decir, que se sienten obligados a aumentar el nivel de beneficio en detrimento de los salarios. Se produce una demanda creciente de medios de producción en relación con la demanda de medios de consumo y así sucesivamente. En Alemania, bajo el dominio nazi, la división de la totalidad del producto nacional entre las distintas clases sociales, y la distribución del tiempo total de trabajo social entre la producción de bienes de producción y bienes de consumo no estaban determinadas por decisiones arbitrarias del gobierno, sino por la presión de la competencia. Ocurrió lo mismo ante la presión competitiva —tanto económica como militar— de los poderes con que se enfrentaba Alemania.
Por lo tanto, a pesar de las distorsiones de la competencia y de la ley del valor que se dan bajo el capitalismo monopolista de Estado, en última instancia esta ley sigue siendo determinante.
La ley marxista del valor y la economía rusa desde la perspectiva de su aislamiento de la economía mundial
A primera vista, la relación entre las distintas empresas en Rusia parece idéntica a la que impera entre las empresas en los países capitalistas tradicionales. Pero esto no va más allá de las apariencias. En una sociedad de productores privados, la diferencia esencial entre la división del trabajo en una fábrica y la división del trabajo en la sociedad radica en el hecho de que en la primera la propiedad de los medios de producción se concentra en las manos de una persona o un grupo de personas, mientras que en la sociedad capitalista en su conjunto no existe un centro de decisión sino sólo el “promedio ciego”, cuya acción determina cuántos trabajadores serán empleados en las distintas empresas, qué bienes se producirán, etc. En Rusia, no existe esta distinción; tanto las empresas individuales como la economía en su conjunto están supeditadas a la regulación planificada de la producción. La diferencia entre la división del trabajo dentro de una fábrica de tractores y la que existe entre ésta y la planta siderúrgica que le abastece de metal es una diferencia exclusivamente de grado. En lo esencial, la división de trabajo en la sociedad rusa es una especie de división manufacturera de trabajo dentro de un solo taller.
Formalmente, los productos se distribuyen entre las distintas ramas de la economía por medio del intercambio. Pero, cuando una sola entidad, el Estado, es propietaria de todas las empresas, no hay un auténtico intercambio de mercancías. “Tales productos sólo pueden llegar a ser mercancías con respecto a los otros, como resultado de distintos tipos de trabajo, realizándose cada tipo independientemente y por cuenta de individuos particulares”26 o “grupos de individuos”.27
En una sociedad de productores privados, vinculados entre sí sólo a través del cambio, el medio que regula la división del trabajo en la sociedad en su conjunto es la expresión monetaria del valor de cambio, es decir, el precio. En Rusia existe una conexión directa entre las empresas a través del Estado que controla la producción en casi todas ellas; como consecuencia, el precio deja de tener este único significado de expresión del carácter social del trabajo, o regulador de la producción.
Si la demanda de zapatos excede la oferta en un país tradicionalmente capitalista, el precio de los zapatos aumentará automáticamente en relación con el precio de las demás mercancías; se incrementarán los beneficios en la industria zapatera, capital y trabajo fluirán hacia ella y una mayor proporción del tiempo de trabajo total de la sociedad se invertirá en la producción de zapatos. La ley del valor tiende a igualar la oferta y la demanda, situación en la cual el precio es igual al valor o, más correctamente, es igual al precio de producción. (La relación entre valor y precio de producción es muy compleja y no puede ser tratada aquí con profundidad. Véase El Capital, vol. III, 2ª parte.)
Si en Rusia la demanda de zapatos excediera la oferta, aunque habría un alza de precios oficialmente o en el mercado negro, no aumentaría la producción de zapatos ni, por consiguiente, el tiempo de trabajo invertido en ella.
Veamos otro ejemplo. En los países capitalistas tradicionales, la relación entre la producción de bienes de producción y bienes de consumo está determinada por la ley del valor. Si la oferta de zapatos está por debajo de la demanda y las existencias de maquinaria por encima de ella, el precio de los zapatos se incrementará y el precio de la maquinaria caerá; tanto capital como trabajo se transferirán de una rama de la economía a la otra hasta que se consiga el equilibrio correcto. Pero en Rusia el Estado es propietario de ambos sectores de la industria y, por tanto, un alto nivel de beneficio en la producción de bienes de consumo no atraerá capital ni trabajo de un sector hacia otro y viceversa, pues la relación entre ellos no deriva del mecanismo incontrolado del mercado interno ruso.
La relación entre la producción de los dos sectores (producción de bienes de producción y de consumo) depende directamente de la relación entre acumulación y consumo. Mientras que en los países capitalistas tradicionales, la competencia entre los distintos empresarios les impulsa a acumular y aumentar la composición orgánica del capital, en Rusia no existe ese factor ya que todas las fábricas son propiedad de una sola autoridad. Aquí la acumulación y el desarrollo técnico no sirven como medidas de defensa contra los ataques de la competencia en la guerra con otras empresas.
Hemos visto que el precio no es el medio a través del cual se regula la producción y la división del trabajo en la sociedad rusa en su conjunto. Es el gobierno el que las regula. El precio es sólo una de las armas que emplea el Estado en esta actividad; no es el motor, sino la correa de transmisión.
Esto no significa que el sistema de precios en Rusia sea arbitrario, que dependa exclusivamente del capricho de la burocracia; la base de los precios allí también es el costo de la producción. (El uso de subsidios a gran escala y el impuesto sobre la producción no contradicen esto.) Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre este sistema de precios y el que opera en el capitalismo tradicional. Este último expresa la actividad autónoma de la economía (que conoce su máxima libertad en la libre competencia, y una libertad menor en el monopolio); el sistema de precios en Rusia es una señal de que la economía no se impulsa a sí misma en absoluto. La diferencia entre estos dos tipos de precio se verá con mayor claridad probablemente si se hace una analogía con una sociedad menos compleja, como la sociedad faraónica del antiguo Egipto.
El faraón tenía que calcular cómo dividir el tiempo de trabajo total —que es el costo real de la producción en cualquier sociedad— de sus esclavos entre las necesidades de la sociedad. Para hacerlo utilizaba un método directo. Cierto número de esclavos se dedicaba a la producción de alimentos, cierta proporción a la producción de bienes de lujo, otros a la construcción del sistema de riego, otros a la construcción de las pirámides y así sucesivamente. Ya que el proceso de producción era relativamente sencillo, no había necesidad de instrumentos de control aparte de asegurar que los esclavos fueran distribuidos según ese plan determinado. En Rusia, también el Estado planifica directamente de forma casi[1] completa la división del tiempo total de trabajo, pero el proceso de producción es mucho más complejo que hace unos cuantos miles de años, por lo cual no basta controlar simplemente la distribución correcta de los trabajadores en las distintas ramas de producción para que la economía funcione según el plan. Es indispensable fijar ciertas relaciones entre el empleo de maquinaria y de mano de obra, entre el uso de maquinaria de un tipo u otro, entre el volumen de producción, las materias primas y el combustible utilizados, etc. Para esto es necesario tener una medida común a todos los costes y todos los productos. El precio sirve como esa medida común. La diferencia entre la división del trabajo sin un sistema de precios en la sociedad faraónica y la misma división con un sistema de precios bajo Stalin, es una diferencia de grado, pero no de esencia. De forma similar, si Ford dirige todas sus empresas como una sola unidad administrativa, o las divide en unidades menores para facilitar el cálculo y la dirección, la diferencia será sólo de grado, siempre que la misma voluntad siga dirigiendo la producción.
En Rusia, un elemento parece, a primera vista, cumplir los requisitos de una mercancía: la fuerza de trabajo. Si es mercancía, entonces los bienes de consumo que reciben los trabajadores a cambio de ella son también mercancías, ya que se producen para el intercambio. Por tanto, deberíamos considerar que existe, si no una circulación altamente desarrollada de mercancías, al menos un inmenso sistema de trueque que abarca el consumo total de los trabajadores. Marx, sin embargo, insistía en que: “La circulación de mercancías se diferencia del intercambio directo de productos (el trueque), no sólo en la forma, sino también en sustancia”.28 Señala además que con la circulación de mercancías “el intercambio rompe… todos los lazos personales o locales que forman parte inseparable del trueque, y desarrolla la circulación de los productos del trabajo social; … desarrolla toda una red de relaciones sociales, espontáneas en su crecimiento y totalmente fuera del control de los actores..”.29
Para comprobar si la fuerza de trabajo en Rusia es realmente una mercancía, como en el capitalismo tradicional, es necesario analizar qué condiciones específicas requiere para convertirse en tal. Marx determina dos condiciones; primero que el trabajador necesite vender su fuerza de trabajo ya que no posee ningún otro medio de subsistencia, siendo “libre” respecto a los medios de producción; segundo, que el trabajador pueda vender su fuerza de trabajo ya que él es el único propietario de ella, es decir, tiene la libertad de hacerlo. La libertad del trabajador por un lado, su esclavitud por otro, se manifiestan en “la venta periódica de sí mismo, en su cambio de patronos, y en las fluctuaciones de precio del mercado de fuerza de trabajo”.30 Marx, por tanto, considera que para que la fuerza de trabajo se vuelva mercancía es necesario
“que el propietario de la fuerza de trabajo sólo la venda siempre por un tiempo determinado, pues si la vende en bloque, de una vez para siempre, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de una mercancía en mercancía. En cuanto persona tiene que comportarse continuamente respecto a su fuerza de trabajo como a una propiedad suya, y, por tanto, como a su propia mercancía, y esto sólo puede hacerlo en tanto sólo la pone a disposición del comprador transitoriamente, por un plazo determinado, cediéndosela para su consumo, sin renunciar, por consiguiente, a su propiedad, aunque ceda a otro su disfrute.”31
Si existe un solo empresario, es imposible “el cambio de patronos”, y la “venta periódica de sí mismo” no pasa de ser una mera formalidad. El contrato también es sólo una formalidad cuando hay muchos vendedores y un solo comprador. (Que en Rusia no se cumple siquiera esta parte formal del contrato lo demuestra el sistema de multas y castigos, el “trabajo correccional”, etc.)
No cabe duda de que en Rusia hay “fluctuaciones en el precio del mercado de fuerza de trabajo”, quizá más que en otros países. Pero aquí también las apariencias contradicen la esencia. En la economía capitalista tradicional, donde existe competencia entre los que venden su fuerza de trabajo, entre los que la compran, y entre vendedores y compradores, el precio de la fuerza de trabajo está determinado por la anarquía resultante. Si el nivel de acumulación es alto, hay mucho empleo lo que, en condiciones normales, lleva a un alza en el salario nominal. Este alza incrementa la demanda de bienes de consumo, cuya producción se eleva, con el alza consecuente de los salarios reales. (Bajo condiciones normales de producción en libre competencia, este cuadro se corresponde con la realidad; el monopolio lo distorsiona en cierta medida). El aumento del salario real influye en sentido adverso a la tasa de beneficio, lo que, a su vez, ralentiza el ritmo de acumulación, y así sucesivamente. En Rusia, por contraste, la suma total de salarios reales se fija por adelantado sobre la base de la cantidad de bienes de consumo que se planea producir. Pero puede ocurrir y a menudo ocurre que, como consecuencia de los defectos del trazado y realización del plan, la cantidad de dinero distribuido en forma de salario es superior al precio total de los bienes de consumo producidos. Si el Estado no se apropia de la diferencia, el resultado será un alza de precios (en el mercado oficial o en el mercado negro) pero no un alza en los salarios reales. El único modo de provocar un alza en el salario real sería inducir al Estado a que aumentara la producción del departamento que experimenta el alza de precios. Sin embargo, el Estado ruso no lo hace. (Hay un nivel mínimo por debajo del cual los sueldos no pueden bajar salvo por un espacio de tiempo muy breve. Es el mínimo físico que se aplica tanto a Rusia como a cualquier otra sociedad, esté basada en el trabajo de esclavos, de siervos o en trabajo asalariado. El hecho de que los sueldos no se distribuyan en forma igualitaria entre los trabajadores rusos es de menor importancia en relación con el problema que aquí se analiza; mucho más importante es el hecho de que el salario real lo fije el Estado directamente).
Por tanto, si se examinan las relaciones internas de la economía rusa, abstrayéndolas de sus relaciones con la economía mundial, es inevitable la conclusión de que la fuente de la ley del valor, como motor y regulador de la producción, no existe en ella. En esencia, las leyes que prevalecen en las relaciones entre las empresas y entre los trabajadores y el estado-empresario no serían distintas si Rusia fuera una sola fábrica gigantesca administrada directamente desde un único centro, y si todos los trabajadores recibieran sus bienes de consumo directamente, en especie.
La ley marxista del valor y la economía rusa desde la perspectiva de sus relaciones con el capitalismo mundial
El Estado estalinista está en la misma relación con el tiempo de trabajo total de la sociedad rusa que el propietario de una fábrica con el trabajo de sus trabajadores. En otras palabras, la división del trabajo está planificada. Pero ¿qué determina la división real del tiempo de trabajo total de la sociedad rusa? Si Rusia no tuviera que competir con otros países, esta división sería completamente arbitraria. Pero, como ha de hacerlo, las decisiones estalinistas se basan en factores fuera de su control, es decir, la economía mundial, la competencia mundial. Desde este punto de vista, el Estado propietario ruso se encuentra en una posición similar a la del propietario de una empresa capitalista que compite con otras empresas.
La tasa de explotación —es decir, la relación entre plusvalía y salario (p/v)— no depende de la voluntad arbitraria del gobierno estalinista, sino que está dictada por el capitalismo mundial. Lo mismo ocurre con los avances técnicos o, para emplear una definición prácticamente equivalente en la terminología marxista, la relación entre capital constante y capital variable, es decir, entre maquinaria, edificios, materiales, etc. por un lado, y los salarios, por otro (c/v). Por tanto, lo mismo se aplica a la división del tiempo de trabajo total de la sociedad rusa entre producción de medios de producción y producción de bienes de consumo. Así, cuando se examina Rusia dentro de la economía internacional se pueden distinguir los rasgos básicos del capitalismo: “la anarquía en la división del trabajo en el ámbito social y el despotismo en el ámbito de fábrica se condicionan mutuamente”.
Si Rusia intentara inundar el mundo con sus productos, o si los demás países inundaran el mercado ruso con los suyos, la burocracia rusa se vería obligada a recortar los costes de la producción reduciendo los sueldos en relación con la productividad del trabajo o en términos absolutos (aumentando p/v), mejorando la técnica (aumentando c/v), o aumentando la producción de bienes de producción en relación con los bienes de consumo. Las mismas tendencias se manifestarían si la competencia mundial tomara la forma de presión militar en vez de la competencia comercial normal.
Hasta ahora, la economía rusa ha estado demasiado atrasada como para poder inundar los mercados extranjeros con sus productos. Sus propios mercados están protegidos contra una posible inundación de productos extranjeros por medio de un monopolio estatal sobre el comercio exterior que sólo podría ser destruido mediante la fuerza militar. Por eso la guerra comercial ha sido de mucha menor importancia que la fuerza militar. (Por ejemplo, durante el período de los Planes Quinquenales, la producción industrial se multiplicó muchas veces, mientras que las importaciones y las exportaciones se redujeron en forma extraordinaria.)
Importaciones y exportaciones de la URSS a precios corrientes32
Exportaciones | Importaciones | Total | |
1913 | 6596,4 | 6022,5 | 12618,9 |
1924 | 1476,1 | 1138,8 | 2614,9 |
1928 | 3518,9 | 4174,6 | 7693,5 |
1930 | 4539,3 | 4637,5 | 9176,8 |
1937 | 1728,6 | 1341,3 | 3069,9 |
(en millones de rublos)
La competencia internacional tiene principalmente una forma militar, mientras la ley del valor se expresa en su opuesto, es decir, en la búsqueda de valores de uso. Este punto necesita ser desarrollado. En la medida en que el valor es la única expresión del carácter social del trabajo en una sociedad de productores independientes, el capitalista trata de fortalecerse frente a sus competidores incrementando la suma de valores que posee. Ya que el valor se expresa en dinero, no le supone ninguna diferencia invertir, digamos, un millón de pesetas en la industria del zapato para percibir un beneficio de cien mil, o invertir un millón en armamento con el mismo resultado. Con tal de que el producto tenga un valor de uso, no le preocupa de qué valor de uso se trate. En la formula de la circulación del capital —Dinero-Mercancía-Dinero (D1-M-D2)— M representa sólo un puente entre D1 y D2 (donde D2, si todo marcha bien para el capitalista, será mayor que D1).
Si Rusia tuviera un amplio comercio con los países de fuera de su imperio, intentaría producir mercancías que alcanzaran un buen precio en el mercado mundial y al mismo tiempo comprar mercancías en el exterior al precio más bajo posible. El objetivo sería aumentar la suma de valores a su disposición mediante la producción de uno u otro valor de uso, sin importarle su uso particular, tal y como haría cualquier capitalista privado. (Este factor tiene un gran peso sobre el comercio que mantiene Rusia con sus satélites).33
Pero, puesto que la competencia con los demás países es principalmente militar, el Estado, como consumidor, se interesa por ciertos valores de uso específicos, como tanques, aviones, etc. El valor es expresión de la competencia entre productores independientes; la competencia entre Rusia y el resto del mundo se expresa por la transformación de valores de uso en un fin, con el objetivo de salir victorioso en la competencia. Los valores de uso, aunque son en sí mismos un fin, siguen siendo al mismo tiempo medios.
Un proceso similar se produce, aunque de forma menos evidente, en los países del capitalismo tradicional. Al fabricante individual de armamento le importa poco si invierte en la producción de cañones o en la de mantequilla, con tal de conseguir beneficio. Pero el Estado al que pertenece tiene mucho interés en el valor de uso de sus productos. Sus relaciones con el Estado son las de un vendedor con un comprador, estando interesado el primero sólo por el valor y el segundo por el valor de uso. Pero, de hecho, estas relaciones de intercambio son puramente formales. El Estado no ofrece otra mercancía a cambio del armamento; lo paga con los impuestos y prestamos extraídos de la economía en su conjunto. (Esto queda totalmente claro cuando el Estado, en vez de recaudar impuestos y elevar los préstamos para comprar armas a las empresas privadas, las produce el mismo). El grito de combate “antes armas que pan” (“guns before butter”) significa que la competencia entre los poderes capitalistas ha llegado al punto de quebrantar la división del trabajo internacional, y la competencia a través de la compra y venta ha sido sustituida por la competencia militar directa. Los valores de uso se convierten así en el fin de la producción capitalista.
Otra prueba es la diferencia entre el avance técnico en guerra y en paz. En una economía de guerra virtualmente no existe ningún límite para el mercado, ni necesidad alguna de recortar los costes de producción en interés de la competencia comercial. Se produce la necesidad imperiosa de aumentar el volumen de bienes disponibles. Así, durante la II Guerra Mundial, se introdujeron avances tecnológicos a los que se habían opuesto los monopolios y carteles en tiempos de paz.
El hecho de que la economía rusa se dirija a la producción de ciertos valores de uso no significa que sea una economía socialista, aunque ésta también se dedicaría a la producción de valores de uso (muy diferentes, sin embargo). Por el contrario, son dos extremos opuestos. La creciente tasa de explotación, y la creciente subordinación de los trabajadores a los medios de producción en Rusia, acompañada por la producción masiva de fusiles pero no de mantequilla, lleva a una intensificación y no a una disminución de la opresión del pueblo.
Así que si se mira en el contexto de la situación histórica concreta actual —el anárquico mercado mundial— queda clarísimo que la ley del valor es árbitro de la estructura económica rusa.
¿Puede existir un capitalismo de Estado mundial?
Si la producción del mundo entero estuviera controlada por una sola autoridad, esto es, si la burocracia estalinista lograra unir al mundo bajo su dominio y las masas se vieran obligadas a aceptar semejante régimen, la economía resultante sería un sistema de explotación no sujeta a la ley del valor y a todo lo que ésta implica. Bujarin, analizando este problema ¾en aquel momento (1915) en forma hipotética, por supuesto¾ llegó a la misma conclusión. En su libro, Economía mundial e imperialismo, explica que si el Estado nacional organizara la economía nacional, la producción de mercancías permanecería “en el primer lugar del mercado mundial”, y la economía tendría, por tanto, carácter de capitalismo de Estado. En cambio “si la economía mundial en su conjunto se organizara como un solo trust gigantesco estatal” (cosa que Bujarin, por cierto, consideraba imposible) “nos encontraríamos ante una forma económica completamente nueva y única. Ya no existiría el capitalismo, pues habría desaparecido la producción de mercancías; pero aún menos existiría el socialismo, pues el dominio de una clase sobre otra habría permanecido (es más: se habría fortalecido). Esta estructura económica se parecería, más que a ninguna otra, a la economía esclavista, con ausencia de mercado de esclavos”.34 (De hecho, a causa de los conflictos nacionales y sociales, es muy improbable que pudiera existir imperio mundial de este tipo).
La teoría de Marx sobre la crisis capitalista
En el contexto de la presente obra, será imposible presentar un análisis adecuado de la teoría de Marx sobre la crisis de sobreproducción capitalista. Nos limitaremos aquí a realizar un breve resumen.
A diferencia de las formas de producción precapitalistas, el capitalismo se ve obligado a acumular cada vez más capital. Pero este proceso se ve obstaculizado por dos factores complementarios y contradictorios a la vez, ambos productos del propio sistema. Uno es la caída de la tasa de beneficio, que implica la reducción de las fuentes para lograr mayor acumulación en el futuro. El otro es el aumento de la producción más allá de la capacidad de absorción del mercado. Si no fuera por la primera contradicción, aumentar los sueldos de los trabajadores sería la solución más sencilla y apropiada para la crisis de “subconsumo”. Si no fuera por la segunda contradicción, el fascismo, al recortar continuamente los sueldos, podría haber evitado la crisis durante un largo tiempo.
Analizando el segundo término del dilema del capital, el bajo poder de compra de las masas, Marx escribió:
“Hay que vender toda la masa de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa la plusvalía. Si no ocurre así, o sólo se vende en parte o por precios inferiores a los de producción, el obrero será explotado ciertamente, pero su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización o sólo va unida a la realización parcial de la plusvalía exprimida, sí, va unida a la pérdida parcial o total de su capital. Las condiciones de la explotación directa y de su realización no son idénticas. No sólo difieren en tiempo y lugar, sino también conceptualmente. Unas están limitadas solamente por la fuerza productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta última no viene determinada por la capacidad absoluta de producción ni por la capacidad absoluta de consumo; sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reduce el consumo de las grandes masas de la sociedad a un mínimo susceptible de variación solamente dentro de unos límites más o menos estrechos. Se halla limitada, además, por el impulso de acumulación, por la tendencia al incremento del capital y a la producción de plusvalía en escala ampliada.”35
Y añade:
“La enorme productividad, en relación con la población, que se desarrolla dentro del modo capitalista de producción y, aunque no en la misma proporción, el aumento de los valores de capital (no sólo de su sustrato material), que crece más rápidamente que la población, está en contradicción con la base cada vez más estrecha, en relación con la creciente riqueza, para la que actúa esta enorme productividad, y con las condiciones de valorización de este capital creciente. De ahí las crisis.”36
En otro lugar expresaba la misma idea con estas palabras:
“La razón última de todas las crisis reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas frente a la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.”37
En última instancia el origen de la crisis capitalista está en que una parte cada vez mayor de los ingresos de la sociedad cae en manos de la clase capitalista, y una parte cada vez mayor de éstos se destinan a la compra, no de bienes de consumo sino de producción, es decir, a la acumulación de capital. Pero, dado que todos los medios de producción son medios de consumo en potencia —es decir, que después de un cierto lapso de tiempo, el valor de los medios de producción se incorpora a bienes de consumo— el aumento relativo de la parte del ingreso nacional destinada a la acumulación en comparación con la parte que se destina al consumo, lleva inevitablemente a la sobreproducción. Es un proceso acumulativo. El aumento de la acumulación se ve acompañada por la racionalización, dando como resultado un nivel creciente de explotación. Cuanto mayor es la tasa de explotación, tanto mayor el fondo de recursos para la acumulación, en comparación con los salarios de los trabajadores y los ingresos de los capitalistas. La acumulación produce acumulación.
Si “la pobreza y el limitado consumo de las masas” fueran la única causa de la crisis capitalista, ésta sería permanente, pues los sueldos de los trabajadores en su conjunto siempre están por detrás del aumento de la productividad del trabajo. En ese caso no habríamos conocido la ecuación catastrófica de distintos elementos a la vez, sino una depresión permanente.
Pero está el otro elemento del dilema, es decir, la caída en la tasa de beneficios. El proceso de acumulación del capital está acompañado por un aumento en la composición orgánica del capital, es decir, el trabajo muerto (incorporado en la maquinaria, etc.) sustituye al trabajo vivo. Ya que este último produce plusvalía, y el primero no, hay una tendencia constante de la tasa de beneficio a bajar. Esta bajada, a su vez, agudiza la competencia entre los capitalistas, ya que cada uno debe intentar aumentar sus beneficios totales en perjuicio de sus competidores. La competencia lleva a la racionalización y de ahí a un aumento cada vez mayor de la composición orgánica del capital. En este círculo vicioso no hay salida.
Esta tendencia no es, por sí misma, causa del ciclo de recuperación, boom, crisis y depresión. Marx explica que esta tendencia de la tasa de beneficios a caer es un proceso muy lento38 sujeto a muchas fuerzas que se contrarrestan. Sin embargo, constituye el substrato del ciclo económico. Las causas inmediatas del ciclo son cambios en el nivel de salarios que resultan de los cambios en la demanda de fuerza de trabajo que acompaña al proceso de acumulación. Sobre la caída de la tasa de beneficios Marx escribió: “Fomenta la superproducción, la especulación, las crisis, el exceso de capital al mismo tiempo que exceso de población”.39 “El límite del modo de producción capitalista se manifiesta… en que el desarrollo de la productividad del trabajo engendra, con la baja de la cuota de ganancia, una ley que al llegar a cierto punto se opone del modo más hostil a su propio desarrollo y, por tanto, tiene que ser superada constantemente por medio de crisis.”40
Acerca del aumento del nivel de salarios que sigue al crecimiento del empleo durante el boom económico, Marx afirmaba que si se insistiera en que “la clase trabajadora percibe una parte demasiado pequeña de su propio producto, y que este mal puede remediarse en cuanto reciba una participación mayor de él, es decir, en cuanto aumenten sus salarios, hay que observar únicamente que las crisis van precedidas siempre, precisamente, de un período de subida general de los salarios en el que la clase obrera recibe realiter [realmente] una participación mayor en la parte del producto anual destinado al consumo”.41
En cuanto a la conexión entre el ciclo comercial, el nivel de beneficios y de sueldos, y el nivel del empleo, considerando que este último factor tiene una importancia decisiva para señalar el fin del boom y el principio de la crisis, Marx escribe:
“Toda la forma de movimiento de la industria moderna nace, pues, de la constante transformación de una parte de la población obrera en brazos parados u ocupados a medias… Del mismo modo que los cuerpos celestiales, al ser lanzados en un movimiento determinado, repiten siempre el mismo movimiento, así también la producción social, una vez lanzada en ese movimiento de expansión y contracción alternativas, lo repite constantemente. Los efectos se convierten a su vez en causas, y las alternativas de todo el proceso, que reproduce siempre sus propias condiciones, adoptan la forma de periodicidad.”42
Según su análisis, la tasa de beneficio determina la tasa de acumulación, la tasa de acumulación determina el nivel de empleo, el nivel de empleo determina el nivel de salarios, el nivel de salarios determina la tasa de beneficios, y así sucesivamente en un círculo vicioso. Una tasa de beneficio alta significa una acumulación rápida y, por tanto, aumento del empleo y alza en los salarios. El proceso continúa hasta un punto en que el alza del nivel de sueldos afecta de manera tan adversa a la tasa de beneficio, que la acumulación o cae en forma catastrófica o cesa del todo.
El ciclo de la tasa de beneficio y el ciclo de acumulación y del empleo representa el ciclo vital del capital fijo (eso es, maquinaria, edificios, etc.):
“En la misma medida en que con el desarrollo del modo de producción capitalista se desarrolla el volumen de valor y la duración del capital empleado, se desarrolla también la vida de la industria y del capital industrial en cada inversión especial hasta abarcar un período de varios años, digamos diez, por término medio. Si, por un lado, el desarrollo del capital fijo extiende esta vida, por otro lado viene a acortarla la transformación, la revolución constante de los medios de producción, que aumenta constantemente, asimismo, con el desarrollo del capitalista modo de producción. Por eso, también aumenta con ella el cambio de los medios de producción y la necesidad de su constante reposición a consecuencia del desgaste moral, mucho antes que físicamente han dejado de vivir. Puede suponerse que en las ramas más decisivas de la gran industria este ciclo de vida es hoy, por término medio, de diez años. Sin embargo, lo que aquí interesa no es la cifra concreta. Lo que resulta es esto: gracias a este ciclo de rotaciones encadenadas que abarca una serie de años, y rotaciones a las que el capital se halla vinculado por su componente fijo, se obtiene una base material de las crisis periódicas en donde el negocio recorre períodos sucesivos de depresión, animación media, precipitación y crisis. A decir verdad, los períodos en que se invierte el capital son muy diferentes y dispares. Sin embargo, la crisis constituye siempre el punto de partida de una nueva gran inversión. Así, pues, desde el punto de vista de toda la sociedad, también brinda siempre, más o menos, una nueva base material para el siguiente ciclo de rotaciones.”43
Esta teoría explica por qué, a pesar del modo de distribución antagónico y la tendencia de la tasa de beneficio a decaer, no hay una crisis permanente de sobreproducción, sino un movimiento cíclico de la economía. Durante el período en que el capital fijo está siendo renovado y ampliado, la introducción de nuevos medios de producción no da como resultado directo un aumento de la oferta de bienes manufacturados. Pero después de un tiempo, quizá unos pocos años, el valor de los nuevos medios de producción empieza a incorporarse a nuevos productos, en forma tanto de medios de producción como de bienes de consumo. Esto tiene lugar sin ninguna inversión de capital, o con una inversión relativamente pequeña, en ese momento. En otras palabras, durante unos cuantos años las inversiones para la construcción de nuevas industrias o para la expansión de las existentes son muy elevadas en comparación con el aumento de la producción de bienes manufacturados. Éstos son los años del boom, seguidos por un período en que la producción de bienes manufacturados se expande en gran medida, casi simultáneamente a una caída de la tasa de acumulación. Este período representa la cima del boom y el aviso de la nueva crisis que se aproxima. Luego sobreviene la crisis; la producción cae catastróficamente mientras la inversión se paraliza o incluso cede su lugar a la desinversión.
Otro factor debe entrar en consideración a este respecto: la desproporción entre las distintas industrias. Ésta puede ser el resultado directo del carácter anárquico de la producción capitalista. Los capitalistas de una industria pueden sobrestimar la demanda de sus productos y, por tanto, ampliar en exceso su capacidad productiva. Ya que hay muchos capitalistas, sólo después de haber producido los bienes puede darse cuenta el capitalista, a través del mercado, de que la oferta ha excedido a la demanda. Esto lleva a una caída de precios y de beneficios, a la restricción y caída en la demanda de fuerza de trabajo, materias primas y maquinaria producidas por otras fábricas, y así sucesivamente. Esta restricción no está necesariamente compensada por la expansión de la producción en otras industrias. Por el contrario, la reducción de la producción en una industria puede llevar a resultados parecidos en otras industrias que dependan directa o indirectamente de ella. Si la industria que sufre la sobreproducción en primer lugar es importante, el resultado puede ser una crisis general. “Para que la crisis (y por tanto la sobreproducción) se generalice, basta con que se apodere de los principales artículos del comercio”.44
En este caso la desproporción entre las distintas industrias es la causa de la caída de la tasa de beneficio y del nivel del consumo de las masas, y la combinación de estos tres factores produce la crisis.
Pero la desproporción entre las distintas industrias puede ser resultado, así como causa, de la caída de la tasa de beneficio o del bajo consumo de las masas. Si sobre la base de una cierta tasa de beneficio se produce una cierta tasa de acumulación, la tasa de beneficio determina la demanda de medios de producción y lleva a una cierta relación entre la demanda de bienes de producción y de bienes de consumo. Una caída en la tasa de beneficio, al producir una disminución en la tasa de acumulación, cambia inmediatamente el carácter de la demanda; esto altera el equilibrio de la demanda de los dos tipos de producto. Existe una relación similar entre el bajo consumo de las masas y la proporción o falta de proporción entre las distintas industrias. “El «poder de consumo de la sociedad» y la «proporcionalidad entre las distintas ramas de la producción» no son en absoluto condiciones independientes, inconexas ni individuales. Por el contrario, cierto grado de consumo es uno de los elementos de la proporcionalidad”.45
Uno de los síntomas de la desproporción entre las distintas industrias es un cambio en la relación entre la extracción de materias primas y la demanda de ellas. En general, al principio de la recuperación la oferta de materias primas supera a la demanda, por lo que los precios son bajos. A medida que aumenta la actividad económica, suben los precios, incrementándose así el coste de producción que afecta en sentido adverso a la tasa de beneficio.46 Durante un boom, los precios de las materias primas suben usualmente más que los precios de los productos manufacturados y, durante una crisis, caen en forma mucho más acusada; la razón de ello es que la oferta de materias primas es mucho menos elástica que la de bienes manufacturados.
Otra señal de la misma desproporción, resultado más que causa del ciclo económico aunque tiene sin embargo una influencia refleja importante, es la tasa de interés. Los empresarios capitalistas no reciben el total de la plusvalía producida en sus empresas, sino sólo lo que queda una vez deducidos renta, impuestos e intereses. Al principio de una recuperación comercial, hay generalmente un exceso de crédito sobre la demanda de éste; de ahí que la tasa de interés sea baja, lo que a su vez estimula la recuperación. Durante un boom, la tasa de interés continúa siendo baja, hasta poco antes de su fin, cuando sube vertiginosamente, alcanzando su nivel máximo en el momento de iniciarse la crisis. Después cae muy rápidamente.47 Así, mientras la curva de la tasa general de beneficio y la del ciclo económico se corresponden en términos generales, la curva de la tasa de interés muestra zig-zags mucho más acusados, que atraviesan la curva del ciclo económico. Los cambios en la tasa de interés estimulan la recuperación a un ritmo cada vez más desenfrenado por un lado, y por otro hunden al sistema económico en crisis cada vez más profundas.
El crédito ha permitido al capitalismo desarrollarse a un ritmo sin precedentes, pero al mismo tiempo ha aumentado la inestabilidad del sistema. A los industriales les impide ver las condiciones reales del mercado, de manera que continúan expandiendo la producción más allá del punto en el que se habrían detenido si los pagos se hubieran hecho en efectivo. Esto retrasa el principio de la crisis, pero la hace aún más profunda.
Un factor adicional que contribuye al inicio de una crisis es la existencia de una cadena de intermediarios entre el capitalista industrial y los consumidores. Debido a su actividad, la producción puede aumentar, dentro de ciertos límites, sin un aumento proporcional en la venta de productos a los consumidores. Los productos no vendidos quedan en stock en manos de los comerciantes y hacen la crisis, cuando llega, aún más severa. Ésta, en resumen, es la teoría de Marx sobre la crisis capitalista.
El capitalismo de Estado y la crisis: planteamiento del problema
Obviamente, algunas de las causas de las crisis de sobreproducción en el capitalismo tradicional no existirían en un sistema de capitalismo de Estado. Por ejemplo, los intermediarios no sólo dejarían de existir en el capitalismo de Estado sino que, incluso en la empresa privada pueden ser eliminados si el industrial vende sus productos al consumidor directamente a través de su propia red de distribución. El crédito también dejaría de ser un factor si todos los pagos se hicieran en efectivo. En el capitalismo de Estado, la tasa de interés tampoco contribuiría a las fluctuaciones en el ritmo de producción. Ya que todo el capital pertenecería al Estado, el uso del crédito no sería distinto al uso de su propio capital por cada capitalista. De igual manera, la desproporción entre las distintas ramas de la economía no actuaría como causa inicial de la crisis. Aunque podrían producirse cálculos erróneos en lo que a la inversión se refiere, con lo que la oferta de un producto excedería a la demanda, sin embargo, el hecho de que el Estado planifique la producción y la demanda haría que una desproporción grave fuera imposible. Además, puesto que el Estado sería propietario de todas las industrias, no se daría ese proceso acumulativo de caída de los precios y de la tasa de beneficio que se van propagando de industria en industria, sino que el efecto de una sobreproducción parcial se dejaría sentir directamente en el conjunto de la economía. Cuando comenzara el siguiente ciclo de producción, la producción de ciertos bienes disminuiría y el equilibrio quedaría restablecido.
Es cierto que estos factores dejarían de tener un efecto sólo en el caso de que la economía capitalista de Estado fuera autosuficiente; si continuara produciendo para el marcado mundial, recibiendo crédito de otros países, etc., estos factores seguirían teniendo cierta influencia.
Pero ¿Cómo se resuelve el dilema fundamental a que se enfrenta el capitalismo tradicional? ¿Cómo puede conseguirse un elevado nivel de beneficios mientras se realiza plusvalía? ¿Cómo puede acumularse capital rápidamente sin minar el mercado que éste precisa? En una fase del ciclo —el boom— el capitalismo tradicional resuelve el problema en forma temporal; una alta tasa de beneficios lleva a una rápida acumulación, es decir, a un gran aumento en la producción de bienes de producción en relación con la producción de bienes de consumo. De ahí que una gran parte de la plusvalía pueda obtenerse en las industrias que producen bienes de producción, es decir, en el propio sistema de producción. (Esto en sí es una explicación suficiente del por qué el bajo nivel de consumo de las masas no produce una crisis permanente, e impide cualquier expansión de la producción bajo el capitalismo.) Si el capitalismo pudiera transformar el boom, de fase temporal en estado permanente, no habría sobreproducción. El capitalismo de Estado, ¿es capaz de hacerlo? ¿Es capaz de asegurar una alta tasa de beneficio, un elevado ritmo de acumulación, un alto nivel de producción, mientras conserva un modo de distribución antagónico, o sea “la pobreza y la limitación del consumo de las masas”?
Bujarin sobre la crisis del capitalismo de Estado
El único economista marxista que trató el problema teórico de la crisis de sobreproducción dentro de una economía capitalista de Estado fue Bujarin. Al analizar la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburgo, él plantea, entre otros problemas, la cuestión de cómo podría realizarse la reproducción a escala ampliada bajo el capitalismo de Estado. Bujarin define el capitalismo de Estado con estas palabras: “la clase capitalista asociada en un solo trust, una economía organizada pero que contiene al mismo tiempo, desde el punto de vista de las clases, un antagonismo fundamental”.48 Y se pregunta si podría producirse en semejante sociedad una crisis de sobreproducción.
“¿Es posible aquí la acumulación? Por supuesto que sí. Crece el capital constante, ya que crece el consumo de los capitalistas. Se van estableciendo constantemente nuevas ramas de la producción que se corresponden con nuevas necesidades. El consumo de los trabajadores, aunque se imponen ciertos límites definidos sobre él, crece. Pese a este subconsumo de las masas no sobreviene la crisis, ya que la demanda de las distintas ramas de producción de productos de las demás, así como la demanda de los consumidores, tanto capitalistas como trabajadores, se fija por adelantado. (Frente a la “anarquía” de la producción, lo que es, desde el punto de vista del capital, un plan racional). Si se comete un error en la cantidad de bienes de producción, el excedente se añade al inventario y se hace la correspondiente corrección en el siguiente período de producción. Si el error se comete en los bienes de consumo de los trabajadores, el excedente puede, o ser destruido o distribuido entre los trabajadores. También en el caso de un error en la producción de bienes de lujo, “la salida” está clara. Por eso no puede haber ningún tipo de crisis de sobreproducción generalizada. El consumo de los capitalistas es la fuerza motriz de la producción y del plan de producción. Como consecuencia no existe en este caso un desarrollo especialmente rápido de la producción (hay una pequeña cantidad de capitalistas).”49
Las palabras de Bujarin, “no existe en este caso un desarrollo especialmente rápido de la producción”, podrían dar lugar a un malentendido. La producción no sólo no será especialmente rápida, sino que además se hará cada vez más lenta en comparación con la tremenda capacidad productiva de una economía capitalista “libre”. Se producirá un estancamiento virtual.
Es interesante señalar que Marx vinculaba el estancamiento o “un estado adormecido” con una reducción del número de capitalistas a un puñado en el mundo entero. Escribió: “La cuota de ganancia, es decir, el relativo aumento de capital es importante, sobre todo, para todos los exponentes de capital agrupados por su cuenta. Y tan pronto como la formación de capital cayese en manos de unos cuantos grandes capitales ya afirmados, en los que la masa de ganancia supera la cuota, se apagaría por completo el fuego vivificador de la producción. Ésta caería en un letargo.”50
La “solución” de Tugán-Baranovski
¿No podría existir un modo capitalista de producción con un elevado y creciente nivel de producción unido al modo actual de distribución antagónica?
Se podría construir un modelo sobre la siguiente base. Cada aumento de la productividad del trabajo se vería acompañado por un aumento proporcional de los medios de producción, mientras que la producción de los medios de consumo no rebasaría el ritmo de crecimiento de la población y el consumo de la clase capitalista. Al cambiar las técnicas, los trabajadores y el capital serían transferidos de la producción de bienes de consumo a la de bienes de producción; más personas y más capital se dedicarían a la producción de maquinaria para producir maquinaria que, a su vez produciría maquinaria, y así sucesivamente, mientras que la producción de medios de consumo no aumentaría en proporción al aumento de la capacidad productiva de la sociedad. La producción se haría cada vez más indirecta y, así, el mercado para el que el capitalismo produciría se iría encerrando en sí mismo. Con tal de que se mantuviera la relación correcta entre los dos sectores de la industria, no se produciría una crisis de sobreproducción por muy bajo que fuera el poder de compra de las masas.
Éste era el argumento Mijaíl Tugán-Baranovski, un economista ruso no-marxista. Escribió:
“Los esquemas arriba citados se desarrollaron para probar un principio que quizá podría encontrar objeciones, a menos que el proceso se entienda adecuadamente, es decir, el principio de que la producción capitalista crea su propio mercado. Mientras sea posible ampliar la producción social —si las fuerzas productivas son las adecuadas para hacerlo— la división proporcional de la producción social debe traer consigo también un aumento proporcional de la demanda, ya que bajo tales condiciones cada bien nuevo que se produce representa la creación de un nuevo poder de compra para la adquisición de otros bienes. Al comparar la simple reproducción del capital social con su reproducción a escala ampliada, la conclusión más importante es que en una economía capitalista la demanda de mercancías, es en cierto sentido, independiente del volumen total del consumo social: es posible que el volumen total del consumo social en su conjunto baje mientras la demanda social total de mercancías crece al mismo tiempo, por muy absurdo que parezca este fenómeno desde el punto de vista del ‘sentido común’.”51
Sólo una expansión desequilibrada de los dos sectores de la economía puede producir una crisis. “Si… la expansión de la producción es prácticamente ilimitada, se puede suponer que la expansión de los mercados es también ilimitada, pues si la producción social se distribuye proporcionalmente, no hay más límite para la expansión del mercado que las fuerzas productivas de las que dispone la sociedad”.52
“El progreso técnico se expresa en el hecho de que la importancia de los medios de trabajo, las máquinas, va en constante aumento en relación con el trabajo vivo, es decir, el propio trabajador. Los medios de producción desempeñan un papel cada vez más importante en el proceso de producción y en el mercado de mercancías. En comparación con las máquinas el trabajador va perdiendo su importancia y así sucede también con el consumo de los trabajadores en comparación con la demanda originada por el consumo de medios de producción. Todas las actividades de la economía capitalista asumen el carácter de un mecanismo que existe por sí sólo, y en el que el consumo humano aparece como un simple momento en el proceso de reproducción y circulación de capitales.”53
En otra obra, Tugán-Baranovski reduce al absurdo la idea:
“Si desaparecen todos los trabajadores menos uno, y los reemplazan las máquinas, entonces este único trabajador pondrá en funcionamiento toda la enorme masa de maquinaria para producir, con su ayuda, nuevas máquinas, además de bienes para consumo de los capitalistas. La clase trabajadora desaparecerá, lo que no significará obstáculo alguno para el proceso de autoexpansión (Verwertungsprozess) del capital. La cantidad de bienes de consumo que recibirán los capitalistas no disminuirá, el producto total de un año será utilizado para la producción y el consumo de los capitalistas el año siguiente. Aun si los capitalistas deciden limitar su propio consumo, esto no representa dificultad alguna; en ese caso cesa en parte la producción de bienes de consumo para los capitalistas, y una parte todavía mayor del producto social se compone de medios de producción que contribuyen a la expansión de la futura producción. Por ejemplo, se producen hierro y carbón que siempre sirven para aumentar la producción de hierro y carbón. El aumento de la producción de hierro y carbón de cada año consume la masa cada vez mayor de bienes producidos durante el año anterior, hasta que se agoten los recursos minerales necesarios.”54
Naturalmente, como el propio Tugán-Baranovski observa, el eje de su argumento no es “la suposición arbitraria e irreal de que la sustitución del trabajo manual por la maquinaria lleva a una disminución absoluta del número de trabajadores… sino la tesis de que, dada una distribución proporcional de la producción social, ninguna caída en el consumo social es capaz de producir un producto superfluo”.55
La “solución” de Tugán-Baranovski es de imposible aplicación bajo el capitalismo individual por la dependencia mutua entre los dos sectores de la economía y por el carácter incontrolado del intercambio entre ellos.
En el capitalismo hay producción tanto de valores de uso como de valores. El objetivo del primer tipo de producción es satisfacer las necesidades humanas, independiente de la forma particular de la economía; pero el objetivo del segundo tipo (la producción de valores) es “la acumulación” con el fin, tal como lo expresó Marx, de “la conquista del mundo de la riqueza social. Junto con la masa del material humano explotado amplía el dominio directo e indirecto del capitalista”.56
Aunque el capitalista puede considerar el valor de uso sólo como portador de valor, y aunque puede considerar el consumo sólo como medio y no como fin, el medio es, sin embargo, vital, ya que sin él el fin no se podría conseguir. “El consumo crea la necesidad de una nueva producción… No hay producción sin una necesidad. Pero el consumo reproduce la necesidad”.57
La dependencia de la acumulación respecto al consumo significa que el sector de la economía que produce medios de producción depende del sector que produce medios de consumo. Bajo el capitalismo privado esta relación se consigue sin planificación consciente. Si la oferta de bienes de capital excede a la demanda de ellos en mayor medida que la oferta de bienes de consumo excede a la demanda de éstos, el precio de los primeros disminuye en relación con los precios de los últimos. De ahí que la tasa de ganancia caiga en industrias que producen medios de producción y aumente en las que producen medios de consumo. Esto lleva a un descenso de la acumulación en el primer sector de la economía y a un aumento en el ritmo de acumulación en el segundo sector. Como consecuencia, el capital irá siendo transferido del primer sector al segundo hasta que se restablezca el equilibrio entre ambos.
Este proceso exige libertad de movimiento del precio de las mercancías, libertad de movimiento del capital de un sector a otro, y un aumento en el nivel de los salarios como consecuencia de la expansión del empleo en el primer sector, lo que da origen a un aumento de la demanda de productos de las industrias de bienes de consumo.
Estos factores hacen imposible la aplicación de la “solución” de Tugán-Baranovski bajo el capitalismo individual. Sin embargo, desde el punto de vista capitalista contiene un elemento importante. En realidad, representa la extensión de la fase de recuperación y boom en el ciclo económico, fase durante la cual la acumulación aumenta más que el consumo, y la producción de medios de producción se incrementa a un ritmo mayor que la producción de medios de consumo. Durante varios años la acumulación puede exceder en gran medida al consumo sin turbar el equilibrio de la economía. Esto y el hecho de que la vinculación entre los ciclos de la tasa de beneficios, la acumulación y el empleo es el ritmo de desgaste del capital fijo (maquinaria, edificios, etc.), sugiere que si se pudiera impedir el aumento de la producción de bienes de consumo mientras la producción de medios de producción se incrementara, el boom duraría más de lo que sería normal en el ciclo decenal. Esto es posible en el capitalismo de Estado, porque el Estado es propietario de todo el capital de la sociedad y es capaz de controlar su movimiento entre uno y otro sector.
El capitalismo de Estado elimina otro factor que en el capitalismo privado causa el viraje del boom hacia la crisis, y hace así posible, durante un tiempo al menos, la “solución” de Tugán-Baranovski. En el capitalismo privado, una alta tasa de beneficios lleva a una acumulación rápida, a un elevado nivel de empleo y al incremento salarial. El proceso llega un punto en el que los salarios son tan altos que merman la tasa de ganancia, que cae vertiginosamente arrastrando consigo a la acumulación, el empleo y los salarios. Siendo “libres” los trabajadores para negociar la venta de su fuerza de trabajo, “la superpoblación relativa es… el fondo sobre el que se mueve la ley de la demanda y de la oferta de trabajo. Ella constriñe el campo de acción de esta ley dentro de los límites absolutamente convenientes a la codicia explotadora y a la dominadora del capital”.58
En un régimen totalitario capitalista de Estado, aunque no haya prácticamente superpoblación y exista pleno empleo, los salarios pueden durante un largo período mantenerse “dentro de los límites absolutamente convenientes a la codicia explotadora y a la dominadora del capital”.
La “solución” de Tugán-Baranovski es, por lo tanto, posible en un capitalismo de Estado atrasado en comparación con el capitalismo mundial, si los medios de producción son escasos y, por tanto, si la principal necesidad de la economía es la producción de maquinaria que a su vez produzca más maquinaria, etc. Pero cuando la producción de maquinaria consiga sus objetivos de elevar la economía al nivel del resto del mundo, ¿se enfrentará este capitalismo de Estado a la sobreproducción? Sólo hay una respuesta posible, la que ofreció Bujarin: esto es, que la economía quedará prácticamente estancada.
A primera vista la descripción que ofrece Bujarin de la relación entre el capitalismo de Estado y la crisis de sobreproducción parece ser diametralmente opuesta a la “solución” de Tugán-Baranovski. Este último habla de un sistema capitalista caracterizado por un rápido aumento de la producción y la acumulación; Bujarin se refiere a un sistema en el que tanto la producción como la acumulación se realizan a muy pequeña escala. Tugán-Baranovski describe una acumulación que se incrementa independientemente del consumo, Bujarin una acumulación que acompaña al consumo y depende de él. Sin embargo, ambas teorías tienen algo en común; ambas señalan que la contradicción entre la acumulación y el consumo es fundamental en el capitalismo. Tugán-Baranovski sugiere que esta contradicción puede resolverse independizando a la acumulación y a la producción del consumo; Bujarin estima que la solución está en la reducción del ritmo de la acumulación y la producción hasta alcanzar el ritmo del consumo. El primero sostiene que puede tener lugar un aumento de la producción en beneficio exclusivo de la acumulación; el segundo argumenta que la rápida acumulación es imposible, por lo cual la producción tendrá que reducirse. Tugán-Baranovski refleja el boom, Bujarin la crisis del ciclo capitalista. Ambas “soluciones” dejan al trabajador subordinado al capital.
La “solución” de Tugán-Baranovski es posible en un sistema capitalista de Estado en un país atrasado; la descripción de Bujarin es aplicable a un capitalismo de Estado que alcanza el punto de saturación en los medios de producción. Este último es un capitalismo que, aunque aparentemente está libre de crisis, de hecho se encuentra en una crisis permanente, pues si la producción no supera a la demanda, está restringida por esa demanda. Ambos son producto de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción y distribución.
Pero además de estas supuestas “soluciones”, existe otro medio por el cual el capitalismo de Estado puede eliminar la crisis, a saber la economía de guerra.
La producción y el consumo de los medios de destrucción
Una característica única del consumo de los capitalistas, según Marx, es que no constituye parte del proceso de reproducción. El “consumo” de medios de producción (la depreciación de la maquinaria, etc.) lleva a la creación de nuevos medios de producción o nuevos medios de consumo; el consumo de los trabajadores tiene como resultado la reproducción de la fuerza de trabajo; pero los productos que consumen los capitalistas no contribuyen en absoluto al nuevo ciclo de producción. Sin embargo, hay una forma de consumo que, aunque presenta las mismas características, es, no obstante, un modo de conseguir nuevos capitales y nuevas posibilidades de acumulación, “para conquistar el mundo de la riqueza social, aumentando así la masa de seres humanos sujetos a la explotación”. Es la producción bélica.
Al igual que la crisis de sobreproducción, la economía de guerra, al ser parte integral del capitalismo, pone en relieve los obstáculos al modo capitalista de producción, presentes en el interior del propio sistema. Además, una guerra capitalista no sólo produce la interrupción de la acumulación y la destrucción de capital en una escala que permite que la acumulación sea posible de nuevo, sino que también produce tal destrucción que se origina una tendencia hacia la negación completa del capitalismo y un retorno a la barbarie.
Pese a las semejanzas superficiales, sin embargo, una economía de guerra y una economía socialista son polos opuestos. En la economía de guerra, como en la economía socialista, el Estado toma el control de la economía, planificando la producción y la distribución. En una economía de guerra, como en la socialista, se alcanza la máxima producción posible. Pero si las relaciones de distribución son antagónicas, y si la enorme acumulación del pasado impide una nueva acumulación, la producción máxima sólo es posible en la medida en que una gran proporción de los productos no se intercambien, es decir, que no se produzcan como valores, sino como valores de uso. En una economía socialista, el fin de la producción es la creación de valores de uso, al igual que en la economía de guerra. Pero en una sociedad socialista, los valores de uso son los que necesita la gente, mientras que en la economía de guerra son fusiles, equipamiento militar, pertrechos: valores de uso contrarios a los intereses del pueblo.
Una economía de guerra se ve inevitablemente acompañada no por una crisis de sobreproducción, sino por una crisis de subproducción, pues la demanda de bienes supera la capacidad productiva de la economía. La inflación, a pequeña o gran escala, siempre acompaña a una crisis de subproducción.
El papel que desempeñan los preparativos para la guerra y la propia guerra en el capitalismo de Estado ruso es tal que hasta ahora no ha tenido que enfrentarse a la “solución” de Bujarin. En la medida en que la economía está dirigida a la producción no de medios de destrucción sino de medios de producción para producir más medios de producción, y así sucesivamente, sigue la línea de la “solución” Tugán-Baranovski. En cualquier caso, la producción de medios de consumo se encuentra muy rezagada con respecto a la producción tanto de materiales de guerra como de medios de producción.
En la situación mundial actual, parece que la “solución” de la economía de guerra es el único recurso de la burocracia rusa, hasta que el socialismo o la barbarie hagan superflua cualquier “solución” para las contradicciones inherentes al capitalismo, sea ortodoxo o de Estado.
Notas de pie
[1] “Casi”, porque hay algunos casos marginales en los que el Estado no dispone del control completo. El tiempo de trabajo del miembro del koljoz en su parcela particular es un ejemplo, así como el trabajo del artesano. Pero aunque estos casos escapan al control consciente del Estado, no están completamente libres de control. A través de los precios, los impuestos y, sobre todo, la planificación por el Estado del área principal de la producción, estas actividades periféricas también se encuentran llevadas en la dirección deseada por el Estado.
Referencias
- F. Engels, Anti-Dühring, ob. cit., p. 136.
- I. Lapidus y K. Ostrovitianov, Political Economy in Connection with the Theory of Soviet Economy, Moscú-Leningrado, 1928, pp. 8-9.
- Id., p. 10.
- Id., pp. 131-132.
- E. Preobrazhenski, La Nueva Economía, ob. cit., pp. 28-29, 36-37.
- A. Léontiev, Political Economy. A Beginner’s Course, Londres, 1943, p. 76. Las mismas ideas se expresan en A. Léontiev y E.L. Khmelnitskaia, Esbozo de economía de transición, (en ruso), Leningrado, 1927, especialmente p. 312.
- F. Engels, Anti-Dühring, ob. cit., p. 135.
- Id., p. 136.
- Archivos Marx y Engels, (en ruso), Moscú, 1933, Vol. II (VII), pp. 6-7.
- Id., p. 42.
- Pod Znamenem Marksizma, nº7-8, 1943, traducido entero en la American Economic Review, septiembre de 1944. Las citas provienen de esta traducción.
- Stalin, Economic Problems of Socialism in the USSR, ob. cit., p. 23.
- Id., p. 42.
- Id., p. 22.
- Id., p. 21.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo I, p. 228.
- Id., p. 64. (La edición de El Capital de 1890 en inglés contiene ligeras diferencias con la edición en castellano. Aquí se da la referencia de la traducción al castellano, pero la cita está traducida de la edición inglesa a la que Cliff se refiere, donde la traducción se integra mejor con la exposición del autor. N. del T.).
- Id., p. 104. (Ver nota anterior sobre la traducción. N. del T.).
- Id.
- Id., p. 141.
- Id, Libro I, Tomo II, pp. 59-61.
- Marx, carta a Kugelmann, 11 de julio de 1868, en Marx y Engels, Obras escogidas ob. cit., Tomo II, p. 442.
- R. Hilferding, Das Finanzkapital, Viena 1910, p. 286.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo I, p. 129.
- Lenin, Obras, tomo 32, p. 341-342.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo I, p. 64. (Ver nota 17. N. del T.)
- Id., p. 104, (Ver nota 17. N. del T.).
- Id., p153.
- Id.
- Id., Libro I, Tomo III, p. 24.
- Id., Libro I, Tomo I, p. 226.
- Comercio exterior de la URSS durante 20 años, 1918-37, Manual estadístico, (en ruso), Moscú 1939, p. 10.
- Ver Y. Gluckstein, ob. cit., pp 183 y passim.
- Bujarin, La economía mundial y el imperialismo, Ruedo Ibérico 1969, p148n.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro III, Tomo I, pp. 321-322.
- Id., p. 350.
- Id., Libro III, Tomo II, p. 205.
- Ver id., Libro III, Tomo I, capítulo XIII y siguiente.
- Id., p. 318.
- Id., p. 339.
- Id., Libro II, Tomo II, pp. 89-90.
- Id., Libro I, Tomo III, pp. 96-97.
- Id., Libro II, Tomo I, pp. 236-237.
- K. Marx, Theorien über den Mehrwert, Vol. II, Libro 2, p293.
- Marx, Das Kapital, Ed Marx-Engels-Lenin Institut, citado por Paul Sweezy, Londres, 1946, p. 186.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro III, Tomo I, pp. 136-137.
- Id., Libro III, Tomo II, pp. 121. y siguiente.
- N. Bujarin, Der Imperialismus und die Akkumulation des Kapitals, Viena-Berlín, 1926, p. 80.
- Id., pp. 80-81.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro III, Tomo I, p. 340.
- M. Tugán-Baranovski, Studien zur Theorie und Geschichte der Handelskrisen in England, Jena, 1901, p. 25.
- Id., p. 231.
- Id., p. 27.
- M. Tugán-Baranovski, Theoretische Grundlagen des Marxismus, p. 414; Citado por Sweezy, ob. cit., p. 168.
- Id., pp. 230-231. Citado por Sweezy, id., p. 169.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo III, p. 42.
- K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política (en castellano), Moscú 1989, p. 187.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo III, p. 104.