A ninguno de los teóricos marxistas le cabía la menor duda de que, aunque la concentración del capital llegara a tal extremo que un solo capitalista, un colectivo de capitalistas o el Estado concentrara en sus manos el conjunto del capital nacional, mientras existiera competencia en el mercado mundial, semejante economía seguiría siendo una economía capitalista. Al mismo tiempo, todos los teóricos subrayaban el hecho de que mucho antes de que la concentración de capital llegara a tal extremo, o bien el antagonismo entre burguesía y clase trabajadora desembocaría en una revolución socialista triunfante, o bien los antagonismos entre los Estados capitalistas les llevarían a una guerra imperialista tan destructiva que la sociedad entera quedaría destruida.
Mientras que el capitalismo de Estado es posible en teoría, es igualmente innegable que, en la práctica, el desarrollo evolutivo del capitalismo individual no llegará nunca a la concentración de la totalidad del capital social en una sola mano. Trotski explicó claramente por qué esto no podía pasar:
“En teoría es concebible una situación en que la burguesía en su conjunto se constituya en una sociedad anónima que administre toda la economía nacional a través del Estado. Las leyes económicas de tal régimen no serían un misterio. Un capitalista individual, ya lo sabemos, recibe en forma de ganancia, no esa parte de la plusvalía creada directamente por los trabajadores de su propia empresa, sino una parte de la plusvalía combinada creada en todo el país en proporción a la cantidad de capital invertido. En un “capitalismo de Estado” íntegro, esta ley de la igualdad de las tasas de ganancia se cumpliría, no de forma indirecta —es decir, la competencia entre los distintos capitales— sino inmediata y directamente a través de las cuentas del Estado. Semejante régimen nunca existió, ni existirá jamás, dadas las profundas contradicciones entre los mismos propietarios; es más, en tanto depositario universal de la propiedad capitalista, el Estado sería objeto demasiado tentador para la revolución social.”1
Los dos últimos factores ¾las “contradicciones entre los mismos propietarios” y el hecho de que el Estado “sería un objeto demasiado tentador para la revolución social” por ser “depositario de la propiedad capitalista”¾, dan la explicación del por qué es tan improbable que el capitalismo individual tradicional se desarrolle hasta llegar a ser un capitalismo de Estado al cien por cien. Por otro lado, cabe preguntarse si estos dos factores excluyen la posibilidad de que, una vez derrocada una clase trabajadora dirigente, se restaure no el capitalismo tradicional, sino un capitalismo de Estado. La clase trabajadora revolucionaria concentró ya en un solo órgano los medios de producción, eliminando así el primer factor. En cuanto al segundo factor, en todo caso la opresión y la explotación de los trabajadores por el Estado hacen de éste “un objeto tentador para la revolución social”. Por esto la expropiación política de la clase trabajadora es idéntica a su expropiación económica.
El único argumento contra la posibilidad de que llegue a establecerse un capitalismo de Estado es el siguiente: si los Estados se hacen depositarios del conjunto del capital, la economía dejaría de ser capitalista. En otras palabras, el capitalismo de Estado es teóricamente imposible. Esta posición la sostuvieron Burnham, Dwight Macdonald y otros. Burnham, por ejemplo, escribió:
“El término “capitalismo de Estado” parece deberse a un malentendido… Cuando el Estado es propietario de sólo una parte, y secundaria, de la economía, y el resto de la economía sigue en manos de la empresa privada capitalista, sería lícito hablar de un “capitalismo de Estado” al referirnos a esa parte menor propiedad del Estado; ya vimos, sin embargo, que en términos generales la economía sigue siendo capitalista y que incluso la parte que pertenece al Estado, se utiliza principalmente en beneficio de la parte capitalista. Pero lo que de “capitalismo” tiene el “capitalismo de Estado” no deriva de la parte controlada por el Estado. Cuando desaparece ésta, o pierde su importancia, el capitalismo desaparece. No tiene nada de contradictorio decir que, 10 veces el 10% del capitalismo de Estado, lejos de ser equivalente al 100% del capitalismo, es igual al 0% del capitalismo. Es el Estado el que se multiplica, no el capitalismo. Las matemáticas serían más complejas, pero la analogía funcionaría mejor si señalamos que el 10% de la economía capitalista de Estado equivale a una economía capitalista en un 90%. De ahí que una economía en la que el 100% (o incluso el 80 o el 70%) perteneciera al Estado habría eliminado por completo el capitalismo.”2
Por supuesto, si el capitalismo de Estado es una contradicción en términos, el nombre de una sociedad en la que prevalecen el mercado mundial, la producción de mercancías, el trabajo asalariado, etc. se podría elegir arbitrariamente. Se le podría llamar sociedad de gerentes o colectivismo burocrático, cuyas leyes se determinan arbitrariamente. Bruno R. nos asegura que el colectivismo burocrático desemboca automáticamente en el comunismo. Burnham nos dice que en una sociedad de gerentes, la producción aumentará ininterrumpidamente (pp. 115-116), que no se producirá una crisis capitalista de sobreproducción (p.114), que quedará eliminado el desempleo, que una sociedad así desarrollará a los países atrasados (pp. 154-5) y será cada vez más democrática (p.145-7), y que por eso tendrá asegurado el apoyo entusiasta de las masas (p.160). Shachtman, por otro lado, nos dice que el colectivismo burocrático representa la barbarie.
Si Adam Smith volviera hoy a la vida, encontraría grandes dificultades para descubrir semejanzas entre la economía de la Alemania nazi, por ejemplo, con sus tremendas organizaciones monopolistas, su regulación estatal de la distribución de materias primas y del mercado de trabajo, la compra por el Estado de más de la mitad del producto nacional, etc., por un lado, y la manufactura del siglo XIX basada en el empleo de unos cuantos trabajadores, la libre competencia entre las empresas, la participación activa de los capitalistas en la organización de la producción, la inexistencia de crisis capitalistas de sobreproducción, etc., por otro. El desarrollo gradual del capitalismo de una a otra etapa deja al descubierto lo que ambas economías tienen en común, y que las leyes que rigen en ambas son las del capitalismo. La diferencia entre la economía rusa y la de la Alemania nazi es mucho menor que la diferencia entre la economía nazi y la manufacturera de la época de Adam Smith. Sólo la ausencia de un desarrollo gradual en la etapa del capitalismo monopolista hace difícil entender las semejanzas y diferencias entre la economía rusa y el capitalismo monopolista tradicional; y la diferencia entre el capitalismo de Estado y el capitalismo tradicional por un lado, y un Estado obrero por otro.
El capitalismo de Estado representa el límite teórico extremo que puede alcanzar el capitalismo; por eso se encuentra en el punto más lejano al del capitalismo tradicional. Es la negación del capitalismo sobre la base del propio capitalismo. De forma similar, el Estado obrero es la etapa más primitiva de la nueva sociedad socialista, por lo cual debe tener muchos rasgos en común con el capitalismo de Estado. Lo que les distingue categóricamente es la diferencia fundamental, esencial entre el sistema capitalista y el socialista. Al comparar el capitalismo de Estado con el capitalismo tradicional por un lado, y con el Estado obrero por otro, veremos que el capitalismo de Estado es una etapa de transición hacia el socialismo, a este lado de la revolución socialista, mientras que el Estado obrero es una etapa de transición hacia el socialismo al otro lado de la revolución socialista.
El capitalismo de Estado: negación parcial del capitalismo
La regulación de la actividad económica por el Estado representa una negación parcial de la ley del valor (véase capítulo 7), aun cuando el Estado no sea todavía depositario de los medios de producción.
La ley del valor supone la regulación de las funciones económicas de forma anárquica. Determina las relaciones de cambio entre las distintas ramas de la economía, y explica cómo las relaciones entre las personas no parecen directas y claras, sino indirectas y perdidas en el misticismo. La ley del valor mantiene un dominio absoluto sólo en condiciones de libre competencia, es decir, cuando hay libre movimiento de capital, mercancías y fuerza de trabajo. De ahí que las formas monopolistas de organización más elementales nieguen hasta cierto punto la ley del valor. Cuando el Estado regula la distribución del capital y de la fuerza de trabajo, el precio de las mercancías, etc., se está presenciando una negación parcial del capitalismo. Cuando el Estado se convierte en importante comprador de los productos, se subraya esta tendencia. Lenin comentó sobre esta cuestión:
“Cuando los capitalistas trabajan para la defensa, es decir, para el Estado, es evidente que esto no es ya capitalismo “puro”, sino una forma particular de economía nacional. El capitalismo puro significa producción mercantil. Y la producción mercantil significa trabajar para un mercado desconocido y libre. Pero el capitalista que “trabaja” para la defensa no “trabaja” de ninguna manera para el mercado, sino por encargo del Estado, muchas veces hasta con préstamos recibidos del erario público.”3
Con la creciente monopolización de la economía, la negación parcial de la ley del valor se hace progresivamente más amplia. El capital bancario asume formas sociales mucho antes que el capital industrial. Marx señaló: “El sistema bancario presenta, de hecho, la forma de simple contabilidad y distribución de los medios de producción a escala social, pero solamente la forma”.4 Lo mismo ocurre cuando el Estado se convierte en el objeto principal de inversión para el capital financiero; llega al extremo cuando el Estado capitalista se apropia directamente del sistema bancario.
La propiedad privada capitalista es también parcialmente negada por la estructura monopolista. En el capitalismo de libre competencia, el capitalista era dueño absoluto de su propiedad; en el capitalismo monopolista, en cambio, y sobre todo en su forma más extrema —el capitalismo de Estado—, el capitalista particular ya no tiene la propiedad absoluta de los medios de producción. En las sociedades anónimas, el capital “se arroga directamente la forma de capital social… Es la abolición del capital como propiedad privada dentro del marco de la producción capitalista misma”.5
Esto resulta incluso más cierto cuando el Estado se encarga de regular el movimiento del capital; en este caso, a la propiedad particular se le priva de su libertad de contrato. Desaparece el capital privado aunque sigue la apropiación individual. Se llega al extremo cuando el Estado se apodera de los medios de producción. En ese momento el accionista individual pierde todo control sobre su parte del capital social.
Además, el capitalismo de Estado es una negación parcial del carácter de mercancía de la fuerza de trabajo. Para que la fuerza de trabajo se ofrezca en el mercado como mercancía “pura”, son necesarias dos condiciones previas: primero, el trabajador debe ser “libre” de los medios de producción, y segundo, debe estar libre de todo impedimento legal a la venta de su fuerza de trabajo. Si el Estado regula el mercado de trabajo, como en el caso del fascismo por ejemplo, el trabajador pierde la libertad de vender su propia fuerza de trabajo. Si luego el Estado se convierte en propietario de los medios de producción, desaparece toda posibilidad de elegir entre empresarios, ya que la elección de lugar de trabajo se ve muy restringida. Y si el capitalismo de Estado viene acompañado además de congelación de salarios, movilización obligatoria, etc., la libertad se ve todavía más comprometida y negada.
La negación parcial de la ley del valor, sin embargo, no significa que la economía en su conjunto deje de estar sujeta a ella; al contrario, se encuentra incluso más subordinada. La única diferencia radica en la forma que reviste la ley del valor. Cuando un monopolio aumenta su tasa de ganancias en relación con las demás industrias, simplemente aumenta la parte de la plusvalía total que le corresponde, o bien el nivel de explotación que impone a sus trabajadores obligándolos a producir más plusvalía. Cuando una industria recibe subsidios del Estado, y puede así vender sus productos a precios por debajo del coste de producción, parte del coste total de producción se transfiere simplemente de una a otra rama. Cuando el Estado regula los precios, su punto de partida siempre son los costos de producción. En estas condiciones, sea cual sea su forma específica, el trabajo asalariado sigue siendo antagónico al capital y sigue produciéndose plusvalía y convirtiéndose en capital. El tiempo de trabajo total de la sociedad y el tiempo de trabajo total dirigido a la producción de las necesidades de la vida de los trabajadores en su conjunto determinan la tasa de explotación, la tasa de plusvalía. El tiempo de trabajo total dedicado a la producción de nuevos medios de producción determina la tasa de acumulación. Mientras el precio de cada mercancía no expresa exactamente su valor (tampoco ocurría, a no ser por casualidad, bajo el capitalismo individual), la distribución del producto social total entre las distintas clases, así como su distribución entre acumulación y consumo sí depende de la ley del valor. Cuando el Estado es propietario de todos los medios de producción y a los trabajadores se les explota, al mismo tiempo que la economía mundial sigue atomizada y desunida, esta dependencia reviste su forma más directa, más absoluta y más pura.
El capitalismo de Estado: transición al socialismo
Todo lo que centraliza los medios de producción tiene como efecto centralizar a la clase trabajadora. El capitalismo de Estado lleva esta contradicción al más alto grado posible bajo el sistema capitalista; el capitalismo de Estado produce la mayor concentración posible de la clase trabajadora.
La negación parcial del capitalismo sobre la base de relaciones de producción capitalistas significa, que las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno del sistema capitalista crecen más allá de sus límites, hasta tal punto que la clase capitalista se ve obligada a emplear medidas “socialistas” y a manipularlas en su propio interés. “A pesar de sí mismo, el capitalista se ve arrastrado hacia un orden social nuevo, un régimen de transición entre la competencia totalmente libre y la socialización completa”.6
Las fuerzas productivas son demasiado fuertes para el capitalismo, por lo cual intervienen en la economía elementos “socialistas” (Engels llamaba a este fenómeno “invasión de la sociedad socialista”); pero siguen subordinados a los intereses de la conservación del capitalismo. De forma similar, en un Estado obrero donde las fuerzas productivas no están lo suficientemente desarrolladas para que surja el socialismo, la clase trabajadora se ve obligada a emplear medidas capitalistas (por ejemplo, la ley capitalista aplicada a la distribución) para llevar adelante la construcción del socialismo.
El capitalismo de Estado y el Estado obrero son dos etapas en la transición del capitalismo al socialismo. El capitalismo de Estado es el extremo opuesto del socialismo: están simétricamente opuestos, y al mismo tiempo dialécticamente unidos el uno al otro.
Mientras bajo el capitalismo de Estado, el trabajo asalariado está parcialmente negado en el sentido de que el trabajador no tiene la libertad de elegir a quien le emplea, bajo la dictadura del proletariado el trabajo asalariado se ve parcialmente negado en el sentido de que los trabajadores en su conjunto dejan de ser “libres” de los medios de producción. Al mismo tiempo, en un Estado obrero, el trabajo asalariado deja de ser mercancía; la “venta” de la fuerza de trabajo es diferente a la venta de la fuerza de trabajo bajo el capitalismo, pues en el Estado obrero los particulares no venden su fuerza de trabajo, sino que la ponen a su propio servicio como colectividad. La fuerza de trabajo deja de ser mercancía en la medida en que el intercambio se realiza entre los trabajadores como particulares y esos mismos trabajadores como colectivo y no entre dos entidades totalmente independientes la una de la otra, excepto en el momento del intercambio. Mientras el capitalismo de Estado realiza la fusión de los sindicatos con el Estado hasta que aquéllos son finalmente destruidos como sindicatos, el Estado obrero eleva al máximo la influencia de los sindicatos. Históricamente, el capitalismo de Estado representa el totalitarismo del Estado; el Estado obrero, en cambio, produce el mayor grado de democracia jamás conocido por la sociedad. El capitalismo de Estado significa el sometimiento extremo de la clase trabajadora por una clase capitalista que controla los medios de producción. El Estado obrero significa la supresión de los capitalistas por una clase trabajadora que controla los medios de producción.
Lenin formuló claramente la relación entre el capitalismo de Estado y el socialismo en los siguientes términos:
“las medidas llamadas “socialismo de guerra” por los Plejánov alemanes (Scheidemann y Lensch entre otros) son, en realidad, capitalismo monopolista de Estado en tiempos de guerra. Para decirlo de forma clara y directa, significa trabajo penal militarizado para los trabajadores, y defensa militar de los beneficios de los capitalistas.
Si se sustituyera el Estado terrateniente-capitalista por un Estado democrático revolucionario, es decir, un Estado que eliminara de forma revolucionaria todos los privilegios sin temor a introducir de forma revolucionaria la máxima democracia posible, se vería en seguida que, en el marco de un Estado democrático auténticamente revolucionario, el capitalismo monopolista de Estado no podría significar otra cosa que el progreso hacia el socialismo.
…El socialismo no es otra cosa que el paso que sigue al capitalismo monopolista de Estado. Dicho de otra manera, el socialismo significa que el monopolio capitalista del Estado se utiliza en beneficio del pueblo entero, por lo que deja de ser monopolio capitalista.”7
Bujarin, que trató en forma extensa la cuestión del capitalismo de Estado, expresó muy claramente la relación entre el capitalismo de Estado y la dictadura del proletariado.
“En el sistema del capitalismo de Estado, el sujeto económico es el Estado capitalista, el capitalista colectivo. En la dictadura del proletariado, el sujeto económico es el Estado proletario, la clase trabajadora organizada colectivamente, “el proletariado organizado como poder estatal.” Bajo el capitalismo de Estado, el proceso de producción significa producción de plusvalía que acaba en manos de una clase capitalista que intenta transformar este valor en plusproducto. Bajo la dictadura del proletariado el proceso de producción es un medio para satisfacer de forma planificada las necesidades sociales. El sistema del capitalismo de Estado es la forma más completa de explotación de las masas por un puñado de oligarcas. La dictadura del proletariado hace impensable la explotación de cualquier clase, ya que transforma la propiedad capitalista colectiva y su forma capitalista privada en “propiedad” colectiva-proletaria. Pese a su parecido formal, son diametralmente opuestos en su contenido. Este antagonismo determina también el antagonismo de todas las demás partes de los sistemas a los que nos referimos, aun cuando existan semejanzas aparentes. Así, por ejemplo, el deber general de trabajar bajo el capitalismo de Estado significa la esclavitud de las masas trabajadoras; frente a esto, bajo la dictadura del proletariado no es otra cosa que la auto-organización del trabajo por las masas. En el primer caso, la movilización de la industria significa el fortalecimiento del poder de la burguesía y del régimen capitalista, mientras que en el segundo significa el fortalecimiento del socialismo. Bajo la estructura del capitalismo de Estado todas las formas de coacción estatal constituyen una presión que asegura, amplía y ahonda el proceso de explotación, mientras que la presión del Estado bajo la dictadura del proletariado representa un modo de construir la sociedad comunista. En resumen, la contradicción funcional entre los fenómenos formalmente similares está totalmente determinada por la contradicción funcional entre los sistemas de organización, por sus características contradictorias de clase.”8
Mucho antes que Lenin o Bujarin, Engels adelantó en el Anti-Dühring básicamente las mismas ideas:
“Cuantas más fuerzas productivas se apropie, tanto más [el Estado] se convertirá en capitalista colectivo real y tanto mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. Las relaciones capitalistas, lejos de eliminarse, se agudizan. Mas, al llegar a la cúspide, se produce un viraje. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución.”9
Referencias
- L. Trotski, La revolución traicionada, ob. cit., p. 217.
- J. Burnham, The Managerial Revolution, Londres 1945, pp103-104.
- Lenin, Obras, tomo 32, p. 341-342.
- K. Marx, El Capital, ob. cit., Libro III, Tomo II, p. 364.
- Id., p. 142.
- Lenin, “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, en Obras tomo 27, p. 336.
- Lenin, Obras, tomo 34, p. 197-198.
- N. Bujarin, Ökonomie des Transformationsperiode, Hamburg 1922, pp. 131-133.
- F. Engels, Anti-Dühring, ob. cit., pp. 84.