Antes de trazar los rasgos fundamentales de la economía de un Estado obrero, es preciso hacer referencia a una cuestión de primera importancia. Marx y Engels supusieron que la revolución empezaría en los países desarrollados; por eso, dieron por sentado que la nueva sociedad, desde sus comienzos, gozaría de un nivel de desarrollo tanto material como cultural mucho más avanzado que los países capitalistas más avanzados. Todo pronóstico, sin embargo, es provisional y la historia no se desarrolló exactamente como Marx y Engels habían previsto. Fue en Rusia, uno de los países capitalistas más atrasados, donde la revolución estalló y los trabajadores tomaron el poder, mientras que las revoluciones que siguieron en los países más avanzados fracasaron.
La transformación de las relaciones de producción capitalistas en relaciones de producción socialistas
Existen dos tipos de fuerzas productivas: los medios de producción y la fuerza de trabajo. El desarrollo de estas fuerzas productivas bajo el capitalismo —la centralización del capital por un lado, y la socialización del proceso de trabajo por el otro— crean las condiciones materiales necesarias para el socialismo.
De todas las relaciones de producción que imperan bajo el capitalismo —relaciones entre capitalista y capitalista, entre capitalista y trabajador, entre trabajador y trabajador, entre técnico y trabajador, entre técnico y capitalista, etc.— sólo una se traslada a la sociedad socialista, la relación entre los trabajadores en el proceso de producción; los trabajadores unidos por la producción social se convierten en la base de las nuevas relaciones de producción. Algunos elementos de las relaciones de producción en el capitalismo, al ser suprimidos los propios capitalistas, desaparecen por completo en el socialismo, mientras que otros, como la “nueva clase media” (técnicos, contables, etc.) se adaptarán al nuevo contexto.
Esta “nueva clase media” forma parte de las fuerzas productivas y, como tal, es un elemento necesario de la producción. Sin embargo, su posición en la jerarquía de la sociedad capitalista resulta tan transitoria como el capitalismo mismo. El socialismo acabará con esta posición jerárquica en el proceso de producción que la sitúa por encima de la clase trabajadora. Se creará una nueva relación entre los distintos elementos que precisa el modo socialista de producción, por ejemplo, entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Pero esta nueva relación (que se tratará ampliamente más abajo) empieza a vislumbrarse durante la época de transición.
La clase trabajadora, que constituye a la vez parte de las fuerzas productivas y parte de las relaciones capitalistas de producción, se convierte en el fundamento de las nuevas relaciones de producción, además de ser el punto de partida para el desarrollo de las fuerzas productivas sobre la base de esas relaciones. En palabras de Marx:
“De todos los instrumentos de producción, el mayor poder productivo es la misma clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que pueden engendrarse en el seno de la vieja sociedad.”1
La división del trabajo y la división en clases
Engels escribió:
“En toda sociedad en que la producción se desarrolla de un modo espontáneo —como ocurre en la sociedad de hoy— no son los productores quienes dominan los medios de producción, sino éstos los que dominan a los productores. En este tipo de sociedad, toda nueva palanca de producción se trueca forzosamente en un nuevo medio de esclavitud de los productores bajo los medios de producción. Así ocurre, sobre todo, con esa palanca de la producción que, hasta el momento de implantarse la gran industria, era la más poderosa de todas: la división del trabajo.” 2
La división del trabajo, expresada en la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, tiene un carácter históricamente transitorio; sus raíces están en la separación de los trabajadores de los medios de producción, y en el antagonismo mutuo que resulta de ella. En este sentido, Marx comentó:
“En la producción, la inteligencia se expande en una dirección porque desaparece en muchas otras. Lo que pierden los trabajadores detallistas se concentra en el capital que los emplea. Como resultado de la división del trabajo en la manufactura, el trabajador se enfrenta con las potencias intelectuales del proceso material de la producción como propiedad ajena y poder dominante. Esta separación empieza como simple cooperación, en la que el capitalista representa para el trabajador aislado la unicidad y la voluntad del trabajo asociado. Se desarrolla en la manufactura que, le reduce a trabajador detallista, y se completa en la industria moderna, que convierte a la ciencia en fuerza productiva distinta del trabajo y la pone al servicio del capital.” 3
La victoria completa del socialismo significa la abolición total de la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Obviamente, sería imposible acabar con esta separación inmediatamente después de la revolución socialista, pero el control de los trabajadores sobre la producción será puente inmediato entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, además de punto de partida para su síntesis futura, la abolición total de las clases.
Aquí nos enfrentamos con un problema que resulta fundamental desde el punto de vista de la transformación de las relaciones de producción, o sea, del puente entre trabajo manual e intelectual.
Obreros y técnicos
Los técnicos constituyen un elemento necesario del proceso de producción, una parte importante de las fuerzas productivas de la sociedad, sea capitalista o comunista. Al mismo tiempo, como hemos apuntado antes, bajo el capitalismo forman una capa en la jerarquía de la producción; se convierten en parte inseparable de esa jerarquía. Su posición monopolista en lo que se refiere a los “medios de producción intelectual” (como los llama Bujarin), es resultado de la separación de los trabajadores de los medios de producción por un lado, y de la socialización del trabajo por el otro. El socialismo acabará con esta jerarquía. Durante el período de transición seguirá existiendo en un sentido, pero desaparecerá en otro. En la medida en que el trabajo mental siga siendo un privilegio de unos cuantos, las relaciones jerárquicas seguirán existiendo en las fábricas, los ferrocarriles, etc., aun después de la revolución proletaria. Pero puesto que el lugar del capitalista en la jerarquía, lo ocupará el Estado obrero, es decir los trabajadores como colectivo, y los técnicos estarán subordinados a los trabajadores, la jerarquía intelectual en este sentido quedará abolida. El control obrero sobre los técnicos significa la subordinación de los elementos capitalistas a los socialistas. Cuanto más eficaz resulte el control obrero, y más alto el nivel cultural y material de las masas, tanto más se irá socavando la posición monopolista de los trabajadores intelectuales hasta que quede totalmente abolida y se logre la síntesis plena del trabajo manual e intelectual.
Debido a este doble papel de los técnicos, en cuanto a su relación con los trabajadores en el proceso de la producción, los fundadores del marxismo subrayaron el hecho de que la subordinación de los técnicos a los intereses de la sociedad en su conjunto representaría una de las mayores dificultades a que se debería enfrentar la nueva sociedad. Según Engels, “Si… una guerra nos llevara en forma prematura al poder, los técnicos serán nuestros enemigos principales; nos engañarán y traicionarán siempre que puedan, y habrá que emplear el terror contra ellos, pero siendo conscientes de que incluso así, tratarán de hacernos trampa”.4
La disciplina laboral
Toda forma de producción social necesita la coordinación de los distintos participantes; en otras palabras, toda producción social necesita disciplina. En el capitalismo, el trabajador se enfrenta a ella como fuerza coercitiva ajena, como el poder que el capital ejerce sobre él. En el socialismo la disciplina será resultado de la conciencia, se convertirá en costumbre de un pueblo libre. En el período de transición se conseguirá mediante la combinación de los dos elementos: conciencia y coerción. Los órganos del Estado representarán la organización de las masas como factor consciente. La propiedad colectiva de los medios de producción en manos de los trabajadores, es decir, del Estado obrero, será la base del elemento consciente en la disciplina laboral. Al mismo tiempo la clase trabajadora como colectivo, a través de sus instituciones (los soviets, los sindicatos…) aparecerá como fuerza coercitiva en lo que se refiere a la disciplina ejercida sobre cada trabajador en la producción. El consumo individual, el “derecho burgués” en el campo de la distribución, servirá como arma de la disciplina coercitiva.
Los técnicos, capataces, etc. desempeñan un papel especial en la disciplina laboral. En el capitalismo, el capataz es correa de transmisión de la coerción capitalista sobre el trabajador. En el comunismo no tendrá ninguna función coercitiva; sus relaciones con los trabajadores serán análogas a las que imperan entre el director y su orquesta, ya que la disciplina se basará en la conciencia y la costumbre. En el período de transición, cuando los trabajadores, en lo que a ellos mismos se refiere, son tanto factor de disciplina, como factor disciplinado, tanto sujeto como objeto, los técnicos servirán en la realidad únicamente como correa de transmisión, en este caso del Estado obrero, aunque en términos formales sigan estando encargados de la disciplina de los trabajadores.
El trabajador y los medios de producción
El Manifiesto Comunista dice:
“En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, de enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina sobre el presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de independencia y está despersonalizado.”5
En la sociedad comunista la acumulación estará condicionada por las necesidades de consumo del pueblo. En la sociedad capitalista la acumulación determina el nivel del empleo y de los sueldos: es decir, el nivel de consumo del pueblo trabajador. Incluso en lo que se refiere al propio capitalista, lo que le hace capitalista no es el consumo sino la acumulación.
“Acumular por acumular, producir por producir; por medio de esta fórmula, la economía clásica dio expresión a la misión histórica de la burguesía y ni por un momento se dejó engañar en cuanto a las condiciones de reparto de la riqueza.”6
Puesto que el trabajador se encuentra dominado por el producto de su propio trabajo, el proceso de acumulación capitalista determina, limita y obstaculiza el consumo. En el comunismo, el trabajador dominará su producto y, por tanto, el consumo determinará la acumulación de los medios de producción.
En toda sociedad, independientemente de la forma que revistan las relaciones de producción, la racionalización de la producción generalmente implica formas de producción más indirectas, es decir, un incremento de la porción del trabajo social total que se dedica a la producción de medios de producción. Esto significa un aumento en el ritmo de la “acumulación” en relación con el nivel de consumo. En el comunismo este aumento de “acumulación” frente al nivel de consumo significaría, al mismo tiempo, un incremento en los niveles absolutos de consumo de la clase trabajadora. Sin embargo, en el capitalismo, el carácter antagónico de la distribución produce un aumento de la tasa de plusvalía, y de la misma manera de la acumulación, mientras que los niveles de consumo de las masas se subordinan a ellas.
En el capitalismo la acumulación por la acumulación es el resultado de dos factores; uno, la separación de los trabajadores de los medios de producción; el otro, la competencia entre los capitalistas, sean individuos, monopolios o capitalistas de Estado. El socialismo elimina ambos aspectos de las relaciones de producción. El control obrero sobre la producción y la abolición de las fronteras nacionales son las condiciones previas para la subordinación completa de la acumulación al consumo. En tales condiciones la sociedad acumulará para el consumo.
Esta subordinación de la acumulación al consumo, puesto que mejorará así las condiciones materiales y culturales de las masas, al mismo tiempo socavará el monopolio de los técnicos sobre los “medios intelectuales de producción”, y fortalecerá así el control obrero sobre la producción.
Las relaciones de distribución durante el período de transición
El análisis más exacto de esta cuestión, lo realizó Marx en la Crítica al programa de Gotha:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad —después de hechas las obligadas deducciones— exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta, su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra distinta.
Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de éste entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.
Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se da más que como término medio, y no en los casos individuales.
A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.
Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando se les enfoque desde un punto de vista igual, siempre y cuando que se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.
Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.
En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!”7
Aunque los trabajadores difieran entre sí en cuanto a su capacidad y sus necesidades, tanto las propias como las de sus familiares, en un sentido deben ser absolutamente iguales para que la misma cantidad de trabajo que rinde cada trabajador a la sociedad en una forma le sea devuelta en otra: en la propiedad de los medios de producción. El crecimiento de la producción, el aumento de la cantidad de medios de producción pertenecientes a la sociedad, es decir pertenecientes a todos los trabajadores, irán subvirtiendo progresivamente el derecho igual en la distribución de los productos. Esto, a su vez, aumentará progresivamente la igualdad en el pueblo. En este sentido el derecho burgués del período de transición encierra su propia negación.
El derecho burgués en el período de transición, aunque dispone que cada trabajador recibirá bienes de consumo de la sociedad según el trabajo que rinda, está basado en la igualdad social en lo que a los medios de producción se refiere y por eso irá desapareciendo por sí mismo.
Campesinos y trabajadores
La Revolución de octubre fue la fusión de dos revoluciones: la de la clase trabajadora socialista, producto del capitalismo maduro, y la del campesinado, surgida del conflicto entre un capitalismo en auge y las viejas instituciones feudales. Como en todo momento, los campesinos estaban bastante preparados para expropiar la propiedad privada de los grandes terratenientes, pero querían sus propias pequeñas propiedades privadas. El hecho de que estuvieran preparados para sublevarse contra el feudalismo no significaba que estuvieran a favor del socialismo. La historia francesa muestra la misma actitud por parte del campesinado francés; Después de 1789, siempre apoyó a los gobiernos reaccionarios contra la “amenaza roja” de la clase trabajadora parisina. Ellos formaron la base del apoyo a Bonaparte, y luego a Napoleón III, Cavignac y Thiers. En Europa Occidental (excluyendo España e Italia), una vez suprimidos los grandes latifundios, las aldeas rara vez volvieron a elegir a diputados socialistas o comunistas. Por eso, no es sorprendente que la alianza triunfante de trabajadores y campesinos en la revolución de Octubre fuera seguida inmediatamente por relaciones sumamente tensas. Derrotados los ejércitos blancos, y alejado así el peligro de la restauración de los grandes latifundios, quedó muy poco de la lealtad campesina a los trabajadores. Una cosa es que el campesinado hubiera apoyado a un gobierno que distribuyó la tierra, pero fue muy distinto cuando el mismo gobierno empezó a requisar sus productos para alimentar a la población hambrienta de las ciudades. Esta actitud dual de los campesinos hacia el gobierno soviético fue expresada por varios delegados provinciales en el XII Congreso del Partido Comunista, en abril de 1923. Sus informes demostraron claramente que los campesinos consideraban que los bolcheviques y los comunistas eran gente muy distinta; aquéllos les dieron la tierra, éstos les impusieron el yugo del Estado. (El malentendido se vio facilitado por el hecho de que hasta el VII Congreso del Partido, en 1918, no se adoptó el nombre de Partido Comunista).
Los trabajadores socialistas abogan por el trabajo socializado, la propiedad estatal y la planificación socialista; el campesinado por la pequeña producción individual, la propiedad privada y la libertad de comercio. Es inevitable el conflicto entre los dos sistemas de producción. La “pequeña producción… engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa”.8 El atraso de la producción agrícola y su carácter individualista representan un obstáculo para el desarrollo de la producción industrial planificada. Parafraseando a Abraham Lincoln: “Es imposible tener una casa construida, mitad a base de trabajo planificado colectivista y mitad a base de trabajo individualista y anárquico”.
El conservadurismo del campesinado ruso se acentuó después de octubre, pues la revolución agraria no sólo tomó el relevo del campesinado mediante la eliminación de la propiedad feudal, sino también mediante la disminución de las diferencias de clase en el interior del campesinado. Se redujo drásticamente el número de agricultores proletarios y semi-proletarios, aliados naturales de la clase trabajadora urbana, a raíz de una revolución agraria que fue mucho más lejos y resultó ser mucho más plenamente democrática que la de Francia en 1789. En la revolución francesa, por lo general, se vendieron las grandes explotaciones; la mayoría acabó así en manos de gente adinerada, los ricos de la ciudad y el campo. En Rusia no sólo las grandes explotaciones, sino también muchas de las fincas de los campesinos ricos, fueron expropiadas por los campesinos y la tierra libremente distribuida.
Resulta sumamente difícil aplicar los métodos de la producción social a la agricultura, pues ésta, a diferencia de la industria, aun en los países más avanzados, se basa principalmente en pequeñas unidades de producción. Muchas plantas industriales emplean a miles de trabajadores; en cambio, incluso en los Estados Unidos predominan las pequeñas fincas. Así, por ejemplo, de toda la mano de obra empleada en la agricultura de los Estados Unidos en 1944, el 77% resultó ser mano de obra familiar.9
Es cierto que la pequeña propiedad sobrevive en muchos casos por el hecho de que el pequeño propietario —a la vez trabajador, capitalista y propietario de tierra— está dispuesto a trabajar duramente, quizás más que el trabajador industrial, renunciando a las rentas y al beneficio y aun así percibiendo unos ingresos inferiores a los de aquél. Pero esto es irrelevante en nuestra argumentación.
El factor decisivo es que la superioridad técnica de la producción a gran escala sobre la de pequeña escala resulta mucho menos significativa en la agricultura que en la industria y esto es incluso más cierto en la explotación mixta que en la producción de grano. (Es más; no hay que olvidar que a medida que va creciendo la población urbana y mejorando su nivel de vida, la importancia del cultivo de cereales disminuye en relación con la agricultura intensiva, es decir, la producción de leche, carne, frutas, verduras, etc.). En muchos países, las explotaciones de gran tamaño se formaron, no tanto porque los pequeños propietarios quedaran rezagados en la carrera de la libre competencia, sino debido a factores extraeconómicos (cercamientos, supervivencias de la época feudal y otros fenómenos parecidos).
Engels recomendó que se adoptara la siguiente actitud ante el campesinado después de la revolución socialista:
“es… evidente que cuando estemos en posesión del poder del Estado, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella)… Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá ante todo en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y brindando la ayuda social para este fin. Y aquí tendremos, ciertamente, medios sobrados para presentar al pequeño campesino la perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que parecerle evidentes…
Y nosotros estamos resueltamente de parte del pequeño campesino; haremos todo cuanto sea admisible para hacer más llevadera su suerte, para hacerle más fácil el paso al régimen cooperativo, caso que se decida a él, e incluso para facilitarle un plazo más largo para que lo piense en su parcela, si no se decide a tomar todavía esta determinación.”10
Él estaba convencido de que los campesinos de Europa Occidental y Central tardarían generaciones en decidirse por voluntad propia a unirse a las explotaciones cooperativas. Obviamente, en un país donde la gran mayoría de la población se dedica a la agricultura y donde la industria es mucho menos capaz de satisfacer las necesidades del campesinado y, por tanto, de atraerlos hacia la producción colectiva, como fue el caso de Rusia en 1917, los obstáculos para la integración voluntaria de los campesinos en cooperativas de productores son incluso mayores. La cooperación voluntaria requiere una agricultura altamente mecanizada, que el Estado pague buenos precios por los productos agrícolas, y que haya buen abastecimiento de bienes industriales baratos para los campesinos, además de impuestos bajos. Es decir, necesita prosperidad general.
Poco después de la revolución, varios teóricos bolcheviques —y en primer lugar el economista Evgeni Preobrazhenski— se dieron cuenta de que el excedente de producción industrial no sería suficiente por sí mismo para la acumulación de capital, sobre todo porque “desde el momento del triunfo, la clase trabajadora…no puede tratar su propia fuerza de trabajo, su salud y sus condiciones de trabajo tal y como las trataba el capitalista. Esto es un obstáculo decisivo para el ritmo de acumulación socialista, obstáculo al que la industria capitalista no se tuvo que enfrentar durante la primera época de su desarrollo”.11 En oposición a la “acumulación socialista” (definida como un añadido a los medios de producción activos, como resultado del plusproducto surgido en la economía socialista misma), Preobrazhenski postuló “la acumulación primitiva socialista” (parece haber sido el economista bolchevique V. M. Smirnov quien acuñó el término12), definida como “la acumulación por el Estado de recursos materiales, producto, por lo general, de fuentes externas al sistema económico del Estado”. “Esta acumulación necesariamente desempeñará en un país agrícola atrasado un papel importantísimo… Durante el período de la industrialización, predominará la acumulación primitiva… Por eso debemos definir toda esta etapa como período de acumulación socialista primitiva o preparatoria”.13 Esta “fuente externa al sistema económico” era la agricultura. Al igual que durante el período mercantilista en Europa Occidental, cuando los capitalistas mercantiles acumularon riquezas mediante la explotación colonial, la industria socialista aprovecharía las “colonias” (término al que Preobrazhenski se opuso con vehemencia) internas: la pequeña agricultura individual. Preobrazhenski no abogaba por seguir a los comerciantes mercantilistas en el sentido de emplear la violencia contra los campesinos o de elevar a una clase —en este caso la clase trabajadora— a la posición de clase explotadora. Propuso medidas mucho más suaves que las que puso en práctica la burguesía mercantilista. Recomendaba la supresión parcial de la ley del valor variando las condiciones de intercambio entre la industria y la agricultura a favor de aquélla y contra ésta, de manera que la unidad de trabajo en la industria estatal equivaliera a más de una unidad de trabajo en la agricultura. Él suponía, que estas condiciones de intercambio llevarían tan rápidamente a un aumento del nivel general de producción en la sociedad, que no sólo aumentaría el ingreso de la sociedad en su conjunto sino también los ingresos del campesinado en términos absolutos.
La realización de la “acumulación socialista primitiva” de Preobrazhenski lógicamente habría producido una situación muy distinta a la que él proyectaba. Cualquier intento de “exprimir” al campesinado habría provocado probablemente una disminución deliberada de la producción, de tal manera que si “las condiciones del intercambio” entre agricultura e industria llegaran a favorecer a ésta, el volumen del comercio se reduciría. La única manera de enfrentarse a semejante “huelga de brazos caídos” sería el empleo de la fuerza contra los campesinos, la expropiación de sus tierras y la concentración de éstos en grandes explotaciones estatales de modo que el Estado pudiera controlar su trabajo y su nivel de producción. El uso de tales métodos por el Estado, provocaría a su vez una seria oposición por parte de los trabajadores, ya que en un país atrasado como el que se estudia, muchos de ellos, recién integrados en las industrias, mantendrían aún estrechos vínculos familiares con los pueblos. Es más, si el Estado está dispuesto a recurrir a la opresión para imponer la “acumulación socialista primitiva”, ¿quién dice que no actuaría del mismo modo para llevar adelante la “acumulación socialista” propiamente dicha, en el sentido de extraer plusvalía a los trabajadores de la propia industria estatal?
En un país atrasado y ante el conflicto entre la industria estatal y la agricultura individual, una solución podría haber sido hacer depender el nivel de desarrollo de la industria del nivel de crecimiento del excedente agrícola. Como consecuencia de la revolución agraria disminuyeron en gran medida los excedentes agrícolas en el mercado, pues quienes anteriormente aportaban la mayor parte de los excedentes eran los grandes terratenientes y los kulaks. La distribución de la tierra, al aumentar la parte que correspondía al campesino medio, que trabajaba fundamentalmente para subsistir, produjo una merma en las fuentes de productos agrícolas para el mercado.
No hay duda que se habrían podido obtener mayores excedentes con sólo incrementar la proporción de tierra en manos de los kulaks, los campesinos ricos. Pero la consecuencia de hacer depender la industria estatal de los cultivos de los kulaks habría sido mantener bajísimo el nivel de desarrollo industrial, con el resultado de debilitar a la clase trabajadora industrial en relación con los campesinos ricos. A la larga, esto hubiera significado, sin duda alguna, el triunfo del capitalismo privado en la economía.
Como alternativa, se habría podido resolver el conflicto entre industria y agricultura mediante una rápida industrialización basada en la “acumulación primitiva”, es decir, expropiando a los campesinos y obligándolos a integrarse en las grandes explotaciones mecanizadas, de manera que se podría disponer de mano de obra para la industria y hacer accesibles, al mismo tiempo, los excedentes agrícolas a la población urbana. En última instancia, sin embargo, este método de “acumulación primitiva”, igualmente subordinaría a los trabajadores industriales a las necesidades de la acumulación del capital. Éste sería el resultado de la integración de la producción agrícola individual en una economía capitalista de Estado.
Sería absurdo esperar que, en cualquiera de los dos casos, floreciera la democracia socialista. Al contrario; en el primer caso el Estado se encontraría bajo una presión creciente por parte de los kulaks, y por tanto se iría alejando cada vez más de los trabajadores. En el segundo, el Estado se volvería necesariamente omnipotente con el resultado de que sus funcionarios serían cada vez más autocráticos en sus relaciones con los trabajadores y los campesinos. (En realidad, ambos métodos han sido probados; el primero durante el período de la Nueva Política Económica (NEP) 1921-8, y el segundo con los Planes Quinquenales.)
Para concluir
La economía de un Estado obrero y la economía capitalista tienen mucho en común. El Estado obrero (período de transición entre el capitalismo y el socialismo), inevitablemente incluye algunos rasgos de la sociedad de cuyas ruinas nació, y algunos elementos de la sociedad futura. Estos elementos antagónicos siguen entrelazados, sin embargo, durante el período de transición, encontrándose subordinados los primeros a los segundos, el pasado al futuro. Ambas comparten la división del trabajo, sobre todo la separación entre el trabajo manual y el intelectual. El elemento que distingue a una de la otra es, precisamente, el control obrero sobre la producción, puente —aunque estrecho— hacia la abolición de esta separación entre el trabajo y el intelectual que se llevará plenamente a cabo con el establecimiento de la sociedad comunista. Ambas comparten el hecho de que los técnicos constituyen una jerarquía por encima de los trabajadores (aunque en el Estado obrero no es en esencia una jerarquía). El factor diferenciador es que en un Estado obrero, los técnicos no están subordinados al capital, sino a la voluntad del Estado obrero, es decir a los productores en su conjunto. Este es el punto de partida hacia la abolición de la jerarquía social en la producción. En el Estado obrero, como en el capitalismo, la disciplina laboral incluirá elementos de coacción, pero en el Estado obrero no serán los únicos elementos, como en el capitalismo y se irán subordinando cada vez más a los elementos de conciencia, hasta el momento en que la solidaridad social, las relaciones humanas armoniosas y la educación harán superflua toda coacción en el proceso de producción. Tanto en el Estado obrero como en la economía capitalista productora de mercancías, se intercambian equivalentes, un producto que contiene cierta cantidad de trabajo socialmente necesario se cambia por otro producto que contiene una cantidad equivalente. Pero en el Estado obrero, se consigue este resultado en primera instancia mediante la dirección consciente de la economía y no mediante la acción de fuerzas ciegas y, además, (y esto es fundamental) el cambio de equivalentes se basa en la igualdad de derechos de todos los productores directos en lo que a la propiedad sobre los medios de producción se refiere. Bajo el dominio de la burguesía el derecho burgués significa explotación, en el Estado obrero el derecho burgués en la distribución “reconoce tácitamente la desigualdad de las capacidades y, por tanto, de la capacidad productiva como producto de privilegios naturales”, pero al mismo tiempo insiste en la igualdad de los productores en relación con los medios de producción. En el Estado obrero, pues, el derecho burgués en la distribución, tiene como condición previa la ausencia total de explotación, y la evolución hacia la supresión de toda desigualdad económica, incluyendo la que pueda resultar de las capacidades naturales individuales.
Referencias
- K Marx, Miseria de la filosofía, Madrid, 1974, p. 258.
- F. Engels, Anti-Dühring, en la edición de la parte tercera, El socialismo, Ed. R. Torres, Barcelona, 1976, p. 106.
- K. Marx, El Capital, Libro I, Tomo II, p. 67.
- K. Marx y F. Engels, Selected Correspondence, Londres, 1942, p. 493.
- “Manifiesto Comunista”, ob cit., p124.
- Marx, El Capital, ob. cit., Libro I, Tomo III, p. 45.
- K. Marx, “Crítica del programa de Gotha”, en Marx y Engels Obras Escogidas (en castellano), Tomo III, pp. 14-15.
- V. I. Lenin, Obras, tomo 41, pp. 6.
- C. Clark, The Conditions of Economic Progress, 2ª ed., Londres, 1951, p. 268.
- F. Engels, “El problema campesino en Francia y en Alemania”, en Marx y Engels Obras Escogidas, Tomo III, pp. 495-497.
- E.A. Preobrazhenski, “La ley de acumulación socialista primitiva”, artículo en 1924 y luego incluido como capítulo en su libro La Nueva Economía, Moscú, 1926, Vol. I, Parte 1, p. 100.
- Ver el discurso de Trotski al XIIº Congreso del partido, Duodécimo Congreso del Partido comunista de la Unión Soviética (bolchevique). Informe taquigráfico, (en ruso), Moscú, 1923, p. 321.
- Preobrazhenski, ob. cit. pp. 57-58.