Folleto Marxismo y feminismo hoy
Judith Orr
Este largo texto fue publicado en International Socialism, la revista teórica de nuestra organización hermana en Gran Bretaña, en el verano de 2010. Cita bastantes ejemplos de ese país, pero el conjunto del argumento tiene relevancia más general. Pensamos que será de gran interés para activistas en las crecientes luchas actuales por la liberación de las mujeres, y por eso lo hemos traducido y lo publicamos aquí.
La autora es militante del Socialist Workers Party y ha escrito extensamente sobre este tema.
Traducción: Xoán Vázquez. Revisión y corrección: Paty Gómez
Las sufragistas y la revolución rusa
La segunda ola del feminismo
Feminismo de la Tercera ola
¿Qué es el nuevo sexismo?
Cultura de campus
Cambios cosméticos
Respuestas feministas
Quitando importancia a clase social
Mitos
Marxismo y feminismo
Idealismo, materialismo y Engels
La familia hoy
La lucha por la liberación de las mujeres ahora
Según Sir Stuart Rose, el presidente ejecutivo saliente de Marks and Spencer, las mujeres (o “chicas” como él las llama) “nunca lo han tenido tan bien”:
“Además del hecho de que tienes más igualdad de la que puedes afrontar, el hecho es que tienes una democracia real y realmente no hay techos de vidrio, a pesar de que siempre te lamentes… tienes mujeres astronautas, dentistas, doctoras, directoras ejecutivas. ¿Qué es lo que no tienes?” (The Observer, 31/05/2009)
Bueno, Stuart, igualdad salarial, representación política genuina, justicia para las víctimas de violación, el fin de los estereotipos sexistas… la lista es larga.
Es cierto que las mujeres han ganado muchas batallas desde 1970, cuando se celebró la primera conferencia de liberación femenina en Gran Bretaña en el Ruskin College de Oxford. Los trabajos que habían sido prohibidos por la ley o la tradición en el pasado ahora están abiertos a las mujeres. Hoy, la mayoría de las mujeres adultas en Gran Bretaña (71 por ciento) trabajan fuera del hogar, e incluso después de tener hijos, el 68 por ciento trabaja; el porcentaje aumenta a medida que los niños crecen (ONS 2013). Las mujeres son casi el 50 por ciento de la fuerza laboral en Gran Bretaña. En Estados Unidos, el porcentaje de mujeres en la fuerza laboral está a punto de superar el 50 por ciento. Para conmemorar el evento, la revista Economist publicó una portada en diciembre de 2009 declarando: “¡Lo hicimos!” Junto con una imagen de la icónica Rosie the Riveter.
También ha habido muchos cambios en la vida personal de las mujeres gracias a los avances, incluida la píldora anticonceptiva, el derecho al aborto, el acceso al divorcio y a los cambios en las actitudes hacia el sexo y el embarazo fuera del matrimonio. “El número provisional de matrimonios registrados en Inglaterra y Gales en 2008 fue de 232.990. Esto representa actualmente el menor número de matrimonios en Inglaterra y Gales desde 1895 (228.204)” (Guardian, 13/02/2009). Las bodas han disminuido en un veinticinco por ciento desde principios de la década de 1990. Pero la discriminación sistemática contra las mujeres sigue siendo una característica fundamental del capitalismo moderno. Las mujeres pueden ser el 50 por ciento de los trabajadores, pero no están distribuidas de manera uniforme en la fuerza laboral. “Solo el 2 por ciento de los jefes de las compañías Fortune 500 y cinco de los que figuran en el índice del mercado de valores FTSE 100 son mujeres. Las mujeres representan menos del 13 por ciento de los miembros de juntas directivas en Estados Unidos” (Economist, 30/12/2009. El FTSE 100 sería como la versión británica de la IBEX 35 – N. de Trad).
Anteriormente, la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos (EHRC) calculó que, al ritmo actual de progreso, las mujeres en Gran Bretaña tardarían 73 años en obtener una representación equitativa entre los directorios del FTSE 100 (EHRC 2008).
La representación política es mayor que nunca, pero las parlamentarias siguen siendo sólo una minoría en el parlamento. El resultado de las elecciones generales de mayo aumentó el número de mujeres en el parlamento de 126 a 142, un aumento del 18 por ciento al 22 por ciento de los parlamentarios. Pero la atención de los medios se centró más en la vestimenta de las esposas de los políticos masculinos que en las mujeres candidatas a las elecciones generales. El EHRC calculó que, al ritmo actual, “un caracol podría arrastrarse a lo largo de la Gran Muralla China en 212 años, un poco más de los 200 años que llevará a las mujeres a estar igualmente representadas en el parlamento” (EHRC 2008).
Sin embargo, la gran mayoría de las mujeres no están cerca de tocar el techo de cristal; es el “suelo pegajoso” lo que constituye su principal preocupación. Dos tercios de los que intentan sobrevivir con el salario mínimo son mujeres y la brecha salarial de género promedio en la sociedad es del 18 por ciento del trabajo a tiempo completo y un sorprendente 36,6 por ciento para los trabajos a tiempo parcial, la mayoría de los cuales son realizados por mujeres.
Ha habido avances en relación con la violencia contra las mujeres y la violación, entre otras cosas, que la violación en el matrimonio fue finalmente reconocida como un delito en 1991 (la ley sólo se cambió formalmente en 1994). Pero a medida que aumentaron las violaciones, la tasa de condenas disminuyó al 6,1 por ciento. El año pasado, la BBC descubrió, después de una solicitud de libertad de información, que las fuerzas policiales británicas no acababan registrando más del 40 por ciento de los casos de violación denunciados. La escala del crimen es imposible de cuantificar.
Se ha ganado mucho, pero aún queda mucho por lo que luchar. Pero el propósito de este artículo no es evaluar la posición general de las mujeres en la sociedad actual, sino centrarse en un aspecto particular: el surgimiento de lo que se ha acuñado como “el nuevo sexismo” y las respuestas políticas al mismo. No es tan nuevo. Escribí en julio de 2003 lamentando el hecho de que “el nuevo sexismo se considera” irónico “e ingenioso, no degradante e insultante, porque se considera que las mujeres han ganado la igualdad” (Orr 2003, pág. 8).
Los temas (imágenes sexistas, el impacto de la pornografía, la mercantilización de los cuerpos de las mujeres) no son nuevos. Muchas mujeres que han luchado por los derechos de las mujeres durante décadas estarán horrorizadas con que ahora parece que muchas de las victorias que obtuvimos en el pasado se están desmoronando frente a una cultura popular cambiante en la que la conversión en objeto de los cuerpos de las mujeres rompe nuevos límites.
La experiencia del nuevo sexismo es desigual, pero su impacto en las mujeres jóvenes en particular es sorprendente. Aunque el problema puede parecer familiar, tiene lugar en un contexto diferente a los debates de los años setenta y ochenta y, por lo tanto, necesita una respuesta política diferente.
La periodista Natasha Walter escribe que fue impulsada a escribir su nuevo libro, Living Dolls, porque la situación de las mujeres de hoy la hizo reconocer que se equivocó cuando escribió en 1998 que las mujeres ahora tenían la libertad de vivir, vestirse y comportarse como quisieran. “[Estados Unidos] a menudo parece estar sumido en una antigua cultura sexista que se está extinguiendo en Gran Bretaña” (Walter 1998, pág. 7. Énfasis añadido).
Ella no podría haber estado más equivocada. No sólo el sexismo “pasado de moda” está vivo y coleando, sino que en algunos casos se ha transformado en un sexismo mucho más crudo y explícito que ha sido etiquetado como “cultura obscena”, “hipersexualización” o “pornificación” de la cultura.
El surgimiento de este nuevo sexismo no ha quedado sin respuesta y ha llevado a un resurgimiento del interés por las ideas en torno a la liberación de las mujeres. Los debates sobre el patriarcado, la violencia contra las mujeres, la sexualidad, la relación entre la explotación y la opresión y las ideas del feminismo se están llevando a cabo en los campus universitarios de todo el país.
En Londres también hemos visto dos conferencias de la Red Feminista de Londres: el Conway Hall del año pasado en Londres, con más de 200 mujeres. Las manifestaciones de Reclaim the Night ahora tienen de nuevo lugar anualmente, con más de mil mujeres marchando, muchas de ellas jóvenes. Nuevos grupos de mujeres y feministas están surgiendo y organizando debates y actividades en todo el país. Por ejemplo, hablé en la reunión de lanzamiento de la Sociedad Feminista de la Universidad de Bristol. La reunión atrajo a más de 100 estudiantes, mujeres y hombres, reunidos en una sala de conferencias y la discusión discurrió por temas tan variados como por qué más mujeres no hacen ingeniería, el papel de los hombres, la mercantilización y si se necesita el socialismo para deshacerse de la opresión de las mujeres.
Los grupos estudiantiles del Socialist Workers Party, SWSS, han liderado campañas contra el acoso sexual y coorganizaron reuniones y foros con grupos de mujeres y sociedades feministas. Los socialistas revolucionarios han estado en el centro de los debates sobre cómo desafiar el sexismo.
En marzo de este año, BBC Four publicó una serie de tres documentales bajo el título “Mujeres”. Observaron a algunas de las principales escritoras y organizadoras de la década de 1960 y señalaron el hecho de que el debate sobre la lucha por los derechos de las mujeres estaba aumentando nuevamente en Gran Bretaña.
¿Estamos asistiendo a una nueva ola de feminismo? ¿Cuáles son las ideas que sustentan el feminismo actual y cómo se relacionan con los movimientos de mujeres de generaciones pasadas? Los historiadores se han referido a los anteriores movimientos de mujeres como la primera y segunda ola, lo que implica que no hay conexión entre los diferentes períodos. Esto es una simplificación excesiva, pero sin embargo es un marco útil.
Las sufragistas y la revolución rusa
A principios del siglo XX, a las mujeres se les negaron los derechos básicos, incluido el derecho al voto, que en Gran Bretaña estaba restringido a una minoría de hombres ricos. La primera ola de la lucha feminista se identifica con la lucha por el sufragio femenino en el período previo a la Primera Guerra Mundial. La Unión Social y Política de Mujeres (WSPU), que se conoció como las sufragistas, se convirtió en la organización líder del movimiento sufragista. Involucró tanto a mujeres de clase trabajadora, que trabajaban en industrias y las fábricas de algodón, como a mujeres adineradas de clase alta. Éstas incluían a las famosas Emmeline y Christabel Pankhurst.
Fundado por el Partido Laborista Independiente, el WSPU se convirtió en una fuerza militante y activa en todo el país. Las mujeres organizaban reuniones y marchas masivas e interrumpían manifestaciones políticas para que se escuchara su voz. Una manifestación en Hyde Park en Londres vio a entre un cuarto y medio millón de personas salir a la calle. Cuando el gobierno no mostró signos de cambio, algunas mujeres se dedicaron a provocar incendios y rompieron las ventanas de los políticos que se manifestaron en contra de que las mujeres obtuvieran el voto. El estado respondió con arrestos y muchas mujeres participaron en valientes huelgas de hambre en prisión como protesta. Esto las llevó a sufrir un trato aún más cruel, ya que los guardianes de la prisión las forzaron físicamente a alimentarse, mediante tubos.
Cuando Emmeline y Christabel llevaron al WSPU a separarse de sus raíces laboristas, la hija más joven de Pankhurst, Sylvia, que se volvió más radical políticamente en el curso de la lucha, trabajó con mujeres pobres y de clase trabajadora en su Federación del Este de Londres. Para muchas mujeres de la clase trabajadora, la lucha por el voto fue sólo una parte de la lucha contra la pobreza y las viviendas insalubres. Muchas de ellas abogaron por el sufragio universal —sin las restricciones que existían en el derecho a voto de los hombres— , ya que ganar el sufragio femenino sobre la misma base que los hombres todavía dejaría a muchos hombres y mujeres privados de sus derechos. Sylvia finalmente transformó el periódico que editó en el este de Londres del Dreadnought de las mujeres a Dreadnought de los trabajadores. Inspirada por la Revolución Rusa de 1917 y todo lo que logró, fue durante un tiempo miembro del recién formado Partido Comunista. Una minoría de mujeres, las mayores de 30 años o las propietarias, obtuvieron el derecho al voto cuando terminó la guerra en 1918. Pero el sufragio total para todas las mujeres y hombres mayores de 21 años sólo se logró en 1928.
Sheila Rowbotham ofrece un relato fascinante y una nueva visión de algunos de los debates, organizaciones y publicaciones que florecieron en Gran Bretaña y Estados Unidos durante este período en su libro, Dreamers of a New Day. Sin embargo, la mayoría de los relatos del feminismo de la primera ola no se refieren a los debates que las socialistas revolucionarias como Clara Zetkin y Alexandra Kollontai tuvieron con feministas y otros socialistas en toda Europa sobre cómo luchar contra la opresión de las mujeres durante muchos años antes de la Revolución Rusa (Cliff 1984, pág. 86).
La revolución misma fue la respuesta a la pregunta sobre la mejor forma de luchar por la liberación de las mujeres. Tuvo un profundo efecto en la vida de millones de mujeres que vivían en algunas de las condiciones más brutales, como dijo orgullosamente Lenin:
“En dos años, el poder soviético, en uno de los países más atrasados de Europa, ha hecho más por la emancipación de la mujer, por su igualdad con el sexo ‘fuerte’, de lo que hicieron durante ciento treinta años todas las repúblicas ‘democráticas’ adelantadas e ilustradas del mundo tomadas en conjunto.
Instrucción, cultura, civilización, libertad, todas estas palabras altisonantes van acompañadas en todas las repúblicas capitalistas, burguesas, del mundo por leyes increíblemente infantes, repugnantemente sucias, bestialmente burdas, que consagran la desigualdad de la mujer en el matrimonio y en el divorcio, que establecen la desigualdad entre los hijos nacidos fuera del matrimonio y los ‘legítimos’, y que otorgan privilegios a los hombres y humillan y ofenden a la mujer.” (Lenin 1919).
Las mujeres habían jugado un papel importante en la revolución. La marcha del Día Internacional de la Mujer había sido el detonante de la Revolución de febrero de 1917. Pero los bolcheviques entendieron el legado de opresión para millones de mujeres que vivían en las condiciones más atrasadas y empobrecidas de este vasto país. Las mujeres tuvieron que superar no sólo la pobreza y el analfabetismo, sino también la terrible carga del trabajo en el hogar. Los bolcheviques sabían que para que la revolución fuera exitosa tendrían que llegar a estas mujeres y permitirles participar en la construcción de la sociedad socialista, por lo que crearon un departamento específicamente para agitar a las mujeres: el Zhenotdel:
“Las/os voluntarias/os de Zhenotdel viajaron miles de millas desde sus hogares a fábricas y pueblos para hacer campaña por la revolución. Usaron trenes de agitación o naves de agitación, como la Estrella Roja que viajó arriba y abajo del río Volga para llegar a áreas remotas. Viajaron con carteles y grupos de canciones y bailes; mantuvieron reuniones, mostraron películas y obras de teatro, y establecieron “cabañas de lectura” con pizarras para enseñar alfabetización. Se establecieron más de 125.000 escuelas de alfabetización. El Zhenotdel produjo publicaciones sobre todo, desde cuidado socializado de niños hasta diseños de arquitectos soviéticos para nuevos hogares para tener en cuenta los planes de instalaciones comunales.” (Orr 2009a, pág. 21).
Las aspiraciones de la Revolución Rusa fueron aplastadas por la derrota de la revolución bajo el estalinismo, que hizo retroceder los derechos de las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Leon Trotsky afirmó que un factor importante para medir la derrota que Stalin infligió a la revolución fue ver lo que les sucedió a las mujeres. Cuando la provisión colectiva se rompió o no proporcionó una alternativa, las mujeres fueron empujadas de vuelta al hogar: “el antiguo ‘hogar familiar’ corrompido, institución arcaica, rutinaria, asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos forzados desde la infancia hasta su muerte” (Trotsky 1936, capítulo 7).
Esta derrota significó que cuando los movimientos de mujeres de la segunda ola en la década de 1960 explotaron, los logros de la revolución se habían borrado de la memoria popular.
La segunda ola del feminismo
Cuando la gente habla del feminismo hoy, generalmente se refiere a las ideas que surgieron del Movimiento de Liberación de la Mujer (WLM) que surgió primero en Estados Unidos y luego en Gran Bretaña, en los años sesenta y setenta.
El auge de la posguerra condujo a un número cada vez mayor de mujeres que fueron absorbidas por la expansión de la educación y el creciente mercado laboral. Esto tuvo un efecto muy rápido en la vida de las mujeres. En la década de 1950, muchas mujeres dejaban la casa familiar sólo para casarse y luego, muy rápidamente, tenían una familia propia. Las mujeres no podían comprar algo a sueldo (una forma de crédito temprana) sin la firma de su esposo y muchos trabajos estaban vetados para las mujeres casadas.
La tasa de natalidad ya había disminuido en la década de 1950, pero el comienzo del uso de la píldora anticonceptiva revolucionó la capacidad de las mujeres para controlar de manera segura cuando se quedaban embarazadas. La legalización del aborto en Gran Bretaña en 1967, y en EEUU después del caso judicial Roe versus Wade en 1973, abrió la posibilidad, por primera vez, para que las mujeres acabasen con un embarazo no deseado legalmente y con seguridad.
La velocidad del cambio fue espectacular. Entre 1960 y 1965 hubo un aumento del 57 por ciento en las mujeres que obtuvieron títulos (el aumento equivalente para los hombres fue del 25 por ciento). La proporción de mujeres que vivían solas aumentó en un 50 por ciento durante la década de 1960, para aquellas entre 20 y 34 años el aumento fue del 109 por ciento.
Estos cambios materiales tuvieron un profundo efecto en las aspiraciones y expectativas de las mujeres, que a su vez moldearon las luchas y demandas que llevaron a cabo. El logro de mejoras materiales para las mujeres sólo sirvió para abrir demandas y expectativas aún mayores. Cualquiera que haya visto la serie de televisión Mad Men habrá visto los signos de este período de cambio poderosamente retratados. Algunas mujeres comenzaron a afirmarse como más que amables amas de casa o secretarias obedientes.
El WLM surgió de los movimientos de la década de 1960 que vieron a una generación politizada por luchas antiimperialistas y de liberación nacional trascendentales en todo el mundo. En Estados Unidos, el movimiento de masas contra la Guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles negros sacudieron a la sociedad en su núcleo.
El movimiento pacifista estadounidense nació en la creciente población estudiantil. La “nueva izquierda”, como se llamaba, no se veía a sí misma siguiendo los pasos del Partido Comunista de Estados Unidos o una tradición socialista que había entendido la necesidad de la liberación de las mujeres, a pesar de las distorsiones de la Unión Soviética. Esto significó que cuando estallaron las luchas por los derechos civiles y la lucha contra la Guerra de Vietnam en EEUU en la década de 1960, no se veía la opresión de las mujeres como un problema que se tenía que abordar.
Aunque muchas mujeres activistas valientes y con discurso lideraron las luchas de principios de la década de 1960, muchas se encontraron con que su experiencia de ser discriminadas y trivializadas dentro de la sociedad se reproducía en el movimiento. En 1964, en un Comité de Coordinación Estudiantil No Violenta (SNCC) en Mississippi, algunas mujeres presentaron un documento político en el que resaltaban que las mujeres estaban siendo tratadas de manera totalmente sexista en el movimiento. Stokely Carmichael, uno de los principales miembros del Movimiento del Poder Negro, respondió diciendo: “La única posición de las mujeres en SNCC es de espaldas en el suelo” (Evans 1980, pág. 87).
En 1965, cuando las mujeres tomaban la palabra en la convención de Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) se rieron de ellas. A una oradora le dijeron que “sólo necesitas un buen polvo” y en la reunión del año siguiente a las mujeres les arrojaron tomates. Uno de los primeros folletos del movimiento describía las habilidades de las mujeres en el movimiento como “trabajadoras y esposas”: prestaban servicios a los organizadores con habilidades mecanográficas y de oficina y con sus habilidades domésticas y sexuales.
Una creciente desafección entre una sección de mujeres activistas llevó a un grupo a decidir organizar su propia lucha de liberación, siguiendo el modelo de un movimiento de liberación nacional. Pero, en realidad, el hilo conductor de las primeras ideas socialistas no se había cortado por completo. Sara Evans señala en su poderoso relato de los orígenes del movimiento de liberación de las mujeres en Estados Unidos, Personal Politics, que muchas de estas mujeres clave que se convirtieron en fundadoras del WLM eran en realidad hijas de socialistas, organizadoras sindicales y comunistas: “mujeres de pañal rojo”:
“Es importante tener en cuenta que en mi investigación no busqué ‘bebés con pañales rojos’. Más bien, busqué a mujeres y hombres que habían participado en actividades específicas de la nueva izquierda y, en particular, a las mujeres que proporcionaron los vínculos entre la nueva izquierda y las primeras líderes del movimiento de liberación de la mujer. Una y otra vez me sorprendió descubrir orígenes familiares radicales” (Evans 1980, pág. 120).
De este puñado de mujeres surgió un movimiento que se extendió por Estados Unidos e inspiró movimientos similares en Europa. Hubo grupos de “concienciación” del WLM, protestas y una explosión de libros, panfletos y documentos de debate que exponían la naturaleza de la opresión de las mujeres y qué tipo de ideas y acciones políticas se necesitaban para desafiarla. La teoría del patriarcado ganó hegemonía. El patriarcado significaba cosas diferentes para diferentes escritoras, pero esencialmente se veía como un sistema de control y dominio que era anterior y actuaba al lado del capitalismo y separado del mismo, por el cual todos los hombres se confabulaban para oprimir a todas las mujeres.
Sin embargo, el feminismo nunca se definió como una ideología específica. En cambio, siempre abarcaba significados múltiples y fluidos, a menudo muy controvertidos. Desafió los roles de género en la familia, luchó por los derechos de las mujeres para controlar su fertilidad y exigió la igualdad de remuneración con los hombres. Las primeras cuatro demandas del WLM fueron: salario igual; igualdad de oportunidades educativas y laborales; anticoncepción y aborto gratuitos; y guarderías gratuitas las 24 horas.
En Estados Unidos, el movimiento reflejó la base de clase de sus fundadoras, principalmente de clase media, que habían asistido a la universidad y no querían que sus oportunidades recién adquiridas se vieran frustradas por la discriminación y la intolerancia. En Gran Bretaña, el contexto para el WLM mucho más pequeño y de vida más corta, fue diferente. Aquí el movimiento fue moldeado por el impacto de una izquierda más fuerte y un movimiento obrero y sindical mejor arraigado y organizado, que afectó los debates sobre el papel de la clase y el separatismo. Sus ideas reflejaban las demandas y necesidades de las mujeres de la clase trabajadora y muchas feministas participaron en solidaridad con las luchas de la clase trabajadora de la época.
Finalmente, el feminismo de la segunda ola se estrelló contra las rocas de múltiples identidades de raza, sexualidad y creencias políticas que fragmentaron y desgarraron al movimiento. Las feministas separatistas acusaron a las mujeres heterosexuales de “acostarse con el enemigo” y algunas mujeres incluso se declararon lesbianas “políticas”, desdeñando a los hombres por principio. Las feministas que apoyaron a Israel rompieron con las mujeres que se pusieron del lado de la lucha de los palestinos y las mujeres negras y asiáticas argumentaron que el movimiento estaba dominado por mujeres blancas que no valoraban la experiencia del racismo. Este proceso de fragmentación no puede separarse del declive de los años sesenta más general de la insurgencia, durante la segunda mitad de los setenta.
Es fácil menospreciar y burlarse de algunas de las posiciones extremas tomadas por el ala radical y separatista del movimiento de mujeres, pero es importante entender que surgieron de las circunstancias específicas de una cultura profundamente misógina y sexista que condujo a las mujeres, aunque a una minoría, a creer que tenían que organizarse independientemente de los hombres. Una vez que afirmas que todos los hombres tienen la culpa de la opresión de las mujeres, hay una lógica en el argumento que conduce a una separación extrema.
Los logros que consiguió el movimiento de mujeres durante este período de lucha fueron considerables. Incluían legislación sobre igualdad de remuneración, derechos de aborto, mayores derechos al divorcio, expansión de las oportunidades de empleo y educación, y el derecho a la representación política. El desafío a la sofocante moralidad de la década de 1950 fue estimulante, aunque los cambios tardaron muchos años en filtrarse a toda la sociedad.
Había una capa de mujeres, principalmente de clase media y bien educadas, que se dirigían hacia y más allá del techo de cristal para convertirse en abogadas, cirujanas, políticas y banqueras. Las cifras muestran que hoy casi el 60 por ciento de los títulos otorgados en Estados Unidos y Europa son de mujeres, al igual que el 59 por ciento de los títulos de maestría y el 50 por ciento de los doctorados en los Estados Unidos.
Algunas de estas mujeres se benefician suficientemente del sistema como para mantenerlas leales a él, algo que la académica feminista estadounidense Hester Eisenstein examina con cierto detalle en su libro Feminism Seduced. Escribe sobre cómo el sistema podría absorber al menos algunas de las ideas del feminismo para funcionar de manera más eficiente: “Desafortunadamente, en los últimos años he llegado a temer que… el feminismo en sus formas organizadas se haya vuelto demasiado compatible con un cada vez más injusto y peligroso sistema capitalista corporativo” (Eisenstein 2009, pág. 1).
Un estudio de New Labour sobre la igualdad salarial para las mujeres en Gran Bretaña trató de convencer a los jefes de cumplir con la igualdad salarial asegurándoles que “la igualdad de género es buena para los negocios”. Eisenstein cita un informe de EEUU que sugiere que ésta es una afirmación válida: “Catalyst, la organización de investigación que rastrea a las mujeres en el trabajo, informó en 2004 que las corporaciones Fortune 500 con la mayoría de las mujeres en las primeras posiciones produjeron, en promedio, un 35 por ciento más de rendimiento de capital que aquellas con menor cantidad de mujeres en cargos corporativos”. (citado en Eisenstein 2009, pág. 131).
En Gran Bretaña, muchas de esas mujeres entraron a formar parte de comités de mujeres en los gobiernos locales y a completar listas de preselección sólo para mujeres, y convertirse así en candidatas parlamentarias. Algunas de estas mujeres han estado en el gobierno del Nuevo Laborismo durante los últimos 13 años y se han sentado a la mesa del gabinete, aún afirmando hablar y actuar en nombre del feminismo.
Feminismo de la Tercera ola
El término feminismo de la tercera ola fue acuñado en la década de 1990. A veces se usa simplemente para referirse a feministas más jóvenes, hijas de la generación de los años sesenta. Pero el término se usa a menudo para diferenciarlo explícitamente del postfeminismo y el feminismo de la segunda ola. Las ideas del postfeminismo reflejaban la suposición que se desarrolló en la década de 1980 de que las mujeres habían ganado la igualdad, que las batallas habían terminado y que las mujeres ya no necesitaban ser tratadas como un “caso especial”. Las mujeres que se identifican como feministas de la “tercera ola” (como no hay movimiento de masas, no es una “ola” en el mismo sentido que la primera y segunda oleadas) desafían la noción de que se había logrado la igualdad. [N de Trad: recordemos que escribía en 2010.]
Se ven a sí mismas como la continuación de la lucha, pero critican el feminismo que surgió en los años sesenta y setenta como asociado principalmente con los intereses de las mujeres blancas occidentales de clase media. El feminismo de la tercera ola es pluralista, no pretende tener un proyecto unitario y se proclama menos prescriptivo que el feminismo de la segunda ola que, según Walter, “está asociado con el odio al hombre y con un tipo de corrección política o puritanismo bastante huraño… el movimiento es visto como intolerante” (Walter 1998, pág. 36).
Hay muchas maneras en que las mujeres se rebelan contra los estereotipos con los que deben conformarse hoy. En Atlanta y Nueva Orleans, por ejemplo, hay una gran escena cultural de jóvenes, principalmente negras, lesbianas que usan los estilos de ropa de hip hop masculinos más modernos: jeans holgados, zapatillas y joyas. Otras, como las “riot grrls” [sic] —un movimiento punk feminista clandestino— usan la cultura, el arte y la música para expresar su rechazo a lo que ven como nuevas restricciones sobre cómo se supone que las mujeres deben vestirse y comportarse.
Jessica Valenti, autora de Full Frontal Feminism y fundadora del sitio web de EEUU feministing.com, dice: “Lo que me encanta de la tercera ola es que hemos aprendido cómo encontrar el feminismo en todo, y hacerlo propio”. El feminismo se vende como divertido y sexy, aparentemente para distanciarlo del de las mujeres vestidas con mono y sin afeitar de la década de los 70. “¿Hay algo malo en ser fea, gorda o peluda? Por supuesto que no. Pero seamos honestas. Nadie quiere ser asociado con algo que se considera poco atractivo” (Valenti 2007, pág. 1).
Este feminismo de “cualquier cosa sirve” significa que podrías ser una feminista que hace películas porno o que protesta contra ellas. Puedes pensar que la biología determina nuestros atributos de género o creer que la socialización juega un papel dominante. Lo más controvertido, los ideales feministas se han utilizado para justificar la guerra en Afganistán y el enjuiciamiento de las mujeres que optan por usar el hijab o el niqab. Nina Power, autora de One Dimensional Woman, comenta que “uno de los cambios recientes más profundos e inquietantes en el discurso geopolítico es la cooptación del lenguaje del feminismo por parte de figuras que hace 10 o 15 años habrían hablado en voz alta contra lo que el feminismo significa” (Power 2009, pág. 11)
Eisenstein llama a esto “feminismo Madeleine Albright” y señala la distancia recorrida por un feminismo que originalmente surgió de un movimiento militante contra el imperialismo estadounidense (Eisenstein 2009, pág. 13).
Pero para muchas mujeres, en particular las jóvenes, su creciente interés en la liberación de las mujeres y el feminismo no es producto de los muchos debates históricos, sino una reacción instintiva al nivel impactante del sexismo, a veces grosero, que se ha convertido en algo común hoy en día.
¿Qué es el nuevo sexismo?
El primer libro que realmente examinó la escala del problema fue Female Chauvinist pigs de Ariel Levy, publicado en 2005. Levy identificó el desarrollo de lo que llamó cultura raunch:
“Hace solo 30 años (mi vida), nuestras madres estaban ‘quemando sus sostenes’ y haciendo piquetes en Playboy, y de repente recibimos implantes y usamos el logotipo del conejito como supuestos símbolos de nuestra liberación. ¿Cómo había cambiado la cultura tan drásticamente en tan poco tiempo?” (Levy 2005, pág. 3).
Miró a mujeres y hombres jóvenes y cómo su visión de sí mismos y sus relaciones han sido moldeadas por el dominio de las imágenes y los clichés del porno. Sin embargo, hubo un nuevo giro: la cultura raunch se vendió a sí misma como “empoderadora”, una palabra que se ha desligado tanto de su definición original que no tiene sentido.
Esto es lo que desmarca el nuevo sexismo del viejo. Refleja y ha absorbido la historia y el lenguaje de las luchas de las mujeres para tener el derecho de hacer valer sus necesidades y deseos sexuales, para ser más que simples objetos para el disfrute de los demás… todo para seguir con lo mismo. La cultura del raunch se nos vende como una forma liberada de expresar nuestra sexualidad y, paradójicamente, nos ha persuadido para aceptar ser objetivadas de maneras cada vez más crudas e impactantes. Esto ha llevado a una implacable filtración de valores, imágenes, comportamiento y vestimenta del mundo de la venta del sexo por dinero en la cultura y la sociedad convencionales.
Los locales de lap dancing (baile de regazo) comenzaron a abrirse en Gran Bretaña a finales de la década de 1990. Pero la apertura de la primera sucursal británica de la cadena internacional de clubes de baile de regazo Spearmint Rhino en 2000 señaló que el striptease se había mudado oficialmente de la calle escondida a la calle principal. Los clubes se vendieron como una experiencia de lujo, un lugar para entretener a clientes de negocios. Sus carteles chillones y ventanas oscurecidas se volvieron omnipresentes en pueblos y ciudades de todo el país. La venta abierta de cuerpos de mujeres se ha convertido en un gran negocio corporativo multimillonario. Mientras que las bailarinas tienen que pagar desde 80 libras por noche por el “privilegio” de bailar en los clubes, además de entregar un porcentaje de cualquier dinero ganado, el director gerente John Gray recauda las ganancias.
Los trabajadores de la “City”, la zona financiera de Londres, acudieron en masa a los clubes. Se descubrió que un jefe de finanzas gastó 104.000 libras (unos 120.000 euros) de una tarjeta de crédito de su trabajo en los clubes. De hecho, el 86 por ciento de los clubes de lap dance en Londres proporcionan “facturas discretas” donde no consta el nombre del club de lap dance. Esto permite a los empleados que usan los clubes en un contexto laboral reclamar los gastos a sus jefes sin que sea evidente que el dinero se gastó en un club de este tipo (Fawcett Society 2009, pág. 6).
En realidad, el cambio cultural ha significado que tal timidez rara vez sea necesaria. El éxito de esta búsqueda de aceptabilidad quedó demostrado por el hecho de que en septiembre de 2008 los delegados al congreso del Partido Conservador recibieron cupones que ofrecían 10 libras de descuento en la entrada al Rocket Club, un lugar de baile de lap dance en Birmingham, con su literatura oficial del congreso. Spearmint Rhino incluso obtuvo el sello de aprobación real cuando el Príncipe Harry visitó uno para celebrar el final de su entrenamiento militar.
Tal vez no sea tan sorprendente que los Tories y los banqueros hayan sido consumidores entusiastas de lap dance y del nuevo sexismo. Pero su absorción en la cultura popular, particularmente en los campus universitarios, lo es.
Cultura de campus
La transformación de la cultura en las universidades en los últimos años ha sido espectacular. Desde los días en que los carteles sexistas habrían sido considerados inaceptables o eliminados, las imágenes y el lenguaje utilizados por muchos clubes, bares y sociedades del campus en carteles y publicidad son rabiosamente sexistas. Abundan las noches de club “chulos y putas”. Hay una celebración de algunas de las ideas más atrasadas. En la Universidad de Essex se han realizado “subastas de esclavas” donde se subastan mujeres vestidas de conejitas para que hagan tareas domésticas para tíos, todo en nombre de la recaudación de fondos.
También ha habido una creciente promoción del pole dance (baile de barra) disfrazado como una excelente forma para que las mujeres hagan ejercicio. Ahora, muchas universidades y sindicatos de estudiantes tienen sus propias sociedades de ejercicios de pole. Una universidad, South Devon College en Paignton, invitó a una compañía de burlesque y pole dance a dar una exhibición de pole dance ante una audiencia de 1.000 jóvenes de 14 a 19 años como parte de la Semana Be Healthy. Uno de los lemas de venta de la compañía es “Especialistas en empoderamiento femenino”.
Los concursos de belleza se han convertido en parte de la vida estudiantil. El organizador de Miss University, Christian Emile, afirma que no es sexista porque las mujeres no usan trajes de baño y son juzgadas por su personalidad y apariencia, algo que el concurso de Miss Mundo ha afirmado hacer durante años: “Las chicas usan sus propios vestidos de noche y hay una serie de preguntas para demostrar su personalidad y carisma… No creo que cosifiquen a las mujeres. Si hablas con alguna de las concursantes, te dirá que en realidad es motivador. Obtienen su momento siendo el centro de atención, es divertido” (Saner 2008).
En la Universidad de Sussex, una estudiante que regresaba de la biblioteca una tarde fue rodeada y manoseada por un grupo de miembros del club de rugby borrachos y desnudos. Cuando se lanzó una campaña para exigir que el sindicato de estudiantes penalizara al club por el comportamiento de sus miembros, el sindicato se negó citando la importancia de los próximos partidos deportivos para el equipo.
En la Universidad de Manchester, las fiestas de inicio de curso han sido blanco de clubes locales de lap dancing que regalan obsequios y reducen los precios de las entradas para los estudiantes. En Bristol, una revista local de cultura popular que se distribuye entre los estudiantes publica anuncios para atraer a las estudiantes a bailar lap dancing para ayudar a pagar los préstamos estudiantiles.
Cuando una estudiante presentó una moción en una reunión del sindicato de estudiantes en la London School of Economics para oponerse a la venta de revistas para hombres en la tienda de la universidad, se enfrentó a una multitud desenfrenada de estudiantes varones, principalmente del club de atletismo. Blandiendo la página tres del periódico Sun, la ahogaron con silbidos de lobo, gritos de “Lesbianas” y otros “insultos”. A uno se le pidió que se fuera tras haberle tirado un objeto.
Otro ejemplo de hasta qué punto los límites de lo aceptable han cambiado en esta cultura en los campus universitarios fue mostrado por un artículo escrito por un vicerrector sobre la lujuria:
“Las chicas normales, más interesadas en los abdominales que en los laboratorios, más interesadas en los pectorales que en las especificaciones, más interesadas en los tríceps que en los tripos [examen de pregrado], abjurarán de sus profesores por la compañía de sus compañeros, pero, sin embargo, la mayoría de los profesores hombres saben que, la mayoría de los cursos, siempre habrá una chica en clase que muestre su admiración y que pida consejo sobre sus ensayos. ¿Qué hacer?
¡Que la disfruten! Ella es una gratificación. Todavía no sabe que sólo eres Casaubon para su Dorothea, Howard Kirk para su Felicity Phee, y ella hará alarde de sus curvas. Lo que debes admirar diariamente para darle vida a tu sexo, todas las noches, con tu esposa. Sí, me temo que sí. Como en Stringfellows, debes mirar pero no tocar” (Times Higher Education, 17/09/2009).
Terence Kealey es jefe de la Universidad de Buckingham, la única universidad privada de Gran Bretaña, y sus comentarios parecen surgir directamente de un mundo que no ha sido tocado por la idea de la liberación de las mujeres.
Cambios cosméticos
Otro síntoma de la influencia y contagio de la industria del sexo en el conjunto de la sociedad ha sido bien documentado: el auge de la cirugía estética. El aumento de senos puede ser la cirugía más popular, pero ahora se ofrecen acortamiento de los dedos de los pies y los implantes de talón. También hay un crecimiento aterrador de la cirugía estética vaginal. Un sitio web de EEUU que promueve el procedimiento habla de mejorar la sexualidad y la autoestima de las mujeres y explica el origen y la trayectoria de la demanda de dicha cirugía:
“No hace mucho tiempo, la labioplastia generalmente solo se realizaba dentro de un grupo selecto de artistas: mujeres que trabajan como modelos de trajes de baño y modelos de páginas centrales. Pero hoy, con el surgimiento de videos y revistas más permisivos sexualmente, la importancia de los genitales femeninos es mucho más frecuente. Muy a menudo, la labioplastia se realiza por dos razones… médica… y estética” (labiaplastysurgeon.com).
Los problemas de autoestima para las mujeres ahora deben resolverse mediante cirugía invasiva para esculpirnos como las estrellas porno que se nos anima a emular.
Respuestas feministas
No es de extrañar que haya interés en el feminismo. De alguna manera, representa una respuesta política de sentido común para las mujeres, aunque hoy en día las mujeres llegan a través de un conjunto bastante diferente de experiencias a sus predecesoras en el WLM.
Pero también hay ambivalencia. Algunas mujeres jóvenes dicen que no necesitan feminismo o que no quieren identificarse como feministas, que son anticuadas, que son iguales a cualquiera y que el feminismo es algo sólo para las personas que se ven a sí mismas como víctimas. También la caricatura perdurable de las feministas como odiosas personas que critican los estilos de vida todavía tiene una resonancia. (Scharff 2009).
Pero el aumento del interés en los grupos de mujeres y las sociedades feministas muestra que las personas están buscando una manera de resistir y desafiar la situación.
Sin embargo, más allá de la identificación general del feminismo como respuesta política al sexismo, ha habido una lamentable falta de teoría política que sustente las ideas. La reciente publicación de varios libros sobre mujeres y las políticas de liberación de las mujeres es a la vez un síntoma y un reconocimiento del resurgimiento del interés en las políticas del feminismo y la opresión de las mujeres. Living Dolls, de la periodista Natasha Walter, registra el auge de la cultura raunch y su efecto corrosivo a través de entrevistas con mujeres, desde estudiantes de escuela hasta bailarinas de barra. También examina el resurgimiento de ideas de determinismo biológico que ven los atributos de género como elementos inmutables de nuestra composición genética.
One Dimensional Women de Nina Power analiza cómo la idea del feminismo actual, particularmente en Estados Unidos, se ha definido por nociones superficiales de autogratificación, consumismo y un deseo abrumador de demostrar que el feminismo es sexy y divertido. En una serie de ensayos cortos polémicos, con títulos como “Del sexoizquierdismo a la aceptación deflacionaria” o “The Money Shot: Pornography and Capitalism”, expone el impacto de la cultura raunch. Power argumenta que estamos viendo la “feminización del trabajo”, donde todo el trabajo se basa en habilidades de comunicación y flexibilidad. También argumenta que el porno vintage, en contraste con lo que está disponible hoy, fue una diversión inofensiva.
The Equality Illusion de Kat Banyard (que hasta hace poco era ejecutiva de campañas de la Sociedad Fawcett) se presenta como una evaluación de la situación actual de las mujeres, tanto en Gran Bretaña como en todo el mundo, un objetivo ambicioso para un libro de 240 páginas. Basado en 100 entrevistas con mujeres, Banyard analiza la experiencia de la desigualdad de las mujeres hoy en capítulos que comienzan con una historia particular de mujeres. Analiza la violencia contra las mujeres, la industria del sexo y las experiencias de discriminación de las niñas en la escuela, y termina con un capítulo sobre activismo y los diversos grupos y campañas a las que las mujeres pueden unirse.
Reclaiming the F Word (“Reclamando la palabra F”), de Catherine Redfern (quien fundó el popular sitio web F-Word) y Kristin Aune, se propone ofrecer una visión general integral del “nuevo movimiento feminista”. También se basa en entrevistas y una encuesta a más de mil mujeres que han estado involucradas de alguna manera con la política feminista en los últimos diez años. Esta no es una polémica que persigua un análisis específico. En cambio, las feministas que quieren ver un mundo sin prostitución están representadas, al igual que aquellas que lo ven como otro trabajo que simplemente necesita estar mejor organizado.
Los títulos académicos sobre aspectos de la teoría feminista se publican todos los años, pero lo que caracteriza a estos últimos libros es que están dirigidos a un mercado popular más amplio. Representan intentos de teorizar sobre la nueva situación y la naturaleza del feminismo actual. Otro libro al que me refiero es Feminismo Seducido, por Hester Eisenstein, quien se describe a sí misma como una feminista marxista y aboga por un nuevo matrimonio de marxismo y feminismo. Este es de un molde diferente a los libros enumerados anteriormente. Se ocupa únicamente del feminismo en Estados Unidos y está dirigido a un público más académico. Lo más importante es que trata una polémica diferente, mucho más sofisticada y matizada, sobre la naturaleza del feminismo del siglo XXI y su trayectoria política desde el punto álgido del WLM en la década de 1960. Ella desafía la “ecuación de la modernidad capitalista con la emancipación de la mujer”, en particular cuando se trata de conseguir el apoyo feminista para la guerra contra el terrorismo (Eisenstein 2009, pág. 200).
Es fascinante que este grupo de publicaciones hayan salido al mismo tiempo. Tiene muchos aspectos positivos, entre ellos la evidencia acumulada de la realidad del impacto del nuevo sexismo. Sin embargo, rara vez van más allá de describir el problema y ofrecen muy poco para comprender mejor la opresión de las mujeres, sus raíces o cómo combatirla: “En algún momento de la historia humana, el concepto de inferioridad femenina se entrelazó con la estructura misma de cómo nos vemos a nosotras mismas, cómo nos tratamos y cómo organizamos la sociedad” (Banyard 2010, pág. 8)
Vale la pena señalar, de pasada, la terrible ironía de que dos libros recientes sobre el nuevo feminismo (Full Frontal Feminism y The New Sexism) tengan torsos de mujeres desnudas en sus portadas. Las autoras pueden haber tenido poco o ningún control sobre el diseño de la portada, pero esto demuestra que, incluso cuando publican una crítica de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres, en algún lugar alguien considera necesario hacer eso precisamente para vender los libros.
Las autoras repiten algunos argumentos familiares, por ejemplo, el énfasis en las experiencias personales de mujeres individuales y la supresión de todo el espectro de comportamientos, desde el acoso sexual hasta la violación, como representación de la “violencia masculina”. Banyard expone la forma en que se vende a los hombres la idea de que tienen que cumplir una imagen de masculinidad, pero da un salto peligroso en la lógica. Refiriéndose a los anuncios del desodorante Lynx para hombres, Lynx Bullet, que lo describe como “poder de seducción de bolsillo”, escribe:
“Con Lynx Bullet, Unilever ofrece a los hombres municiones en su búsqueda de una conquista sexual. Es sexualmente insensible y, sin duda, se venderá como churros. Realmente no requiere un gran esfuerzo de imaginación para ver cómo una cultura de hipermasculinidad sienta un terreno fértil para la violencia contra las mujeres” (Banyard 2010, pp. 121-122).
De hecho, creo que requiere un salto de imaginación bastante considerable para afirmar que Lynx conduce a la hipermasculinidad y la violencia masculina. De hecho, se estaría atribuyendo una capacidad para cambiar el comportamiento a un desodorante que ni siquiera los fabricantes se atreverían a reivindicar. Pero ella continúa en una línea similar en la página siguiente:
“Un hombre que decide silbar, gritar o hacer sonar la bocina de su automóvil a una mujer que pasa por delante no va a tener una cita con ella de manera realista, y él lo sabe. Es probable que se sienta intimidada por la proclamación pública de que es un objeto sexual, y él habrá demostrado su masculinidad a sus amigos y compañeros de trabajo que lo observan. Dentro de una sociedad de relaciones de género desiguales y culturas de hipermasculinidad, la violencia contra las mujeres tiene mucho sentido” (Banyard 2010, pág. 123).
La violencia doméstica y sexual son problemas muy reales, y es insultante para las mujeres que lo han sufrido que se equipare, como si de lo mismo se tratase, con ser silbadas en la calle. Pero tales generalizaciones abundan. Por ejemplo, “la verdad es que casi todos estamos implicados de alguna manera en la ubicuidad de la industria del sexo: ya sea como aquellos que han usado pornografía, asistieron a una clase de pole dance, visitaron un club de baile de regazo o simplemente se quedaron callados mientras la industria del sexo se hizo más fuerte y cada vez más dominante” (Banyard 2010, pág. 141).
Entonces, los hombres que compran Lynx (porque los anunciantes han descubierto que pueden explotar la falta de confianza de los hombres jóvenes para atraer mujeres) son el enemigo peligroso y, de hecho, todos somos culpables de alguna manera. Las mujeres son vistas como víctimas débiles en todo momento. Las descripciones que comienzan cada capítulo supuestamente dan una idea de la vida de una mujer en particular y su sufrimiento de opresión. En vez de esto, leen como si fueran los titulares de miseria que se ven en los quioscos de revistas: “Sólo diez kilos pero aún así ella se siente gorda”, “Atrapado con un hombre que la golpea”. Esto no analiza seriamente la situación en la que se encuentran las mujeres hoy en día y no hace avanzar el debate sobre cómo avanzamos.
Quitando importancia a clase social
Otro tema familiar es el enfoque en las mujeres sin hacer referencia a la clase social. La desigualdad y la pobreza siempre se reconocen en estos debates, pero generalmente se consideran como otra variante de la discriminación y simplemente una carga mayor para la desafortunada víctima. “El sexismo no opera en el vacío, sino que interactúa con la multitud de otras fuerzas que dan forma a nuestras vidas, como la raza, la clase, la edad, la discapacidad y la sexualidad” (Banyard 2010, pág. 206).
Pero la clase no es sólo una de una lista de discriminaciones, ni puede reducirse a la pobreza. Es la división fundamental que da forma al resto de la sociedad. Una visión marxista de clase no se basa en lo que la gente piensa sobre su posición. No se define por sus ingresos o incluso qué tareas específicas realiza en su trabajo. Los socialistas entienden la clase como una relación social objetiva y dinámica. Bajo el capitalismo, una clase minoritaria posee y controla los medios para producir y acumular riqueza. La clase trabajadora sólo existe en la medida en que esta clase minoritaria la explota. Los capitalistas mismos dependen de que los trabajadores les vendan su fuerza de trabajo y creen un excedente del que puedan vivir, invertir en la producción futura, etc. La clase explotadora tiene interés en la explotación más eficiente de su fuerza laboral, sean cuales sean sus respectivos géneros.
Marx describió cómo el capitalismo, al reunir a la clase trabajadora en cantidades cada vez mayores para producir riqueza colectivamente, había creado a su propio sepulturero. Es una fuerza social con un inmenso poder económico potencial que, cuando se moviliza, puede desafiar al funcionamiento mismo del sistema.
Sin embargo, el capitalismo también nos divide. Genera divisiones de raza, género, sexualidad y religión, todo lo cual puede debilitar la capacidad de los trabajadores para enfrentarse con éxito a sus jefes. Entonces, hay una contradicción: el capitalismo nos une en la única fuerza social que tiene el potencial de desafiar al sistema, pero también divide a los trabajadores, alentándonos a culpar a los trabajadores migrantes, musulmanes o a las mujeres de los problemas en la sociedad. Pero incluso la búsqueda de las demandas del día a día lleva a los trabajadores a cooperar y organizarse juntos, independientemente de las ideas que tengan en mente. En palabras del antiguo eslogan sindical, “Unidos venceremos, divididos caeremos”.
Hay una cruda crítica en los nuevos textos feministas de la afirmación de que la clase es primordial. Esta crítica asegura que los socialistas niegan el gran impacto que la experiencia de la opresión tiene en las personas y en sus vidas e ignora el hecho de que las personas de todas las clases pueden sufrir opresión. Pero la realidad es que no puedes comprender el impacto total de la opresión si tratas de verla aisladamente de la clase.
Por supuesto, la opresión no puede reducirse a clase. Las mujeres en todas las clases pueden sufrir discriminación simplemente por ser mujeres. Ejemplos recientes de esto incluyen la forma en que las ministras del gobierno laborista fueron tratadas a menudo en los medios de comunicación. Aquí está Rod Liddle en el Spectator:
“Así que… con Harriet Harman, entonces. ¿Lo harías? Quiero decir, después de unas cervezas, obviamente, pero no mientras estabas sobrio… Creo que no lo harías. Creo que tienes más autoestima, un mayor sentido de autoestima, no importa cuánto hayas bebido. Creo que inventarías tus excusas y te irías… Creo que harías lo mismo con la mayoría de las chicas que alguna vez estuvieron o están ahora en el banquillo del gobierno.
Ese es el problema con la afirmación de Caroline Flint de que el primer ministro usó a las mujeres más veteranas del laborismo como ‘escaparate’. Quiero decir, ¿decorarías tu escaparate con Jacqui Smith, Ruth Kelly o Harriet? ¿Si tuvieras un escaparate? Sí podrías decorarlo con Caroline Flint, quien, todos deberíamos estar de acuerdo, está muy buena” (Rod Liddle, Spectator, 8/08/2009).
O la reacción mediática a Jacqui Smith haciendo su primer discurso como Secretaria de Interior, la primera mujer en ocupar el cargo, que se concentró en el hecho del escote que mostraba. El periódico The Sun aprovechó la oportunidad para “señalar una serie de mujeres parlamentarias por el tamaño de sus senos” (Walter 2010, pp. 121-122).
Esta misoginia en el mundo de la política se repite en la sala de juntas. El año pasado, Cynthia Carroll, directora ejecutiva de Anglo American en el Reino Unido, fue objeto de una diatriba sexista por parte del ex vicepresidente de Anglo, Graham Boustred, de 84 años, quien dijo al Business Day de Sudáfrica que las directoras ejecutivas eran difíciles de encontrar, “porque la mayoría de las mujeres están frustradas sexualmente. Los hombres no lo están porque pueden recurrir a las prostitutas. Si tienes un CEO que está sexualmente frustrada, ella no puede actuar correctamente” (Guardian, 9/07/2009).
No se puede negar que dicho tratamiento es sexista, o que la brecha salarial de género entre los banqueros mejor pagados de la ciudad es un fenomenal 44 por ciento, o que las mujeres de clase alta son trivializadas como esposas trofeos, o ganado para un “heredero y el de repuesto”. Todo esto es evidencia de que la opresión es transversal entre clases. Pero la clase da forma a las diferencias materiales muy reales entre la experiencia de opresión sufrida por alguien como Cynthia Carroll y millones de mujeres de clase trabajadora. Esto no se trata sólo de la disparidad económica en la sociedad, aunque generalmente habrá una correlación.
Lo que es más importante, la contradicción olvidada por muchas ideas feministas es que las trabajadoras sufren opresión y explotación, pero también son parte de la fuerza social que les da poder potencial para desafiar su posición.
Las feministas pueden pasar por alto este elemento porque aceptan dos suposiciones falsas: que la gente de la clase trabajadora no tiene poder organizado, incluso si lo hicieron en el pasado; y que las mujeres están excluidas de las secciones centrales de la clase trabajadora en cualquier caso, por lo que se les niega la capacidad de organizarse de manera efectiva.
Mitos
Las nuevas autoras feministas descartan el trabajo de las mujeres, viéndolo como marginal, periférico o simplemente proporcionando el complemento a los salarios masculinos. En un caso, se dice que el aumento de mujeres que trabajan fuera del hogar se debe “en parte a los precios de las casas que hacen necesarios dos ingresos” (Redfern y Aune 2010, pág. 124). Ésta es una generalización deslumbrante y equivocada, ya que el gran aumento de mujeres que trabajan fuera del hogar comenzó a finales de la década de 1960. También ignora el hecho de que las mujeres han dominado algunas ocupaciones durante generaciones. En la industria textil británica del siglo XIX, por ejemplo, las mujeres constituían una proporción significativa de la fuerza laboral, en algunos casos más del 50%.
Walter escribió en 1998: “Sí, las mujeres están trabajando más. Pero a menudo trabajan al margen de la economía, en trabajos atípicos. Trabajo atípico significa empleo a tiempo parcial, temporal, estacional; ayudando a familiares; trabajando en casa; y empleo ilegal” (Walter 1998, pág. 23). ¿Puede casi la mitad de la fuerza laboral considerarse “atípica”?
Cuando Power argumenta que el trabajo se ha feminizado, que la supuesta precariedad que enfrentan las mujeres en el mundo del trabajo ahora afecta a todos los trabajadores, parece estar aceptando que el papel de la mujer en el mundo del trabajo siempre ha sido frágil y temporal. Redfern y Aune desarrollan un argumento similar sobre la neutralización del poder de clase cuando afirman que “las naciones ricas se han convertido en posindustriales, externalizando la producción industrial y agrícola a los países más pobres” (Redfern y Aune 2010, pág. 113). Por supuesto, el impacto de la crisis económica significa que todos se sienten más inseguros sobre sus trabajos y su futuro, pero es un salto de lógica peligroso afirmar que la clase trabajadora ya no tiene poder.
¿Cuál es la realidad detrás de los mitos? Las mujeres no están al margen de la fuerza laboral. La evidencia muestra que las tendencias de la tasa general de empleo de mujeres y hombres han estado convergiendo desde 1971. La tasa de empleo de los hombres en edad laboral cayó del 92 por ciento en 1971 al 79 por ciento en 2008, mientras que la tasa de mujeres en edad laboral aumentó del 56 por ciento al 70 por ciento durante el mismo período (BIS 2010, pág. 10).
Tampoco los salarios de las mujeres son sólo un complemento. Las familias monoparentales constituyen una cuarta parte de todas las familias y el 90 por ciento de los progenitores son mujeres. Incluso en familias con dos padres que trabajan, el ingreso de las mujeres es significativo. El ingreso de las mujeres representa más de la mitad del ingreso familiar en el 21 por ciento de todas las parejas que trabajan (TUC 2009, pág. 4).
Incluso cuando las mujeres tienen hijos, no son arrojadas automáticamente a un vórtice de inestabilidad y trabajo marginal. Una encuesta reciente sobre la fuerza laboral muestra que para las mujeres con hijos menores de un año, el tiempo promedio que han estado en su empresa actual es de más de seis años.
También una encuesta reciente realizada por el Departamento de Trabajo y Pensiones muestra que desde el año 2002 ha habido un aumento dramático en el número de mujeres que regresan a la misma empresa tras la baja por maternidad. En 2002, el 41 por ciento se cambió de empresa, mientras que en 2007 sólo el 14 por ciento lo hizo. Quedarse en la misma empresa puede significar retener niveles salariales y profesionales que muchas mujeres se ven obligadas a renunciar después de tener hijos (BIS 2010, pág. 15). Es cierto que la mayoría de los trabajadores a tiempo parcial son mujeres, pero no se deduce automáticamente que estos trabajos a tiempo parcial sean precarios.
Podemos y debemos quejarnos de algunos de los anuncios sexistas en las aerolíneas que prácticamente implican que la tripulación de cabina femenina será la esclava sexual de un hombre de negocios durante la duración de su vuelo. ¿Pero no es significativo que, sean cuales sean los clichés publicitarios, la realidad es que estas mismas mujeres tienen el poder de detener una compañía aérea como British Airways cuando deciden hacer huelga junto a sus colegas masculinos? Estas son mujeres para quienes imitar un estereotipo sexista sin cambios desde la década de 1950 y usar maquillaje y tacones altos es un requisito de su trabajo.
Conflictos como el de British Airways y las recientes huelgas de PCS por parte del funcionariado y otros trabajadores del sector público muestran que las mujeres son y pueden ser organizadas y están desempeñando un papel de liderazgo:
“En 2009 las mujeres tenían unos niveles de sindicación más altos que los hombres en todas las ocupaciones, excepto en el ámbito administrativo y de secretaría, oficios calificados, operativos y ocupaciones elementales. Para los empleados del Reino Unido, la membresía masculina en 2009 disminuyó en 157.000 en comparación con 2008, pero sólo en 6.000 para las mujeres durante el mismo período” (Achur 2010).
Eisenstein muestra tendencias similares en EEUU, aunque dentro de la proporción mucho menor de miembros sindicados allí: “Incluso cuando la tasa de sindicación de la nación ha disminuido, la participación femenina en la membresía sindical se ha expandido rápidamente. En 2004, el 43 por ciento de todos los miembros del sindicato de la nación eran mujeres, un récord”. Un escritor sugiere que tales cifras significan que “con cerca de 7 millones de mujeres cubiertas por contratos sindicales, podría decirse que el trabajo organizado es el mayor movimiento de mujeres trabajadoras en el país” (citado en Eisenstein 2009, pág. 216).
Marxismo y feminismo
Cada aumento sucesivo en la lucha contra la opresión de las mujeres ha visto surgir debates entre el marxismo y el feminismo. Las preguntas sobre la relación entre explotación y opresión, de clase y género, y sobre cómo organizarse mejor para luchar por la liberación de las mujeres se repiten desde el siglo XIX hasta nuestros días.
La socialista revolucionaria alemana Clara Zetkin estuvo involucrada en muchos debates intensos con feministas de clase media a finales del siglo XIX y más allá, las mismas que lucharon por sus derechos en nombre de la igualdad de las mujeres. Una y otra vez, Zetkin aclaró que había una distinción entre la igualdad que buscaban las mujeres de clase media y el cambio más fundamental que las mujeres trabajadoras tendrían que ganar para lograr la liberación.
El rechazo de Zetkin a organizar juntas a las mujeres de diferentes clases no significaba que subestimara el impacto de la opresión en la capacidad de lucha de las mujeres. Propuso la celebración anual del Día Internacional de la Mujer precisamente para elevar la confianza y la combatividad de las trabajadoras, organizar a las mujeres y enarbolar la bandera del socialismo y la liberación. El poder de sus escritos y discursos resuena a través de los años. En un discurso en 1896, Zetkin dijo:
“La lucha de liberación de la mujer proletaria no puede ser similar a la lucha que la mujer burguesa libra contra el hombre de su clase. Por el contrario, debe ser una lucha conjunta con el hombre de su clase contra toda la clase de capitalistas. No necesita luchar contra los hombres de su clase para derribar las barreras que se han levantado contra su participación en la libre competencia del mercado… Su objetivo final no es la libre competencia con el hombre, sino el logro del gobierno político del proletariado. La mujer proletaria lucha mano a mano con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista” (Zetkin 1896).
Alexandra Kollontai retomó el tema en los años de agitación política que condujeron a la Revolución Rusa de 1917 cuando escribió en 1913 sobre las feministas burguesas que parecían luchar simplemente por la igualdad con los hombres de su clase:
“Su objetivo es lograr las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos dentro de la sociedad capitalista que los que ahora poseen sus esposos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las trabajadoras? Su objetivo es abolir todos los privilegios derivados del nacimiento o la riqueza. A la trabajadora le es indiferente si su ‘patrón’ es hombre o mujer. Junto a toda su clase, puede mejorar su posición como trabajadora” (Kollontai 1913).
Estos no fueron debates abstractos. Tuvieron lugar en un período en que la revolución se convirtió en una cuestión concreta en Europa y millones de mujeres y hombres participaban en luchas trascendentales contra la guerra, la explotación y la opresión.
Se volvió a estos debates tras los grandes movimientos y luchas de la década de 1960. La posición extrema de las mujeres en la Unión Soviética, un estado que afirmaba ser socialista, llevó a algunas feministas a concluir que el socialismo no garantizaba la liberación de las mujeres. Propusieron dos luchas paralelas, una contra la explotación y otra contra la opresión y el patriarcado.
En respuesta, los marxistas recurrieron a la rica tradición establecida por las generaciones pasadas de revolucionarios. Por ejemplo, las páginas de esta revista [International Socialism Journal] estaban llenas de fervientes debates sobre las ideas de Zetkin y Kollontai, la experiencia de la Revolución Rusa y la teoría de Engels sobre las raíces de la opresión de las mujeres. La teoría del patriarcado fue desafiada y una nueva generación de activistas fue educada en las ideas del materialismo histórico y la revolución de la clase trabajadora (ver Cliff, 1981a; Cliff, 1981b, y German, 1981).
Las ideas del patriarcado eran dominantes porque parecían encajar en la realidad. La experiencia cotidiana de la opresión no es impuesta de manera abstracta por “el sistema”. Se articula a través de relaciones humanas reales entre individuos. Algunas feministas, influenciadas por el marxismo, intentaron fusionar un enfoque materialista con una defensa de la idea del patriarcado. Citaron la exclusión por ley de las mujeres de ciertos sectores de producción durante la revolución industrial como prueba de que los hombres de la clase dominante y la clase trabajadora habían pactado, teniendo un interés común en mantener a las mujeres fuera de la fuerza laboral.
Esta interpretación ignoró el hecho de que muchas mujeres agradecieron el escapar de las fábricas donde a menudo las habían obligado a trabajar hasta el parto, antes de regresar en cuestión de días con sus bebés en el pecho. Los niveles de mortalidad infantil y materna eran altos y, para algunas, los cambios significaron un alivio de la doble carga del trabajo asalariado y doméstico. En cuanto a los hombres, de hecho, algunos sindicatos apoyaron las medidas porque se vio que los salarios más bajos de las mujeres socavaban los salarios masculinos. Pero la realidad fue que muchas mujeres siguieron trabajando y la mayoría de los hombres no recibieron un aumento salarial equivalente a lo que la familia completa había ganado hasta ahora o lo que la familia necesitaba.
El bajo salario de las mujeres y la negación de la provisión asequible de guarderías ahorran costos para las empresas y hacen que toda la clase trabajadora sea más pobre. Los hombres no se benefician de que los salarios de las mujeres se usen para socavarlos o de que ingresen menos al hogar.
Para algunas, la lógica del patriarcado era organizarse por separado de los hombres. Si los hombres fueran el problema, no podrían ser parte de la solución. Los socialistas parten de la posición de defender el derecho de los oprimidos a organizarse y luchar como ellos elijan. Pero no creemos que la liberación de las mujeres sea ganada por las mujeres que luchan solas. Separar los problemas de la opresión de las mujeres de la lucha más amplia para desafiar al sistema debilita nuestra capacidad de ganar.
Se organizaron numerosas vigilias y marchas sólo para mujeres a finales de la década de 1970 para defenderse de los ataques contra el derecho al aborto. Pero la mayor y más decisiva fue cuando la clase trabajadora organizada, mujeres y hombres, salieron a las calles en una manifestación de 150.000 personas, ésta estuvo organizada por la federación de sindicatos TUC. El derecho al aborto no se consideró como un “problema de la mujer” por el que sólo las mujeres podían movilizarse. Fueron vistos correctamente como un problema de clase, y sobre esa base rechazamos a los fanáticos antiabortistas durante casi tres décadas.
Ver que la clase trabajadora tiene el poder de desafiar al capitalismo no es creer que alguna otra fuerza vendrá y liberará a las mujeres. Las mujeres están en el corazón de la clase trabajadora. La esencia misma de la auténtica revolución de la clase trabajadora es su capacidad para conducir a la autoemancipación de la masa de la humanidad. Como Marx y Engels lo expresaron en el Manifiesto Comunista:
“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial”. (Marx y Engels, 1848)
Por el contrario, la experiencia de la opresión no conduce automáticamente a la resistencia, o incluso a la unidad con otros grupos oprimidos. Puede conducir al aislamiento y la sumisión.
Idealismo, materialismo y Engels
Una explicación marxista de las raíces de la opresión de las mujeres se basa en la comprensión de que es el mundo material el que da forma a las ideas en nuestras cabezas, no al revés. El comercio de esclavos no se desarrolló porque los blancos fueran racistas: el racismo se desarrolló como justificación de la esclavitud, para representar a los negros como menos que humanos.
Sólo el marxismo tiene una explicación concreta para las raíces de la opresión de las mujeres que no descansa en el determinismo o idealismo biológico de género. Walter ha reunido una excelente exposición del mito de que el comportamiento y las habilidades de mujeres y hombres son limitados y definidos por su composición genética. Tal determinismo de género, que afirma, por ejemplo, que a las mujeres les gusta el rosa porque solían buscar bayas maduras en las sociedades de cazadores recolectores, ha sido durante mucho tiempo un argumento incondicional de los tabloides y la derecha, y es fácilmente refutado (Walter 2010, pág. 145). Pero algunas feministas también recurren a una forma de determinismo biológico que afirma que las mujeres son, por definición, más atentas y que los hombres son agresivos. Por ejemplo, hubo un argumento común cuando los mercados financieros se colapsaron que afirmaban que las hormonas masculinas eran las culpables de las apuestas, cada vez con más riesgo, en los mercados bursátiles y que, si las mujeres manejaban las cosas, tales crisis no ocurrirían;
“Ruth Sunderland, editora comercial de The Observer, se ha referido a ‘la marca del capitalismo machista, con dientes y garras que fue el primer causante de la crisis’. La implicación es, por supuesto, que existe un capitalismo alternativo, gentil y femenino que traería armonía y riqueza a todos lados. Esto sería ridículo si no se tomara tan en serio. En Islandia, dos bancos que se colapsaron y el nuevo gobierno encabezado por mujeres están siendo anunciados como ‘el fin de la era de la testosterona’… El Dr. Ros Altmann dijo que una de las causas de la crisis fue ‘el exceso de machismo… faltaba la visión cooperativa que existiría en un entorno femenino… habría habido una tendencia natural para que una mujer dijera: «Tomemos una visión a más largo plazo»’… Las mujeres tienen una ‘mentalidad afectuosa, una mentalidad enriquecedora, una mentalidad que dice preocupémonos por el futuro’.” (Orr, 2009b).
Incluso cuando se rechaza el determinismo biológico, hay muy poca sustancia para reemplazarlo en los escritos feministas recientes. En cambio, hay un argumento circular: las ideas y expectativas sobre los roles y el comportamiento de mujeres y hombres dan forma a nuestras ideas, expectativas y comportamiento. Esta es la razón por la cual a las niñas les gusta el rosa y los niños juegan con camiones, etc. Por supuesto, las ideas y expectativas tienen un impacto muy profundo en nuestro comportamiento y tenemos que desafiar las ideas que sirven para justificar y mantener la desigualdad y la opresión. Pero siempre tenemos que volver a responder la pregunta, ¿de dónde vienen las ideas en primer lugar?
El trabajo pionero de Friedrich Engels sobre la opresión de las mujeres y la familia abordó esta pregunta y sentó las bases para una comprensión que aún hoy se mantiene. Este análisis apunta a una explicación materialista de las ideas sexistas. No están impregnadas en la leche materna. En cambio, surgen de un proceso de socialización moldeado por la forma en la que se estructura la sociedad, en particular en el papel que desempeña la familia. Si bien Power asiente con la cabeza hacia las teorías de Marx y Engels, la mayoría de los nuevos escritos feministas no logra comprometerse seriamente con sus avances o no examina la validez de sus argumentos.
Las ideas de Engels nos dieron una idea de cómo las divisiones de clase no existían durante la mayoría de la historia humana y mostraron la importancia de la transición hacia las primeras sociedades de clase. Describió los cambios como “la gran derrota histórica del sexo femenino”. Esta “derrota” se originó en el desarrollo de la estructura familiar monógama en la cual las mujeres se hicieron responsables de la reproducción privada de la próxima generación y los hombres se hicieron dominantes en la esfera de la producción socializada. Esto ocurrió en el contexto de la transición, de vivir en pequeñas comunidades de cazadores y recolectores pasó a la formación de sociedades más establecidas basadas en la horticultura o la agricultura. (Engels 1884).
El desarrollo del uso de arados, riego y represas, dependiendo del clima y la tierra, provocó grandes diferencias en la productividad humana. Estas nuevas técnicas tuvieron un impacto significativo en el papel de las mujeres en la sociedad: el uso de equipo pesado, el comienzo de intercambios de excedentes y el contacto, en parte hostil, fuera de los límites del grupo. Desde un período en el que el trabajo de las mujeres había producido al menos tanta comida como el de los hombres, y en muchos casos más, las áreas de trabajo que los hombres emprendieron se volvieron con el tiempo más productivas y más centrales para la supervivencia.
Aquellos que producían el excedente controlaban su uso, y esto a su vez dio poder a algunos hombres en el grupo. La crianza de los niños no podía combinarse tan fácilmente con estar en el centro de producción, por lo que se desarrolló una división entre el papel cada vez más privado y cada vez más recurrente de la reproducción (se necesitaban sociedades estáticas de horticultura o agricultura y así podrían sostener más manos para trabajar la tierra) por mujeres y producción socializada cada vez más realizada por hombres.
No todos los hombres controlaban o producían un excedente. Ciertas circunstancias favorecieron a unos sobre otros, por lo que las divisiones que surgieron también dividieron a los hombres entre sí. Las jerarquías aparecieron por primera vez y estas tuvieron implicaciones. Si se posee algo que otros no poseen y se desea conservar y transmitir, la herencia se vuelve importante. Una forma de identificar a sus herederos legítimos era garantizar la monogamia. Todos estos desarrollos tuvieron profundas implicaciones para la posición de las mujeres en estas sociedades.
Demostrar que la opresión de las mujeres se basa en cómo la estructura de la familia creció con el surgimiento de la sociedad de clases y que no era una característica de las sociedades anteriores es vital para nuestro análisis acerca de cómo combatir esta opresión. Puede ser el punto más difícil de ganar. Va en contra de lo que la gente supone. Es mucho más fácil aceptar que la forma en que trabajamos, vivimos y organizamos nuestras vidas personales es como siempre ha sido y que sólo podemos hacer pequeños ajustes. Por ejemplo, Redfern y Aune sugieren que “los hombres deben estar dispuestos a dejar algunas horas de trabajo remunerado para cuidar de sus familias, y los lugares de trabajo deben adaptarse a horarios flexibles” (Redfern y Aune 2010, pág. 133). Pero todo lo que hace es transferir la carga del trabajo doméstico y, por supuesto, no es una respuesta para las mujeres que son madres solteras.
Entonces, incluso para las feministas que reconocen el papel que desempeña la clase, que aceptan que el capitalismo es un problema y que entienden que la lucha de la clase trabajadora es importante, al no comprender las raíces materiales de la opresión de las mujeres asumen el enfoque de la doble vía: una lucha contra la explotación, y otra contra la opresión y el patriarcado. Hoy, sin embargo, el patriarcado rara vez se teoriza por completo y se usa con mayor frecuencia como una descripción de una situación en la que se discrimina a las mujeres.
En sus notas al final de su artículo clásico “La liberación de las mujeres y el socialismo revolucionario”, Chris Harman escribió que su afirmación de que las y los socialistas revolucionarios “no creemos que la opresión de las mujeres sea algo que ha existido siempre, ya sea por causa de diferencias biológicas entre los sexos o por algo inherente a la mente masculina… causó más discusión que cualquier otra entre las personas a las que mostré el primer borrador de este artículo” (Harman 1984).
Harman revisa los estudios y los datos antropológicos en detalle. Examina los fallos, incluida la motivación y los antecedentes de clase de los hombres (en su mayoría) que llevaron a cabo los primeros estudios antropológicos. Pero la evidencia innegable sigue siendo que los humanos han vivido en comunidades que se han organizado de innumerables maneras diferentes.
Ha habido sociedades en las que las personas no vivían en familias nucleares, las mujeres no eran ciudadanas de segunda clase, el sexo gay no se consideraba anormal, el color de la piel de las personas no se consideraba importante y no existían límites nacionales. Hay muchos ejemplos de sociedades donde la opresión de las mujeres, la discriminación sistemática contra las mujeres, no es una característica. Ha habido sociedades en las que las mujeres han ejercido más poder que los hombres y otras en las que las diferencias de género tienen poca o ninguna importancia. El punto esencial es que las mujeres y los hombres han vivido de diferentes maneras en el pasado y, por lo tanto, podrían vivir de diferentes maneras en el futuro.
La familia hoy
Hoy, aunque la mayoría de las mujeres no se dedican exclusivamente a dar a luz y criar hijos, el papel de la familia todavía tiene enormes beneficios económicos e ideológicos para el sistema: económico porque las familias individuales asumen todos los costos de criar a la próxima generación; ideológico porque se alienta a las familias a verse a sí mismas como unidades atomizadas y autónomas donde, si eres pobre o desempleado, te culpas a ti mismo más que al racismo en la sociedad, la crisis económica o los recortes en la educación.
La familia también es vista por muchos como un refugio de un mundo brutal que de otra manera nos trata a todos como a un simple engranaje en un sistema impersonal. La familia puede ser el único lugar donde podemos esperar y recibir amor y apoyo incondicionales. La vida familiar se elogia en los medios, la publicidad y la cultura popular. Las referencias a “familias trabajadoras” constituyeron y constituyen un estribillo constante durante las elecciones generales de los políticos de todos los principales partidos.
El matrimonio todavía se presenta como la máxima aspiración de las mujeres. A pesar de que generaciones de mujeres forman parte de la fuerza laboral, se supone que el hogar es la esfera de la mujer. Es ella quien debe hacer malabarismos con el trabajo, las compras, las tareas domésticas y el cuidado de los niños para cumplir con las expectativas de la sociedad (y, a menudo, las suyas) de su papel “natural”. Esto lleva a que las mujeres a menudo acepten trabajos mal pagados o a media jornada que se ajusten al horario escolar y las vacaciones, por ejemplo.
En todo momento, el estado apoya y refuerza esta visión “tradicional” de la división de género, y se espera que los hombres cumplan con las expectativas de ser el proveedor. Los conservadores quieren ofrecer exenciones de impuestos a las parejas que se casan porque les preocupa la tendencia de las personas a rechazar el cumplimiento de la unidad familiar tradicional. Las mujeres tienen hijos más tarde que nunca. Algunos optan por no tenerlos. Desde la década de 1970, ha disminuido la proporción de bebés nacidos de mujeres menores de 25 años en Inglaterra y Gales, del 47 por ciento (369.600 nacidos vivos) en 1971 al 25 por ciento (180.700 nacidos vivos) en 2008 (ONS 2009, pág. 3).
Si bien las ideas tradicionales sobre la familia no se ajustan a la realidad de la sociedad actual, su resistencia refleja el hecho de que ha sobrevivido como una estructura social dominante, a pesar de los muchos cambios profundos en la forma en la que vivimos y trabajamos. Tiene un propósito importante en mantener y justificar el statu quo. Este es el fundamento material para las ideas sobre las mujeres que impregnan la sociedad.
La lucha por la liberación de las mujeres ahora
Los socialistas revolucionarios deben partir de lo que nos une con las mujeres recién politizadas que se identifican con el feminismo: su rechazo al sexismo, la ira por la injusticia y la discriminación, y la voluntad de luchar. Podemos ganar una nueva generación al socialismo revolucionario, pero no denunciando el feminismo a gritos.
Tampoco haremos un favor a esas mujeres si simplemente abogamos por otro tipo de feminismo: un feminismo socialista o marxista, por ejemplo. Nuestra visión del mundo y el cambio revolucionario fundamental por el que estamos luchando son más de un enfoque particular para luchar por los derechos de las mujeres. Luchamos contra la opresión de las mujeres en todas sus expresiones, pero creemos que la revolución socialista es la única forma de lograr la verdadera liberación de las mismas.
Es vital que nos involucremos en los nuevos debates. Algunos pueden pensar que simplemente podemos repetir los argumentos que teníamos hace décadas. Eso sería un error. Las activistas que llegan a estas ideas ahora han tenido una experiencia muy diferente a la de las mujeres en la década de 1960. Ahora hay mujeres en muchas ámbitos de la vida que nos fueron prohibidos hace 40 años. La generación de hoy ha vivido un período en el que se les ha dicho que lo tienen todo. Han visto a mujeres en el gobierno; han crecido asumiendo que trabajarán para ganarse la vida; han visto que internet transforma la capacidad de acceder a la pornografía; y han visto algunos de los logros de la década de 1960, como la libertad de expresar su sexualidad, distorsionada en un estereotipo cliché y vendida como liberación.
Los marxistas han participado en debates pasados sobre pornografía y prostitución, mercantilización y liberación sexual y tenemos mucho que ofrecer en los debates actuales (ver, por ejemplo, McGregor 1989, y más recientemente, Pritchard 2010, y la respuesta de Dale y Rose 2010). Marx escribió sobre el proceso de alienación, la capacidad del capitalismo para convertir partes intrínsecas de nuestra humanidad en objetos extraños para ser comprados, vendidos y poseídos. Nos vemos obligados a vender nuestra capacidad de trabajo si queremos sobrevivir. Entonces, incluso nuestra sexualidad se transforma en algo ajeno a nosotros. La nueva libertad de expresión, por la que se luchó duramente, está distorsionada por el impulso del sistema de convertir todo en una fuente de ganancias. La liberación se convierte en su opuesto: las mujeres sienten la presión de ajustarse a caricaturas cada vez más exageradas de lo que se considera sexy, mientras que los hombres son alentados a verse como prisioneros indefensos de su testosterona: sexualmente agresivos e insaciables.
Entonces, cuando hablamos de luchar contra el nuevo sexismo, tenemos que dejar en claro que estamos por una verdadera liberación sexual, por una mayor apertura sobre el sexo y la sexualidad. No apoyamos a los conservadores y a otros que tienen una agenda profundamente reaccionaria sobre la sexualidad y el papel de la mujer en la sociedad (Liebau 2007, es un ejemplo de la respuesta de la derecha en EEUU). Debemos distanciarnos de quienes critican el nuevo sexismo con ideas que decretan que las mujeres deben ser recatadas y pasivas cuando se trata de relaciones sexuales, o que buscan limitar la educación sexual en las escuelas o imponer su censura. La censura permite a los jueces y políticos de la clase dominante sentarse como árbitros de lo que es aceptable para nosotros leer, mirar y producir. Dejamos bien claro que a lo que nos oponemos es a la tosca mercantilización de los cuerpos de las mujeres que se hace pasar por la confianza sexual.
Estamos en medio de una crisis económica mundial, acuñada por el TUC (la central sindical británica) como una “crisis de igualdad de oportunidades”. Esto se debe a que las mujeres, hoy más que nunca, son una mayor proporción de la fuerza laboral. Sufrirán recortes de empleos y despidos junto con los hombres. Hasta ahora, la evidencia apunta a que los hombres pierden empleos a un ritmo mayor que las mujeres, pero no es concluyente. Sin embargo, los devastadores planes de recortes del gasto público planeados por el gobierno recién elegido también tendrán un efecto. Cuando los servicios para ancianos, para personas con discapacidades, para niños, etc. sufran recortes, se supondrá que las mujeres en las familias de clase trabajadora, que dependen más de dichos servicios, llenarán el vacío.
Está claro que habrá mucho por lo que luchar en los próximos meses. ¿Cuáles son las estrategias que ofrecen las nuevas escritoras feministas? Ellas abogan por mantenerse activas. Banyard enumera a todos los grupos de campaña a los que las mujeres pueden unirse. Redfern y Aune sugieren escribir a tu diputado/a, desafiar a tu novio, cambiar tu estilo de vida. Por ejemplo, en respuesta al sexismo en la cultura popular: “Diversifica tu consumo… rechaza los estereotipos demasiado vagos sobre hombres y mujeres que escuchas en la vida cotidiana” (Redfern y Aune 2010, pág. 203). Ninguna de estas sugerencias suena remotamente adecuada frente a los problemas que las propias autoras han descrito.
En cambio tenemos que ganar a las mujeres, que se acercan a la política como consecuencia de su propia experiencia con la opresión de las mujeres, a una tradición política diferente, una que no separa a las mujeres de las luchas más amplias de nuestra clase. En cada período de gran resistencia y revuelta de la clase trabajadora se ha planteado la cuestión de las mujeres. No es sorprendente que en este momento, después de un período en el que la lucha de la clase trabajadora no ha demostrado su capacidad para desafiar al sistema, las soluciones individuales de estilo de vida o la organización por separado como mujeres, puedan parecer inicialmente la única opción.
La historia ha demostrado que cuando los oprimidos se organizan para defenderse, pueden inspirar movimientos masivos de oposición, pero si permanecen centrados en un sólo tema, se topan con los límites de la sociedad existente.
El movimiento de mujeres de la década de 1960 fue moldeado por la suposición de que el sistema se estaba expandiendo e iba hacia adelante. Se tenía la sensación de que cada generación tendría una mejor calidad de vida y mayores oportunidades que la anterior. Y para muchos eso era una realidad.
Hoy el capitalismo se encuentra en una crisis prolongada y profunda, con guerras brutales como una característica permanente y el cambio climático representa una amenaza para la supervivencia de nuestro planeta. Millones en Gran Bretaña sienten una profunda ansiedad por el futuro y no existe la posibilidad de que el sistema pueda ofrecer una vida más igualitaria y plena para la gente común. El impacto del mercado desenfrenado en nombre del neoliberalismo ha eliminado todas las ilusiones de que la provisión colectiva para los vulnerables en la sociedad se mantendrá durante mucho más tiempo.
El argumento de que necesitamos desafiar al sistema capitalista en sí es popular. Muchas de las mujeres jóvenes que se declaran feministas, que colocan pegatinas sobre anuncios sexistas o crean nuevos sitios web y grupos feministas, están lejos de sentir hostilidad hacia las ideas socialistas.
Necesitamos unirnos a esas mujeres en las luchas a las que nos enfrentamos, ya sea contra los recortes en la educación o los intentos potenciales de los conservadores de atacar el derecho al aborto. Debemos organizar debates y protestas sobre la publicidad sexista y sobre la lucha por una verdadera liberación sexual. Debemos formar parte de cada lucha contra cualquier expresión de la opresión de las mujeres, pero siempre con una visión acerca de cómo podemos ganar una sociedad totalmente libre de opresión.
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