Miguel Silva

El mundo está en llamas.

El año pasado fue el año de la derecha, del racismo, de la derrota en gran parte del mundo.

Pero en los últimos meses hemos visto sublevamientos, revueltas, alzamientos en muchos países. Hace poco en Irán e Irak. Comunidades que ayer se odiaban marchan juntas en el Líbano. Desde Sudán hasta Ecuador, desde Catalunya hasta Hong Kong, Haití y Chile, millones de personas han levantado sus voces.

En estas líneas quiero describir algo del estallido en Chile y decir algunas cosas que quizás serán útiles para los levantamientos de gentes de otros países.

Primero, las raíces de los grandes cambios que hemos visto acá durante las últimas cuatro semanas.

De los más de 8 millones de contribuyentes que analizó Impuestos Internos en 2010, 23 mil eran del primer “fractal”, es decir del 1% más rico. Del 99% restante de la población, en 2010 su ingreso per cápita mensual fue de unos 719 US dólares, más o menos 377 mil pesos chilenos.

Pero el 1% más rico del país tenía un ingreso per cápita de 29.010 US dólares mensuales, es decir 15 millones mensuales más o menos, o cuarenta veces más que cada uno del 99%.

Ni hablar del uno por ciento de ese uno por ciento más rico, que tenía un ingreso per cápita de 890.678 US dólares mensuales, es decir más o menos 467 millones de pesos al mes, o 1.238 veces más que cada uno del 99%.

Los ricos viven en barrios muy alejados de donde vivimos los demás. No usan el transporte público, tienen sus propios colegios, hospitales (bueno, se llaman clínicas), supermercados… Ni van al centro de las ciudades.

Aceptábamos ese tipo de desigualdad, aunque nos molestaba.

Pero la paciencia tiene sus límites, y hace un mes, cuando subieron las tarifas del metro en unos 30 pesos, grupos de estudiantes secundarios llamaron a una campaña de “evasión”. Cientos llegaron al metro y saltaron las barreras. Otros rompieron las barreras. Y el país explotó… comenzaron las marchas más grandes nunca vistas, incluso en ciudades y pueblos chicos. Los trabajadores del sector estatal, como de la enseñanza y de la salud pública, salieron en paro, y hubo intentos de huelga general.

Grupos comenzaron a juntarse en sus comunas para discutir lo que querían, y cómo ganar sus demandas. Eran, por lo general, grupos chicos, de hasta unos centenares de personas. Pero a veces, eran miles.

El gobierno reaccionó con fuerza bruta. “¡Estamos en guerra!” dijo el presidente. Sacaron a los militares a la calle por unos días y la policía atacaba a cualquiera que no seguía sus órdenes.

chile manifestante flameando la bandera mapuche en la cima de una estatua militar en Santiago

Pero a pesar de los supermercados en llamas, de las barricadas y los saqueos populares (y también de robos por grupos de ladrones “profesionales”), el gobierno cambió su tono. La palabra “desigualdad” entró a su vocabulario y comenzaron a decir que iban a hacer todo lo que podían para mejorar la vida de tanta, tanta, tanta gente que sufría.

Tras un mes de marchas, enfrentamientos con la policía y los soldados, las 200 personas que han perdido un ojo por las escopetas de la policía… el gobierno cedió y dijo que estaba dispuesto a cambiar la Constitución después de largas negociaciones con la oposición.

Claro, los “políticos” no preguntaron a los millones que han protestado si estaban de acuerdo con los términos de las negociaciones, y como consecuencia hay grandes debates dentro de la oposición más radical. ¿Los políticos tenían derecho a negociar en nombre de los millones que protestaban?

Un ejemplo de cómo estamos ahora, después del mes de protestas… a la abuela que esperaba desde las cinco de la mañana para sus remedios fuera del Hospital de su Comuna, le dicen que no tienen sus remedios. Pero ella le dice al periodista en una entrevista de la Tele que “la gente en la calle está conmigo y las cosas van a cambiar”.

Así de profundo es el cambio que hemos vivido.

¿Qué podemos aprender del estallido chileno?

Creo que hemos aprendido que podemos obligar al gobierno a cambiar. De hecho, hemos visto los cambios. Un día dicen que están en guerra. Pocos días después dicen que la desigualdad es una cosa terrible y se comprometen a cambiar las condiciones de vida que tenemos que aguantar.

Ese cambio fue consecuencia de las protestas que llevaron a millones de personas a las calles.

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Sobre las marchas, no hemos visto tanta gente en la calle desde hace 40 años. Y por lo general, cuando más gente marcha, menos violencia policial hay.

Pero no hay duda de que las marchas y barricadas, los Paros laborales en el sector público y en parte del sector privado, asustaron al gobierno. Por algo el Gobierno comenzó a negociar los cambios constitucionales.

Y ahí podemos aprender algo, y enseñar algo. Porque las Asambleas locales no han tomado parte en las negociaciones que lleva a cabo el Gobierno. No tienen voz propia, aunque los partidos más radicales han tomado parte en su formación. Una agrupación de sindicatos y organizaciones populares, la “Unidad Social”, ayudó a organizar las discusiones en las Asambleas, y llamó a los Paros, pero las Asambleas mismas no tienen organización propia.

Creo que las organizaciones ya establecidas, con activistas experimentadas, deberían ayudar a las nuevas Asambleas a tener voz y organización propia, y así ganar confianza y experiencia. Pueden (y lo han hecho), ayudar a las asambleas locales a comenzar a tomar forma. ¡Bien hecho!

Pero deberían ayudar a las Asambleas a “tomar vuelo”, a ser independientes, a ser una fuerza en sí mismas.

¿Por qué es importante ese tema?

Porque millones han salido a protestar, pero son algunos miles que hasta ahora han tomado parte en sus Asambleas. Esas Asambleas deben integrar a cientos de miles. No deberíamos olvidar que hasta hace un mes la mayoría de la gente, la misma gente que salió a protestar, no tenía organización local de base de ningún tipo, ni sindicatos, ni organización comunal.

Ahora el Gobierno quiere volver a tomar el control del país, a calmar las aguas y esperar a que, con el paso de los meses, la gente acepte cambios “razonables” y con una cierta “responsabilidad”.

¡Veremos si logran lo que quieren!


Miguel Silva es activista anticapitalista en Chile.