David Karvala

Las noticias que llegan desde Bolivia son cada vez más alarmantes. Una senadora, Jeanine Áñez se ha declarado la Presidenta en un parlamento medio vacío de representantes, y totalmente vacío de validez. Hay imágenes de la brutal represión en las calles, y también de protestas contra el golpe.

La situación es complicada y toda evaluación es provisional.

La complicación es tal que algunos sectores de los movimientos sociales en Bolivia, sabiendo que tenían quejas justificadas contra el gobierno de Evo Morales, siguen negando que esto sea un golpe (por supuesto que Donald Trump y los aliados de EEUU también lo niegan, aunque lo hacen por pura hipocresía). Mientras, dentro de la izquierda internacional se extiende el argumento de que el golpe y las protestas que lo precedieron forman un solo bloque que es producto de un gran plan urdido en Washington. Ambos relatos son falsos y se retroalimentan.

Hay que rechazar el golpe impulsado por los militares y la oligarquía, en que, según parece, ha jugado un papel importante Luis Fernando Camacho, un ultraderechista fundamentalista cristiano que pintaba poco hasta hace pocos días.

Hay que hacer frente al golpe, pero la lucha se lleva a cabo en Bolivia, no con artículos y declaraciones de la izquierda internacional. El golpe surgió en el contexto de fuertes movilizaciones sociales tras las últimas elecciones, pero estas protestas a su vez reflejaban el descontento existente con el gobierno por parte de importantes sectores populares.

Para entender las posibilidades de la resistencia dentro de Bolivia —resistencia que ya está en marcha— hay que hacer un balance honesto de cómo se ha llegado hasta aquí.

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El gobierno de Morales

Hay mucho debate acerca de su presidencia.

Desde que Evo Morales llegó al poder en 2006, ha habido importantes avances sociales y económicos. Aquí sólo se mencionarán unos ejemplos. Según un informe: “El PIB real (ajustado a la inflación) per cápita creció en más de un 50% en los últimos trece años. Esto equivale al doble de la tasa de crecimiento de la región de América Latina y el Caribe… La tasa de pobreza ha caído por debajo del 35% (estaba por debajo del 60% en 2006) y la tasa de pobreza extrema es del 15,2% (estaba por debajo del 37,7% en 2006).”

A pocos meses de tomar el poder, Morales decretó la nacionalización de los hidrocarburos del país.

En 2009 se introdujo una nueva Constitución que declaró que Bolivia era un Estado plurinacional, lo que significaba el reconocimiento de los derechos sobre tus tierras de los “pueblos indígenas originarios campesinos”.

El mismo hecho de que un activista de los movimientos sociales, una persona indígena, llegase a la presidencia, representó una afrenta para la oligarquía, a la vez que fue motivo de orgullo para mucha gente indígena.

Sin embargo, con el tiempo, también surgieron contradicciones.

Un hecho simbólico fue la construcción de una carretera a través de tierras indígenas. Como se denunció en 2011: “No preguntó antes a las personas que vivían allí, aunque su propia Constitución decía que debería hacerlo. La gran carretera no tenía la intención de traer beneficios a la población local, sino brindar a las corporaciones multinacionales de petróleo, gas y minería un acceso más directo y rápido a la región.”

Más recientemente, movimientos ecologistas del país han denunciado “las políticas gubernamentales de recuperación de tierras diseñadas para expandir la producción agrícola del país. ‘Estamos hablando de una política de Estado que pactó con los hombres de negocios del este de Bolivia expandir el área de agricultura intensiva, las plantaciones de soja y caña de azúcar y las tierras para el ganado’…”. Un artículo en El Salto, una publicación de izquierdas, denuncia “la política extractivista y desarrollista del Gobierno de Evo Morales, así como la criminalización que han sufrido las organizaciones sociales que no se alineaban con [su partido] el MAS, llevaron al Gobierno de Morales a perder muchos apoyos, incluso dentro del movimiento indígena.” Añade: “Algunos de estos movimientos formaron parte de las protestas contra el supuesto fraude en las últimas elecciones.”

Por su parte, la destacada feminista boliviana, María Galindo, fundadora de Mujeres Creando, denuncia que: “El gobierno de Evo Morales fue desde hace muchos años el instrumento de desmantelamiento de las organizaciones populares dividiéndolas, convirtiéndolas en dirigencias corruptas y clientelares, haciendo pactos parciales de poder con los sectores más conservadores de la sociedad incluidas las sectas cristianas fundamentalistas a las que les regaló la candidatura ilegal fascista de un pastor evangélico coreano, que fue avalado con el beneplácito del MAS.” El periodista de izquierdas, Raúl Zibechi, comenta que el golpista ultra, Luis Fernando Camacho, es “presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, que mantenía una alianza con el gobierno de Morales” (mi énfasis).

Todo esto era anterior al debate sobre las elecciones: elecciones a las que Morales no debía presentarse según la Constitución de 2009, que pone un límite de dos mandatos. Su intento de eliminar este artículo constitucional mediante un referéndum en 2016 fue derrotado, pero recurrió al Tribunal Constitucional, que dictaminó que esa limitación atentaba contra sus derechos políticos, y se volvió a presentar. Así que el incidente en el recuento electoral este octubre pasado —una interrupción de 23 horas— fue el desencadenante del conflicto, no el origen del descontentamiento popular.

Morales y el movimiento obrero

Hagamos un breve apartado sobre este tema. Evo Morales procede del movimiento obrero pero, como ha ocurrido en otros casos de activistas que pasan a la política institucional, ha habido muchos desencuentros.

Basta con unos titulares.

2010: “El principal sindicato boliviano declara la huelga general contra Morales”: “Como en los mejores tiempos del líder sindical Evo Morales, ahora presidente del país, Bolivia soportó ayer la primera huelga nacional de la Central Obrera Boliviana (COB) en los últimos cinco años, que se ha sumado a bloqueos, huelgas de hambre y manifestaciones de descontento y rechazo… al aumento salarial del 5%, que ha sido ratificado por autoridades gubernamentales en La Paz sin que haya lugar a revisión. La convocatoria de la COB fue seguida por los obreros de las fábricas…, el magisterio urbano y rural, los trabajadores del sector sanitario…, los mineros de Potosí, los trabajadores petroleros y los empleados de ayuntamientos y universidades…”

2011: “Comienza una huelga general de dos días en Bolivia para pedir un aumento de los salarios”: “Apoyan la huelga y las marchas de protesta programadas para estos dos días los dirigentes sindicales del magisterio, los mineros sindicalizados y el sector fabril, entre otros… El presidente de Bolivia, Evo Morales, proclamó el fracaso total de la huelga general de 48 horas que comenzó este lunes la mayor central obrera de su país para pedir un aumento de salarios por encima del 10% que decretó en febrero el mandatario… De enero de 2010 al mismo mes de este año los precios de los alimentos aumentaron un 14% en Bolivia, lo que ha causado huelgas y disturbios en todo el país. Según las últimas encuestas, la popularidad de Morales está en el 38% en marzo, con una mejoría frente al 32% de febrero, pero lejos del 70% de hace un año.”

2013: “Quince días de huelga general minera contra Evo Morales”: “Desde hace quince días los trabajadores de la Central Obrera Boliviana (COB) se movilizan en las principales capitales del país y bloquean las carreteras interdepartamentales.”

Bloqueos y huelga sanitaria abren las protestas por las pensiones en Bolivia”: “Una huelga en los hospitales estatales y el bloqueo de una carretera principal de Bolivia abrieron hoy una serie de protestas convocadas por la Central Obrera Boliviana (COB) para exigir al presidente Evo Morales mejoras en la ley de pensiones.”

2016: “Evo Morales afronta una huelga de tres días”: “El principal sindicato del país protesta por el despido de los mil trabajadores de la empresa textil estatal y habla de ‘dura represión policial’ con resultado de varios heridos… Los tres días de paro en protesta por el despido de un millar de empleados de la empresa textil estatal boliviana Enatex se iniciaron este miércoles (29.06.2016) con enfrentamientos en la ciudad de Cochabamba entre policías y manifestantes. ‘Nuestra obligación es cuidar las empresas públicas, éstas deben ser rentables. Enatex producía pérdidas económicas’, declaró el presidente Evo Morales.”

2018: “Médicos bolivianos regresan al trabajo después de 47 días de huelga”: “La semana inició con convulsas protestas en Bolivia, donde se produjeron enfrentamientos entre civiles y policías, que dispararon gases lacrimógenos contra manifestantes. Además de profesionales de la salud, también otros gremios de trabajadores se sumaron a la huelga: conductores de camiones, maestros y estudiantes expresaron su rabia en las calles frente a los planes del presidente Evo Morales de implementar cambios al Código Penal más estricto.”

Por supuesto, la prensa es capaz de exagerar y distorsionar, pero nadie puede negar la realidad de estos conflictos. No se trata de acusar a Morales de mala fe ni tampoco de tener ilusiones en la burocracia sindical, que también tendrá sus fallos.

El problema es que el intento de gestionar el sistema —por ejemplo, intentando asegurar que las empresas sean rentables— conlleva un choque de intereses con la gente trabajadora. Todos los gobiernos y todas las direcciones de empresas del mundo pueden alegar presiones externas para argumentar que no pueden ofrecer mayores salarios o mejores condiciones. El problema es el capitalismo en conjunto, y cualquier intento de gestionar una parte del sistema produce estas contradicciones. ¿Cómo puede la izquierda internacional denunciar a la gente trabajadora de Bolivia por luchar en sus propios intereses frente a la patronal y el Estado, cuando defendemos este derecho en Europa? Si no queremos aceptar este doble rasero, debemos reconocer que estas huelgas no son intentos golpistas, sino lucha de clases.

De las protestas al golpe

A partir de la elección disputada, hubo amplias movilizaciones durante varias semanas, con muchos incidentes graves. Los actores y los motivos de la oposición fueron muy diversos, desde sectores obreros e indígenas con simpatías realmente de izquierdas, hasta grupos de derecha y extrema derecha.

Hubo acciones violentas, tanto por seguidores de Morales y las fuerzas de seguridad —entonces aún controladas por el gobierno—, como por sectores opositores. Se produjeron tres muertos.

La izquierda internacional, en general, ha tildado estas movilizaciones de golpistas y derechistas sin matices. Como explica Raúl Zibechi, ante las protestas, “La izquierda latinoamericana no puede aceptar que una parte considerable del movimiento popular exigió la renuncia del gobierno, porque no puede ver más allá de los caudillos.”

La reacción de la izquierda internacional recuerda su respuesta ante la revolución en Siria o las luchas populares en Nicaragua. Convierten procesos complejos y contradictorios en algo simplemente de blanco y negro.

En parte debido a la ausencia de fuerzas independientes de izquierdas, la derecha ha podido aprovecharse de la situación para hacerse con el poder.

Estados Unidos animó el golpe, cuando estaba en marcha (no hay indicios de que Trump haya dedicado ni un segundo a pensar nada respecto a Bolivia). El ejército boliviano “sugirió” que Evo Morales dimitiese. Secciones de la policía se amotinaron, no para apoyar a los movimientos de base de trabajadores y gente indígena, sino a la derecha.

Fue, en palabras de Zibechi: “un levantamiento popular aprovechado por la ultraderecha”… pero a fin de cuentas fue un golpe. Ahora la cuestión es cómo hacerle frente.

Quien tendrá que combatirlo es la gente de los movimientos sociales en Bolivia… incluyendo a la misma gente que ha sufrido las decepciones con el gobierno derribado.

Se han explicado los problemas con la presidencia de Morales no para atacar a una persona que ya se encuentra en el exilio, sino porque si no analizamos la realidad de la situación, será imposible entender los obstáculos reales para plantar cara a la derecha ahora.

Aquí hay precedentes importantes de los que se podría aprender.

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Golpes: siempre llueve sobre mojado

Los golpes de estado casi nunca tienen éxito contra gobiernos que disfrutan del pleno apoyo popular. Se suelen dar en momentos en que —típicamente por errores propios— un gobierno se encuentra débil o en crisis.

La verdad es que en todos los golpes, e intentos de golpes, los gobiernos bajo ataque han cometido atropellos contra su propia gente.

Un buen ejemplo es el de Egipto. Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes, fue elegido presidente egipcio en junio de 2012. Poco después, nombró a Abdul Fatah al-Sisi como jefe de las Fuerzas Armadas del país. Morsi llevó a cabo algunas reformas, pero también reprimió huelgas y envió matones para atacar las manifestaciones. Ante esta situación, en junio de 2013 estallaron protestas muy importantes para exigir la dimisión del presidente. Al-Sisi aprovechó la crisis política para llevar a cabo un golpe militar.

Algunos sectores de la izquierda, sobre todo naseristas, apoyaron el golpe, e incluso entraron en el nuevo gobierno formado por Al-Sisi. Esta “izquierda” ni siquiera rompió con Al-Sisi cuando masacró a miles de personas, simpatizantes de Morsi. El golpe fue respaldado por EEUU, Arabia Saudita, Rusia y muchos otros estados  (por cierto, Rusia ha reconocido a la golpista Jeanine Áñez como presidenta provisional de Bolivia). Al-Sisi ya ha matado a más personas y encarcelado a más opositores en seis años que Pinochet en toda su dictadura.

Por su parte, los Hermanos Musulmanes inicialmente exigieron que los demás sectores de la oposición apoyasen políticamente a Morsi como condición para colaborar en la lucha contra el gobierno golpista: tuvieron que pasar varios años antes de que reconocieran los errores y atropellos que Morsi había cometido. Sólo recientemente, tras 6 años de dura represión, se han vuelto a producir protestas importantes en la calle.

Recordemos también el caso de Chile en 1970-73. El entonces presidente Allende nombró a Pinochet como jefe del ejército y desarmó a las organizaciones obreras independientes, los cordones industriales. El 11 de septiembre de 1973, Pinochet llevó a cabo un brutal golpe de estado, facilitado por el desarme del movimiento obrero —tanto político como literal— que habían impulsado Allende y el partido comunista chileno.

Los abusos y errores cometidos por los mandatarios no quitan en absoluto la necesidad de combatir los golpes de Estado.

Más bien, estos ejemplos confirman que hay que rechazar estos golpes a pesar del historial de los dirigentes defenestrados. Quien paga el mayor precio del golpe suele incluir a la misma gente que ha sufrido los atropellos anteriores.

Por otro lado, también confirma que hace falta aprender las lecciones de estas tragedias si queremos que se dejen de producir; hace falta una izquierda que no repita estas decepciones. Pero de este tema toca hablar en otro momento.

La cuestión inmediata es cómo se puede hacer frente al golpe en Bolivia. Pero antes, haremos otro apartado sobre una cuestión importante.

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El litio y el golpe

Según un reciente informe, Bolivia tiene unos 21 millones de toneladas de litio. Es el país con las mayores reservas de este mineral, esencial para la producción de las baterías que necesitan los teléfonos móviles, coches eléctricos, etc. Se ha argumentado que el deseo, por parte de las empresas occidentales, de controlar este litio ha sido un motivo clave para el golpe.

En realidad, el caso del litio sólo confirma las contradicciones señaladas arriba.

Empresas de Bolivia y Alemania firmaron en octubre de 2018 un acuerdo para explotar el litio en una zona de importancia natural, un desierto de sal en el departamento de Potosí, en el sur del país. Como han denunciado movimientos ecologistas, la extracción de litio provoca la contaminación del aire, del agua y de los suelos, mientras que se utilizan enormes cantidades de sustancias tóxicas para procesar el mineral. Asimismo, representa un grave riesgo para la salud de la gente que lo trabaja. Por otro lado, según el acuerdo firmado, las comunidades bolivianas recibirían tan solo un 3% de los beneficios, mucho menos que sus iguales de Argentina y Chile.

Ante esta situación, se desató una gran movilización, que culminó a principios de octubre de 2019 en un paro general indefinido en el departamento de Potosí, exigiendo la derogación del acuerdo y un cambio en las políticas del gobierno en la región. Estas movilizaciones lograron a principios de este mes de noviembre que se anulase la explotación.

Para resumir, el gobierno de Morales había firmado un acuerdo con una empresa occidental, que produciría más que probables daños medioambientales y pocos beneficios económicos para la gente de la región; el acuerdo sólo se anuló tras la movilización impulsada por la oposición popular a Evo.

La situación es ahora doblemente incierta, tanto por el fin de ese pacto como por la convulsión política en el país. Las empresas valoraban la estabilidad anterior de Bolivia —incluso el FMI la celebraba— y la empresa alemana no tenía problemas para firmar con Bolivia un acuerdo que le beneficiaba. Ante esta situación, promover un golpe no tiene sentido alguno.

Ahora que el golpe se ha llevado a cabo, por supuesto, los diferentes estados/capitales en competencia intentarán sacar todo lo que puedan de él, aunque la situación es mucho más arriesgada de la que desearían.

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Con todo: ¡No al golpe!

La situación en Bolivia es caótica y es imposible saber exactamente qué pasa. Pero algo podemos y debemos aprender de la historia.

  1. En sus inicios, los golpes pueden tomar diferentes formas, más abiertas o más disfrazadas. Casi nunca dicen “estamos llevando a cabo un golpe de Estado”. Es mucho más típico oír declaraciones como “nos encontramos obligados a intervenir para proteger la democracia” o algo parecido. Nadie debería dejarse engañar. Los golpistas pueden prometer cualquier cosa, pero una vez que el proceso está en marcha, ya no hay reglas. La burguesía es brutal. Cuando se siente amenazada, reprime de manera terrible. Todas las críticas que se pueden hacer a Evo Morales no eliminan el hecho de que la oligarquía está aprovechando la oportunidad para fortalecerse mediante este golpe. (Proceso que ya se ha puesto en marcha mientras se redacta este texto).
  2. No puede haber pacto con la derecha, en nombre de “la unidad nacional”, “la hermandad”, “la paz”, ni nada. Si una de las críticas a Evo es que pactó con agronegocios y aplicó políticas neoliberales, debe ser obvio que permitir que la oligarquía y los agronegocios tengan aún más poder sólo empeorará la situación de la gente trabajadora y campesina. (En este sentido este dirigente campesino que denuncia el “comunismo” de Evo Morales y afirma su amistad con la organización de Camacho se equivoca terriblemente: https://www.facebook.com/ErbolDigital/videos/561548667934721/, es el segundo en hablar, minuto 5:55).
  3. La imagen de Camacho en el palacio presidencial con su Biblia es una muestra de los monstruos que esta situación puede generar. No por nada se le ha descrito como “el Bolsonaro de Bolivia”. Para la gente trabajadora e indígena es un enemigo a combatir sin tregua.
  4. Hay que insistir, quien acaba pagando el precio de los golpes es la gente de abajo, siempre.

No hay solución fácil, pero cualquier solución pasa por la lucha de la gente desde abajo, contra los de arriba. En esto, se requiere algo casi imposible: lo ideal sería que la gente que ha protestado en las últimas semanas contra Morales, exigiendo más democracia y justicia social, y la gente que ha defendido Evo Morales pero que realmente quiere lo mismo, se una contra el golpe.

El problema no es nada nuevo. Tras el impeachment (golpe legal) contra Dilma Roussef, presidenta petista de Brasil, y la llegada al poder primero de Temer y luego de Bolsonaro, hubo un debate en los movimientos. Los incondicionales del PT intentaron hacer que el rechazo a Temer y Bolsonaro se basase en el apoyo político al programa e historial del PT. Sin embargo, donde se consiguió movilizar en base a un punto compartido —que era simplemente el rechazo al golpe y luego a la extrema derecha, sin centrarlo en apoyar a un partido que sí había cometido errores y cuya posición política no era compartida por todo el mundo—, fue posible impulsar luchas más unitarias, y esto incluía acciones para exigir la libertad de Lula.

La base de la unidad frente al golpe no puede ser el apoyo político a todo el historial de Morales —ni tampoco las denuncias a este historial— sino la defensa de los derechos de la gente trabajadora, empobrecida e indígena, la defensa de la democracia, el rechazo a la dictadura de los oligarcas y los agronegocios, la lucha contra la destrucción del planeta…

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El Alto muestra el camino

Ya vemos indicios de este tipo de movilización en Bolivia. Según El Salto, el mismo 11/11/19:

“Horas después de que Morales presentara su dimisión este 10 de noviembre, la dirección de la Federación de Juntas Vecinales-El Alto llamaba en rueda de prensa a ‘conformar comités de autodefensa, bloqueos, movilización permanente y contundente, en diferentes sectores de la sede de Gobierno’.

La organización vecinal apuntaba a las intenciones de los impulsores del golpe —que ‘vuelva la oligarquía para que siga manejando y destruyendo’ el país— y se declaraba ‘en cuartel general en defensa de la democracia’, una auténtica declaración de guerra en la jerga de las luchas sociales, indígenas y campesinas bolivianas.

El presidente de la federación vecinal de El Alto, Basilio Vilazante, daba un plazo de 48 horas a quienes considera responsables del golpe para abandonar el departamento de La Paz ‘por incitar a la división, la convulsión y la violencia entre bolivianos’.”

Como comenta el mismo artículo, El Alto, muy cerca de la capital boliviana, “también fue el epicentro de las protestas que en 2010 obligaron al mismo Evo Morales a retirar el famoso ‘gasolinazo’.”

En un discurso impresionante, un joven de El Alto insiste en que “por esta whipala estamos luchando”: refiriéndose a la bandera multicolor, la whipala, como el símbolo de la dignidad de los pueblos campesinos originarios. Se desmarca del MAS, el partido de Morales, e insiste en que luchan porque “somos la ciudad de El Alto, somos el pueblo boliviano”. En otros vídeos de El Alto se nota la misma tónica: sus protestas se centran en las denuncias del golpe, con una presencia importante de la whipala, casi sin nombrar al mandatario ahora exiliado.

A tanta distancia es difícil saber hasta qué punto el espíritu de El Alto es algo generalizado, pero frente a la grave amenaza que representa el golpe, una catástrofe para el pueblo de Bolivia, ésta es la visión que hace falta, no la unidad alrededor de un líder u otro.


David Karvala es militante de Marx21