César-Darío Chaparro Giraldo reflexiona sobre la necesidad de relacionar las diferentes luchas, para parar a la extrema derecha y avanzar en nuestras demandas.
Es Ca
Recuerdo cuando empecé a tener conciencia política. Todo fue durante los primeros 11 de septiembres multitudinarios —las grandes manifestaciones por la Diada catalana— pero también con el 15M, las consecuencias de la crisis mundial en el Estado español, Grecia e Italia y la presión imperialista contra los países del sur, sobre todo Venezuela, Cuba y Bolivia, además de Colombia, donde el intervencionismo estadounidense sometía, y somete. Pero como lo que me tocaba más de cerca era Catalunya, el independentismo fue mi eje principal de discurso pre-militante.
Ahora, sin embargo, el escenario tanto nacional e internacional como personal es totalmente diferente.
Un mundo donde las contradicciones son cada vez más obvias, con una extrema derecha en auge, y donde la única supuesta alternativa, la socialdemocracia, ha acabado siendo tan sólo un muro de contención que hace aguas y permite que la ultraderecha vaya infiltrándose en nuestros barrios y en las instituciones. Ésta se mantiene con una retórica anti-todo.
Es decir, quizás en origen fue sobre todo xenófoba y anticomunista (sólo hay que ver la penalización y criminalización del discurso comunista tras la II Guerra Mundial, ya ni hablar de después de la caída de la URSS). Entonces, no impulsaba otros discursos reaccionarios porque o bien la maquinaria represiva funcionaba tan bien que los discursos feminista, LGBTI, antirracista, ecologista y por la liberación nacional eran totalmente residuales dentro de la sociedad, o bien no hacía falta esta maquinaria porque que los gérmenes de dichos discursos estaban por brotar.
Pero hoy en día, donde ya se ha generado multitud de conocimiento y de base social en el seno de estas luchas específicas, la ultraderecha es anti-todo. Y le funciona suficientemente bien como para poder ir ganando terreno poco a poco, sin partidos que les hagan frente de forma real y eficaz.
Así pues, esta agudización de las contradicciones en la sociedad hace que se radicalice el contexto político, llevando a la acentuación de la precarización de la clase trabajadora, la feminización de la pobreza, la crisis ecológica mundial que lleva a millones de migraciones forzadas, sobre todo en los países que están bajo el yugo del imperialismo[1], la tolerancia a la pérdida de derechos básicos como la asistencia para personas dependientes y con diversidad funcional y un largo etcétera. Las contradicciones de las que hablo las han ido acentuando diferentes agentes dependiendo del territorio. Vemos en Francia como ha sido el Estado el que ha llevado a la clase trabajadora a alzarse en masa esporádicamente, casi sin organización, en el movimiento de Chaquetas Amarillas. Un ejemplo más lejano sería el de las entre 3,5 y 5 millones de mujeres que se manifestaron a principios de enero en la India. En este caso, volvemos a encontrar la incapacidad del Estado a responder a las demandas feministas. Y ahora, recientemente, como queman África Central, la Siberia, Canarias o las Amazonas. En cuanto a la última, la que más se ha mediatizado, muestra los intereses gubernamentales expresados mediante la inactividad de Bolsonaro o el ataque contra las comunidades originarias y las activistas ambientalistas criminalizadas por el propio presidente brasileño.
Estos ataques son hacia colectivos concretos con características comunes: la clase social, el género, la etnia, el enemigo común en la mayoría de los casos. El problema surge cuando el discurso neoliberal también se encarga de crear los focos de los problemas allí donde no están realmente: ONGs ambientalistas, manteros, refugiadas, la guerra política entre el Estado español y Catalunya, etc. Esto no sólo provoca la distracción, sino el ataque entre colectivos que deberían darse apoyo para lograr la meta que todos estos deberían estar buscando: la emancipación de la clase trabajadora.
Como decía, las contradicciones son diferentes en todas las regiones del mundo. Llevando el análisis aquí, al Estado español, nos encontramos que las contradicciones son no sólo en términos de clase y de género, sino que también de naciones. La historia española nos enseña, sólo al mirar su escudo, cómo se ha construido. Encontramos unas columnas de Hércules que celebran el Plus Ultra que alcanzaron los Reyes Católicos y encontramos los escudos de algunas de las naciones que encadena: Castilla, León, Països Catalans y Euskal Herria. Es decir, imperialismo en el territorio nacional y en todo el globo. Tampoco diré que sea el único y estado culpable de tales atrocidades ni que sea el único que aún se vanagloria de ellas; de hecho, este es un análisis internacionalista, donde veo la identificación con muchos otros territorios y otros la ven en el nuestro. Pero la historia que está resurgiendo estos días en el estado es la de las opresiones a las naciones digna de aquella España feudal que quizás todavía no hemos abandonado del todo y se están consolidando aquellas opresiones que el neoliberalismo aprovecha para acumular aún más capital.
El independentismo que surge a raíz de esta situación se puede definir en muchas corrientes. Tenemos la institucionalización del proceso que está cayendo por la incapacidad de la vía institucional de llevar a cabo la independencia, y dentro de ésta hay claramente un discurso burgués (PdeCAT) y otro más socialdemócrata (ERC), pero ya hemos visto históricamente cuál es el posicionamiento de la socialdemocracia en situaciones de inestabilidad social, política y económica: un apoyo temeroso al liberalismo. Si tomamos estos independentismos, el discurso se hace mucho más desde la diferencia entre Catalunya y el resto de España, creando una separación tal vez necesaria para la supervivencia de las culturas catalana y las del resto del Estado pero que, sin herramientas para poder construir la alternativa popular que necesitamos, acaba siendo un callejón sin salida donde la independencia es un hito vacío, sin una hoja de ruta para construir una nueva nación liberada del yugo capitalista, mucho menos de lo patriarcal, y que basa la idea de la independencia en el chovinismo para, mientras no se tienen en cuenta las necesidades sociales, distraer a las masas.
Ahora bien, si entendemos el independentismo como una herramienta para la liberación nacional, como una herramienta para poder hacer que Catalunya sea un Estado independiente, pero también un pueblo liberado, si entendemos el origen de la opresión común que tienen las mujeres, las LGBTI, las clases populares, el mundo rural, las migradas… y los movimientos de liberación nacional, entendemos que la única forma de hacer que el sistema del que no formamos parte más que como un juguete de las élites es, precisamente, uniendo las fuerzas, organizándonos y luchando, conjuntamente, para cambiarlo. Es por ello que no se puede entender, en el contexto de Catalunya (o de cualquier otra nación), la lucha de clases sin la liberación nacional, y vice versa. De hacerlo, construiríamos o bien una república española con naciones aún oprimidas (el movimiento obrero es demasiado diverso todavía como para poder unificarlo en una lucha unitaria en todo el Estado) o bien una república catalana con la misma división de clases en que nos encontramos ahora.
Porque sólo si la masa social consigue mejoras en sus condiciones materiales, hará el camino para acabar con los problemas que se le presentan a raíz del sistema, y sólo de esta forma, la independencia tendrá sentido real. De hecho, se puede ver cómo el independentismo institucional está virando hacia un nuevo autonomismo y en parte es gracias a esta paz entre clases que ha ido escondiendo contradicciones que, ahora, se materializan en la fragmentación del movimiento independentista. Una fragmentación que era previsible y que estaba inherentemente ligada a un pacto interclasista, donde la pequeña y la mediana burguesía catalana esperaban recibir indefinidamente el apoyo de la clase trabajadora. Pero con esta fragmentación volvemos a tener la posibilidad de crear la alternativa popular que necesita Catalunya para hacer un frente común de luchas, donde el independentismo sea un hito más, junto a la lucha por los derechos de las personas migradas y racializadas, de la lucha por la emancipación real de la mujer y de las personas LGBTI, por los derechos sociales básicos como la sanidad, la educación y el trabajo dignas; en definitiva, todas las luchas que nacen a consecuencia del capitalismo y del patriarcado y que aún no se han unido eficazmente para crear la resistencia popular, aquella que debería inundar plazas, hacer frente a la estado burgués con las herramientas necesarias y dejar de lado los partidismos y las siglas que impiden que se defienda el pueblo en su totalidad y que llevan a una guerra entre unas siglas que hablan en nombre de todas las personas.
Hasta que no se entienda la necesidad de esta unidad, el capitalismo continuará precarizándola y promoviendo la paz entre clases, la extrema derecha tendrá el caldo de cultivo idóneo para crecer y fortalecer la guerra entre pueblos que tanto daño nos hace y continuarán habiendo asesinatos indiscriminados en el Mediterráneo para “defender” la identidad nacional, basada, al mismo tiempo, en un patriarcado que nos continuará agrediendo, violando y asesinando.
[1] Para más información, Yayo Herrero habla sobre “clasismo ambiental” y “fascismo territorial” en este artículo: https://www.lamarea.com/2017/11/11/yayo-herrero-el-clasismo-ambiental-afecta-a-los-mas-pobres/


César-Darío Chaparro Giraldo es militante de Marx21