Denis Godard
Este texto se presentó como Introducción al debate «Furia en las calles: revuelta de los chalecos amarillos en Francia» en el festival Marxismo, organizado por el Socialist Workers Party (SWP) en Londres el 7 de julio de 2019.
El palacio presidencial (el Elíseo) es sin duda uno de los lugares más inaccesibles y protegidos de Francia. Pero en diciembre pasado, las fuerzas de seguridad establecieron un dispositivo para evacuar a Emmanuel Macron del palacio presidencial del Elíseo en caso de invasión de manifestantes.
Un movimiento extraordinario
Este es un movimiento extraordinario que tuvo lugar este año en Francia. Extraordinario en sí mismo, es decir, que está fuera de lo común así como del funcionamiento habitual de los períodos de lucha anteriores.
Cuando hablamos de revuelta, como en el título de este debate, generalmente pensamos en una explosión limitada en el tiempo, una erupción de ira. La rabia estuvo presente pero la explosión duró.
Desde el principio, las manifestaciones de los sábados se llamaron «Actos», como en las obras de teatro. El acto 1 tuvo lugar el 17 de noviembre de 2018. Ninguna obra se detiene en el Acto 1. Y este sábado (6 de julio) el Acto 34, ¡más de 7 meses de manifestaciones todos los sábados sin interrupción! ¡En 6 meses, un periódico ya había registrado casi 50,000 manifestaciones y reuniones en toda Francia!
El movimiento de los chalecos amarillos también fue extraordinario en su composición, movilizando sectores inesperados de la población, la gran mayoría de los cuales se manifestaban por primera vez en su vida, organizados en pequeños pueblos y ciudades medianas, trabajadores en pequeñas empresas sin sindicatos, jubilados, trabajadores desempleados, precarios o sin estatus con una nueva proporción de mujeres, incluidas madres solteras, así como miembros de lo que podría llamarse la pequeña burguesía tradicional, artesanos, comerciantes, propietarios de pequeñas empresas.
El término «Acto» también nos dice otro aspecto importante, la orientación de este movimiento hacia la acción, el bloqueo de carreteras y rotondas, la celebración de asambleas, la ocupación de edificios. Rápidamente, los chalecos amarillos llamaron a «bloquear la economía» no bloqueando la producción con huelgas, volveremos sobre ello, sino tratando de bloquear la circulación de mercancías, bloqueos de peajes, refinerías, puertos, centrales eléctricas. suministro de bienes para supermercados…
Estas operaciones eran organizadas durante la semana en los lugares de implantación de los chalecos amarillos, mientras que las manifestaciones del sábado convergían en metrópolis y ciudades importantes, incluida París. Y, sin precedentes en relación con las manifestaciones tradicionales, estas manifestaciones no declaradas tuvieron lugar en los distritos más ricos que también son los de los centros de poder. En París, por ejemplo, el lugar central y más emblemático era los Campos Elíseos, sus tiendas y restaurantes de lujo, pero también sus embajadas, sus ministerios… y su palacio presidencial. Rápidamente la policía definió zonas donde las manifestaciones estaban prohibidas dejando cortejos «salvajes» múltiples cruzarse en un París vacío de coches mientras los enfrentamientos estallaban en esas zonas prohibidas
Episodios insurreccionales
Esto ha dado lugar a episodios insurreccionales en todo el país y especialmente en la capital. El 1 de diciembre de 2018 tiendas y restaurantes de lujo fueron quemados y saqueados en la «avenida más bella del mundo.» El Arco del Triunfo, símbolo del militarismo francés –y de la imagen de París– fue invadido y saqueado por los manifestantes.
En un pequeño pueblo del centro de Francia (Puy-en-Velay), la policía tuvo que refugiarse en el edificio estatal (la prefectura) bajo la presión de los manifestantes que lo incendiaron. Se necesitaron varias horas para que fueran enviados refuerzos y la policía pudiera recuperar el control.
La histérica campaña de los medios y del poder «contra la violencia» no logró detener las manifestaciones.
El 5 de enero, los manifestantes rompieron la puerta de un ministerio con una carretilla transportadora. Hay que ver en youtube los videos de un episodio que tuvo lugar en otra parte de París el mismo día. Muestra una línea policial fuertemente equipada que empuja a los manifestantes fuera de un puente. De repente, como en una película de superhéroes, un boxeador salta al puente y hace retroceder a toda la línea de policías dejando finalmente KO a uno de ellos. El boxeador fue condenado a un año de prisión. ¡Pero en dos días una colecta espontánea en Internet recaudó 140.000 euros antes de que el gobierno lo encerrase!
El 16 de marzo — mientras en París un cortejo de 100,000 personas fusionaba la manifestación contra el racismo y la violencia policial, la manifestación por el clima y la de los chalecos amarillos — la fachada del lujoso restaurante de Fouquet, símbolo de los ricos y el poder, era incendiada en los Campos Elíseos.
El nivel de confrontación con el Estado y la policía se ilustra más dramáticamente por el número de manifestantes heridos por la policía, cerca de 3.000, de los cuales 24 perdieron un ojo y 5 una mano. Una anciana murió en Marsella por el impacto de las granadas.
Según cifras oficiales, 10.000 manifestantes fueron encarcelados temporalmente en comisarías de policía. En marzo 800 ya había sido condenados a penas de prisión mientras que 1800 esperaban juicio. Las autoridades tuvieron que admitir que a pesar de su denuncia del «Black bloc» y otros «grupos de extrema izquierda», las personas arrestadas, como los condenados, eran principalmente «desconocidas para sus servicios».
Este movimiento colocó los últimos clavos en el ataúd de la imagen de Macron. Disfrutaba, entre la clase dominante, de la imagen de «el que nunca retrocede». Si bien sus contratiempos son en su mayoría simbólicos, se echó atrás por primera vez desde que estaba en el poder bajo la presión del movimiento, eliminando el aumento del impuesto a la gasolina que había provocado el movimiento, otorgando una bonificación excepcional a empleados y especialmente admitiendo que había sido arrogante y abriendo un «Gran debate». También ha perdido definitivamente entre la población su imagen del hombre «nuevo». Ahora es sólo el «presidente de los ricos», despectivo, arrogante, racista y autocrático.
Una rebelión de clase
Este es un tema que ha provocado el debate debido a visiones mecanicistas y/o dogmáticas de la lucha de clases, donde la clase trabajadora a menudo se reduce a sus sectores más tradicionales y la lucha de clases a la movilización de tropas organizadas por sindicatos marchando sin incidentes en recorridos idénticos durante los días de huelga.
Sin embargo, las encuestas sociológicas que llegaron más tarde sólo confirmaron lo que era obvio desde el principio. El movimiento de los chalecos amarillos es una rebelión de clase tanto en composición como en contenido. Las investigaciones han demostrado que, abrumadoramente, los chalecos amarillos eran trabajadoras, trabajadores y empleados.
Desde el principio, los reportajes que daban voz a los chalecos amarillos expresaban la misma idea: «no podemos seguir viviendo así», «desde el 15 del mes mi refrigerador está vacío», dijeron los trabajadores mientras los jubilados explicaban que habían trabajado toda su vida y ni siquiera podían permitirse unas vacaciones o ir a ver a sus nietos. Una encuesta estableció que el 62% de los chalecos amarillos terminaban cada mes con descubierto en su cuenta. De ahí la consigna de un movimiento para «fin de mes». Ya en diciembre, los chalecos amarillos van a converger con las protestas climáticas detrás del slogan «Fin de mes, Fin del mundo, la misma lucha».
Muy rápidamente a las reivindicaciones sobre la reducción de las tasas se agregaron demandas sobre el aumento de los salarios, la defensa de los servicios públicos, la vivienda…
A esto se agregó la ira contra «los ricos» incluyendo el requisito de restablecer el impuesto sobre las grandes fortunas.
Lo que se expresó en este movimiento no fue sólo económico sino profundamente político, la idea de que una minoría se apropia tanto de la riqueza como del poder. Recordemos nuevamente las manifestaciones en los barrios de las grandes ciudades, lugares combinados de riqueza y poder.
Significativamente, una de las figuras de los chalecos amarillos hizo un llamamiento de un sábado «ir al Elíseo». Mostrando la incapacidad de los principales medios para comprender la naturaleza de este movimiento, los periodistas lo acosaron del modo: «pero si quieren conocer a Macron, ¿por qué no piden una cita?» «Pero no queremos conocer a Macron» Estupefacción: «¿No quieren negociar? «No». «¿Quieren enfrentarse a la policía?» «No». «¿Pero qué quieren?». «Solo entrar» – Asombro total.
Las huelgas como producto del movimiento
A pesar de la política de las direcciones sindicales, condenando al principio el movimiento, hasta llamar a la calma después del 1 de diciembre, las conexiones han seguido desarrollándose entre los chalecos amarillos y sindicalistas.
En St Nazaire, los estibadores amenazaron con ponerse en huelga de inmediato si los piquetes locales de los chalecos amarillos eran atacados. En las huelgas locales, los chalecos amarillos acudieron en apoyo.
Pero un movimiento general no puede decretarse, no puede decidirse burocráticamente por un estado mayor. Así, a pesar del llamamiento de los chalecos amarillos a unirse a los días de huelga nacional, convocados por los líderes sindicales varias veces en febrero, para tratar de «subirse al carro», estos «llamamientos desde arriba» no tuvieron éxito.
Pero el proceso fue mucho más vivo que eso. El movimiento de los chalecos amarillos impulsó el desarrollo de huelgas de varias maneras.
Ya en febrero, el primer canal de noticias continuo, BFM, advirtió que el llamamiento de Macron a los jefes del sector privado para pagar bonificaciones excepcionales a sus empleados estaba alimentando un resurgimiento de huelgas, que incluía en grandes multinacionales como Veolia, Dunlop o Conforama, ya sea para que estas primas fueran más altas de lo anunciado o para que fueran más generales. Algunas de estas huelgas incluso han tenido como resultado aumentos salariales como en una subsidiaria de Apple. En la Aduana, una huelga histórica de más de dos meses condujo a una prima mensual.
Pero fue también el clima general y la idea de que era posible hacer retroceder a Macron lo que alimentó el resurgimiento de la combatividad de los Chalecos Amarillos. Incluso se ha convertido en un verbo que habla de «chalecoamarillear» para decir «luchas como las de los chalecos amarillos». El año terminó con luchas y huelgas en educación y hospitales.
A principios de julio, un editorialista del diario económico pro-liberal «Les Echos» advirtió sobre el peligro del «zadismo permanente» que se desarrolla en Francia (llamado así por el zad, esta tierra ocupada durante años contra un proyecto de aeropuerto en el oeste de Francia). En su artículo no habla de chalecos amarillos para ilustrar este «peligro», sino de la huelga en emergencias hospitalarias y de la negativa de los maestros a subir las calificaciones de bachillerato.
Un extraordinario… proceso
Calificar este movimiento de extraordinario está muy extendido, ya sea para condenarlo o para ensalzarlo. Pero limitarse a esto no es suficiente para desconectarlo de lo que sería la situación «ordinaria». El agotamiento actual de la forma de movilización de los chalecos amarillos se presenta como el final del movimiento, el cierre de un paréntesis.
Entendemos el interés de este análisis por los círculos dominantes.
Pero esto también trae a una gran parte de la llamada izquierda «radical» para centrarse en la necesidad de una «salida política» que cada corriente proclama ser ella misma… como antes del movimiento. Y la característica común de estas diferentes «salidas» es que son todas fuera del movimiento mismo.
Para la izquierda reformista esta salida es institucional y, por lo tanto, electoral.
Una de las organizaciones revolucionarias más grandes de Francia, Lutte Ouvrière, emitió una declaración alucinante después de las elecciones europeas, en las que presentó candidatos, explicando que es necesario construir el partido revolucionario (por lo tanto, Lutte Ouvriere) en previsión del momento en que la clase obrera entrase en lucha!
En nuestra opinión, la mejor manera de comprender el movimiento de los chalecos amarillos y la situación en Francia es hacerlo a la luz de lo que escribió la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo en un folleto sobre la revolución de 1905 en Rusia. Si nunca lo has leído, se llama Huelga de masas, partido y sindicatos.
Resuelve, al menos parcialmente, lo que parece una paradoja: ¿cómo puede nuestra clase que «no es nada» devenir «todo», cómo puede nuestra clase dominada por las ideas de la clase dominante «emanciparse a sí misma»?
En este folleto, describe la revolución como un proceso derivado de la crisis general del sistema, una crisis que agudiza sus contradicciones internas y antagonismos de clase y provoca conflictos. Explica que este proceso puede extenderse durante años, incluso décadas, durante los cuales hay períodos de conflictos abiertos y generales con el Estado y períodos de conflictos múltiples y/o locales. Demuestra que las luchas económicas, la multiplicación de las huelgas locales, preparan el terreno para la explosión aparentemente repentina de luchas políticas generales que, por sí mismas, preparan el escenario para una proliferación de luchas parciales. Este proceso es necesario para «despertar» a la lucha y a la conciencia de clase capas cada vez más profundas y anchas de la población.
Es imposible, como parte de esta introducción, retroceder en la experiencia de las luchas de los últimos 20 años en Francia. Pero si observamos sólo los últimos años, es este tipo de proceso el que está en marcha y que también permite comprender el movimiento de los chalecos amarillos y a partir de ahí dar perspectivas.
En 2016 fue el movimiento contra la ley del trabajo, o Ley Khomri, con huelgas y manifestaciones masivas y la ocupación de grandes plazas. En 2017, en pleno período electoral (presidencial y legislativo), a pesar de la esterilización que generalmente esto trae consigo en el terreno de las luchas, se registraron 1 millón de días de huelgas, locales, parciales, «invisibles» en dos meses. En 2018 fue la huelga más larga en la historia de los trabajadores ferroviarios, acompañada de muchos otros conflictos. Fue en este período cuando aparecieron los «cortéges de tête» reuniendo a los sectores más decididos, encabezando las manifestaciones y enfrentándose a la policía. Durante la manifestación del 1 de mayo de 2018, la policía de París dijo que, según sus propias cifras, este cortége de tête había reunido a 14.000 manifestantes que era imposible reducir a los «Black bloc» sino que incluía también cortejos de sindicalistas, sin papeles…etc.
Una negación de las «viejas» formas de lucha?
Muchos análisis han enfatizado que el movimiento de los chalecos amarillos representa una negación de los movimientos anteriores. Por supuesto, hay una versión de derecha de este argumento contra la idea misma de la lucha, pero también una versión de la izquierda: «tenemos que buscar nuevas formas de lucha, los sindicatos están acabados, la huelga ya no funciona, los sectores de producción ya no son importantes, lo que importa es bloquear el tráfico de mercancías, etc.». Por otro lado, como en el caso de Lutte Ouvrière, los dogmáticos han negado el aspecto de clase de este movimiento.
En el proceso de huelgas de masas descrito por Rosa Luxemburgo, esta «negación» de lo anterior… es parte del proceso. Los períodos de luchas generales generalmente se agotan porque no han alcanzado la fuerza, el nivel de organización y conciencia necesarios para resolver el nivel de confrontación que ellos mismos han engendrado. Cuando el proceso reaparece, más tarde, en otra parte, después de una fase en la que el movimiento parece estar disperso en una multitud de conflictos, a menudo es por iniciativa de nuevas capas de la población, con otras tradiciones… y un cuestionamiento de formas que no permitieron previamente ganar.
Esto es también lo que hizo que los chalecos amarillos aparecieran como un movimiento extraordinario. Fuera de los sindicatos, surgiendo de sectores donde la huelga es difícil o casi imposible, sobreviniendo después de movimientos (especialmente en 2010 pero también en 2016 o 2018) donde la huelga de grandes sectores no permitió ganar, este movimiento se concentró en el intento de bloquear la economía impidiendo la circulación de bienes (y servicios) en lugar de su producción y buscó el equilibrio de fuerza con el poder en el enfrentamiento callejero.
Al hacerlo, ha traído a la lucha nuevos sectores de la población y de nuestra clase. Ha infundido en el resto de la sociedad, contra el conservadurismo de las organizaciones tradicionales, el sentido de la creatividad, la autoorganización, de la determinación y posibilidad (y necesidad) de confrontación con las fuerzas represivas del Estado.
Pero también ha reabierto, a un nivel básico y también en un nivel superior, la cuestión de los medios y las formas de ganar y, en particular, la cuestión de la huelga. Fue, en cierto modo, más lejos con las formas que usó. El agotamiento actual de la movilización no certifica el final del proceso. Solo señala el agotamiento de estas formas en la etapa actual y exige una nueva ampliación en su composición, más allá de los cientos de miles involucrados activamente en el movimiento, y en sus formas.
Es difícil saber cuáles serán los próximos pasos. Como tal, con la excepción de unos pocos núcleos que probablemente defenderán, de una manera casi religiosa, la forma chalecos amarillos, este movimiento probablemente tendrá que ser superado e incluso nuevamente «negado».
Lo que es seguro es que el proceso continuará.
El sindicato de trabajadores de la electricidad ya está convocando una huelga nacional el 19 de septiembre. En hospitales y educación la lucha continúa. El gobierno ya ha decidido posponer su nuevo ataque planeado contra las pensiones.
La necesidad de una lucha política
La revolución es un proceso que alza a toda la sociedad… no solo a la clase trabajadora. Además, la clase trabajadora no es en sí misma un bloque homogéneo. Está atravesada por diferentes situaciones objetivas, dividida por discriminaciones múltiples, de raza, género…
Es el proceso, descrito por Rosa Luxemburgo, el que crea las condiciones para unificarla en su diversidad, para que tome conciencia de su poder y para involucrar a otras capas de la sociedad en su movimiento.
Pero esta heterogeneidad también significa que este proceso no tiene nada de inevitable. Diferentes ideas y estrategias entran en conflicto dentro del movimiento en el que no todos apuntan a la transformación social. La revolución y la contrarrevolución siempre van de la mano.
Hizo falta la experiencia traumática de la Guerra Mundial, diez años después de la redacción de su panfleto, para que Rosa Luxemburgo, entonces en prisión por su oposición a la guerra, rompiera con lo que una autora ha llamado su fatalismo optimista (la idea era solo acelerar un proceso históricamente inevitable: «la revolución progresa de derrota en derrota hacia la victoria»). Es entonces cuando habla de la alternativa entre el socialismo y barbarie, rompe con el Partido Socialdemócrata alemán y crea la Liga Espartaquista y luego participa en la fundación del Partido Comunista en medio de la revolución alemana a finales de 1918 justo antes de ser asesinada… por una policía bajo órdenes de sus antiguos «camaradas» del Partido Socialdemócrata.
Lo que a menudo se ha mantenido contra los chalecos amarillos es para nosotros el signo de la profundidad y amplitud del proceso en curso. Si el carácter de clase de este movimiento era indiscutible desde su origen, también hizo rebelarse a capas de la población hasta ahora poco activas y arrastró sectores de clases medias.
¿Cómo puede sorprender, en un país donde los fascistas obtienen regularmente más de 5 millones de votos y donde todos los partidos gobernantes y todos los gobiernos han difundido el racismo y el nacionalismo, que cuando se levantan estas capas las corrientes fascistas intenten participar, que los votantes del Rassemblement National (antes Frente Nacional) están presentes allí, que los prejuicios racistas y nacionalistas se expresen allí?
Esto no debería llevar a la condena del movimiento. Pero eso tampoco debe ser ignorado. De ahí la importancia, para el movimiento en sí mismo y la continuidad del proceso, de que la pelea se lleve a cabo desde el interior del propio proceso, desde dentro del movimiento. Luchar contra el racismo y defenderse de los fascistas, etc.
Es también una lucha sobre las estrategias a implementar.
Si bien parte de la izquierda solo habla de «convergencia de luchas» como si esta convergencia fuera una simple suma de frentes (a menudo se reduce a una simple suma de «representantes» en las tarimas de las concentraciones), mientras que otra parte sólo habla de una «salida política» fuera del movimiento mismo, es desde dentro del movimiento, a partir de sus luchas, sus intereses, que se debe construir una fuerza revolucionaria luchando por:
- Desarrollar y ampliar las movilizaciones y organizaciones locales en los barrios sobre diferentes frentes y cuestiones concretas;
- Promover el apoyo a la multiplicación de huelgas y la autoorganización de estas;
- Llevar a cabo una lucha intransigente contra el racismo, contra la islamofobia y en solidaridad con los migrantes, la lucha contra el «sistema de fronteras» y la solidaridad internacional: esta lucha es crucial para crear conciencia de clase;
- Echar de manera combativa a los fascistas y especialmente el Rassemblement National de nuestros barrios, también en nuestras luchas.
Conclusión (resumen tras el debate)
Esta presentación del movimiento de los chalecos amarillos insistió en todo lo positivo de este movimiento, en la inspiración que nos brinda.
En forma de conclusión provisional, digamos antes que nada aquí que la situación en Francia y el proceso actual tiene, por supuesto, especificidades debido a la historia larga y corta en este país.
Pero lo que está en el origen no es específico de Francia, también es lo que garantiza, para lo peor como para lo mejor, que no habrá vuelta atrás. No es la voluntad de ciertos sectores o fuerzas lo que produce el proceso. Es la profunda crisis del capitalismo en sí la que abre el campo de posibilidades y el campo de lucha, una crisis que se refleja en todos los niveles, social, económico y político, que polariza a la sociedad, agudiza los antagonismos, provoca conflictos. Lo que llamamos «trayectoria del capital».
Esta crisis es global. Se expresa por el surgimiento del militarismo, el racismo, los estados autoritarios y los movimientos fascistas. Este es el lado bárbaro de la alternativa. Pero también da lugar a revueltas e incluso revoluciones como hoy en Sudán o Argelia. Da audiencias masivas para todas las ideas anticapitalistas.
Bajo diferentes formas, el proceso en curso en Francia se lleva a cabo en todas partes. Y es posible que los países donde el nivel actual de luchas sea el más bajo experimenten fases en el futuro que podrían ser aún más explosivas. De ahí la importancia de analizar y conocer las experiencias actuales, incluida la de Francia. Y la necesidad de estudiar también cada situación en detalle con sus especificidades para poder intervenir concretamente.
Estas situaciones crean grandes oportunidades. Pero deben ser aprovechadas para avanzar en las experiencias e ideas y crear fuerzas revolucionarias que se acumulen para impulsar el proceso. En su ausencia otras fuerzas están al acecho. La única dinámica del movimiento no garantiza nada. Las elecciones europeas en Francia han demostrado que el Rassemblement national no ha perdido a nadie de su audiencia en los últimos meses. Ese será el caso siempre que no combinemos las luchas sociales con la lucha contra el racismo y contra el fascismo. Sí, algunos pueden haber apoyado a los chalecos amarillos y seguir pensando que hay demasiados inmigrantes en Francia… especialmente cuando el movimiento parece estar agotado y que, básicamente, nada ha cambiado todavía. Que la nevera sigue estando desesperadamente vacía desde el 15 del mes.
No solo hay un proceso a la izquierda. Macron ha perdido su crédito en la clase dominante y ésta no tiene otra carta disponible de inmediato. Pero no hay duda de que trabaja en ello. La organización empresarial, Medef, había invitado a Marion Maréchal-Le Pen, nieta de Jean-Marie Le Pen, que había sido miembro de la FN, a su escuela de verano. Unos días antes de este anuncio, había difundido una reunión con ejecutivos del partido de derecha, Los Republicanos. El capital aún no ha jugado la carta del fascismo directamente. Pero la historia se está acelerando.
Denis Godard es militante de la red anticapitalista en Francia, Autonomie de classe.
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