Xoán Vázquez
El encuentro de apertura de la Copa Mundial Femenina de Fútbol, que se celebra en Francia, fue seguido por casi diez millones de telespectadores, una audiencia similar a los once millones de los primeros partidos de la Copa del Mundo de 2018. Viendo la buena respuesta de la afición, el canal TF1 decidió subir un 60% sus tarifas y la FIFA ha prometido invertir más en el fútbol femenino.
La promesa no obedece a que se haya desprendido de los prejuicios machistas y sexistas, sino que tiene una explicación mucho más sencilla.
El fútbol es un gran negocio. Al igual que todas las demás partes de la economía capitalista, es una fuente de enormes ganancias, con una gran corrupción y las futbolistas son vistas sólo como otro producto. Así que cuando, en abril, la FIFA vendió un número récord de entradas para la Copa Mundial Femenina, más de un millón, su actitud empezó a cambiar.
Pero ante este anunciado cambio, no está de más recordar cuál ha sido la actitud de la FIFA hasta la fecha.
La selección alemana recibió en 1989, como recompensa por la conquista del primero de los ocho títulos europeos que hoy tiene, un juego de té. El recuerdo de ese “premio” fue recuperado por la actual selección alemana al incluirlo en un anuncio con el que pretende promover la igualdad de género.
Mientras que la Copa del Mundo de equipos masculinos se celebra desde 1930, no es hasta 1991 que la FIFA organiza la primera Copa del Mundo de equipos femeninos. Durante los años 70 y 80 las primeras copas del mundo de equipos femeninos se disputaron fuera de la estructura de este organismo.
Ya no se les regala a las campeonas un juego de té, pero un abismo separa todavía el importe de los premios entre los equipos masculinos y femeninos. La selección vencedora del Mundial recibirá una prima de 3,5 millones de euros mientras que, para el equipo masculino vencedor en 2018, la prima fue de 35,5 millones, diez veces más. 119 millones de euros de indemnización por lesión para ellos, zero para ellas.
Sexismo y exclusión
Pero a pesar de la buena respuesta de la afición, de las promesas de la FIFA y del hecho de que los comentaristas deportivos no se atrevan a criticar abiertamente el fútbol de los equipos femeninos, lo cierto es que la discriminación y los prejuicios no han desaparecido.
De hecho, desde su comienzo en 1991 el Mundial femenino ha sido siempre un campo de batalla contra la discriminación y una plataforma privilegiada para la reivindicación de derechos.
Buena prueba de ello son las 30 jugadoras y una entrenadora abiertamente lesbianas que participan en este Mundial, algo impensable en el rancio y homofóbico mundo del fútbol masculino, incapaz de apoyar a cualquier persona dentro del juego que se identifique como LGBTQ.
Dos días antes del comienzo del Mundial, el filósofo, académico y polemista televisivo Alain Finkielkraut —invitado al plató de CNews y preguntado sobre el Mundial— declaró que no le gusta el “fútbol femenino” porque no es así como le gusta ver a las mujeres. Este comentario nos retrotrae a 1925 cuando el propietario del influyente diario deportivo francés L’Auto calificaba de intolerable la práctica del fútbol por las mujeres en lugares públicos. En la misma línea se pronunciaría el gobierno de Vichy en marzo de 1941, prohibiendo a las mujeres la práctica del fútbol.
Si bien en la actualidad hemos superado, sólo en parte, la fase en la que, cuando a un aficionado al fútbol se le preguntaba por los equipos femeninos de fútbol contestaba sonriendo: “eso ni es fútbol, ni es femenino”, falta mucho para lograr equilibrar la balanza. Y, buena prueba de ello es la propia institución.
Han transcurrido ya 115 años desde la fundación de la FIFA, y las mujeres siguen enormemente infra representadas en todos y cada uno de los escalones de la pirámide del deporte más seguido del mundo. En la FIFA, hay sólo 3 mujeres entre los 26 miembros que componen el Comité Ejecutivo; las comisiones permanentes no cuentan prácticamente con ninguna mujer (excepto las comisiones del fútbol femenino) y sólo uno de los directores es mujer.
En todo el mundo, únicamente 2 de los 209 presidentes de asociaciones miembros son mujeres: es decir, menos del 1% de los integrantes del Congreso de la FIFA con derecho a voto, y la mayoría de las confederaciones no cuentan con ninguna. Sólo el 7% de los entrenadores inscritos son mujeres, y todas ellas luchan contra un “techo de césped”, a pesar de sus méritos.
Un claro ejemplo de esta desigualdad de oportunidades lo vemos en lo ocurrido con la entrenadora Paula Navarro quien, desafiando las convenciones, se postuló como candidata al puesto de entrenadora del equipo masculino de Santiago Morning de Chile. Sin embargo, a pesar de sus capacidades, fue rechazada por el vicepresidente Luis Faúndez, que alegó que “hay puestos que van más allá de la igualdad de géneros” y por el portero y capitán del equipo, Hernán Muñoz, quien dejó bien claro que no quería tener a la mujer de 45 años como entrenadora.
La maternidad y la conciliación también son retos pendientes. El 47% de las jugadoras se han planteado dejar de competir para poder empezar una familia. El 61% de las que han sido madres no han recibido apoyo para cuidar de sus hijos, y tan solo el 8% de las jugadoras con hijos ha cobrado durante su baja de maternidad por parte de sus clubes o federaciones.
Brecha salarial
La brecha salarial en el fútbol ha sido el centro de atención durante años. El pasado mes de marzo, las futbolistas de la selección nacional de Estados Unidos demandaron en un juicio a la federación de Estados Unidos por discriminación de género, mientras que Ada Hegerberg, estrella de la selección nacional noruega y actual balón de oro, decidió boicotear el mundial por desigualdad de género.
Las jugadoras de Jamaica tuvieron que organizar una recaudación de fondos para poder competir en este Mundial y la selección de Nigeria lleva varios años reclamando el pago de bonos prometidos por la federación, consecuencia de su enorme éxito.
Un informe de la organización internacional de futbolistas (FIFPro), con más de 38.000 miembros, reveló que casi el 60% de las jugadoras de la Super Liga Femenina inglesa se plantean renunciar por razones económicas.
Otro informe de la entidad Sporting Intelligence concluyó que el salario del futbolista Neymar es equivalente a los salarios de 1.693 futbolistas en los 7 países con mejores selecciones femeninas. La jugadora noruega Hegerberg, la mejor retribuida, cobra 300 veces menos que Messi.
En el caso de las compensaciones extras, las desigualdades son igual de exageradas.
Un ejemplo cercano y reciente: el año pasado, las jugadoras del Atlético de Madrid, campeonas de la Liga Iberdrola femenina, se llevaron una prima de 54 euros por cabeza, una cantidad ridícula si la comparamos con los más de 300.000 euros que percibieron cada uno de los jugadores del Real Madrid por ganar la Liga masculina.
Pero la brecha no empieza ni mucho menos en la etapa profesional, sino mucho antes.
El pasado año un club de fútbol español anunciaba que para la presente temporada ningún niño tendrá que pagar por jugar en su cantera, mientras que la escuela de niñas continuará siendo de pago (abonan unos 800 euros anuales).
Una vez más, la lucha es el único camino
A pocos días del comienzo del Mundial, el sindicato australiano de fútbol Professional Footballers Australia (PFA) lanzó una campaña para reivindicar la igualdad de género en los premios y ofreció su apoyo a las jugadoras para que emprendieran acciones legales contra la FIFA. El director ejecutivo del sindicato, John Didulica, y otros dirigentes sindicales escribieron a la FIFA, solicitando la igualdad inmediata en las retribuciones recibidas por los deportistas de distinto género, afirmando que las jugadoras son víctimas de discriminación.
Para difundir la iniciativa, la PFA lanzó un sitio web que define los objetivos de la campaña. Las jugadoras de la selección australiana, junto con las de Brasil y Jamaica, compartieron el logo y el video de la campaña en sus perfiles de redes sociales.
Y así, la semana anterior al comienzo del Mundial, las futbolistas australianas lograron romper la brecha salarial y recibirán el mismo salario de base que sus homólogos masculinos gracias a un acuerdo de convenio colectivo de un año entre el sindicato y la Federación Australiana de fútbol.