Afrodita Frangou, Vangelis Hatzinikolaou
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Cuando el 23 de junio de 2015 el bar Stonewall Inn en Nueva York fue denominado “Monumento de la historia moderna de la ciudad” muchas personas creyeron que este título hacía justicia a una lucha y reivindicaciones que llegaron hasta fuertes enfrentamientos con la policía en junio de 1969.
Entonces, la intervención policial en este local, donde se encontraban y divertían personas LGTBI+, no fue la típica intervención mensual a la que la policía estaba acostumbrada sino que se convirtió en episodios violentos y enfrentamientos que duraron días. Hoy, cincuenta años después de la aquella revuelta histórica, cuando se han ganado muchas reivindicaciones y derechos de la comunidad LGTBI+ nos preguntamos: ¿Cómo debemos luchar para conseguir la igualdad real?
Stonewall Inn: Una espina que floreció en el jardín del “sueño americano”
A finales de la década de los 60, la sociedad estadounidense estaba en medio de muchos problemas internos y externos. La guerra fría; la invasión y guerra en Vietnam que ya duraba 14 años; el asesinato de Martin Luther King en abril del 68 estaba todavía presente; el movimiento de las Panteras Negras acababa de ser caracterizado por John Edgar Hoover como la mayor amenaza interna para EEUU; y Richard Nixon era presidente desde enero de 1969. Dentro de este entorno político, el sexismo y la discriminación de LGTBI+ estaban en su apogeo.
Señores en trajes y corbata daban charlas en colegios e institutos acerca del peligro de la homosexualidad, un “trastorno psicopatológico de la personalidad”, la definición oficial de dicha orientación sexual. La represión de la comunidad LGTBI+ a través de la prensa, con el espíritu del Macartismo de la década anterior, llegaba a extremos, llamando a los gays la hipotermia de los bolcheviques rojos, capaces de llevar secretos de Estado a los soviéticos por culpa de sus pasiones morbosas y su naturaleza perversa.
En Christopher Street, en el barrio de Greenwich Village (Nueva York), estaba el bar Stonewall Inn, bajo la tutela de tres miembros de la mafia local desde medianos de 1966. Era el mayor club LGTBI+ y el único donde se podía bailar en la ciudad. Se podían encontrar compañía, amigos, beber, bailar y prostituirse en un ámbito relativamente seguro. Blancos, negros, latinos, homosexuales y lesbianas, drag queens y travestis se divertían y socializaban tranquilamente. Vito Russo, historiador del cine y escritor del libro “The Celluloid Closet” describe Stonewall como “un bar para quienes eran o demasiado jóvenes, o demasiado pobres, o demasiado ‘diferentes’ para ir a otro sitio”. No importaba que no hubiera agua corriente ni licencia para vender alcohol. Tenía buena comunicación con la comisaría del barrio a la que sobornaba regularmente para asegurarse protección y estar informado de sus redadas. Así que, una vez al mes después de un aviso, todas estaban preparadas para desempeñar sus “papeles” frente a la policía.
En 28 de junio 1969, aunque ya se había hecho la redada mensual hacía una semana, se realizó otra redada, esta vez dirigida por la División de Delitos Morales de Nueva York. Cuatro agentes de la policía secreta, dos hombres y dos mujeres, estaban en el bar disimulando como clientes. Pero esta vez la operación no fue como se esperaba. Había muchas personas y necesitaron mucho tiempo para ponerlas en filas, mirar sus documentos, confiscar las bebidas ilegales y montarlas en las furgonetas policiales.
Aquella noche en Christopher Street había más gente en la calle que normalmente. Según testigos, el funeral de Judy Garland, que había muerto unos días antes en Londres, se había celebrado cerca del bar y había atraído a una gran multitud de admiradores, en su mayoría homosexuales, ya que la estrella del cine había sido un gran icono gay. Muchos de ellos fueron a la zona a tomar una copa en su memoria.
Con la redada desarrollándose muy lentamente, empezó a formarse alrededor de Stonewall una multitud con la gente que la policía dejaba libre, otras personas que venían a dar apoyo y curiosos de las calles del barrio. La multitud crecía y la redada parecía no terminar nunca. El escritor David Carter describió que cuando la policía se dio cuenta del tamaño de la concentración en la calle se asustó y se negó a salir del bar durante 45 minutos.
Los enfrentamientos con la policía empezaron cuando una mujer esposada, acompañada por agentes de policía hacia una furgoneta, consiguió escapar varias veces y luchar con ellos, una y otra vez, cuando conseguían atraparla. Según testigos se trataba de la lesbiana militante Storm DeLarverie, que gritaba hacia los concentrados “¿Qué estáis mirando? ¿Por qué no hacéis algo?”. Esto fue suficiente. La gente concentrada cambió de actitud y empezó a moverse amenazando a los policías. La policía, al intentar parar a la gente más indignada, tiró al suelo a algunas personas, algo que enfadó a aún más personas que hasta entonces solo estaban observando. Los disturbios se intensificaron de tal manera que tuvieron que intervenir los antidisturbios de Nueva York que llegaron para liberar a sus colegas de ‘Delitos Morales’ y evacuar la calle después de las cuatro de la madrugada.
De un levantamiento local a un gran movimiento internacional
Lo que hizo a la revuelta de Stonewall distinta de otras acciones de activistas que habían tenido lugar hasta ese momento no fueron sólo los enfrentamientos y choques inesperados con la policía que duraron toda la noche, sino la movilización consciente de muchos/as jóvenes que pudieron dar expresión a un estado de ánimo más militante. Fue como derribar una barrera. Stonewall fue la explosión tras veinte años de muy poco progreso en las reivindicaciones de pequeños grupos de hombres y mujeres LGTBI+, no coordinados entre sí. La organización consciente, aunque insuficiente, había abierto camino a esta nueva ola de furia espontánea.
Los hechos de Stonewall no serían hoy parte de nuestra memoria histórica, y tampoco tendrían el reconocimiento global como un acontecimiento que abrió nuevos caminos para las reivindicaciones LGTBI+, si no hubiera sido por la aparición de organizaciones combativas que transformaron esta ola de indignación espontánea en una fuerza social ascendente.
Cuando los activistas de la “Sociedad Mattachine” (un colectivo LGTBI+ de principios de los años 50) colgaron un cartel en la fachada de Stonewall Inn, antes de una reunión que iban a tener con el alcalde y la policía, que ponía: “Nosotros, los homosexuales, pedimos a nuestra gente mantener un comportamiento pacífico y tranquilo en las calles del Village – Mattachine” se produjo una ruptura entre los activistas de la “antigua escuela” y el nuevo grupo de activistas más militantes. Este ruego fue ignorado, ya que cada noche después de la noche de los disturbios, cada vez más homosexuales y heterosexuales de izquierdas, desde socialistas a Panteras Negras y Yippies (Youth International Party) hasta Puerto Rican Young Lords, llegaban al sitio para participar en nuevos enfrentamientos con la policía.
Cuando los enfrentamientos empezaron a disminuir, los jóvenes activistas comenzaron a distribuir a la gente octavillas que ponían “¿Pensáis que los homosexuales estamos en revuelta? Os podéis apostar el cuello [o el culo como es la expresión en inglés] que sí” y convocaron una asamblea en un local de izquierdas en el West Village, llamado Alternative U. Lo que empezó como una comisión controlada por “Mattachine – New York” para organizar una marcha en memoria de lo que pasó en Stonewall, se convirtió en un movimiento grande y explosivo, el GLF (Gay Liberation Front – Frente de Liberación de los Homosexuales). El nombre era una alusión consciente al Frente de Liberación de Vietnam de Sur que en aquella época luchaba contra las fuerzas yanquis. Querían enfrentarse no solo con la LGTBIfobia de la sociedad yanqui, sino también con el conjunto entero de opresión y explotación. Empezó a convertirse en sentido común el hecho de que los asuntos que tienen que ver con las discriminaciones contra LGTBI+ formaban parte de una agenda revolucionaria más amplia que tenía que ver con la solidaridad con cualquier minoría oprimida.
La influencia de los pequeños grupos militantes en GLF es obvia en un comunicado que fue publicado en el periódico underground “Rat” (Rata):
“Somos un grupo revolucionario de hombres y mujeres homosexuales que nos concienciamos de que la liberación sexual absoluta y universal para todos y todas se puede alcanzar solo a través del derrocamiento y la anulación de todas las instituciones y estructuras sociales actuales. Rechazamos el intento constante de la sociedad por definir los papeles sexuales y las orientaciones de nuestra propia naturaleza. Nosotrxs salimos de estos papeles y de estos mitos simplistas. Seremos lo que somos. Al mismo tiempo, estamos construyendo nuevas formas y relaciones sociales basadas en la fraternidad, la cooperación, el amor humano y la sexualidad sin constricciones. Babilonia nos ha empujado a comprometernos en solo una meta: la Revolución”.
Respondiendo a la pregunta del periódico Rat: “¿Qué es lo que os convierte en revolucionarios?”, GLF escribió: “Nos consideramos parte de todas las personas oprimidas del mundo: los luchadores de Vietnam, el tercer mundo, las personas negras, los obreros y obreras, todas las que están oprimidas por esta maldita, sucia, podrida y vergonzosa conspiración capitalista”.
Sylvia Rivera y Marsha Johnson: “¡Ya no aguantaremos más de esta mierda!”
Con la revuelta de Stonewall fue como si se diera la señal para una confrontación revolucionaria urgente con el conservadurismo y por la liberación total y definitiva de todos los géneros, todas las orientaciones sexuales y todas las identidades.
A pesar del hecho de que en los cuatro días que duraron los enfrentamientos en Stonewall la participación de muchas personas trans fue inmediata y catalizadora, esto fue olvidado. Stonewall fue caracterizado como una revuelta de gays y lesbianas. Sin embargo, con las acciones después de los acontecimientos de 28 de junio de 1969 surgieron como símbolos de la lucha dos dinámicas mujeres trans, Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson. Amigas íntimas y compañeras de lucha, después de Stonewall fundaron STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries – Revolucionarias Travestis de Acción Callejera). Pero, también antes de junio de 1969, su acción activista era conocida por su participación en los movimientos por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam y en la Segunda Ola de Movimiento Feminista.
Las palabras de Rivera en una entrevista de 1988 son reveladoras: “No aguantábamos más esa mierda. Habíamos hecho mucho por otros movimientos. Había llegado la hora… Todas trabajábamos en muchos movimientos en aquella época. Participábamos en el movimiento feminista, en el movimiento por la paz, en el movimiento por los derechos civiles. Todas éramos radicales. Creo que todo esto llevó las cosas hasta aquel punto. Era radical, revolucionaria. Soy todavía revolucionaria… Si hubiera dejado perderse aquel momento estaría muy dolida porque en aquella época vi que el mundo empezaba a cambiar para mí y para mi gente. Por supuesto, tenemos mucho camino por delante”.
También en Grecia
El impacto de Stonewall fue mundial. En Grecia, justo después del derribo de la dictadura, los mensajes de Mayo del 68 fueron expresados con una politización intensa y con el movimiento de “Metapolítefsi” [La transición griega]. En aquel ámbito, se abrieron todos los asuntos de la opresión de las personas LGTBI+, de los pacientes psiquiátricos, de los presos y presas, de lxs trabajadorxs del sexo, etc. En 1976, se fundó AKOE (Movimiento de Liberación de Homosexuales de Grecia) que luchó contra el proyecto de ley “sobre enfermedades transmitidas sexualmente”, una reliquia de la dictadura que mandaba a la cárcel o deportaba a islas desiertas a los homosexuales.
El AKOE consiguió parar la votación de aquel proyecto organizando acciones amplias junto con un movimiento de solidaridad en Grecia y en el extranjero. Consiguieron que personas muy conocidas, y la oposición del PASOK, se posicionaran contra este proyecto de ley. AKOE publicaba una revista y abrió el debate sobre los asuntos más generales de la sexualidad y la familia, participó en las manifestaciones de la “Politécnica” [conmemorando la revuelta contra la dictadura] y tuvo el apoyo de la izquierda revolucionaria para enfrentarse con la hostilidad de la izquierda “oficial”, y así impuso su presencia.
A principios de la década de 2000 nació el movimiento anticapitalista (anti-globalización) mundial, a través de las manifestaciones en Seattle y Génova. Éste continuó con el enorme movimiento anti-guerra en 2003, con millones de personas en todo el mundo oponiéndose a la Guerra en Irak.
Como respuesta a la crisis de 2008, se impulsó un movimiento obrero internacional contra las políticas de la UE y del FMI, mientras que el ascenso de la extrema derecha se enfrentó con resistencia organizada en Grecia y otras partes del mundo. Todas estas luchas dieron confianza a la clase obrera y a su parte LGTBI+.
Así se retomó el hilo de los años 70-80. La iniciativa “Homosexuales contra la Guerra” participó con una pancarta que decía “Luchamos por un mundo sin guerra y opresión” en la masiva manifestación contra la guerra de Irak del 15 de febrero 2003 en Atenas. En la manifestación del Politécnico de 2004, con fuerte contenido antibélico, participaron de manera organizada POEK (Iniciativa de Homosexuales contra la Opresión) que distribuyó su periódico “Liberación” y LOA (Grupo Lésbico de Atenas).
Hoy en día, el movimiento LGTBI+ forma parte indispensable del movimiento antirracista, antiguerra, antifascista y obrero. Un cambio que fue conquistado a través de batallas ideológicas y eligiendo entre diferentes opciones. Fue conquistado a través de la intervención de organizaciones como POEK y más recientemente el grupo LGTBQI+ de ANTARSYA que pusieron en el centro de su actividad la conexión entre las diferentes luchas de la clase trabajadora y una estrategia para derrocar al sistema que produce la explotación y la opresión.
Izquierda, clase trabajadora y movimiento LGTBI+
El retroceso de los movimientos en la década de los 80 demuestra qué significa la ausencia de una intervención de este tipo. El neoliberalismo dio un gran golpe a las conquistas del pasado durante el declive internacional del movimiento obrero.
Por una parte, se debió a la incorporación de las consignas de la liberación sexual por parte del sistema: promocionando, supuestamente, la aceptación de “ser diferente” mientras se inflaba la “economía rosa” y la mercantilización de la sexualidad en general.
Por otra parte, hubo ataques directos, por ejemplo, desmantelando servicios sociales, con opresión aprovechando el auge de SIDA y la propaganda anticientífica que hablaba de “grupos de alto riesgo” que sembró el pánico. Amenazas de este tipo existen hoy también. Hace poco una serie de grandes empresas dieron un giro en su táctica de publicidad y decidieron promocionar un perfil amigable hacia la comunidad LGTBI+ y hacia las mujeres. Por ejemplo, Gilette, cuyos anuncios de cuchillas estaban siempre basados en el modelo de estereotípico viril, ahora está haciendo campaña contra la “masculinidad tóxica”. Lacta, que cada San Valentín se hacía de oro por el comercio del típico amor romántico heterosexual, ahora incorpora parejas homosexuales en sus últimos anuncios.
Al mismo tiempo, los ataques al estado de bienestar social son ataques a los sectores más vulnerables de la sociedad, los sectores que sufren más discriminación y más exclusión. El aumento de la precariedad en el trabajo y la abolición de derechos laborales, la intensificación del problema del acceso a la vivienda, en otras palabras, la implementación durante la crisis de los objetivos del capital, son ataques directos al derecho de las personas más oprimidas a una vida digna. Para las personas LGTBI+ muchas veces se trata de un asunto de vida o muerte. Por ejemplo, Trump en EEUU y Bolsonaro en Brasil están impulsando retrocesos en el código penal, haciéndolo aún más difícil el demostrar una violación. Las agresiones de la extrema derecha y de los nazis van dirigidas también a personas LGTBI+.
Pero esta vez, el movimiento LGTBI+ tiene la experiencia de 50 años de lucha y la fuerza de sentirse parte orgánica de las luchas de la gente trabajadora. Tiene la capacidad, no solo de luchar contra estos ataques, sino también de ganar sus reivindicaciones que son las reivindicaciones de una clase trabajadora fuerte que sigue girando hacia la izquierda.
Un reflejo de la confianza que ha ganado la parte LGTBI+ de la clase trabajadora y del giro a la izquierda de esta clase en su conjunto es el hecho de que en las elecciones de este año en Grecia todos los partidos se dirigen al público de izquierdas para formar candidaturas “inclusivas” y demostrar que las cuestiones LGTBI+ y de las mujeres están al orden del día. Otros ejemplos son la primera lesbiana negra alcaldesa de Chicago, las senadoras musulmanas en EEUU, y la primera ministra de Nueva Zelanda homenajeando a las víctimas de la agresión nazi del 15 de marzo llevando un pañuelo musulmán.
La Asociación Estadounidense de Psiquiatría y la Organización Mundial de Salud quitaron el “trastorno de identidad de género” de sus libros de texto en 2013 y en 2018 respectivamente. Esto significa que la identidad de una persona trans ya no se considera enfermedad psíquica por la comunidad científica. “El trastorno de identidad de género” había aparecido en 1980, pocos años después de que la homosexualidad fuese retirada en la edición anterior en 1974. Este cambio positivo no viene de las ideas más progresistas de los y las científicas más jóvenes. Dentro de la lucha por el derecho al trabajo para todos y todas, las personas trans lucharon codo con codo con el resto de la clase trabajadora. La reivindicación de trabajo para todas reflejaba el enfrentamiento con políticas claves: para poner primero las necesidades de la gente y no los beneficios. La lucha por igualdad en el trabajo para las personas trans forma parte de este enfrentamiento. Está claro que el movimiento fue el que presionó a la comunidad científica para restablecer la verdad que las mujeres trans de la revuelta de Stonewall habían gritado hace 50 años.
Ganar el conjunto de las reivindicaciones del movimiento LGTBI+ no tiene que ver con elegir personas y representantes más progresistas. No se hace sólo a través de la visibilidad y no sucede cambiando la forma de vida o teniendo modelos para seguir. Sucede a través de derrocar al capitalismo, una lucha que la clase trabajadora puede dar hasta el final. Por eso, los sindicatos —la clase trabajadora organizada— tienen un papel enorme.
Cuando EINAP (Sindicato de Médicos de Hospitales de Atenas y Pireo) publicó un comunicado de apoyo y llamó a la participación en el día del Orgullo de 2018 se dio una oportunidad muy importante a los y las revolucionarias dentro de los hospitales para ampliar el debate sobre las prioridades del sistema que amenaza en convertir la sanidad en un privilegio; al mismo tiempo que los de arriba han parado cualquier discusión sobre la transición de género y otros servicios similares. Unos meses más tarde, OENGE (Federación de Sindicatos de Trabajadoras de Hospitales) publicó un comunicado exigiendo justicia tras la muerte de Zak Kostópulos (activista y artista drag que fue asesinado en Atenas), dando forma organizada a la lucha contra la ocultación del crimen.
Cincuenta años después de la revuelta legendaria de Stonewall, los sindicatos tienen un papel central en el Día del Orgullo para convertirlo en un día histórico como en la huelga del 8 de marzo de este año: necesitamos manifestaciones de orgullo obreras, poniendo en primera línea las reivindicaciones que aseguran una vida digna para las personas LGTBI+ y las que exigen el fin de cualquier discriminación. Éstas son las reivindicaciones que pueden garantizar la unidad y la fuerza de la clase trabajadora para derrocar este sistema.
Esta artículo apareció en la revista Σοσιαλισμός από τα Κάτω (Socialismo desde abajo), mayo-junio de 2019. La revista la publica el SEK, organización hermana en Grecia de Marx21. Traducción: Nikos Loudos, militante de Marx21.