Marx21
ES CA
Termina por fin esta larga campaña electoral. Ya hicimos balance de las elecciones legislativas, aquí comentaremos los diversos comicios del 26 de mayo.
Sobre el 28A dijimos: “Hay muchos titulares sobre las elecciones…: la victoria del PSOE de Pedro Sánchez; la entrada al Congreso español de la extrema derecha de VOX; la continua importancia de la lucha catalana…” Se podría decir más o menos lo mismo esta vez.
En términos globales, el PSOE fue el gran ganador de la jornada electoral, subiendo en un millón de votos en las municipales y duplicando su apoyo en las europeas, a la vez que fue el primer partido votado en casi todas las autonomías en las que se celebraban elecciones. Como veremos, también hay problemas, como en Madrid, donde la derecha puede gobernar… y en todo caso el PSOE no deja de ser lo que es.
Respecto a la extrema derecha, VOX sufrió una bajada significativa respecto a las legislativas de hace un mes, pero volvió a obtener un apoyo muy preocupante y no deja de representar una grave amenaza.
Finalmente, el creciente apoyo a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) —incluyendo el hecho de haber ganado en Barcelona ciudad por primera vez desde los años 30— confirma de nuevo la vigencia de la lucha nacional y también el continuado (aunque desigual) giro de esta lucha hacia la izquierda.
Repasemos los comicios para luego sacar unas conclusiones generales.
Elecciones municipales
Como se ha comentado, el PSOE ganó en general, pero en las elecciones municipales hay mil matices y factores locales. Aquí sólo cabe señalar algunos puntos.
En Madrid, los conflictos internos del espacio de Podemos se cobraron factura (más sobre esto abajo). La candidatura de Manuela Carmena fue la más votada, pero sufrió pérdidas. Se abre la posibilidad de un pacto “trifachito”, entre el PP, Ciudadanos (Cs) y VOX. Según algunas visiones, esto no sería una novedad porque “bajo el PP, ya había gobernado la extrema derecha”; en realidad, sería otro grave paso, como el pacto de Andalucía, hacia la normalización de un partido realmente de extrema derecha como es VOX. Esto no se puede comprender si se niega la diferencia entre VOX y el resto de la derecha.
En el momento de escribir, la situación está abierta. La dirección de VOX exige reconocimiento público —negociaciones sobre programa y una foto de “familia” con el PP y Cs— a cambio de sus votos. Cs, en cambio, quiere formar gobierno con el PP pero intenta mantener distancias (de cara a la galería, al menos) respecto a VOX. Se nota que el hecho de señalar a VOX como de extrema derecha obliga al partido naranja a hacer estos malabarismos.
Aún es posible que Carmena repita mandato… pero si lo logra será con políticas que se acerquen cada vez más a las del PSOE.
Hay noticias relativamente buenas de Andalucía. Hace un mes, en las legislativas, VOX obtuvo 611.220 votos. Esta vez, recibió menos de la mitad de apoyo en las europeas, con sólo 288.154 votos. En las municipales, se contabilizaron 125.630 votos de VOX, pero esta cifra es engañosa, porque excluye a miles de sus votantes en los municipios en los que no obtuvo representación. Mientras, en El Ejido, donde hace un mes VOX fue el primer partido votado con el 30%, esta vez salió segundo en las municipales, con casi el 25%, y en las europeas fue la tercera fuerza con el 21%. Todavía es un grave problema, pero confirma lo que ya se sabía; la mayoría de sus votantes no tienen (por ahora) un firme compromiso con la política ultra y se puede reducir el apoyo a VOX, si se trabaja bien.
La noticia estrella en Barcelona es la estrecha victoria de Ernest Maragall, de ERC, sobre Ada Colau.
Es verdad que Ada ha sido demonizada tanto por la derecha como por algunos sectores independentistas. También es cierto que el mandato de Barcelona En Comú ha incluido políticas cuestionables —lejos de la visión de los movimientos sociales que se supone que iban a reflejar— así como un culto a la personalidad que algunos comparan con el peronismo. En realidad, el mandato de los Comunes no ha sido tan malo como dicen algunos ni tan bueno como dicen otros; ha reflejado las contradicciones del reformismo de izquierdas, más fuerte en lo simbólico que en lo concreto. Ya sabemos que es imposible cambiar el mundo desde el municipalismo, pero por eso es mejor no prometer hacerlo.
ERC ha dado pasos muy interesantes recientemente, apostando por gente nueva, e incluyendo a personas migradas y/o racializadas en sus listas, en posiciones de salida. Es uno de los factores de sus excelentes resultados. Un buen ejemplo en estas elecciones es Omar Noumri (ERC), de Castelló de Farfanya, que será el primer alcalde musulmán de las comarcas de Lleida, con una mayoría absoluta. Tristemente, candidato de ERC en Barcelona no refleja esta nueva política: Ernest Maragall pasó muchos años en el centro de la gestión socialista de la ciudad. Si logra la alcaldía, quedará por ver con cuáles alianzas lo hace y, sobre todo, qué políticas aplica.
Podemos
En 2015, las confluencias que incluían a Podemos marcaron unas victorias impresionantes, sobre todo en Madrid y Barcelona. Esta vez, el cuadro es muy diferente. Un factor evidente ha sido la fragmentación del “espacio Podemos”, con dos o incluso tres candidaturas enfrentadas en algunos municipios. Por supuesto, cada facción culpa a las otras y es imposible atribuir las responsabilidades en cada contienda específica.
Pero sí hay unos factores importantes que subyacen a todo lo demás.
Todo el proyecto de Podemos, desde el principio, se basaba en un populismo de izquierdas que había de permitir la llegada rápida a las instituciones, y desde ahí una gestión progresista del Estado. En 2014, Pablo Iglesias describió Podemos como “una organización política que está aquí para ganar y para formar gobierno”. Declaró que “El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto”. Mientras Podemos subía en votos, parecía funcionar, pero cuando ese avance se frenó, todo se desmoronó.
El consenso comporta problemas —da el derecho a veto a cada minoría— pero la alternativa debe ser un funcionamiento democrático, con pleno debate, sobre todo en las bases, y decisiones tomadas por (la) mayoría. Pero la forma de funcionar de Podemos no ha sido ésta, sino más bien decisiones tomadas desde arriba, a veces refrendadas en votaciones online ejercidas más por fans que han visto a Iglesias en la TV que por activistas que han participado en el trabajo del partido y en los debates. De esta manera, la cúpula se convierte en una especie de corte, en la que los plebeyos exteriores no pueden incidir, y en la que no hay manera de resolver las disputas excepto mediante purgas y descalificaciones. Por algo Juego de Tronos es su serie favorita.
Aún más fundamental es el hecho de que no se puede reformar el sistema desde el Estado. El Estado real (lo que algunas personas llaman el Estado profundo) existe para defender el sistema actual. Por eso, el marxismo revolucionario mantiene —en base a la experiencia de la Comuna de París en 1871— que hay que abolir el Estado capitalista, no intentar manejarlo. Antes de ganar las elecciones, los dirigentes reformistas niegan este carácter hostil del Estado, pero una vez en el poder se niegan incluso a llevar a cabo reformas, alegando que el Estado profundo no les da margen alguno para maniobrar (abajo miraremos el ejemplo de Syriza en Grecia).
En resumen, detrás de las batallas faccionales (en las que seguro que hay actores más de izquierdas y otros más de derechas) la realidad es que la caída de Podemos fluye de las contradicciones innatas del proyecto. No existe solución mediante un relevo de caras, cambio en los nombres de las candidaturas, logos… Hace falta una estrategia muy diferente.
Candidatures de Unitat Popular (CUP)
Fue una jornada electoral decepcionante para la CUP. En general, perdió votos y concejalías. Es una lástima porque, no obstante las críticas, la CUP sigue siendo uno de los espacios políticos anticapitalistas más significativos e interesantes de Europa.
Una pérdida muy importante fue el hecho de quedar fuera del ayuntamiento de Barcelona al perder casi la mitad de sus votos y no alcanzar el mínimo del 5%. Es una mala noticia para mucha gente comprometida con las luchas sociales que forma parte de este espacio. También es cierto que el resultado es fruto en parte de los errores cometidos en la capital catalana durante los cuatro años anteriores, con muestras del sectarismo que —tristemente— también forma parte de la CUP.
Abajo comentamos uno de los ejemplos en sentido contrario, donde una alcaldía de la CUP ha conseguido convencer a más gente de su proyecto municipal. Sin embargo, no basta con una buena gestión local. Los temas políticos globales también son importantes, y es obvio que el estancamiento de la lucha por la independencia es un reto central.
En esta cuestión la CUP no ha sabido ofrecer una respuesta convincente. No plantea propuestas que vayan más allá de repetir —se supone que con más ganas— las mismas estrategias y las mismas alianzas que ya han demostrado que no funcionan, una especie de Procés 2.0. El hecho de estar en minoría dentro del independentismo hace aún más importante presentar propuestas convincentes de lucha, que respondan a la situación real a la vez que permitan superarla.
En las luchas sociales, una parte de su militancia hace un trabajo excelente, pero otros sectores van en sentido contrario, defendiendo fórmulas sectarias que no conectan con amplios sectores de la gente trabajadora. Esto no sólo debilita a los movimientos, también aleja a activistas que de otra manera podrían acercarse a la CUP.
El potencial de una estrategia más constructiva es evidente en algunos municipios. En Ripollet, por ejemplo, una coalición municipalista alrededor de la CUP volvió a ser la fuerza más votada, subiendo del 33,7% a casi el 40%. Bajo su mandato parece que han logrado combinar políticas sociales generales con medidas más rompedoras, por ejemplo contra la homofobia. Seguro que de cerca habrá cosas criticables, pero su éxito para conseguir un apoyo amplio hacia esta política queda patente en sus resultados. Que una candidatura tipo CUP logre esto en un municipio fuertemente castellano hablante, con mucha gente que aún se identifica con Andalucía, Extremadura etc., demuestra el valor y el potencial de una política anticapitalista con una base de clase social, no de un “radicalismo” meramente de retórica.
Autonómicas
El PSOE fue el primer partido votado en la gran mayoría de autonomías donde se celebraron elecciones. Aquí sólo se harán un par de apuntes.
En la Comunidad de Madrid, existe el riesgo de un pacto tipo trifachito. Parte del problema es la fractura del espacio de Podemos, aspecto comentado arriba. Igual que en la ciudad, está por ver qué ocurre.
En la comunidad de Aragón, en 2015, Podemos obtuvo el 20,5% y 14 escaños; ha caído al 8% y 5 escaños. En Navarra, Podemos cayó de 7 a 2 escaños; en Asturias de 9 a 5…
En Castilla y León la caída fue aún más dramática. En 2015, Podemos obtuvo 10 escaños con el 12%. Esta vez, Podemos-Equo obtuvo sólo 1 escaño con el 5%, mientras que una candidatura de IU, Anticapitalistas y otras fuerzas obtuvo el 2,3% pero ningún escaño. El único escaño obtenido por VOX en esta comunidad fue en Valladolid. Aquí las dos candidaturas del espacio Podemos/IU/Anticapitalistas casi quedaron igualadas… pero se quedaron sin escaño. Con la suma de sus votos habrían superado a VOX, lo que quizá habría dejado fuera a la formación ultra. No sabemos quién tiene la culpa de la división. En todo caso, tiene sentido impulsar una candidatura propia, más coherente y anticapitalista, si ésta forma parte de un proyecto real de lucha, más allá de la contienda electoral, es decir, si la campaña electoral ayuda a fortalecer al movimiento y a la izquierda de base. Si no es así, hay que plantearse su utilidad.
Europeas
El cuadro global europeo es el de la caída de los partidos establecidos de centro, y de una subida del fascismo y la extrema derecha.
En Italia el partido fascista la Lega (anteriormente Lega Nord) fue el ganador con el 34%. En Francia, Rassemblement National (el Frente Nacional de Le Pen) ganó con el 23%, superando ligeramente al partido de Macron. La buena noticia de Francia fue que los verdes, una opción de izquierdas, duplicaron resultados, llegando a ser la tercera fuerza.
En Grecia, Syriza pagó el precio de las terribles políticas de austeridad que ha impuesto; fue ampliamente superado por el partido conservador. Aquí la buena noticia es la fuerte caída del partido neonazi, Amanecer Dorado, de más del 9% al 4,8%. Aún queda mucho por hacer, pero se nota el éxito del movimiento unitario en su contra, KEERFA. Hará falta continuar esta lucha unitaria, a la vez que la izquierda anticapitalista tendrá que seguir luchando en la creación de una alternativa real a la bancarrota de Syriza.
En Gran Bretaña, las elecciones europeas las ganó un nuevo partido pro Brexit fundado por el personaje de extrema derecha, Nigel Farage. Increíblemente, obtuvo apoyo de algunos individuos que habían formado parte de la izquierda, como el antiguo diputado de la izquierda laborista, George Galloway.
Jeremy Corbyn, por su parte, se encuentra sitiado y bajo el ataque de la derecha de su propio partido laborista. La primera ministra Theresa May ha dimitido por fin. El reto es luchar para expulsar a su partido del poder, con nuevas elecciones generales sobre las cuestiones sociales de austeridad y las privatizaciones. El problema es que el establishment —incluyendo a la derecha laborista— no tiene interés alguno en esto, sólo quiere derribar el mandato del referéndum del Brexit.
En el Estado español, el PSOE ganó, como en los últimos comicios. VOX obtuvo 3 escaños, que es un problema, pero menos de lo que se temía, y lejos de sus modelos en Italia y Francia. También es notable que la candidatura de Puigdemont, que a causa de su exilio no pudo asistir en persona a ningún acto electoral, fuese la más votada en Catalunya. Aún más impresionante fue el voto a Puigdemont y Junqueras desde otros territorios: entre los dos sumaron más de 9 mil votos en la comunidad de Madrid.
Conclusiones
Un punto general es que en las elecciones se ha dado un traspaso de votos dentro de la izquierda (de Podemos al PSOE) y dentro de la derecha.
La mayoría de las personas del Estado español son gente trabajadora. No tiene sentido que voten a partidos que declaran abiertamente que quieren atacar nuestras condiciones de vida. (En la práctica, el PSOE también lo hace, pero se presenta como una opción que defiende los intereses de la gente trabajadora, con lo cual un voto socialista no es lo mismo que un voto al PP o Cs o —peor aún— a VOX.)
Las campañas electorales efectivas pueden hacer que las personas de izquierdas se decanten por un partido (que se presenta como) de izquierdas en vez de otro; un partido de derechas en vez de otro. Pero ni el mejor anuncio del mundo hará que una persona de derechas se pase a la izquierda.
La única manera de conseguir que los millones de personas trabajadoras que votaron a la derecha cambien sus ideas es mediante las luchas. Pueden ser luchas sociales en general, pero quizá lo más efectivo son las luchas laborales. Participar o no en una protesta ecologista o en una manifestación del 8 de marzo depende de tus ideas políticas. En cambio, si en tu trabajo te recortan el salario o te amenazan con el despido, tienes un interés directo en luchar, sean cuales sean tus ideas políticas anteriores. Y la experiencia de la lucha, si se produce, puede hacer girar tus ideas hacia la izquierda de una manera que nunca ocurriría con una campaña electoral.
Así que la solución a la derrota de Unidas Podemos (y algunas otras opciones de izquierdas) no está en nuevas fórmulas electorales, nuevos logos, nuevas caras de famosos en las tertulias. Está en el trabajo de base en las luchas cotidianas y, si existen las fuerzas para hacerlo, en impulsar luchas laborales. Esto no significa fichar a un par de dirigentes sindicales y listo. La falta de combatividad de las burocracias sindicales es parte del problema. Se trata más bien de contar con activistas en sectores muy diversos (en las fábricas de coches, sí, pero también en las oficinas, las escuelas, los hospitales, las tiendas, los call centres…) capaces de plantear estas luchas con sus colegas de trabajo. Y esto a su vez señala la necesidad de una izquierda anticapitalista orientada en la lucha desde abajo —especialmente por la gente trabajadora en toda su diversidad— no principalmente en las elecciones y en la gestión del sistema.
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Foto: Mucha gente con pancartas en una manifestación contra el racismo y el nacionalismo excluyente, Alemania, 19 de mayo de 2019