Nikos Loudos
Argelia y Sudán han devuelto las revoluciones al orden del día. El dictador Omar Bashir fue derrumbado en Sudán solo unos días después de la dimisión forzada de Buteflica en Argelia.
Mientas estamos redactando este artículo, militares sudaneses comunican que el dictador Omar Bashir deja de ser presidente de Sudán después de más de 25 años. El ejército se dio cuenta de que cada día con Bashir en el poder resultaba más peligroso para el régimen en su conjunto. Entonces, decidió intervenir pretendiendo expresar las reivindicaciones del movimiento popular. La “Asociación de Profesionales” (médicos, abogados, etc.), que juega un papel importante en la revuelta, está llamando a la gente de la capital Jartúm a ocupar las calles cerca del Ministerio de Defensa. Dicen que no van a aceptar un gobierno militar como “alternativa” al gobierno del dictador Bashir.
Las manifestaciones empezaron a mediados de diciembre, pero la última semana salieron aún más personas a la calles. El sábado 6 de abril, empezó una acampada en los alrededores del Ministerio de Defensa. A pesar de los intentos de la policía de dispersarla, los enfrentamientos con barricadas continuaron hasta el jueves. Bandas armadas salieron en apoyo del régimen para asesinar a manifestantes. La gente salió masivamente por los rumores que anunciaban divisiones en la dirección del ejército, sobre si iban a derrumbar a Bashir, en combinación con la inspiración que llegó desde las grandes movilizaciones en Argelia. En los últimos ataques de la policía, había cada vez más soldados que abrían las puertas de los campos militares para ofrecer refugio.
Estos acontecimientos son resultado de la resiliencia del movimiento que se irrumpió en las calles el diciembre pasado. La revuelta empezó el 19 de diciembre en la ciudad Atabara, al noreste. El motor fue la rabia por la triplicación del precio del pan, de una a tres libras. Durante el último año, la inflación ha llegado al 70% y los precios de bienes básicos, como alimentos y medicamentos, se ha duplicado. Atbara es “la ciudad de los ferrocarriles”, el centro de la red ferroviaria del país. Solía ser el epicentro de un sindicato ferroviario militante machacado por la represión militar en los años 80. Las movilizaciones se extendieron desde Atabara a otras ciudades, pequeñas y grandes, desde Port Sudán hasta Mádani y la capital Jartum.
La represión que lanzó el régimen convirtió muy rápidamente el movimiento de reivindicaciones económicas a un movimiento por derribar al dictador Omar Bashir. Policía, ejército, organizaciones paramilitares y francotiradores asesinaron a decenas e hirieron a cientos de personas en las primeras semanas de la revuelta. A principios de enero, el gobierno reconoció el alcance del movimiento, hablando de 800 detenciones, 118 edificios atacados por manifestantes (18 eran comisarías de la policía) y 194 vehículos destruidos (15 de organizaciones internacionales).
El carácter mayoritario del movimiento resistió la primera ola de represión estatal. En los campos de fútbol, el domingo después de la gran represión, los espectadores gritaban eslóganes de la Primavera Árabe sin miedo: “El pueblo demanda la caída del régimen”. Lo mismo había pasado en fiestas populares y familiares en el año nuevo. Se organizó una manifestación incluso fuera de la mezquita donde había ido el dictador a rezar. La gente no tenía miedo a hablar a medios de comunicación y gritar eslóganes frente a la policía sin esconderse.
En primera línea de la revuelta está la juventud. Muchos de los heridos de las primeras semanas eran menores de edad. De los 40 millones de sudaneses, un 40% tiene entre 15 y 35 años. La edad mediana de las personas detenidas ronda los 20 años.
Bashir no fue un objetivo fácil. Habiendo gobernado casi 3 décadas, este dictador consiguió sobrevivir a muchas movilizaciones. Por ejemplo, reprimió brutalmente los primeros intentos de extender la revolución egipcia hacia el sur en 2013, enviando las “fuerzas de seguridad” a los campus universitarios. Una de las razones por la que consiguió ganar a las movilizaciones de la última década fue la militarización del país como resultado de la guerra en Darfur y del conflicto entre norte y sur; el cual llevó a la secesión del Sudán del Sur en 2011. Como reconocía el Financial Times en un editorial reciente: “la ironía es que si el Tribunal Internacional no hubiera empezado un proceso contra Bashir por crímenes de guerra en 2010, a lo mejor ya habría perdido el poder. Las acusaciones del Tribunal Internacional aumentaron su necesidad de perpetuarse en el poder”.
Bashir explotó las presiones internacionales para atacar las libertades y los derechos civiles. Aunque las manifestaciones recientes no fueron lideradas por los partidos de la oposición, el régimen detuvo nueve líderes de organizaciones políticas, entre ellos a Sidiq Yussef, cuadro del partido comunista, y a otros cuadros de los partidos Baath y Naseristas. La Asociación de Profesionales convocó huelgas de solidaridad con el movimiento y contra la represión estatal.
EEUU y sus aliados impusieron sanciones inhumanas contra Sudán en la década de los 90. En 1998, el entonces presidente, Bill Clinton, bombardeó la única fábrica de medicamentos del país, al-Sifa, que producía el 50% de los medicamentos y vacunas veterinarias de Sudán. La destrucción de esta fábrica condenó a miles de personas a muerte. Sudán todavía sigue en la lista de los países que “impulsan” el terrorismo. Sin embargo, Donald Trump terminó con las sanciones a cambio de la participación de 1.000 soldados sudaneses en la alianza contra Yemen, bajo control saudí. Arabia Saudí se comprometió a ofrecer financiación a Sudán cuando Bashir rompió relaciones con Irán. Sudán fue uno de los primeros países árabes que reabrieron su embajada en Siria, como señal de solidaridad entre dictadores. Recientemente, Bashir se reunió con Bashar al-Assad.
La Unión Europea (UE), por su parte, ha ofrecido millones de euros a la dictadura sudanesa para parar migrantes de Sudán, Eritrea, Etiopía, Somalia y otros países subsaharianos. Algunas de las fuerzas que mandó Bashir para reprimir las manifestaciones fueron desplazadas desde las fronteras donde estaban en “servicio” anti-migratorio con apoyo y dinero de la UE. Los dictadores de la región, incluidos los de Egipto y Qatar, expresaron su apoyo a Bashir, por el miedo de que se extendiera la revuelta. Sudán del Sur ordenó a los periódicos no reportar noticias de la revuelta en el norte. El fantasma de la revolución ha vuelto a Oriente Próximo y África a pesar del “invierno árabe” que quisieron imponer los asesinos tipo Sisi, Mohammed bin Salman y Assad.


Nikos Loudos es militante de Marx21 en Sevilla.