Hossam el-Hamalawy
La historia está lejos de acabar
Ocho años después del estallido de las revoluciones de la Primavera Árabe en 2011, la situación en la región es desoladora a juicio de mucha gente.
En Egipto, Libia, Siria, Bahrein y Yemen, donde tuvieron lugar levantamientos genuinos, se ha consolidado la contrarrevolución. En Túnez, donde se inició la oleada de insurrecciones, hubo una transición a la democracia, pero la revolución aún no ha conseguido muchas de sus demandas.
Si bien podría ser fácil declarar la muerte de la Primavera Árabe, la historia está lejos de terminar.
La revolución es un proceso
Las revoluciones a menudo toman a las personas por sorpresa, incluso a los mismos revolucionarios. Pero un levantamiento nacional no acontece en el vacío, y por lo general constituye el clímax de un proceso que ya se venía fermentando lentamente desde hace años. La disidencia se acumula, y no necesariamente en una dirección lineal.
En Egipto, la revolución del 25 de enero del 2011 tiene raíces que se remontan al año 2000. A fines de la década de 1990, Hosni Mubarak había logrado aplastar toda forma de disidencia. Sin embargo, el estallido de la Segunda Intifada Palestina generó un efecto dominó a lo largo de Egipto, provocando protestas masivas (probablemente a una escala no vista en las calles desde 1977), a las que le siguieron disturbios en Abril de 2002, y en Marzo de 2003 con la invasión de Irak.
Entre los años 2004-2006 esta movilización evolucionó en el movimiento Kefaya (Ya basta) contra Mubarak. Aunque nunca se convirtió en un movimiento de masas, Kefaya ayudó a sacudir la escena política y alentó a sectores de la población a movilizarse y levantar demandas.
Hacia Diciembre de 2006 la movilización sindical comenzaba a recuperarse en el sector textil cuando se inició el “Invierno del Descontento Laboral”. Para 2008, Egipto había presenciado dos mini “levantamientos por el pan” en Mahalla y Burullus. Aunque fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad, las huelgas continuaron extendiéndose junto con las protestas contra la tortura policial, hasta culminar en el levantamiento de 2011.
A lo largo de la primera mitad de la década del 2000, e incluso al inicio del levantamiento, ¡los patrocinadores de Mubarak aseguraban regularmente que su régimen era “estable”!
Cada país que fue testigo de un levantamiento en 2011 pasó por un proceso propio en las décadas anteriores. Y otros países en la región —aunque puedan no haber presenciado un levantamiento pleno— han pasado por sus propios procesos de acumulación de disidencia, aunque a diferentes ritmos e influenciados por factores específicos, tanto domésticos como externos.
Hoy, el estallido de una nueva revolución en la región, fuera de los países que constituyen el “cinturón de derrotas”, podría empezar a modificar el equilibrio nuevamente en favor de la disidencia, y desencadenar un renacimiento revolucionario a través del efecto dominó.
Potencial revolucionario
El actual levantamiento de Sudán es un ejemplo de ello. Los orgullosos sudaneses son acertadamente rápidos al citar su larga historia de resistencia, la cual derrocó dictaduras militares en 1964 y 1985.
La revuelta actual saca provecho de una rica tradición, y está naturalmente vinculada a un proceso revolucionario que se ha ido fermentando durante más de una década. Sudán presenció protestas en 2011 y 2012 que escalaron en renovadas oleadas de descontento en septiembre y octubre de 2013, antes de estallar en diciembre de 2018.
Los tiranos árabes en toda la región se han congregado para declarar su apoyo al dictador Omar el-Bashir, porque saben muy bien en lo que puede desembocar el efecto dominó de una revolución victoriosa.
En caso de que triunfe, esta revolución podría abrir un nuevo horizonte para las perspectivas revolucionarias en la región.
Jordania es otro país donde la disidencia, en gran medida desapercibida, se ha ido acumulando. El país vio oleadas de protestas en 2011 y 2012 que no alcanzaron a convertirse en un levantamiento efectivo.
Pero el verano pasado los jordanos tomaron las calles en la capital y las provincias en una movilización más combativa contra el gobierno. Estas manifestaciones fueron provocadas por un proyecto de ley tributaria, austeridad y otras políticas, pero los manifestantes pronto presentaron demandas relacionadas con los detenidos políticos y la libertad de expresión. En ocasiones, las consignas denunciaban al propio Rey Abdullah II, rompiendo así con un tabú firmemente establecido.
Nuevamente los déspotas árabes se apresuraron en reforzar la estabilidad del régimen, prometiendo paquetes de ayuda económica. Las protestas jordanas habían recuperado impulso a fines del año pasado, pero se han ido extinguiendo por ahora. Un potencial resurgimiento sigue siendo muy posible.
Esta semana en Argelia, miles salieron a las calles en la capital y otras ciudades importantes, protestando contra el plan de Abdelalziz Bouteflika de conseguir un quinto mandato en el cargo. Las protestas son probablemente las más grandes desde 2011 y están poniendo al decadente orden político establecido del país en una crisis que también tiene el potencial de ir escalando.
Marruecos no presenció un levantamiento en 2011, pero ha sido testigo de protestas en 2011 y 2012, la cuales fueron contenidas utilizando una combinación de represión estatal y promesas de reforma. Durante 2016 y 2017 en varias ciudades, principalmente en el norte, la situación se exacerbó hacia protestas masivas debido a las condiciones económicas, la brutalidad policial y la represión de las libertades civiles.
El régimen aplastó al movimiento despiadadamente. Las protestas y huelgas han disminuido por ahora, pero la disidencia todavía está fermentando, ya que las reivindicaciones no han sido satisfechas, y un resurgimiento de política radical de calle sigue siendo una posibilidad visible en el futuro.
Sudán, Jordania, Argelia y Marruecos son sólo cuatro ejemplos de reservorios de disidencia que podrían cambiar la escena regional en el futuro, pero no son los únicos.
El resurgimiento en el “cinturón de derrotas”
Las razones que llevaron a las masas a rebelarse en Túnez, Egipto, Yemen, Bahrein, Libia y Siria son muchas, pero el denominador común es el deseo de justicia social y el fin de la represión política, resumido en su eslogan: “Pan, libertad y justicia social”.
Los regímenes contrarrevolucionarios establecidos hoy en día no solo no han atendido a estas quejas, sino que las han agravado exponencialmente, lo que significa que siguen habiendo las condiciones objetivas para otra revuelta.
Sin embargo, es claro que es improbable que esto ocurra pronto. La embestida de la contrarrevolución ha sido despiadada, y el precio pagado por el pueblo ha sido alto. Muchos han sido asesinados o encarcelados; activistas y refugiados han escapado masivamente; y las organizaciones revolucionarias y los sindicatos independientes han sido destruidos en estos países, con la excepción de Túnez.
No menos importante es el hecho de que muchos en estos países se sienten desmoralizados con el status quo. Necesitan algún nivel de seguridad de que en el caso de que se rebelaran de nuevo, no tendrían que terminar con otro tirano militar catastrófico, o (como en Túnez) con un régimen que disiparía y diluiría sus demandas.
Necesitan ver un modelo exitoso en la región, y el pueblo de Sudán podría ser el que desempeñe ese papel inspirador.
Si la revolución en Sudán es exitosa en derrocar al dictador militar y crear una nueva alternativa democrática, es poco probable que la política revolucionaria en “el cinturón de derrotas” reviva inmediatamente, pero podría actuar como un catalizador para acelerar su recuperación.
Memoria colectiva
El mes pasado, tropas de la policía egipcia allanaron Nazlet el-Samman, un barrio pobre y urbano cerca de las pirámides de Giza, tratando de demoler lo que describieron como “edificios ilegales”.
En esencia, esta es una lucha contra la gentrificación. Los residentes desafiaron gritando la consigna “No nos iremos. Eres tú quien debe irse” a la policía, haciendo eco de las consignas de los manifestantes de Tahrir contra Mubarak.
Irónicamente, Nazlet el-Samman es uno de los barrios cuyos residentes proveyeron la columna vertebral de los partidarios de Mubarak que trataron de asaltar la plaza Tahrir durante la infame “batalla del camello” en febrero de 2011.
Incluso hoy en día, la revolución y sus consignas siguen estando en su memoria colectiva, y no encuentran otros medios para expresar sus intentos de rebeldía.
La memoria colectiva de la revolución todavía está viva y, gracias a internet, ha sido en gran medida preservada, virtualmente documentada y es asequible de manera diaria a grandes sectores de la población en cada país.
Esta es una ventaja que posee nuestra generación, comparada con esfuerzos revolucionarios previos, cuyas memorias han sido sepultadas o se han desvanecido.
Esta memoria colectiva ayudará a garantizar que, cuando se inicie la próxima oleada de protestas, no empezaremos desde cero; al menos tendremos una experiencia concreta y una tradición sobre la cual construir.
Hossam el-Hamalawy es periodista y activista sindical del Cairo. Twitter: @3arabawy
Publicado originalmente en inglés en The New Arab el 27 de febrero de 2019, traducido por Rafaela Apel y Rodrigo Córdova A. para Revista Rosa.