Alma Blanco Cazorla
Cuando era una niña y, en el colegio, mi profesor de sociales me hablaba de revolución, me venía a la mente un pueblo enfadado, cansado, machacado, armado (no siempre con fusiles, quizás con aperos del campo), gritando y exigiendo dignidad, comida, sanidad, igualdad, justicia… Me venía “enfado” como sentimiento generador de revolución.
Tras leer a Rosa Luxemburg veo la revolución de otra forma. Ahora me viene amor a la mente como generador de revolución. Veo la revolución como un acto de amor dirigido a cada persona trabajadora, a cada camarero, a cada fontanera… Un acto de amor al mundo, a la dignidad, a quien sufre porque alguien saca beneficio de su sufrimiento.
Hace poco fue el centenario de la puesta en libertad de Rosa Luxemburg, tras pasar la última mitad de la primera guerra mundial en la cárcel por cometer el delito de intentar parar la matanza de la clase trabajadora que se llevaba a cabo en esa guerra (como en todas). Una guerra en la que quienes mataban y quienes morían eran trabajadores y trabajadoras, gente del pueblo, defendiendo, una vez más, intereses burgueses para los que somos un recurso desprovisto de humanidad.
Rosa practicó una ideología revolucionaria que la llevaría a ser asesinada pocos meses después de su liberación por los antecesores de los nazis (los Freikorps). Fue asesinada por sus principios, por ser incapaz de darle la espalda a ese pueblo que tanto amaba cuando éste decidió levantarse. Rosa defendió la espontaneidad de la revolución, y la necesidad de un partido que la apoyara, y así lo practicó llegado el momento, asumiendo todas las consecuencias que derivarían de ese apoyo, cual mujer independiente.
Rosa Luxemburg no se posicionó como activista del movimiento feminista de la época (algo que me chocó al leerlo al principio, y que luego entendí y compartí). Este movimiento estaba centrado en Inglaterra, en la lucha por el sufragio universal, y Rosa no se posicionó en él por considerar que dejaban algo atrás muy importante: la pertenencia a la clase trabajadora, que era y es algo intrínseco a la lucha feminista. Para ella “ser feminista y no ser de izquierdas era carecer de estrategia, y ser de izquierdas y no ser feminista era carecer de profundidad”. Incluso no definiéndose de feminista, para mí es ejemplo de la lucha feminista que hoy practico.
Rosa se movió a contracorriente. Fue una mujer que luchó por su autonomía económica, que entró en polémica con teóricos políticos posicionándose en su mismo escalón (Lenin, Kautsky, Trotsky…), que fue considerada una histérica conflictiva (algo con lo que muchas nos sentimos identificadas hoy en nuestros entornos), que no se sometió a un hombre en su relación personal o profesional, sino que lo miró como a un igual y como tal lo trató. Que pidió consejo, que valoró todos esos consejos e hizo lo que consideró mejor con argumentos que a día de hoy son teoría revolucionaria. Capaz de hacer un análisis político exhaustivo y admirado por generaciones. Capaz de tener ese equilibrio que es intrínseco al ser humano, que junta amor y lógica, y hacer algo tan bonito como la teoría y la práctica de la revolución por y para el pueblo.
Y hace 100 años…
Entró en un partido de hombres, en un mundo de hombres hasta ese momento, y sin querer demostrar nada, demostró mucho. Porque fue ejemplo de hasta dónde somos capaces de llegar las mujeres cuando creemos en algo. Ella y Clara Zetkin nos demostraron que las mujeres no tenemos techo, y que, si nos lo ponen, podemos romperlo.
Rosa Luxemburg ha dejado un legado revolucionario importante hablando de socialismo, capitalismo, criticando teorías y movimientos políticos de la Alemania de principios del siglo XX y del resto del mundo, luchando por un socialismo no reformista, que se lo juega todo por la libertad del pueblo…
Su teoría de la revolución me hace creer más en la revolución y tener conocimientos que me dirijan llegado el momento. Su ejemplo como mujer libre e independiente me hace creerme capaz de todo y me ayuda a sentir la fuerza que existe dentro de mí para romper límites que el capitalismo me impone por sentirme un recurso suyo.
Ser una mujer libre es complicado, pero tener ejemplos de mujeres libres en todos los contextos imaginables te hace luchar por ello con seguridad. Terminaré con palabras de Simone de Beauvoir: “Sólo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, ven aparecer una Rosa Luxemburg, una Madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia”.
Alma Blanco es militante de Marx21 Sevilla
Para más sobre Rosa Luxemburg ver:
- Tony Cliff, Rosa Luxemburg
- Marie Fauré, “Rosa Luxemburg i la revolució alemanya” (en catalán)