Sarah Bates

Sarah Bates disfruta del nuevo programa televisivo de Marie Kondo, “A ordenar”. Pero señala que su popularidad dice algo más profundo sobre la vida bajo el capitalismo y nuestra relación con los productos básicos.

¿Cuántas cosas poseen esa “chispa de alegría” para ti? Esa es la pregunta que la experta en organización, Marie Kondo, ha conseguido que millones de personas se hagan.

Su nuevo programa de televisión, A ordenar, lanzado en Netflix en enero, ha tenido un gran éxito. En cada episodio, Kondo enseña a los desafortunados residentes cómo ordenar sus casas usando el método “KonMari”.

Se alienta a las familias a juntar sus artículos en una gran pila, sujetar cada uno de ellos y ver si “les genera alegría”. Todo lo demás va a la papelera. Es tan popular que las tiendas de caridad de todo el mundo reportan un aumento en las donaciones.

Sin embargo, éste no es solo un programa de televisión sobre armarios de ropa bien ordenados y estantes de zapatos bien organizados. Se trata de una transformación completa de tu vida.

Las casas que visita Kondo a menudo están a reventar de objetos que sus dueños ni quieren ni usan. La idea es convertir esos hogares en “espacios de alegría” que estén llenos de posesiones que los dueños realmente quieran.

Para Kondo, las oportunidades son ilimitadas. “Cuando organizas las cosas, también puedes poner en orden tu vida”, dice. “El proceso de ordenación no consiste en limpiar tu casa o hacer que se vea limpia para los visitantes. Estás a punto de ordenar de una manera que provocará alegría en tu vida y la cambiará para siempre.”

Pero la alegría no es barata.

Un ejército de consultores certificados de KonMari puede organizar tu casa, cobrando 90 euros por hora, por un mínimo de cinco horas, más los gastos de desplazamiento. Algunos consultores más experimentados cuestan aún más.

La marca registrada KonMari vende no solo un método para deshacerse de tus pertenencias no deseadas, sino una oportunidad para lograr tu “vida ideal”.

¿Qué dice sobre el mundo en el que vivimos que las personas participen felizmente pagando grandes sumas de dinero para enriquecer sus vidas a través de la magia de ordenar?

¿Y por qué las personas siguen siendo propietarias de tantas cosas que casi no pueden moverse por sus propios hogares?

Pero A ordenar no refleja las experiencias de la gran mayoría de las personas que luchan por llegar a fin de mes: más de 14 millones personas viven en la pobreza en Gran Bretaña.

Pero sí pone de relieve algunos de los problemas cotidianos de la vida familiar. Algunas de las casas están llenas de desorden debido a los niños pero también a la naturaleza del trabajo.

También presenta una de las imágenes más fácilmente reconocibles del capitalismo: la compra y venta masiva de bienes. Algunos propietarios han pasado décadas haciendo colecciones de adornos navideños, tarjetas de béisbol o zapatos.

En otros, el valor sentimental unido a los objetos inanimados hace imposible que sus dueños se deshagan de ellos.

Identidad

Llenar hogares y vidas con objetos que disfrutamos ayuda a enfrentar las constantes dificultades que nos presenta la vida y ayuda a desarrollar un sentido de identidad.

Por ejemplo, un episodio presenta a una mujer migrante que lucha por tirar la ropa que para ella supone un lazo de conexión con su país de origen.

La forma en que vivimos en casa, como todo lo demás en la sociedad, es un producto de cómo se organiza esa sociedad.

En el mundo de KonMari, la figura notoriamente desordenada de Karl Marx probablemente se ve un poco fuera de lugar.

Pero al igual que Kondo, Marx también estaba interesado en la extraña y complicada relación entre las personas y las cosas que poseen. Más de un siglo antes de la publicidad masiva y los canales de compras de televisión, Marx escribió acerca de cómo poseer ciertos bienes daba a las personas un sentido a su vida.

“A través del dinero puedo tener cualquier cosa que el corazón humano desee”, escribió. “¿No poseo, por tanto, todas las capacidades humanas? ¿No transforma el dinero toda mi incapacidad en su opuesto?”

Para Marx, la compra y venta de mercancías configuraba todo sobre la vida humana. Escribió sobre cómo el acceso a los bienes permitía a las personas obtener el control, o al menos un sentido de control sobre sus vidas.

Los elementos clave de la vida se reducen a los artículos que se compran y venden con fines de lucro. Los artículos tienen una utilidad que Marx llama valor de uso. Pero lo más importante es que “valen” lo que se puede negociar, lo que Marx llamó valor de cambio.

“Un objeto es solo nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando lo poseemos, comemos, bebemos, vestimos o lo habitamos directamente”, dijo.

Pero fue más allá y analizó cómo el trabajo bajo el capitalismo daba forma tanto al producto final del trabajo como al individuo. Bajo el capitalismo, los trabajadores están separados de los productos de su trabajo, ésta es una diferencia fundamental en la forma en que las sociedades se organizaron antes.

Por ejemplo, aquellos que hacen ordenadores no verán el producto terminado de su trabajo. Pueden producir el disco duro, pero nunca entrarán en contacto con la RAM, el teclado o el monitor.

Los trabajadores son arrancados de cualquier control efectivo del proceso de producción. Esto significa una dinámica donde los trabajadores están separados del producto final de su habilidad, tiempo y creatividad.

Marx llamó a esto alienación, y aunque otros habían usado este término antes, para Marx era una característica del mundo material, un producto del sistema social, no algo que existía en la cabeza de un individuo.

El desarrollo del capitalismo en el siglo XIX vio una transformación dramática en la forma en que trabajaban las personas. El trabajo dejó de realizarse en el hogar o en los campos, y los trabajadores acudieron a las fábricas donde el trabajo se realiza en conjunto. Debido a que los patrones controlan los medios de producción, los trabajadores se volvieron dependientes de que el dueño de la fábrica les pague un salario.

El resultado final del trabajo de los trabajadores es propiedad del jefe, a pesar de ser el trabajador, no el jefe, quien lo ha hecho de manera creativa. Así que los jefes se hacen ricos pagando a los trabajadores menos que el valor que crean. En el capitalismo, todo tiene un precio. Incluso las cosas necesarias para la vida humana (agua, comida o vivienda) son mercancías.

Parece la cosa más natural del mundo que las mercancías sean una característica central de la vida. Marx dijo que en la sociedad capitalista, la riqueza aparecía como “una inmensa colección de mercancías”. Pero este proceso de compra y venta constantes transforma las relaciones entre humanos individuales en una relación entre mercancías.

En este “sistema de dependencia material total”, los trabajadores se dividen entre sí, pero dependen de los frutos del trabajo del otro para sobrevivir. Por ejemplo, un panadero carece de los materiales y las habilidades para construir una casa, pero el constructor se basa en el tiempo y la creatividad del panadero para hacer una barra de pan.

Marx llamó a esto “fetichismo de la mercancía»’ donde la relación central en este proceso parece ser entre los productos, no entre los trabajadores que los produjeron.

La mano de obra que se usó para hornear una barra de pan o construir una casa nunca se reconoce y el trabajador se vuelve invisible.

El dinero hace todo esto posible. Permite que los productos se valoren a diferentes tasas, y significa que la transacción entre productos funciona sin problemas.

Forzado

Los trabajadores viven en un mundo donde se ven obligados a producir productos que ellos mismos no podían pagar. Y las personas son bombardeadas con anuncios que imbuyen objetos materiales con todo tipo de cualidades que mejorarán sus vidas. A diario las empresas lanzan propaganda que explica cómo su producto te ayudará a mejorar como individuo.

¿Cuántos anuncios de automóviles o perfumes llevan el mensaje subliminal de que comprar su producto mejorará tu destreza sexual?

Los empresarios pueden salirse con la suya porque en el capitalismo las relaciones humanas están tan distorsionadas que los bienes materiales pueden llenar el vacío creado por una sociedad con fines de lucro.

Tan interesante como lo es Marie Kondo, y tan bien como conecta con aquellos que se sienten abrumados por la vida, ordenar, lamentablemente, no nos ayudará a tomar el control de nuestras vidas.

Para vivir en un mundo sin alienación, tendrá que haber una transformación total de la sociedad. En una sociedad socialista, la producción se basaría en la necesidad humana, no porque los patrones quieran obtener un beneficio. Y las personas que lo produzcan se encargarán de ejecutarlo. Esto supondrá no solo un cambiar en la experiencia laboral, sino también en la relación humana con el mundo natural y los individuos.

Cuando hay una elección real sobre los elementos básicos, los mercados para los artículos no deseados y los servicios de desorden serán innecesarios. Los productos que se nos venden para satisfacer una u otra necesidad y deseo humano simplemente no tendrían sentido.

Para vivir en un mundo que verdaderamente “despierte alegría”, el capitalismo tiene que desaparecer.