David Karvala
En la izquierda se oyen a menudo referencias al machismo, al racismo, a la LGTBIfobia… y al clasismo.
Una izquierda consecuente debe combatir todo tipo de opresión. Esto debe ser obvio, aunque tristemente ciertas personas —incluyendo a algunas figuras muy conocidas dentro de la izquierda— han argumentado recientemente que los movimientos sociales prestan demasiada atención a cuestiones relacionadas con la opresión. Este tema se trata largamente en mi reseña muy crítica del libro “La trampa de la diversidad” y más brevemente en este texto de Marina Morante.
El objetivo de esta nota es otra. Quiero cuestionar el uso del término “clasismo”. La palabra aparece en el diccionario de la RAE, que la define como “Actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo.” Sin embargo los diccionarios no destacan por contribuir a la lucha por el cambio ni a una visión política progresista. Creo que el término “clasismo” provoca confusiones, en dos direcciones muy diferentes.
“No es racismo, es clasismo”
Hay otra palabra relevante aquí, que no aparece en el diccionario de la RAE: “cuñadismo” (“la tendencia a opinar sobre cualquier asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás”). La afirmación de que no existe el racismo sino el “clasismo” se oye cada vez más a menudo; típicamente en comentarios asociados con el personaje del “cuñado” (una asociación injusta, pero dejemos ese debate para otro día).
También aparece en una forma más sofisticada, como en la entrevista a la catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de València, Adela Cortina: “No es xenofobia, es aporofobia (rechazo al pobre)” (Europa Press, 07/08/2017). Cortina tiene buenas intenciones y ha hecho un buen trabajo al dar nombre a la aporofobia, es decir, al odio y a la violencia hacia la gente sin techo o muy pobre.
Sin embargo, la existencia de la aporofobia no implica que el racismo no exista. Hablando de Europa y EEUU, al menos, una persona muy pobre y negra puede sufrir las dos cosas. Y una persona negra con un sueldo mediano no tendrá que dormir en la calle ni sufrir ataques aporofóbicos, pero sí le afecta el racismo: en el ámbito laboral, al buscar una casa, al caminar por la calle, al intentar entrar en según qué local de ocio…
Incluso una persona rica y negra puede sufrir el racismo, como le ocurrió a Henry Louis Gates. Este catedrático de la prestigiosa Universidad de Harvard tuvo problemas para entrar en su casa (mejor dicho, mansión) y su chofer le ayudó a abrir la puerta. Un vecino vio la escena de un hombre negro intentando acceder a una casa grande y llamó a la policía. El agente al llegar detuvo a Gates, tomándolo por ladrón: lo esposó y lo acusó de desorden público. Más tarde los cargos fueron retirados y, por ser quien era, Gates incluso recibió disculpas personales del Presidente Obama. La gente negra rica tiene más posibilidades de encontrar soluciones personales, pero el racismo que sufre no por eso es menos real.
Es cierto que el trato que recibe un millonario futbolista negro o latino no es el mismo que el que recibe un migrante pobre, pero el racismo existe, como confirman muchos incidentes, que incluso afectan a futbolistas de éxito.
Racismo, machismo, LGBTIfobia… ¿clasismo?
El término clasismo también se utiliza en otro contexto muy diferente. Ya no para restar importancia al racismo, sino como si el “clasismo” fuera una forma más de discriminación, al lado del racismo, machismo, LGBTIfobia, etc.
La intención de las personas que añaden “clasismo” a su lista de opresiones es evidentemente buena. Es su manera de responder a la tendencia actual de ciertos sectores de los movimientos (algunos grupos feministas, algunas organizaciones de gente negra o “racializada”…) a ignorar las divisiones de clase.
Pero la clase social y los prejuicios hacia la gente trabajadora no son una opresión más, un prejuicio más. Tales prejuicios sin duda existen en la clase media (un concepto que se debería aclarar, por cierto) y aún más en la burguesía como tal. Pero el problema clave no son los prejuicios, sino la misma existencia de una sociedad de clases.
El racismo es un fenómeno social e histórico que surgió cómo justificación de la esclavitud y el colonialismo. A partir del racismo —una excusa para desposeer de derechos a ciertos grupos de personas, en base a supuestas diferencias biológicas, y más recientemente “culturales”— surge la idea de “razas”.
De ahí el término “racialización”: el proceso por el cual se categorizan a las personas en razas. Esto se ha hecho en función del color de la piel, pero no sólo de esto: los racismos más fuertes en la Inglaterra del s.XIX se dirigían contra la gente irlandesa y la gente judía. Ninguno de estos grupos destacaba por el color de su piel.
Ante el racismo, la tarea (no menor) es eliminar la discriminación estructural y también los prejuicios que crecen como reflejo y justificación de esta discriminación. Pero en una sociedad libre y justa habrá gente con diferentes colores de piel, con diferencias culturales, etc. Se trata de que estas diferencias no sean la base de una opresión.
Con el machismo o el sexismo, el tema es un poco diferente, porque sí existen diferencias biológicas importantes entre hombres y mujeres, y éstas pueden, según el contexto social, influir en su capacidad de llevar a cabo ciertas tareas. Sin embargo, la división binaria entre hombres y mujeres es demasiado simplista; hay un abanico de diferencias de género e incluso de sexo biológico, no hay dos bloques monolíticos. (Ver Caldwell 2017). Sobre todo, estas diferencias no tienen porqué influir en la situación laboral de las mujeres, con hipotéticas excepciones como mujeres lactantes o con un embarazo avanzado que quieran desarrollar trabajos muy específicos, por ejemplo ser minera bajo tierra, acróbata, cazadora prehistórica…
De nuevo, en una sociedad libre y justa habrá gente con diferencias de sexo biológico y diferencias de género, pero estas diferencias no pueden constituir una base de opresión.
Con la clase social, sin embargo, es un asunto cualitativamente diferente. Aquí el objetivo no es eliminar los prejuicios hacia la clase trabajadora, sino acabar con la misma existencia de clases sociales.
En primera instancia, se trataría de eliminar a la clase dirigente: esto no significa eliminarlas como personas, sólo que dejen de controlar los medios de producción y que éstos pasen a un control social y democrático. (Es similar al republicanismo que, en principio, no busca exterminar a las personas que se presentan como monarcas, sólo quitarles su poder y sus privilegios.)
En el caso del racismo y el machismo, a veces se centra demasiado en los aspectos de prejuicios, lenguaje, etc. a expensas de la parte estructural. Pero no se debe negar la importancia de los prejuicios y el lenguaje.
En cambio, en la cuestión de clase social, los prejuicios que existan son lo de menos. Sin duda, muchas personas de familias pobres han sufrido prejuicios y discriminación en el momento de querer estudiar o buscar trabajo. Hay que apoyar las iniciativas que promuevan la igualdad de oportunidades en todos los campos; no hay nada malo en las reformas; todo lo contrario.
Sin embargo, la exigencia de que la burguesía “respete” a la clase trabajadora no nos lleva a ninguna parte. La propia existencia de la burguesía depende de la continuada explotación de la clase trabajadora. Pedir que nos respeten mientras nos explotan es un poco absurdo.
Hay que acabar con la explotación, que significa acabar con la sociedad de clases.
Y esto no significa lo que hace años se veía en reportajes de fábricas japonesas, donde los ejecutivos llevaban los mismos monos azules que los obreros. Significa acabar con el capitalismo.
Confusiones en la casa de Podemos
Pido disculpas pero ahora toca hablar de otro catedrático. Hace poco el Público editó otro artículo de opinión de Vicenç Navarro: “Cómo el tema nacional oculta el drama social: las elecciones andaluzas”. Navarro no es sólo (como aparece en la cabecera del artículo) Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra, sino que también forma parte del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos. Se supone que es uno de los intelectuales de referencia de la formación morada.
Dicho esto, dejemos para otro día el hecho de que en la casa de Podemos el “nacionalismo” que más preocupa no suele ser el nacionalismo español: en este texto se habla de “clasismo”.
Es que Navarro utiliza este término libremente. Explica que “el desempleo continúa siendo de los más elevados en la UE-15… reflejando no solo el clasismo sino también el machismo existente en la sociedad española”. Es un ejemplo del uso del término en el segundo sentido, como una opresión más de la lista.
Continuemos. Según Navarro, los que mandan en el Estado español son “una minoría que no alcanzará a ser un 15-20% de la población (burguesía, pequeña burguesía y clase media profesional de renta superior al servicio de los dos grupos anteriores)”. Antes he comentado que el concepto de clase media se debería aclarar; parece urgente. En todo caso, y sin entrar en detalles, parece inverosímil que los y las funcionarias (medianas) que llevan varios años con sus salarios congelados sean las personas que realmente mandan. Es mucho más convincente la llamada del movimiento Occupy a enfocar en el “1%” —la burguesía como tal— como el poder real y el enemigo a abatir. La clase media existe, pero precisamente está en medio; no encima de todo.
Luego Navarro dice de este 15-20% de la población que “Su ideología, heredada del régimen dictatorial anterior, se caracteriza por su clasismo y su nacionalismo uninacional extremo. Su clasismo determina la gran regresividad de la fiscalidad española” (el resaltado es mío). Parece que el hecho de favorecer a la gente rica con impuestos más bajos no se puede atribuir a intereses materiales —esto sería reduccionista quizá— sino a unas ideas “clasistas”. De la misma manera, en el ejemplo citado antes, el desempleo no es fruto de un sistema basado en la producción orientada a generar los beneficios de una minoría sino, de nuevo, en unas malas ideas.
El colmo del argumento es el descubrimiento de que “En España continúan habiendo clases sociales” [sic]. Pues efectivamente, dado que el Estado español no ha superado el capitalismo, sigue habiendo clases sociales. Se supondría que un catedrático en ciencias políticas sabría esto, pero es obvio que no es así. Puede haber diferentes factores en el diagnóstico pero la confusión sobre el “clasismo”, el hecho de entender la clase social como una cosa casi superficial —algo que se podría superar con unas políticas públicas adecuadas y un poco de buena voluntad de ambos lados— tiene sus efectos.
Que uno de los intelectuales clave de Podemos exhiba estas confusiones sobre un tema tan importante como la clase social es un indicio más (por si hiciera falta) de que no debemos fiarnos mucho de este proyecto.
El poder de clase
Hay otro aspecto de la diferencia entre racismo, machismo y “clasismo” que no se puede tratar plenamente aquí. La clase trabajadora, como clase, tiene el poder potencial para acabar con el capitalismo y, a partir de aquí, con todas las opresiones. El hecho de que el capitalismo deba su existencia a la explotación de la clase trabajadora supone que ésta tiene un poder —potencial— enorme. La opresión en sí no da poder. La explotación sí, porque significa que la clase trabajadora puede parar el sistema.
Como se ha dicho, es un poder potencial. La mayoría del tiempo, la mayor parte de la clase trabajadora acepta el sistema, con más o menos entusiasmo. Lo mismo que la mayoría de la gente negra, la mayoría de las mujeres, la mayoría de la población en general. Si no fuera así, el capitalismo no duraría ni una semana.
Una gran diferencia, sin embargo, es que la gente trabajadora (que, no olvidemos, incluye a personas blancas y negras, hombres y mujeres, con diferentes orientaciones sexuales…) puede pensar lo que quiera, pero objetivamente sufre explotación cada día que trabaja. En diferentes momentos, esto puede llevar a una plantilla —aunque la compongan personas con ideas en principio moderadas— a luchar contra un recorte de salarios o de puestos de trabajo. La lógica de la lucha puede llevarlos a ver como a enemigos y a combatir contra la empresa, la patronal, la policía, el sistema judicial, el gobierno, los medios… Este proceso puede ser más rápido si hay gente con ideas radicales dentro de la huelga, o apoyándola, pero no depende de esto. La patronal suele atribuir la radicalización de las ideas de su plantilla en lucha a la influencia de “agitadores externos”, pero es falso; en realidad es la propia experiencia de la lucha la que radicaliza las ideas.
Por todo esto, los movimientos de clase pueden surgir de manera aparentemente espontánea y abarcar una diversidad muy grande de personas trabajadoras. Las grandes movilizaciones suelen reflejar una reacción ante un ataque concreto que afecta a toda la gente trabajadora, sea cual sea su orientación política.
En cambio, muchos movimientos contra la opresión dependen de que grupos bastante pequeños los impulsen. No surgen gracias a una dinámica espontánea, sino que reflejan intervenciones políticas conscientes. Este es un motivo por el cual los movimientos contra la opresión suelen ser muy ideológicos.
El trabajo sindical suele ser lento y requiere de mucha paciencia; no se puede conjurar una huelga sólo con voluntad. Pero cuando da resultados, una lucha obrera tiene una fuerza potencial —bajo la forma de huelga laboral— mucho mayor de lo que se puede conseguir con acciones simbólicas, tales como manifestaciones, concentraciones… sin hablar de recogidas de firmas. Parte de la fuerza de la lucha de los chalecos amarillos reside en el hecho de movilizar a gente trabajadora como a un colectivo. (Marie Fauré 2018 explica la participación de sectores laborales en la lucha). Esta fuerza colectiva a su vez también les da a las lucha obreras el potencial para romper las divisiones que las opresiones promueven. Un ejemplo excelente es la solidaridad del movimiento de Lesbianas y Gays Apoyan a los Mineros (LGSM) con la huelga minera en Gran Bretaña de 1984-85. La solidaridad activa y la experiencia de lucha compartida llevaron a un sector obrero muy tradicional como era el sindicato minero, NUM, a apoyar plenamente los derechos LGBT+. (Esta experiencia se retrata de forma genial en la película Pride, 2014).
Volviendo al principio, las cuestiones de racismo, machismo, LGBTIfobia, etc son todas importantes, y también lo es la lucha de clases. No se trata de crear jerarquías entre estas luchas, están relacionadas, pero hay que entender que no son idénticas.
Y una de las diferencias es que la división de clases es un hecho estructural fundamental para el sistema. Repito, no hay que eliminar el “clasismo”, sino las clases sociales como tal. Hablar de “clasismo” como si fuera lo mismo que el racismo o el machismo no nos ayuda en esta tarea.
Postdata
Mientras buscaba una foto sobre el “clasismo” para la web he encontrado un buen ejemplo de la lógica del argumento del “clasismo”. La fundación “Class Action” en Estados Unidos promueve la colaboración y la comprensión mutua entre gente de diferentes clases: entre gente rica y gente pobre/trabajadora. Recomiendan la construcción de movimientos multiclasistas, para que se puedan beneficiar de “las fortalezas de todas las culturas de clase”.
Según su web (sólo en inglés, a pesar del hecho de que más de 40 millones de personas en EEUU tengan el castellano como lengua habitual):
“Class Action inspires action to end classism and extreme inequality by providing change-makers with tools, training and inspiration to raise awareness and shift cultural beliefs about social class, build cross-class solidarity, and transform institutions and systems.”
El traductor de Google da esto: “Class Action inspira acciones para acabar con el clasismo y la extrema desigualdad al proporcionarles a los agentes de cambio herramientas, capacitación e inspiración para crear conciencia y cambiar las creencias culturales sobre la clase social, crear solidaridad entre clases y transformar instituciones y sistemas.” No se merece ningún esfuerzo para pulir la traducción. Las intenciones liberales serán buenas, pero realmente todo esto huele fatal.
Referencias
David Karvala (2018), “Más Pride, menos prejuicios”. https://marx21.net/2018/08/31/mas-pride-menos-prejuicios/
Europa Press, 07/08/2017, “No es xenofobia, es aporofobia (rechazo al pobre)”. https://www.europapress.es/epsocial/derechos-humanos/noticia-no-xenofobia-aporofobia-rechazo-pobre-20170514114457.html
Marie Fauré, (2018), “Los chalecos amarillos: ¿una lucha de clases?”. https://marx21.net/2018/12/07/los-chalecos-amarillos/
Marina Morante (2018), “La izquierda ante el auge de la extrema derecha”. https://marx21.net/2018/09/18/fantasma-recorre-europa-cas/
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, “clasismo”. https://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=clasismo
Sue Caldwell (2017), “Marxism, feminism and transgender politics”, International Socialism 157. http://isj.org.uk/marxism-feminism-and-transgender-politics/
Vicenç Navarro (2018), “Cómo el tema nacional oculta el drama social: las elecciones andaluzas”, Publico.es, 13/12/2018, https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2018/12/13/como-el-tema-nacional-oculta-el-drama-social-las-elecciones-andaluzas/