Raquel Pérez

En este artículo sintetizo parte de las contribuciones de Nancy Fraser a las teorías feministas de las últimas décadas. A lo largo de los siguientes párrafos, expongo, a través de extractos de varias de sus obras, sus ideas acerca de las dos dimensiones consideradas necesarias para tratar de abordar con éxito las reivindicaciones feministas actuales: el reconocimiento, que hace referencia a las cuestiones identitarias y de valores culturales de los grupos sociales, y la redistribución, o justicia en la distribución de los recursos y su acceso a éstos.

Para encarar el análisis de los conceptos de redistribución y reconocimiento, Fraser distingue dos formas diferentes, aunque conectadas, de injusticia. Por un lado, tenemos injusticias socio-económicas, arraigadas en la estructura económico-política de la sociedad, entre las cuales se encuentran: una estructura de división entre trabajo “productivo” asalariado y trabajo “reproductivo” y doméstico no remunerado – asignando a las mujeres la responsabilidad principal sobre este último -; un trabajo asalariado donde las ocupaciones industriales y profesionales mejor pagadas, están ocupadas en mayor proporción por hombres, mientras que las ocupaciones de “cuello rosa” y de servicio doméstico son ocupadas por mujeres; explotación laboral, y privación de un nivel de vida material digno.

Para combatir este tipo de injusticias económicas, son necesarias soluciones redistributivas que impulsen reestructuraciones político-económicas como la redistribución de la renta, la reorganización de la división del trabajo y la transformación de otras estructuras básicas de la economía. En definitiva, medidas que eliminen la explotación, la marginación y las restricciones de acceso a los recursos.

Por otro lado, nos encontramos con que no solo hay una discriminación, consecuencia de la estructura socio-económica actual, sino también diferencias de valoración cultural entre hombres y mujeres que nos introducen en la problemática del reconocimiento y la injusticia cultural, arraigada en los modelos sociales. Éstas se basan en aspectos como, un androcentrismo enraizado que privilegia aspectos asociados a la masculinidad y la dominación cultural, el sexismo cultural que degrada todo aquello que ha sido codificado como “femenino”, el menosprecio expresado a través de estereotipos en las representaciones culturales e interacciones cotidianas, la explotación sexual, la violencia doméstica, la marginación en cuanto al nivel de participación en esferas públicas…

La solución a la injusticia cultural implicaría reevaluar las identidades denigradas, y una transformación total de los modelos sociales de representación, interpretación y comunicación. ¿Qué relación hay entre las reivindicaciones de reconocimiento, que pretenden poner fin a la injusticia cultural, y las de redistribución, que persiguen terminar con la injusticia económica? Ambas caras, reconocimiento y redistribución, se entrelazan en la medida en que las normas culturales sexistas y androcéntricas están institucionalizadas en el Estado y en la economía. Asimismo,  las desventajas económicas que sufren las mujeres impiden su participación en pie de igualdad en la creación de la cultura, en las esferas públicas y en la vida cotidiana.

¿Cómo se pueden combatir ambos tipos de injusticia de forma simultánea? Fraser propone concebir el reconocimiento como una cuestión de justicia, pues es inaceptable, que a algunos grupos se les niegue la condición de interlocutores plenos en la interacción social, como consecuencia de unos patrones institucionalizados de valor cultural, en cuya elaboración no han participado de forma igualitaria. Cuando a través de esos patrones se considere a los diferentes grupos como iguales, y ambos tengan la oportunidad de participar en paridad en la vida social y la esfera pública, podremos hablar de reconocimiento recíproco e igualdad de estatus. En caso contrario, nos encontraremos con un reconocimiento erróneo que constituirá una condición de subordinación institucionalizada y una violación de la justicia; es decir, el reconocimiento erróneo se trasmite a través de las instituciones sociales.

Cuando se entiende el reconocimiento erróneo como una violación de la justicia, se integran las reivindicaciones de reconocimiento con las reivindicaciones de redistribución de recursos y de la riqueza. De esta manera, al incluirse ambas categorías dentro del mismo conjunto normativo, se hacen subsumibles en un marco de referencia común. Independientemente de que en una demanda se solicite justicia distributiva o reconocimiento, “los reclamantes deben demostrar que los acuerdos vigentes les impiden participar en la vida social en calidad de igualdad con otros (…) En ambos casos, por tanto, la norma de la paridad participativa es la referencia de las reivindicaciones justificadas” (Fraser, 2006, p 44).

Fraser considera la paridad de participación como un principio esencial de la justicia de género; de acuerdo con éste, en una sociedad se debe garantizar la interacción entre todos sus miembros como iguales. La distribución de los recursos materiales ha de garantizar la independencia y voz de todo el grupo. Asimismo, los patrones culturales institucionalizados deben respetar a todos los participantes garantizando igualdad de oportunidades y su consideración social. Cuando la estructura socio-económica impide a las mujeres el acceso a los recursos que necesitan para su plena participación en la sociedad, institucionaliza la falta de reconocimiento subyacente en el sexismo.

Si observamos la evolución de las reivindicaciones con respecto a la redistribución y al reconocimiento de las últimas décadas, podemos hablar de tres puntos en el tiempo.

En los años 70,  el movimiento feminista de segunda ola reflejaba una clara influencia del ideario marxista, aunque comenzó a ampliar el ámbito de lucha contra las estructuras económico-políticas a una visión tridimensional que señalaba tanto las injusticias de dimensión económica y política como las culturales. La mayoría de las feministas de segunda ola coincidían en que, para superar la subordinación de las mujeres, era necesaria una transformación radical de las estructuras económicas y sociales. Entre sus objetivos estaban: la lucha contra el androcentrismo del salario familiar, para poner fin a la devaluación sistemática de los cuidados y a la división sexista del trabajo; combatir las tradiciones culturales sexistas y la violencia contra la mujer; el establecimiento de instituciones políticas fuertes capaces de organizar la vida económica al servicio de la justicia; la democratización del poder estatal para maximizar la participación ciudadana, y el aumento de los flujos de comunicación entre Estado y sociedad. Las feministas socialistas se encontraban con la contradicción de tener que afrontar el sexismo dentro de la izquierda y seguir perteneciendo a ella. No obstante, las corrientes más avanzadas del movimiento se hallaban inmersas en un proyecto emancipador más amplio, que incluía necesariamente la lucha contra el racismo, el imperialismo, la homofobia y la dominación clasista, por lo que el proyecto requería de una profunda transformación de las estructuras de la sociedad capitalista.

Este gran proyecto de emancipación no llegó a prosperar, y el feminismo de segunda ola coincidió con un cambio de dirección en el carácter de la estructura capitalista. De la utilización de la política para dominar los mercados se pasó a la versión neoliberal del capitalismo que proponía usar los mercados para dominar la política. Según apunta Fraser, es sorprendente que el feminismo de segunda ola prosperara con esta nueva coyuntura hasta convertirse en un fenómeno social de amplia base, que atrajo a partidarias de todas las clases, etnias e ideologías políticas, y se cuestiona si fue una mera coincidencia que el neoliberalismo y el feminismo de segunda ola prosperasen juntos. Durante este periodo, poco a poco, las reivindicaciones identitarias fueron suplantando a las de redistribución, se amplió la crítica a los aspectos culturales y se debilitó la lucha por la justicia distributiva. Este cambio en el movimiento encajó con facilidad en un neoliberalismo creciente, al que le convenía, sin duda, acallar las voces de las luchas socialistas.

La entrada masiva de la mujer al mercado laboral reemplazó el ideal del salario familiar -el varón es quien sustenta económicamente a la familia-, impulsado por el capitalismo de Estado, por la norma de la familia con dos proveedores. El capitalismo comenzó a elaborar una leyenda sobre el avance de las mujeres en el acceso al trabajo remunerado; pero la realidad con la que topamos en el mundo laboral es la de unos bajos niveles salariales, menor estabilidad, descenso del nivel de vida y aumento de las horas trabajadas por familia,  entre otras desventajas. El mito feminista creado por el capitalismo de mercado ha atraído a mujeres de ambos extremos del entramado social: por un lado, a profesionales de clase media dispuestas a romper el “techo de cristal”, y por otro, a trabajadoras de servicios con bajos salarios, empleadas domésticas, migrantes, temporeras, trabajadoras a tiempo parcial… Para el conjunto, el sueño de la emancipación va unido ahora al motor de acumulación del capital.

Actualmente, la crisis financiera en la que estamos inmersos podría marcar el comienzo de un nuevo orden político-económico. El renacimiento de nuevas protestas antisistema (aunque de momento fragmentadas y sin un programa claro) podría apuntar hacia nuevas olas movilizadoras encaminadas a estructurar una alternativa. Debemos aprovechar la crisis del neoliberalismo para reactivar el proyecto emancipador del feminismo de segunda ola, integrando de manera más equilibrada las dimensiones de redistribución, reconocimiento y representación que se difuminaron en la anterior etapa; reconectando la crítica feminista con la crítica al capitalismo; reclamando la democracia participativa en pro de una nueva organización del poder político que nos empodere y, aunando nuestras fuerzas con otras fuerzas progresistas, para superar la injusticia en todas sus dimensiones.

Fraser nos invita a aprovechar el momento para marcar grandes objetivos en la lucha feminista. Después de que el sistema neoliberal instrumentalizase el ideario feminista, es hora de recuperar nuestras mejores ideas, integrándolas en una política de género bidimensional, que combine la política de reconocimiento con la de redistribución para evitar a toda costa la cooperación con el neoliberalismo y mantener vivos los planteamientos del marxismo, al tiempo que impulsamos un giro en los patrones culturales.

Bibliografía

FRASER, N (2016). ¿Reconocimiento o redistribución? Madrid: Traficantes de Sueños.

FRASER, N (2006). ¿Redistribución o reconocimiento? Madrid: Morata.

FRASER, N (2015). Fortunas del feminismo. Madrid: Traficantes de Sueños.


Raquel Pérez es activista basada en Menorca. Escribe este texto como aportación al debate en la charla Del 8M a la Manada: marxismo y feminismo en las jornadas de Marx21.