Marx21
Este 1 de octubre marca el aniversario del referéndum de autodeterminación de Catalunya. Es un buen momento para recordar tanto la autoorganización y la movilización desde abajo que permitieron su celebración, como la brutal intervención del estado que intentó impedir ese ejercicio democrático. Más de mil personas heridas; centenares de urnas requisadas; al final más de dos millones de votos… con todo, fue un día histórico.
Otra jornada histórica fue la huelga general contra la represión del 3 de octubre. De nuevo, la participación superó con creces el sector explícitamente independentista de la población. De nuevo, fue una muestra viva de la capacidad de movilización de la gente de a pie.
Si se respetase la democracia, Catalunya ya sería independiente, o como mínimo se estarían ultimando los detalles de su independencia. No ha sido así.
Hay que analizar por qué no. Y no concierne solamente a la lucha nacional catalana. Ante una lucha de esta magnitud —con al menos 8 manifestaciones de más de un millón de personas cada una, con más de dos millones de votos en el referéndum a pesar de la brutalidad policial, sin olvidar todo lo demás— el hecho de que se haya logrado reprimir —por ahora— esta demanda democrática, debe preocupar a todo el mundo.
Ilusiones en el sistema
Se ha comentado que desde octubre de 2017 en adelante, el movimiento independentista ha sufrido por la división y la falta de estrategias. Es cierto, pero el problema no es nuevo; la verdad es que la estrategia aparentemente unitaria que se aplicó hasta el octubre pasado fracasó.
Se pensó que al final el Estado español tendría que respetar la democracia. Quién pensó esto no prestó suficiente atención a las décadas de represión contra el movimiento abertzale. Hay críticas válidas hacia ETA, pero la brutalidad y autoritarismo no se limitaron a los grupos armados, sino que golpeó a todo un movimiento político. Esto debería haber advertido a la dirección del movimiento catalán contra ilusiones en la naturaleza democrática del estado.
En todo caso, se pensó que ante una actuación antidemocrática por parte del Estado español, la Unión Europea (UE) intervendría para exigir que se respetasen los derechos humanos. Pero hablamos de la misma UE que lleva años sometiendo a la población griega al austericidio; la UE que ha provocado 30.000 muertes en el mediterráneo; la UE que envía buques de guerra a Somalia para asegurar el continuo robo de su pesca, empobreciendo aún más al país africano.
Si se habla del resto de la mal nombrada “comunidad internacional” tampoco hay que tener ilusiones. Todos los dirigentes del mundo son responsables, directamente o por complicidad, de terribles guerras. Hablemos de EEUU, GB, Estado español… en Afganistán e Irak; Assad, Rusia y otras potencias en Siria; Arabia Saudita que está atacando al pueblo de Yemen, en parte con armas compradas al Estado español con el beneplácito inaceptable de sectores de la izquierda. Las más de mil personas heridas mientras intentaban votar son poca cosa en comparación con todo esto.
Pero los problemas no existen sólo fuera de Catalunya.
Ilusiones en la derecha catalanista
El otoño pasado, se pensaba que el govern catalán lucharía hasta el final por la independencia. En términos del parlament, se suponía que sumando Convergència (o PeDeCat, o JxCat…), con ERC y la CUP, habría un bloque independentista realmente sólido.
Pero ocurrió lo que los análisis de clase decían que pasaría. La burguesía catalana como tal nunca apoyó la independencia, como se vio con la fuga de sedes de empresas el otoño pasado. Pero el partido que intentaba representar a la burguesía catalana, Convergència, seguía marcado por sus orígenes. Por mucho que quiera la independencia (siguiendo a sus bases de la pequeña burguesía y a sus votantes), no es un partido favorable a las rupturas radicales; en el momento clave, su naturaleza fundamental lo llevó a echarse atrás.
No es nada nuevo; ha habido muchos ejemplos de ello en el último siglo y medio. En muchas luchas democráticas (por los derechos civiles, contra el machismo, en la defensa de algunos derechos LGBTI…) hay sectores de la burguesía —y aún más la pequeña burguesía— que apoyan las luchas… hasta un punto. El problema es que en el momento de la verdad se acuerdan de que tienen mucho más que perder que sus cadenas. Entre la lucha sin tregua por un cambio —lo que podría poner en riesgo sus intereses más generales— y conformarse con su situación actual, al final optan por lo segundo, a pesar de la discriminación que puedan sufrir.
Esto no cambiará, por mucho que la derecha catalanista invente nuevos nombres o partidos.
El problema es que toda la estrategia independentista hasta ahora se ha basado, en el fondo, en contar con la participación de esta derecha burguesa o pequeñoburguesa. Ésta es una parte esencial de la actual mayoría ajustada a favor de la independencia.
Para poder avanzar, debemos dejar de depender de este sector. Pero esto implica plantear estrategias muy diferentes, que no pasen por un presidente convergente que implemente la independencia desde arriba. Hace falta una estrategia basada en otro tipo de mayoría; una mayoría centrada en la clase trabajadora.
Alternativa de clase
Pudimos vislumbrar la alternativa el 3 de octubre, cuando cientos de miles, quizá millones, de trabajadoras y trabajadores hicieron huelga. El paro del 8 de noviembre también tuvo su valor, pero ese día el protagonismo lo tuvieron los bloqueos de carreteras y de vías de tren. Como hemos visto desde entonces, estas acciones son fácilmente reprimibles. En cambio, cuando una parte importante de la clase trabajadora hace huelga, ni la Guardia Civil ni los tribunales pueden impedirla ni perseguirla.
Reconocer la importancia estratégica de la clase trabajadora lleva en una dirección muy diferente a la de la mayoría del movimiento independentista durante este último año. Los gestos sociales, como la apuesta por leyes progresistas por parte del govern, son bienvenidos, por supuesto, pero son limitados. Ver la interrelación entre la ruptura sobre la cuestión nacional y la ruptura general —social y política— que hace falta, implica ir mucho más lejos, de hecho, implica algo diferente de fondo.
Bajo esta visión, el cambio no puede depender de leyes introducidas desde arriba; la clave es la autoorganización desde abajo, en los barrios populares, pero aún más en los lugares de trabajo. (En este sentido, los Comités de Defensa de la República (CDR) que se movilizan contra desalojos o participan en acciones unitarias de UCFR contra el fascismo están haciendo una labor mucho más productiva que los que se limitan a acciones estrictamente por la independencia.)
Algunos sectores del independentismo hablan a la ligera de convocar huelgas generales (¡incluso de varios días o indefinidas!), pero realmente están pensando en jornadas de movilización como el 8 de noviembre, no en huelgas de verdad. Una huelga real no se puede convocar desde los CDRs o la ANC. Requiere la participación real de una parte importante de la clase trabajadora.
Se objetará que no se puede repetir el 3 de octubre, porque las burocracias de CCOO y UGT no lo apoyarían. Verdaderamente es un problema, pero es un problema que se debe resolver, no ignorar.
Hace falta que la izquierda radical piense en cómo organizarse dentro de la clase trabajadora; tanto en los sectores tradicionales como en el resto. La SEAT es importante, los ferrocarriles son importantes, pero la clase trabajadora también incluye a las trabajadoras de oficinas y hospitales; incluye a gente precaria, a gente sin papeles, a hombres y mujeres, a gente blanca y también gente negra (o “racializada”)… En este sentido, una orientación real hacia la clase trabajadora no implica olvidarse de la opresión. Todo lo contrario, implica rechazar totalmente todas las opresiones —el racismo, el machismo, la LGTBIfobia…— que intentan dividir a la clase.
Además, hay que reconocer que, ahora mismo, la clase trabajadora en Catalunya incluye a casi la misma diversidad de opiniones sobre la cuestión nacional que el conjunto de la sociedad. Es un hecho que un sector de esta clase trabajadora se siente española y que no le atrae para nada lo que le llega sobre la independencia. Agitar más esteladas o colgar más lazos amarillos no cambiarán estas actitudes en absoluto; lograr una respuesta de clase requiere una visión social e internacionalista.
Esto no ocurrirá espontáneamente. Hace falta una izquierda radical que se oriente en este sentido, tanto dentro de Catalunya como en el conjunto del Estado.
La cuestión es, ¿dónde está esta izquierda?
¿Dónde está la izquierda española?
Podemos se presentó en 2014 como algo nuevo, también en la cuestión nacional. Decían que defendían el derecho de autodeterminación. Pero en este tema, como en otros, han ido abandonando sus promesas, o matizándolas hasta vaciarlas de contenido. Izquierda Unida nunca había mantenido una posición firme frente al nacionalismo español, como demostró su frecuente participación —al lado del PP— en protestas contra la izquierda abertzale.
El rechazo al régimen del 78 —en un caso— y la reivindicación de la república —en el otro— resultaron no significar nada cuando se presentó una posibilidad real de romper con el régimen y crear una república. Han apoyado (en la práctica) la unidad de la patria española a la vez que han acusado a la izquierda independentista catalana de haber cedido al “nacionalismo”…
Dentro de los comunes, referente de Unidos Podemos en Catalunya, hay de todo. Incluye a personas que —sean o no independentistas— tienen posiciones muy coherentes de defensa del derecho a decidir, contra la represión y por la libertad de las y los presos. También hay sectores que defienden un españolismo rancio cercano al grito del “a por ellos”. El resultado es que como fuerza política, los comunes han tenido grandes dificultades para jugar un papel positivo, de hecho para jugar un papel claro en general.
Del historial del PSOE en este contexto, mejor ni siquiera hablar.
Por otro lado existe, por supuesto, una pequeña izquierda radical que en general ha defendido posiciones dignas. Sin embargo, hasta ahora no ha podido hacer mella ante el nacionalismo español. Una razón ha sido lo que se acaba de comentar; la mayoría de la izquierda aboga por la “defensa de la patria española”. Una parte de la izquierda radical que actúa dentro del entorno de Podemos ha discrepado de sus posiciones pero ha demostrado su capacidad limitada para impulsar políticas independientes. Y otro sector de la izquierda radical, que está fuera de Podemos, a menudo permite que sus críticas (válidas) hacia el partido morado se conviertan en un sectarismo que le impiden convertir sus posiciones políticas en movimientos reales.
¿Ampliemos con Esquerra?
Volviendo a Catalunya, la dirección de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) acierta en insistir que hay que ganar a más gente para el proyecto de cambio; con el 51% no ganamos. Pero hay problemas con sus propuestas.
El más fundamental es que no se puede plantear una alternativa social atractiva a la gente trabajadora si se está intentando gestionar el sistema, menos aún si se hace esto conjuntamente con la derecha.
Otro tiene que ver con el unilateralismo. Queda claro que intentar hacerlo todo simplemente dentro de Catalunya, sin contar con nadie más, no tiene sentido y no funciona. Pero esto no significa que cualquier referéndum deba depender de la buena voluntad del Estado español. Esta buena voluntad escasea, como ya sabemos.
La alternativa es buscar alianzas dentro de la izquierda y la gente trabajadora del Estado español, no con el estado como tal. Esto, de nuevo, implica primar el contenido social de la demanda de la república, no algún aspecto simbólico o nacionalista. Hay sectores de ERC que no tienen problema alguno con esto; también los hay que no lo aceptan en absoluto.
¿Y la CUP?
Hay que reconocer que la CUP es una de las fuerzas de izquierda radical más impresionantes de Europa hoy en día, y que tiene muchos puntos positivos. Pero también es cierto que se han revelado ciertas limitaciones en el difícil contexto de los últimos años.
Parte del problema ha sido su propio éxito electoral; esto ha conllevado una gran presión para centrarse en las instituciones, a expensas de la lucha social. También es significativo que el gran aumento en votos no ha ido acompañado por un aumento parecido de militancia, gran parte de la cual sigue marcada por sus orígenes en grupos reducidos de la izquierda independentista. Ideológicamente, hay tensiones entre su socialismo (que en algunos casos significa comunismo ortodoxo, estalinismo) y su defensa de la independencia… que para una parte de su militancia significa el nacionalismo a secas.
Durante el último período, la CUP ha tenido que responder a dilemas muy difíciles, que han girado alrededor del problema de intentar luchar por la independencia de la mano de fuerzas que son, en el fondo, enemigas. Una parte de la CUP ha alabado públicamente (¡citando incluso a Mao!!) las alianzas con la burguesía.
Cuando la CUP intenta plantear estrategias más combativas que las que quieren Convergència y ERC, topa con problemas. Se habla de desobediencia y de aplicar la república, pero sin resolver el problema del año pasado; que sin una fuerza real, las declaraciones son sólo palabras. Y la fuerza de la movilización ciudadana es importante, pero se ha visto que, en sí, no es suficiente. Una alternativa sería lo que se comenta arriba; impulsar la lucha desde la clase trabajadora. Pero aquí, pesa la herencia de los casales independentistas y la política de los pequeños grupos radicales; no hay una orientación real hacia el conjunto de la clase trabajadora. Como mucho se orienta hacia los propios sindicatos de la izquierda independentista, que tienen un peso muy relativo.
Así que visto desde fuera, las exigencias de tirar adelante con la república parecen plasmarse, en realidad, en la demanda central de la restitución de Puigdemont. Y aunque es cierto que su expulsión del poder con el 155 y su exilio para evitar la cárcel son injusticias terribles, nada nos debe hacer pensar que si volviese al poder lograría más de lo que hizo la última vez.
De nuevo, hacen falta otras estrategias, muy diferentes.
Renovar y reforzar la izquierda anticapitalista
Estamos en medio de una crisis política, económica, social, ecológica… existe una audiencia muy importante hacia alternativas radicales. El problema es la debilidad de la izquierda anticapitalista y su incapacidad para conectar con esta potencial audiencia.
No es el lugar para repasarlo todo, pero aún pesan la herencia del estalinismo, el sectarismo, y otros males perennes.
La lucha de Catalunya ha dejado al descubierto algunos de los problemas, como ya se ha comentado, pero afecta a muchos otros ámbitos.
Recientemente, las actitudes en la izquierda hacia el racismo también han revelado grandes debilidades. En el famoso artículo “¿Fascismo en Italia? Decreto dignidad”, Héctor Illueca, Manuel Monereo y Julio Anguita alaban la aprobación del “Decreto Dignidad” por parte del gobierno italiano, pasando por alto que éste lo conforman racistas y fascistas. Refleja una tendencia generalizada en la izquierda el responder al crecimiento del racismo y de la extrema derecha… dando a ésta (una parte de) la razón. Ya hemos respondido a esta tendencia en un texto breve y directo y en otro muy largo.
El punto es que la izquierda radical que necesitamos ante el racismo, y ante la lucha nacional, y ante el machismo, y ante la crisis… es la misma. Hace falta una izquierda que defienda principios coherentes en todas estas cuestiones. Esto significa que debe ser una izquierda que tenga debate interno real. Requiere de formación política interna para que su militancia sea capaz de analizar y responder a problemas complejos, no sólo repetir lemas. Esta formación también es la mejor defensa contra el sectarismo; los insultos aparecen cuando faltan argumentos.
Por otro lado, tanto en la cuestión nacional como en otros temas, la izquierda revolucionaria no consigue nada por sí sola, por mucha claridad política que tenga. Debe trabajar en espacios más amplios, con gente mucho más diversa, alrededor de luchas concretas y compartidas. Un buen ejemplo es Unitat Contra el Feixisme i el Racisme en Catalunya; lo triste es que este frente único es la excepción, no la norma.
La apuesta de Marx21
Marx21 es una pequeña red de activistas anticapitalistas que se estableció a finales de 2016. Formamos parte de una red internacional de organizaciones marxistas revolucionarias, la corriente socialismo internacional, que defienden el socialismo desde abajo. Hay un breve resumen de lo que planteamos aquí.
Volviendo al tema de este texto, defendemos el derecho a decidir y de hecho la independencia de Catalunya, desde un punto de vista de clase e internacional. Lo defendemos en Catalunya y también en el resto del Estado. De la misma manera que defendemos —todas y todos— la lucha consecuente contra el racismo, contra la opresión de las mujeres, etc.
No estamos en condiciones de ofrecer soluciones mágicas, pero hay que empezar desde alguna parte, hay que hacer la contribución que se pueda a la lucha.
Hacemos nuestra la idea defendida hace más de un siglo por el revolucionario irlandés James Connolly: “Si mañana expulsáis al Ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que construyáis una República socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano.” En términos actuales, supone insistir en combinar la lucha por la ruptura nacional y la social. Defendemos una República catalana que no signifique un simple cambio de bandera, sino un cambio en la sociedad: un salto hacia la justicia social ante la opresión y la explotación. Huelga decir que ni Convergència ni la mayoría de las fuerzas políticas catalanas están a favor de un paso así; en el ámbito estatal, menos aún.
Pero este hecho no debe llevarnos hacia el sectarismo. No debemos abandonar el objetivo de hacer relevante la política de cambio a la gente trabajadora, mucho más allá de la minoría más militante y combativa actual. Este objetivo fue el acierto central de los promotores de Podemos; el reto es hacerlo sin perder los principios. Este reto nos lleva de nuevo al frente único; a promover luchas unitarias con gente y fuerzas diversas, dentro de las cuáles la izquierda consecuente podamos defender y acercar gente a nuestros principios.
Al plantear esto, en Marx21 sabemos que (¡por suerte!) no somos la única gente que tiene esta visión. En todo el Estado español, hay muchas personas — en diferentes organizaciones políticas, en movimientos sociales, o sin militancia específica— que comparten esta visión. Ya sabemos que en Catalunya hay gente así, tanto en la CUP como en otros espacios. En Euskal Herria, la deriva cada vez más institucional de gran parte de la izquierda abertzale ha llevado a bastantes activistas a plantearse si otro tipo de política es posible, más allá de los callejones de la lucha armada o el electoralismo.
En todo caso, por todas partes queda mucho trabajo por hacer para que esta combinación de principios claros y luchas unitarias se convierta en el sentido común de la izquierda.
Así que seguiremos trabajando para ampliar nuestra red, uniendo a activistas anticapitalistas que participan en diferentes espacios, y colaborando con gente mucho más diversa en luchas concretas.
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