Marx21
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La expulsión del poder de M. Rajoy y del PP es una buena noticia.
Ojalá no hubieran sido la primera fuerza en las últimas elecciones. Ojalá hubieran caído como resultado directo y explícito de una masiva movilización en la calle, o de una huelga general… por no hablar de una revolución socialista… No ha sido así, pero el ambiente político actual, influido por diferentes luchas sociales, ha sido un factor esencial para convertir la condena judicial por corrupción del PP en una moción de censura. Después de todo, la aritmética del Congreso es la misma que hace un año y la corrupción del PP tampoco es una novedad.
Las movilizaciones de mujeres, las protestas por las pensiones, la lucha por el derecho a decidir de Catalunya, las huelgas que siguen dándose… todo esto ha contribuido. La caída de Rajoy —el Sancho Panza de Aznar, el de los “hilillos de plastilina”, el de la ley mordaza, el de la brutalidad policial del 1 de octubre, el de la corrupción…— es en parte nuestra victoria y debemos celebrarla.
Sin embargo, diferentes sectores del movimiento insisten, por diferentes motivos, en que nada ha cambiado, en que no hay nada que celebrar. Miremos sus argumentos.
¿PPSOE?
Una parte importante de la izquierda lleva tiempo diciendo que el PP y el PSOE son lo mismo. Ahora esta idea es más típica de la izquierda radical (más allá de Podemos e IU) pero era la posición oficial de IU en la época de Julio Anguita, con “las dos orillas”: por un lado, IU; por el otro, los demás partidos sin distinción. En esa época, esta visión contribuyó a permitir al PP formar gobierno en diferentes lugares, sin contar con mayoría absoluta. (Notemos de paso que Ciudadanos también utiliza el hashtag #PPSOE.)
Es cierto que en el poder, tanto el PP como el PSOE se dedican a gestionar y a mantener el sistema; es decir, ambos defienden los intereses de la burguesía. Es cierto que el PSOE apoyó el 155, y antes fue responsable de la permanencia en la OTAN, de los GAL, etc. Es cierto que el PSOE tiene muchos casos graves de corrupción.
Pero existe una diferencia fundamental entre el PSOE y el PP. Las bases del PSOE incluyen a mucha gente trabajadora que (incluso ahora) espera algo más. Sólo así se entiende la rebelión interna ante la decisión de los barones del PSOE (instigados por Susana Díaz) de echar a Pedro Sánchez por haberse negado a investir a Rajoy tras las elecciones de 2016.
Sólo así se puede entender lo que pasa en el Partido Laborista bajo Corbyn. Con Blair, el laborismo parecía incluso más a la derecha que los partidos cristianodemócratas europeos. Ahora Corbyn parece más a la izquierda que Podemos. En realidad, tanto el Partido Laborista como el PSOE están llenos de contradicciones internas.
Este hecho, sumado a los motivos y las circunstancias de la moción de censura, hace que el nuevo gobierno de Sánchez no pueda ser idéntico al de Rajoy.
Será más frágil, y más susceptible a la presión desde abajo… si ésta se aplica.
Si se insiste en que nada ha cambiado, entonces no hay ningún motivo para intentar presionar. Si entendemos las contradicciones de la situación, podemos conseguir cambios. No porque lo quiera Sánchez, sino porque lo podremos obligar a conceder cosas que no nos planteábamos con Rajoy.
“No podemos esperar nada positivo de España”
Esta visión existe en algunos sectores del independentismo catalán. Hay que entenderlo: el PP, Ciudadanos y el PSOE impulsaron o apoyaron la represión del referéndum y el golpe del 155. Incluso la dirección de Podemos, que se había declarado a favor del derecho a decidir, cambió de opinión ante un referéndum real, y adoptó la posición, efectivamente, de “ni con la represión, ni con la gente que sufre la represión”.
Todo esto hace que bastantes personas del independentismo catalán no esperen nada bueno del resto del Estado español.
Pero una cosa es tener críticas hacia la izquierda española, otra es no saber ver las diferencias que existen entre el PP y el PSOE, o bien entre el PSOE y Podemos. (En parte es el mismo problema que no saber distinguir entre la democracia burguesa y el fascismo.)
Otra parte del mismo argumento es que Catalunya ya se declaró república, con lo cual los asuntos de España no nos interesan. Existe la retórica de: “¿el país vecino ha cambiado su gobierno? ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?”.
Es verdad que se votó la independencia y se hizo una declaración, pero es obvio que en realidad Catalunya aún forma parte del Estado español. Para cambiar esta situación debemos ganar una batalla política que aún no hemos ganado.
Durante demasiado tiempo ha habido en Catalunya una dicotomía falsa. Por un lado, está la gente que quiere una ruptura con el Estado español (y también un cambio social) que concluye que “no tenemos nada que hablar con el Estado español”… lo que se suele traducir en rechazar la búsqueda de alianzas con gente del Estado (excepción hecha de otros grupos independentistas). Por el otro, gente que entiende la necesidad de estas alianzas… y que concluye que esto significa que no se puede ni se debe plantear la ruptura.
Es más importante que nunca hacer el esfuerzo de explicar las demandas democráticas de Catalunya a activistas del resto del Estado, y no desde una visión estrecha y nacionalista. Es más importante que nunca conseguir apoyos y alianzas alrededor de las muchísimas demandas sociales y democráticas que comparte la gran mayoría del movimiento independentista catalán con los movimientos sociales y la izquierda combativa del resto del Estado. Hace falta una relación más fraterna y más fuerte, desde la diversidad seguramente, pero también desde el respeto mutuo.
Y como se comenta a principio de esta sección, si bien se pueden tener críticas hacia el movimiento independentista, aún más se pueden y se deben criticar las fuerzas progresistas españolas que, con pocas excepciones, no han demostrado la solidaridad que hacía falta ante la acción represiva del Estado.
La estrategia de Podemos
Se levantaron bastantes quejas desde la izquierda radical ante el hecho de que Podemos votase a favor de la moción de censura, contrastando este hecho con los lemas del 15M. Hay que decir que al movimiento 15M no le sobraban matices ni visión táctica. Con todas las críticas hacia el PSOE, es positivo que se haya echado al PP, y positivo que Unidos Podemos, ERC y otras fuerzas de izquierdas lo hayan facilitado.
El debate real es otro: ¿qué se debe hacer ahora?
La dirección de Podemos ha declarado repetidamente su deseo de entrar a formar parte del gobierno de Sánchez. Esto sí representaría un abandono de los principios de ruptura con el régimen. Izquierda Unida ha demostrado muchas veces, en coaliciones de gobierno con el PSOE en diferentes ámbitos, que estas coaliciones sólo suponen respaldar la gestión del sistema que siempre hace el PSOE en el poder.
Pablo Iglesias y cía deben saber esto de sobras.
Su problema es que siempre han planteado su estrategia en términos de gobernar desde las instituciones. Las frases rimbombantes de “asaltar los cielos” no significaban más que eso. Es una orientación de la política desde arriba, de tomar posiciones de poder y demostrar que pueden gobernar “tan bien” como el PP o el PSOE, mostrar que son una opción política respetable. Al no acercarse a la mayoría absoluta, se quedan en el intento desesperado de entrar en un gobierno de “la casta” (por utilizar ese término infinitamente flexible —por tanto sin significado real— que sólo genera confusión).
Se trata de aplicar la lógica de su trabajo municipal al ámbito estatal. Pero ya se han visto los problemas de este trabajo municipal; aquí sólo caben unos ejemplos. La lógica del sistema hizo que tanto IU como Podemos —incluyendo a José María González, “Kichi”, de Anticapitalistas y alcalde de Cádiz — apoyasen la propuesta del PSOE de promover la venta de corbetas de guerra a Arabia Saudí. El gobierno municipal de Manuela Carmena en Madrid ha tenido dificultades ante el centro neonazi, Hogar Social Madrid: sus intentos de combinar su rechazo al fascismo con su objetivo de llevar a cabo una gestión “normal” del ayuntamiento lo han llevado a confusiones. En Barcelona, el gobierno de Ada Colau ha tenido problemas para controlar acciones de la Guardia Urbana contra el “top manta” que han levantado acusaciones de brutalidad policial y racismo.
La participación de Podemos en un gobierno de Sánchez habría provocado muchas más contradicciones, aún más graves. Parece que al final no sucederá, pero sólo porque Sánchez no la desea.
Toda la experiencia, de todas las administraciones socialdemócratas, en todos los países, es que éstas decepcionan. Nada nos hace pensar que la de Sánchez sea diferente. Todo indica que —sin una resistencia fuerte— un gobierno del PSOE no sólo traicionará las esperanzas de cambios positivos, sino que impulsará más austeridad, más ataques contra la mayoría trabajadora de la población, en interés del 1%.
El reto es que la decepción y el descontento que provoque un gobierno del PSOE no alimenten a la derecha (o peor, a la extrema derecha), sino que se canalicen en una oposición desde la izquierda y en la construcción de una alternativa mejor. Y esta alternativa no puede consistir en sugerencias acerca de cómo mejor gestionar el sistema. La experiencia de Syriza en Grecia demostró que hay muy poco margen de reforma dentro del sistema. Esto no quita la necesidad de exigir que se hagan estas reformas. Más bien, que el ámbito clave para conseguir reformas, y cambios reales, no es el debate parlamentario, ni las tertulias, ni mucho menos el debate en el gabinete, sino la movilización en la calle y en los lugares de trabajo.
Y aquí tenemos un problema. Podemos tenía que representar la renovación de la izquierda transformadora, un nuevo espíritu inspirado en el 15M y las luchas desde las plazas. Pero en tiempo récord se ha convertido en una parte más del espectro político de siempre; otro partido de izquierdas que se siente más a gusto en el parlamento o en un plató de TV que no en las luchas de base.
En un momento en el que una izquierda revitalizada —combinando lo mejor de la tradición comunista con lo mejor de los nuevos movimientos sociales como el 15M— podría haber jugado un papel clave en plantar cara desde la izquierda a un gobierno social liberal… queda claro que ésta no existe. Sólo tendremos a la dirección de “Unidos Podemos” haciendo discursos, y sus bases sin propuestas reales de lucha social.
La izquierda anticapitalista hoy
Todo esto viene a confirmar lo que ya se sabía; hace falta una izquierda revolucionaria más fuerte, y más coherente.
Ante la moción de censura, hace falta una izquierda que sepa valorar —incluso celebrar— la caída de Rajoy, pero entender que todo está por hacer. Sabemos y hay que insistir que no basta con cambiar los nombres y las siglas del gobierno; queremos un cambio fundamental.
En términos inmediatos, hacen falta cambios sociales: respuestas a las demandas de los movimientos de mujeres; pasos contra el racismo como plenos derechos para la gente migrada y la acogida de la gente refugiada; el final de la represión y una democracia más real, incluyendo el derecho a decidir de Catalunya…
La izquierda revolucionaria es muy pequeña, pero puede incidir, si sabe trabajar bien. Esto significa hacer análisis coherentes, aplicando la teoría marxista de forma inteligente y flexible a la realidad de hoy. Supone ofrecer propuestas constructivas de lucha y de construcción de movimiento. Significa ir ganando a individuos a estas perspectivas a la vez que colaborando con gente y fuerzas más diversas en frentes únicos.
Pero, volviendo al punto de partida, nunca haremos cosas grandes si no sabemos impulsar y valorar las pequeñas victorias. La caída de Rajoy y del PP es una de ellas.
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