Nikos Loudos
Los acontecimientos en Siria son tan sangrientos que presionan a la izquierda a nivel internacional a adaptarse a un supuesto «realismo». Medio millón de muertos, más de diez millones que han abandonado sus hogares por lugares «seguros» o por el extranjero, y millones que apenas sobreviven sin saber si mañana tendrán agua, medicinas o comida.
En tal situación, este «realismo» afirma que los bombardeos de Occidente son el mal menor y que, objetivamente, son la única solución real a las interminables masacres de Bashar al-Assad. Según esta lógica, dado que las armas de la oposición demostraron ser demasiado débiles para hacer frente a las lluvias de bombas, los misiles occidentales serían ahora la única manera de frenar la matanza o, en el mejor de los casos, proporcionar un área segura donde las personas puedan reconstruir sus vidas.
De hecho, es un falso realismo, porque no se basa en ninguna realidad sobre el terreno. La lógica del «espacio seguro» no es nueva en Siria. Estos espacios solo han servido a las potencias internacionales y regionales para que pudieran introducirse en el país. En lugar de más oportunidades para las personas, la intervención de las potencias imperialistas fragmenta a Siria en zonas de influencia en las que todos tienen derecho a masacrar o exiliar a los que están del lado equivocado.
En cualquier caso, es completamente ilusorio creer que Trump, May y Macron enviaron los misiles porque los hubiera conmovido la tragedia de los habitantes de Ghouta. Durante los días en que las bombas de la alianza cayeron sobre Siria, su favorito saudita, Mohamed bin Salman, estaba de viaje por Europa y ninguno de ellos dijo una palabra sobre los 100.000 civiles enviados a los cementerios de Yemen.
La lógica del «paraguas imperialista» no funciona. Los kurdos son el ejemplo más claro. Sus líderes aceptaron el «realismo» del apoyo de EEUU, Del mismo modo que Estados Unidos ha aceptado de forma realista la alianza con ellos. Sin embargo, entre dos realismos, el ganador es siempre el realismo de los poderosos, y la resistencia kurda fue entregada sin ninguna ayuda, en manos de Erdogan y Putin.
Assad no es la solución
También hay un realismo invertido según el cual, contra la agresión imperialista, lo único que queda es apoyar a Assad, que es el garante del «orden» en Siria. Assad nunca ha sido, ni se ha convertido de repente, un antiimperialista. Ni los misiles occidentales cayeron en Siria porque supuestamente Assad se resistió. La semana pasada, Assad devolvió su medalla de Legión de Honor a Francia para protestar por el bombardeo francés. Obviamente, ahora se ve obligado a vender un poco de «antiimperialismo», como lo hizo Saddam Hussein en 1991, después de ser el perro guardián del Oeste durante décadas.
Francia, por supuesto, no le había dado su medalla por su antiimperialismo, sino porque los antiguos colonialistas consideraban a Assad como garante de la estabilidad tanto en Siria como en el Líbano. La familia Assad tomó el poder para frenar, a través del ejército, el radicalism oen aquella época del régimen Ba’ath. Invadió Líbano en 1976 para doblegar la resistencia palestina y libanesa. Bachar implementó una apertura de mercado y tuvo reuniones cordiales con todos los presidentes franceses.
El régimen sirio es sólo un detalle para los imperialistas. En su territorio, son fuerzas mucho más grandes las que se enfrentan. Los bombardeos occidentales están mucho más relacionados con el equilibrio de poder con Rusia y la necesidad de limitar las ambiciones de Irán, así como con la necesidad de enviar un mensaje general a sus aliados de que, a pesar de la disminución de la hegemonía estadounidense, no los han dejado a su suerte.
Si pudieran retroceder, es muy probable que los imperialistas hubieran apoyado a Assad desde el comienzo del levantamiento que estalló en 2011. Así como lo hacen hoy en Egipto con el general al-Sisi (que también apoya a Assad) o en Libia, donde intentan encontrar al mejor aspirante a dictador. Lo que cambió la situación en Siria y puso patas arriba las cosas no fue el cambio de política de Assad, sino la revolución. Hubo un momento en que la fuerza del movimiento desde abajo significaba que los imperialistas no podían estar seguros si la situación retrocedería o si debían adaptarse a la nueva situación generada por las convulsiones en la región.
Apoyar a Assad no es defender el antiimperialismo, sino todo lo contrario. Significa apoyo para las fuerzas que quieren silenciar a todos los pueblos de Oriente Medio.
Revoluciones
No puede existir una verdadera posición de izquierda sin hacer el esfuerzo de trazar un hilo hasta las revoluciones de 2011. Pues es allí donde vimos las enormes posibilidades de la liberación en el Medio Oriente. En unos pocos meses, la llama pasó de Túnez a Egipto, a Bahrein y luego a Libia, Siria y Yemen. El hecho de que los tanques de Arabia Saudí, los torturadores de Al-Sisi y las bombas americanas y rusas han parado por la fuerza el proceso revolucionario, no debe en ningún caso significar que la izquierda debe borrar este recuerdo y enterrarlo profundamente bajo la arena siria.
Todas las dinámicas que condujeron al 2011 continúan estando presentes y aún más agudas. La clase trabajadora, ya sea en los barrios pobres de Egipto o en los campos petroleros de Arabia Saudita e Irán, es la única fuerza que puede unir a la resistencia, no sólo a través de fronteras, sino también por encima de las divisiones religiosas fomentadas por los imperialistas y los regímenes de la región.
Esto no quiere decir que aquí […] deberíamos esperar a que la clase trabajadora de Oriente Medio repita un 2011. Es nuestro deber bloquear las intervenciones imperialistas de Estados Unidos que no sólo comienzan en Washington [… ]. Es nuestro deber abrir las fronteras a la gente refugiada y organizar una solidaridad sincera con el pueblo sirio. […].
Artículo publicado el 25/04/2018 en el periódico “Ergatiki Allileggyi” de SEK, organización hermana de Marx21 en Grecia.