David Karvala

ES CA

Estos días el término “Tabarnia” —que comenzó hace unos años como un chiste— se ha convertido en trending topic en Twitter.

Según Viquipèdia (Wikipedia en catalán): “« Tabarnia »… es un concepto satírico inventado en 2015 por la entidad Barcelona is not Catalonia —organización que muestra rechazo a la independencia de Catalunya del estado matriz de España—, con ciertos vínculos con la plataforma, considerada próxima a la extrema derecha, Sociedad Civil Catalana. La palabra está formada a partir de las palabras ‘Tarragona’ y ‘Barcelona’ más el sufijo -nia… El territorio propuesto por los ideólogos comprende las comarcas del Alt Camp, Baix Camp, Tarragonès, Baix Penedès, Alt Penedès, el Garraf, Baix Llobregat, Vallès Oriental, Vallès Occidental, Barcelonès, el Maresme y diferentes zonas del Moianès, Bages, Anoia y la Selva.”

En términos resumidos, argumentan que en este territorio la mayoría no está a favor de la independencia, por lo que se debería poder separar de la Catalunya independentista, para formar una comunidad autónoma propia. Así, en el caso de la independencia catalana, “Tabarnia” seguiría dentro del Estado español.

Como se ha dicho, el término proviene de la derecha, y un hombre que se ha erigido estos días en portavoz de “Tabarnia”, residente en la parte alta de Barcelona, resulta tener amistades bastante dudosas en la derecha y extrema derecha. Sin embargo, últimamente, alguna gente de izquierdas hostil a la independencia ha difundido cosas de “Tabarnia” en las redes sociales, con el objetivo de ridiculizar al independentismo catalán.

Se reconvierten muchas frases típicas del independentismo de derechas. “España nos roba” pasa a ser “Catalunya roba a Tabarnia”. Alguien, en un texto bastante currado, incluso ha inventado todo un relato de las quejas históricas de “Tabarnia”.

Es una broma, pero tiene su parte seria: por un lado como arma contra el derecho a decidir de Catalunya; por otro, porque hay precedentes preocupantes de intentar convertir en realidad este tipo de entidad nacional inventada.

Naciones falsas y naciones reales

El marxista Benedict Anderson definió la nación como una comunidad imaginada. No dijo que fuese imaginaria o falsa, sino una entidad cultural que surge cuando, por los motivos que sean, la gente de un territorio dado llega a sentirse nación. No hay razones objetivas que digan que deben ser una nación. La existencia de una nación no se puede deducir en base a hechos históricos (reales o inventados) —una batalla o un libro de hace mil años— o una lengua común; existe si la gente de un territorio se siente nación.

Trotsky planteó esta comprensión de la nación en los años 30, cuando defendía el derecho a la autodeterminación de la gente negra en el sur de Estados Unidos: “No obligamos a la gente negra a convertirse en una nación; si lo son o no es una cuestión de su conciencia, es decir, lo que desean y lo que anhelan “.

Según este criterio, Catalunya es claramente una nación. Existe una conciencia generalizada de ser nación. En una reciente encuesta, las opciones de tener un sentimiento nacional “sólo español” y “principalmente español” sumaban sólo el 8%. Incluso entre los votantes del PP, sólo sumaban el 25%; el resto de éstos optaba por “tan catalán como español”. En 2005, el Parlamento acordó, por 120 votos contra 15, una propuesta de nuevo estatuto de autonomía que se refería a Catalunya como a una nación. Tanto el PSC como ICV le dieron apoyo; sólo el PP se opuso. Puede haber dudas respecto a si hay mayoría por la independencia, pero el sentimiento de que Catalunya es una nación tiene una mayoría aplastante. Por tanto, es una nación.

Todas las naciones son productos históricos y sociales, así que no se puede decir que la nación de “Tabarnia” no existirá nunca; alguna combinación de circunstancias la podría crear. Sí se puede decir que, hoy por hoy, no existe. Por tanto, la idea de “la autodeterminación de Tabarnia” ni siquiera se plantea, ni mucho menos se puede contraponer al derecho a decidir de Catalunya.

Evidentemente, la idea de “Tabarnia” no se presenta con el objetivo de llevar a cabo ningún referéndum ni separación; sólo para intentar ridiculizar la exigencia de independencia de Catalunya.

Pero el juego se basa en la premisa insostenible de la inexistencia de Catalunya como nación; pese a que el PSC aún defiende que Catalunya es una nación. (Incluso recuerdo como Josep Piqué, cuando era líder del PP catalán, expresaba indignación ante alguna decisión del gobierno o presidente “de mi país”, refiriéndose a Catalunya.)

Es evidente que una parte de la población de Catalunya no está a favor de la independencia; ésta tiene el derecho e incluso el deber de presentar sus argumentos, en el debate político que evidentemente no termina a pesar del referéndum. Pero no tienen el derecho a impedir un proceso de decisión democrática, ni a ridiculizar un movimiento de millones de personas que han sufrido graves ataques a sus derechos por querer decidir su futuro. Ninguna persona progresista puede responder a la violencia policial del 1 de octubre con un chiste como el de “Tabarnia”.

Ulster, Padania, Donbass…

Repasemos otras experiencias de países inventados, todas preocupantes.

La primera debe ser el “Ulster”, el territorio que Gran Bretaña se quedó cuando el resto de Irlanda consiguió la independencia. Hay que hacer un resumen muy breve.

Hacía mil años que Irlanda estaba bajo control británico, y a principios del s.XX la zona alrededor de Belfast estaba muy integrada en la industria británica. Había una clase trabajadora muy importante. Hoy todo el mundo sabe que hay protestantes y católicos; los dirigentes británicos llevaban años fomentando el sectarismo entre ellos. Lo que no se sabe es que en los primeros años del s.XX hubo luchas obreras masivas, casi insurreccionales, que involucraron a gente trabajadora de ambas religiones, pasando por encima del sectarismo. Al calor de las luchas se creó un nuevo sindicato de masas que rechazaba el sectarismo a la vez que defendía la independencia. La ola de luchas sólo se derrotó gracias a la intervención de la burocracia sindical, así como la de las clases dirigentes, tanto protestantes/unionistas como católicas/republicanas. Ante una lucha obrera masiva en Dublín en 1913, Arthur Griffith, dirigente del Sinn Féin, acusó al dirigente radical, Jim Larkin (compañero de James Connolly), de dividir al movimiento republicano; Griffith abogaba por la unidad con el principal empresario que había provocado el conflicto, un destacado independentista.

La derrota del movimiento obrero (con cargos de sedición contra Larkin incluidos) contribuyó a que cuando la independencia llegó, no la acompañó un avance social. Al norte, se creó el “Ulster”, el mini estado sectario, controlado por Gran Bretaña mediante las élites protestantes; y al sur el “Estado libre”, dominado por las élites católicas y la jerarquía de la propia iglesia.

Pero el territorio que ahora se llama el “Ulster” sólo incluía seis de los nueve condados de la provincia histórica del Ulster. Los criterios de Gran Bretaña para la partición fueron contar con una fuerte mayoría protestante, llevarse la gran industria, y tener suficiente territorio para que fuera viable.

La opresión sufrida por la población católica de este mini estado sectario motivó un movimiento por los derechos civiles a finales de los 60 (inspirado en las luchas por los derechos civiles en EEUU) y, ante la brutal represión de este movimiento, el resurgimiento de el IRA a principios de los 70.

Este caso es una primera advertencia de que “el chiste” de la partición ante un fuerte movimiento por la independencia no hace gracia. Por otra parte confirma que cuando se plantean estas opciones (aunque, nos dicen, en plan “humorístico ‘), es porque están perdiendo las esperanzas de poder detener del todo el movimiento por la independencia, y buscan salvar algo. Pasemos al siguiente caso.

En los años 90, la Lega Nord, partido de extrema derecha, comenzó a hablar de Padania, una “nación” inventada ad hoc en el norte de Italia. Fue una herramienta para movilizar sentimientos de la parte rica contra el sur de Italia, pero sobre todo una herramienta de construcción del partido. No sólo no se correspondía con nada real, sino que incluso contradecía las identidades regionales (del Veneto, Lombardía…) que los dirigentes de la Lega Nord llevaban años fomentando. Mantienen la ficción hasta hoy, con un “parlamento”, Radio Padania Libera, un diario, un “sindicato”, incluso una “Miss Padania”… todo controlado por el mismo partido. Se teme que su Guardia Nacional Padana, una especie de milicia, es más real que el resto de entidades.

Pero al no tener ninguna base sólida, esta defensa de “Padania” no representó ningún obstáculo para la colaboración con los fascistas italianos de Casa Pound. Este grupo, que se autodenomina “fascistas del tercer milenio”, apoyó a un candidato a eurodiputado de la Lega, contribuyendo a que saliera elegido. El mismo eurodiputado, Mario Borghezio, devolvió el favor devolvió el favor, participando en un acto fascista junto a Casa Pound en Roma.

Este segundo caso del “chiste” de una nación inventada también nos debe advertir de los peligros de este juego.

Un caso aún más relevante es el de Donbass, la zona minera del este de Ucrania. Durante siglos, Ucrania formó parte del imperio zarista. Tras la revolución de 1917, se sumó a la URSS, seguramente de manera imperfecta. Con el estalinismo en los años 30, sin embargo, sufrió opresión nacional en toda regla.

Como escribió Tony Cliff en 1948:

“El pueblo no ruso más numeroso de la URSS es el ucraniano. Sus aspiraciones nacionales han sido constantemente reprimidas por una serie de purgas. En 1930, la Academia de Ciencias ucraniana fue disuelta y sus miembros detenidos por ‘desviaciones nacionalistas’. En 1933, Skripnik, el militante más destacado del Partido Comunista Ucraniano e integrante de su Comité Central y su Buró Político se suicidó para evitar su detención…” (Cliff, T, Capitalismo de Estado en la URSS, Barcelona 2000, p. 174.)

En los años 1932-33 esta opresión tomó la forma de la hambruna impuesta como parte de la política económica estalinista; segó millones de vidas en Ucrania.

Con la disolución de la URSS en 1991, Ucrania se hizo independiente. Las políticas equivocadas de gobiernos ucranianos de derechas, que no respetaron a la población mayoritariamente rusohablante del este del país, contribuyeron a la aparición del separatismo en “Donbass” y a una guerra civil. Pero otro factor importante fue la intromisión rusa: por un lado del gobierno de Putin; por otro, del fascismo ruso.

En un sitio web importante de la extrema derecha rusa, asociado con el filósofo ultra Alexander Duguin, leemos lo siguiente: “tenemos el hecho de la aparición de un evento nuevo, único e interesante: el nacionalismo de Donbass. Al mismo tiempo, forma parte integrante del nacionalismo ruso más amplio porque su estructura se aplica sobre la misma base que el nacionalismo ruso, que actúa como factor de conexión y elemento de conexión con Rusia”. Es decir, realmente no existe un nacionalismo de Donbass; es nacionalismo ruso, reivindicando la vuelta al imperio del territorio perdido. Cabe comentar, de paso, que Alexander Duguin tiene la estrategia de crear una coalición entre fascismo y estalinismo; donde más éxito ha tenido es en la defensa de Donbass.

El movimiento por “la liberación de Donbass” recibió el apoyo de la izquierda estalinista occidental, y también, como ya se ha comentado, de gran parte del fascismo, tanto occidental como, sobre todo, ruso. El chovinismo ruso —lo que tanto odiaba Lenin— nunca ha aceptado la disolución del imperio —fuera zarista, fuera estalinista— y aprovecha cualquier oportunidad para intentar rehacer el poder imperial de Rusia. Hay otros ejemplos de cómo Rusia intenta recomponerse de la derrota de la URSS, arrancando territorios de las repúblicas vecinas.

Las luchas por la independencia contra el zarismo tenían un efecto progresista, ayudando a romper un imperio; por eso Lenin las apoyó. Lo mismo se aplicaba a las naciones oprimidas bajo la URSS estalinista. En cambio, la separación de Donbass de Ucrania a manos de Rusia no representa una liberación, sino que ayuda a fortalecer al imperialismo ruso. (Esto tampoco quiere decir que hay que apoyar a la derecha nacionalista ucraniana; como se ha dicho, tiene parte importante de la culpa por la situación actual).

Tristemente, algunos sectores de la izquierda independentista catalana apoyan las estrategias de Putin y cía en Donbass, lo que los descalifica para responder cuando se intenta aplicar algo parecido aquí, como en este caso con “Tabarnia”.

No hay que defender todo movimiento nacional

Antes se ha comentado que “Tabarnia” no es una nación, por lo que ni tan siquiera se plantea su “derecho a decidir”.

Pero hay casos de naciones auténticas donde la izquierda revolucionaria tampoco debe apoyar la autodeterminación.

Pensemos en la población blanca de Sudáfrica bajo el apartheid, que seguro que se sentía nación. Hacia el final del régimen racista, unos sectores de la extrema derecha blanca intentaron establecer un territorio propio para blancos. Muy correctamente la izquierda —de hecho, toda la gente demócrata y antirracista— se opuso.

Sudáfrica nos ofrece otro ejemplo. La población zulú del país muy posiblemente se siente nación. En 1975, en el territorio que ahora es la provincia de KwaZulu Natal, de mayoría zulú, se creó un partido nacionalista/tribal zulú, el Inkatha Freedom Party (IFP). En los años 80 éste entró en conflicto con el Congreso Nacional Africano (ANC). Al final, el IFP colaboró con el régimen racista contra el movimiento de liberación en Sudáfrica, dominado (no siempre de manera correcta) por el ANC. No había que apoyar al partido nacionalista zulú contra el movimiento de liberación del conjunto del estado, el ANC, y ningún sector importante de la izquierda lo hizo.

Como escribió Lenin, referente clave en estos temas:

“Para ser socialdemócrata internacionalista hay que pensar no sólo en la propia nación, sino colocar por encima de ella los intereses de todas las naciones, la libertad y la igualdad de derechos de todas… el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: ‘unión voluntaria’ de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la estrechez de criterio, el aislamiento, el particularismo de pequeña nación, porque se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general.” (VI Lenin, Balance de La Cuestión de La Autodeterminación, julio de 1916).

Como regla general, el marxismo internacionalista apoya la autodeterminación de las naciones oprimidas, y también otras luchas nacionales que contribuyen a debilitar el imperialismo y a promover la lucha general. En cambio, donde una lucha nacional actúa como instrumento del imperialismo, hay que tener mucho más cuidado. Ahora mismo con el caso de Kurdistán, por ejemplo, hay que combinar la defensa del principio del derecho a la autodeterminación del pueblo kurdo con una actitud muy crítica hacia las alianzas de los dirigentes kurdos con diferentes potencias imperialistas.

De hecho, estas reservas sobre la defensa de los derechos nacionales se aplican a toda lucha democrática; todas deben verse dentro del marco global.

Huelga decir que tenemos que defender los derechos de la gente LGBTI. Pero cuando el Estado israelí se presenta como un “estado pro LGTBI” y denuncia la LGBTIfòbia que “domina el resto de la región”, no aceptamos su argumento (aunque fuera cierto, que no lo es). Los sectores del movimiento LGBTI que se dejan engañar por los argumentos sionistas no sólo colaboran en la opresión del pueblo palestino y ayudan a fomentar la islamofobia, sino que alejan la liberación LGBTI. Ésta no vendrá de la mano de un Estado racista y colonial como es el israelí, aliado de Trump.

Catalonia is not Estonia… o no debería serlo

Mirando los precedentes, no debería sorprendernos el invento de “Tabarnia”.

En agosto de 2017 escribí para una web de la CUP sobre los retos de la lucha contra el fascismo tras la independencia: “No podemos descartar intentos de establecer zonas españolistas, allí donde estos fascistas piensan que les tienen simpatías, por motivos de lengua o de origen de los y las vecinas. Hará falta una lucha contra estos fascistas, junto con la máxima inclusión de toda la población del nuevo país, con sus diferentes lenguas y formas de vivir. (Un gran error en los países bálticos ha sido la incapacidad de las fuerzas nacionalistas de ganar a la población rusohablante a su causa, de hecho, ni siquiera lo intentaron.)” A pesar de prever el intento de dividir Catalunya, fui demasiado optimista en dos aspectos: suponía que la jugada no comenzaría hasta después de la independencia; y no imaginaba que sectores progresistas se sumarían al carro. Pero las advertencias contra la derecha nacionalista son totalmente válidas

Está claro que hay que insistir en la naturaleza democrática del derecho a decidir, ante las maniobras inventadas de “Tabarnia”. Pero también hay que expulsar toda visión racista del movimiento independentista; no se puede aceptar la derecha etnicista como parte necesaria del movimiento en aras de “mantener la transversalidad”. Esta derecha es un peligro para la construcción con éxito de un país independiente.

En los países bálticos, lejos de la visión romántica que tiene mucha gente catalanista, hay un problema grave con la actitud de los movimientos independentistas hacia las poblaciones rusohablantes que son cerca de la mitad de la población de Estonia y de Letonia. Visité Estonia en 1990 para conocer al movimiento independentista y hablamos de este tema; la posición de la derecha era que había que expulsar a la población rusohablante sin más; “la izquierda” concedía que esta población podría quedarse si “se integraba” suficientemente, siempre según sus criterios.

Con la independencia al año siguiente, no se les expulsó, pero sí se les dificultó la vida de muchas maneras; el movimiento independentista no hizo ningún esfuerzo para ganarse a esta gente. El resultado es que hoy, más de 25 años después, sigue habiendo tensión entre la gente rusohablante y el resto; tensiones que Putin ahora promueve y utiliza en interés propio.

Para evitar que problemas así afecten Catalunya —y el mal chiste de “Tabarnia” es una muestra de que el peligro existe— el movimiento independentista debe tomar medidas y hacer una reflexión. Democráticamente, “50% más uno” es mayoría, y se debería respetar. Políticamente, sin embargo, debemos buscar maneras de ser mucho más del 50%. Parte de esto pasa por expulsar las ideas etnicistas y cerradas.

Y por otra parte, las personas de izquierdas que promueven (como chiste, dicen) la idea de “Tabarnia”, deberían saber que hacen un juego peligroso que sólo beneficia a los enemigos de la democracia y la justicia social.