Balance de la manifestación contra las agresiones fascistas: hace falta más UCFR
Reflexiones a raíz de la manifestación de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) del pasado 18 de noviembre.
David Karvala, activista de UCFR y miembro de Marx21
[Català] · [Castellano]
Introducción
Es bien sabido que durante las últimas semanas ha habido un auge de agresiones fascistas en Catalunya.
En los últimos años el fascismo organizado se había debilitado mucho en Catalunya, gracias en gran parte al trabajo de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR). En mayo de 2015, Plataforma por Catalunya (PxC) perdió casi toda su presencia en las instituciones, cayendo de 67 a 8 concejales; no le queda ninguno en las comarcas donde UCFR tiene un grupo local consolidado. También en mayo de 2015, el centro neonazi Tramuntana bajó las persianas, derrotado por las impresionantes campañas vecinales impulsadas por UCFR Sant Martí, primero en el Clot, después en La Verneda.
Recientemente, PxC ha intentado recuperarse, y «Democracia Nacional» (DN) intenta implantarse, con campañas en la calle contra comunidades musulmanas que intentan construir mezquitas en los barrios donde viven; como siempre, el fascismo busca a la víctima que le parece más débil.
Los fascistas intentaron aprovecharse de los atentados del pasado agosto en Barcelona y Cambrils para ganar apoyo, pero se encontraron con una fuerte oposición. La gran manifestación tras los atentados, el 26 de agosto de 2017, lejos de darles espacio para fomentar su odio, se convirtió en un gran grito contra la violencia, la guerra y la islamofobia y en una firme defensa de la convivencia.
Pero las políticas represivas aplicadas estos meses por el PP (con el apoyo de Ciudadanos y el PSOE) han creado un ambiente favorable para los fascistas y les han permitido actuar con impunidad. Específicamente, han llevado a cabo agresiones antes, durante y después de las grandes manifestaciones convocadas por «Sociedad Civil Catalana» (SCC, entidad que desde su fundación está muy ligada a la extrema derecha). La noche del viernes 27 de octubre, una columna de cientos de personas —seguramente una mezcla de fascistas convencidos y otros que eran sólo españolistas— bajaron de Sarrià, de la parte alta (y más rica), hasta el centro de la ciudad, practicando diferentes agresiones: contra una escuela de secundaria, Catalunya Radio, individuos en la calle… Parece que los fascistas se estaban calentando para la manifestación convocada por SCC unas 36 horas más tarde, el domingo 29 de octubre.
Manifestación contra las agresiones
Ante esta situación, UCFR convocó una manifestación para el sábado 18 de noviembre, con los lemas «Unámonos contra las agresiones fascistas: Basta de impunidad · Defendamos la convivencia en la diversidad».
Fue una convocatoria muy necesaria y esperada, como demuestra el hecho de que 135 entidades de todo tipo se adhirieran. El apoyo iba desde UGT hasta una veintena de CDRs. Durante la semana anterior, hubo una avalancha de apoyo en las redes sociales; Twitter estaba lleno de llamadas a la movilización por parte de muchas entidades.
Al final, la participación fue mucho más modesta de la esperada; alrededor de medio millar de personas.
A diferencia de muchas manifestaciones antifascistas «clásicas» —pero en la línea de otras acciones de UCFR— la asistencia fue muy diversa. Hubo ciudadanía de muchas procedencias; gente de todas las edades; representación de muchas entidades, tanto grandes como pequeñas…
La semana antes de la protesta se supo que grupos de extrema derecha habían convocado una contramanifestación bajo el lema: «ante su odio, nuestra alegría». Este lema es utilizado por los centros neonazis; hace unos años presidió una performance del ahora difunto centro neonazi Tramuntana de Barcelona; ahora lo utilizan los centros neonazis de Madrid y Murcia. Siguiendo la pauta de las últimas semanas, lograron reunir a fascistas junto a otras personas simplemente españolistas de derechas, en una protesta de unos cientos. Posteriormente, casi un centenar de personas, seguramente la mayoría del núcleo duro fascista, acosaron e intentaron provocar a la manifestación de UCFR a lo largo de un kilómetro, hasta que finalmente los Mossos los detuvieron.
Al día siguiente descubrimos que aquella noche el Ateneo de Sarrià sufrió un ataque fascista, con considerables destrozos.
Todo esto nos plantea muchas dudas. ¿Cómo es posible que a pesar del amplio apoyo que tenía la mani, tan poca gente participara? Y ¿qué podemos hacer para detener el auge del fascismo bajo la bandera del españolismo?
Españolismo y fascismo
El contexto actual es un campo abonado para los grupos fascistas. La entidad Sociedad Civil Catalana ha convocado dos manifestaciones en el centro de Barcelona de cientos de miles de personas en cada una. Una docena larga de grupos fascistas han convocado públicamente para cada manifestación. Como ya se ha comentado, cada marcha ha ido acompañada del aumento de las agresiones fascistas y racistas. Lo mismo se aplica a las acciones locales convocadas por SCC o directamente por grupos fascistas.
Hay que tener claro que la enorme mayoría de las personas que participan en las convocatorias de SCC no son fascistas, algunas incluso rechazan el fascismo. Pero objetivamente, estas manifestaciones ofrecen espacio a los fascistas, les permiten crecer.
Pegida en Alemania es un caso extremo, pero demuestra el peligro de los espacios grandes que permiten que la extrema derecha actúe con impunidad. Se podría objetar que el ideario de Pegida —la islamofòbia— es en sí reaccionario, mientras que sentirse español no lo es. Pero no es tan sencillo. Por un lado, hay gente de izquierdas que excusa las campañas islamófobas de Pegida (o de otros movimientos que tienen más cuidado y se presentan como «laicistas»), argumentando que no van contra el islam o la gente musulmana, sino sólo contra «el islam extremista». En realidad, dicen que «sólo» rechazan el extremismo, pero terminan atacando a cualquier persona musulmana que no se haga eco de su discurso islamófobo; la prueba es que la extrema derecha crece en estos espacios. Por otra parte, las manis españolistas de SCC no meramente expresan un sentimiento nacional, sino que buscan impedir el ejercicio de los derechos democráticos. SCC no pidió un voto negativo en el referéndum, sino que aplaudió el intento de impedir la votación mediante la brutalidad policial. En sus manis, gritan «Puigdemont a la prisión»… y seguramente cosas peores. Es por esto que los fascistas se sienten tan a gusto en este entorno… aunque a veces la dirección de SCC los obligue a disfrazarse o a apartarse ligeramente del resto.
Pero dicho esto, es un hecho que una parte significativa (y la mayoría en algunas zonas concretas) de la clase trabajadora de Catalunya se siente española y participa en las movilizaciones españolistas.
Parte de la respuesta es responsabilidad de UCFR. Debemos hacer más para señalar los elementos fascistas en estos entornos, e insistir en que, sea cual sea la identidad nacional de cada uno, no hay que ceder ningún espacio a la extrema derecha.
Pero gran parte del trabajo corresponde a la izquierda.
La CUP ha hecho algunos intentos en los últimos años, pero en general y salvando estas excepciones, no ha sabido relacionarse con la clase trabajadora de Catalunya, con toda su diversidad y en base a cuestiones de clase, sin depender de la identidad nacional. Esta es una tarea pendiente para cualquier proyecto de cambio real en Catalunya.
Los Comunes tienen más conexión con estos sectores, pero no utilizan esta influencia para combatir el españolismo. El problema no es el sentimiento nacional en sí, sino la lealtad al régimen del 78, el Estado español actual, con el que se supone que los Comunes y Podemos quieren romper. El populismo lleva a los Comunes, y aún más a Podemos, a evitar enfrentarse con el españolismo. Cabe preguntarse, ¿para qué sirve una izquierda supuestamente transformadora que no quiere enfrentarse a las ideas dominantes en la sociedad? Como señalaba Marx hace 150 años, las ideas dominantes de una sociedad son las ideas de la clase dominante. Si hoy a los Comunes les resulta inconveniente rechazar demasiado claramente el españolismo, la misma lógica les puede llevar mañana a esquivar la lucha contra la islamofobia, la transfobia, y al final contra cualquier forma de racismo o sexismo.
En todo caso, y volviendo a la situación actual, las escenas feas que vivimos en la manifestación del 18N, y durante las últimas semanas, confirman que tenemos mucho trabajo por hacer.
Poca asistencia
Ante las agresiones fascistas recientes, hacía falta una respuesta contundente por parte de muchos miles de personas. Debemos analizar por qué no ha sido así.
Como se ha comentado, hubo 135 entidades adheridas, de todo tipo, desde partidos institucionales hasta unos 20 CDRs. El encuentro de coordinación de los CDRs acordó apoyar la manifestación. Todo esto no se ha traducido en una participación real.
Un factor puede ser que muchas personas daban por supuesto que sería una gran manifestación y que su propia asistencia no era necesaria. Quizás pensaban que después de meses de mucha actividad, podrían dedicar ese fin de semana a otras cosas. Esto es fruto de una confusión típica sobre UCFR. En un sentido es un movimiento muy grande, pero sólo lo es en la medida en que las personas normales y corrientes, de espacios diversos, participan; sin los diferentes elementos que la conforman, una red no es nada.
Esto puede ir ligado a un cierto fatalismo; la idea de que no podemos influir ante el fascismo. Según los típicos análisis académicos del fascismo, cuando éste crece es por factores objetivos; cuando cae es por otros factores objetivos. Casi nunca reconocen como factor clave las luchas en contra del fascismo, o su ausencia. Es un hecho comprobado que los movimientos unitarios pueden frenar el fascismo (ver, por ejemplo, este análisis de la derrota de PxC en las municipales de mayo de 2015), pero esta explicación casi nunca aparece en los medios o incluso en los actos políticos. La visión fatalista dominante fomenta la pasividad ante la amenaza fascista.
Hay que tomar en serio la amenaza fascista
Como destacó UCFR en su convocatoria para la manifestación, el fascismo es un peligro creciente en gran parte de Europa.
Entre la derecha del Estado español existe la tendencia a quitar importancia a los grupos fascistas, o a aceptarlos como a una parte más del abanico político.
En la izquierda, demasiada gente acepta el tópico de que en el Estado español el fascismo lo representan el PP y Ciudadanos (y algunas personas muy sectarias añaden al PSOE a la lista). Según esta visión, ya vivimos bajo el fascismo. Este argumento banaliza lo que representa el fascismo de verdad. Y, al igual que la derecha, resta importancia a los grupos fascistas.
Cuando se inició UCFR en el año 2010, estos argumentos eran hegemónicos. El crecimiento del movimiento unitario a lo largo de estos años demuestra que hay más gente que entiende la amenaza que representa el fascismo y la necesidad (y posibilidad) de combatirlo.
Pero es evidente que hay que volver a insistir en este punto básico.
Nos puede (debe) disgustar lo que hace el PP, con el apoyo de Ciudadanos y el PSOE, pero el fascismo es mil veces peor. A finales de los años 20 y principios de los 30, el partido comunista alemán argumentaba que los partidos institucionales (conservadores y socialdemócratas) representaban el fascismo en el poder. El cambio cualitativo que representó Hitler —en una palabra, Auschwitz— demostró, trágicamente, su error. No repitamos aquella terrible experiencia. Como dijo la convocatoria para la mani «el fascismo no es un punto de vista ni un sentimiento nacional; es un crimen contra la humanidad en potencia».
¿La mani fue demasiado moderada?
En un tuit posterior a la mani, un grupo libertario (que, para más inri, había participado en la preparación de la acción) la criticó por diferentes motivos.
Una crítica era que las personas que participaron fueron «en su mayoría de mediana edad». En los movimientos y la izquierda anglosajones se reconoce la necesidad de combatir los perjuicios y las discriminaciones en función de la edad; parece que en Catalunya todavía falta conciencia alrededor de este tema.
Pero la crítica central fue que el fascismo «no lo combatiremos desde el miedo, el simbolismo ni una ‘unidad’ monolíticamente anclada en la estrategia de la pasividad camuflada de pacifismo». (Sólo después plantea la cuestión realmente clave: «qué se hizo mal para convocar a tan poca gente».)
La cuestión del miedo debe considerarse. Es difícil saberlo, pero es muy posible que las recientes agresiones fascistas, y el hecho de que se hubiera convocado una contramanifestación de extrema derecha, hizo que algunas personas decidieran no acudir a la protesta de UCFR.
Otra posible fuente de miedo podría ser la desconfianza ante la visión extendida de «lucha antifascista». Alguna gente lo asocia con jóvenes radicales con capuchas que se enfrentan físicamente en la calle a los fascistas (con estéticas a menudo indistinguibles). El modelo de lucha contra el fascismo de UCFR es muy diferente, pero para las personas que no saben esto, el estereotipo pesa mucho.
Finalmente, entre bastante gente trabajadora del Estado español queda un miedo residual como resultado de la dictadura franquista. Ésta no sólo provocó resistencia; entre muchas personas dejó un sentimiento de «no te metas en problemas». Si de la parte alta de Barcelona salen fascistas violentos, que además gozan de impunidad ante el Estado (recordemos que los neonazis que atacaron la Blanquerna, sede de la Generalitat en Madrid, acaban de ser salvados de entrar en prisión por enésima vez) pues, según esta visión, es necesario que nos resignemos y no intentemos hacer nada.
Dicho esto, estas preocupaciones deberían haber afectado más a las personas supuestamente más «moderadas» y de mediana edad, precisamente las que molestaron a algunos individuos con su participación tan visible.
No es sólo el tuit citado, algunos sectores de la izquierda radical se niegan a participar en las movilizaciones de UCFR precisamente porque no se parecen al antifascismo clásico.
En este sentido, durante la mani se sintieron algunas críticas ante la presencia, muy visible, de banderas de CCOO y UGT. De hecho, días antes los sindicatos habían consultado con UCFR sobre si se podían llevar banderas y se les dijo que sí, en cantidades razonables. La norma en Unitat es hacer visible la pluralidad del movimiento, mediante las señas de las diferentes entidades adheridas, no intentando censurarlas como hacen algunos movimientos sociales. Si la asistencia hubiera sido de miles de personas como se esperaba, las 15 banderas que llevaba cada sindicato no habrían destacado.
Se pueden hacer muchas críticas a los sindicatos mayoritarios, pero no se puede criticar el hecho de que asistieran a la convocatoria con una delegación que incluía, en cada caso, a su secretario general. Ambos también hicieron campañas de Twitter y publicaron notas propias en su web animando a la participación (aquí, sin embargo, destaca la CONFAVC que escribió a cada entidad adherida animándolas a participar en la mani).
Twitter no es el mundo real
La semana anterior a la mani, si se ve el mundo a través del prisma de Twitter, hacía pensar que la protesta sería enorme.
Esto nos debe recordar, una vez más, que un retuit, o un me gusta, es un nivel de compromiso muy bajo. Últimamente, en muchos movimientos sociales, parece que la gran prioridad es la campaña de Twitter, con sus hashtags, lista de tuits, hora de lanzamiento, etc… como si esto fuera el centro de la lucha. Las redes sociales tienen su utilidad, evidentemente, pero no sustituyen las formas más tradicionales de movilizarse. La más importante es la más antigua, hablar con personas de tú a tú, para convencerles a participar en la acción. Las grandes movilizaciones por la independencia son el resultado de miles de debates personales, a lo largo de muchos años. Incluso hoy, la asistencia masiva no se obtiene únicamente gracias a las redes sociales o a los medios; la infinidad de conversaciones dentro de las familias, el trabajo, los grupos de amistades… siguen jugando un papel clave.
La clave, pues, es fortalecer esta organización real, en el día a día, allí donde vive y trabaja la gente.
¿Hay que volver al antifascismo clásico?
Alguna gente de la izquierda radical plantea otra opción; la de volver a la estrategia clásica antifascista, la de una minoría que se enfrenta físicamente a los fascistas. Es una alternativa falsa, por diferentes motivos.
Lo más importante es que UCFR siempre ha incluido a personas procedentes del antifascismo clásico, del mismo modo que incluye a gente de partidos institucionales, de ONGs, de grupos muy diversos. El hecho de participar en un espacio amplio no supone que ya no se puedan llevar a cabo actividades propias, desde tu propio espacio. Sí supone que no se pueda instrumentalizar a UCFR para fines ajenos que no sean de consenso. Si un partido institucional intentara utilizar UCFR para motivos propios, se le tendría que hacer frente; lo mismo se aplicaría si lo intentara de algún otro sector. Todo el mundo que quiera participar en la lucha unitaria es libre de hacerlo, sin abandonar su propia visión. Las personas que no comparten la estrategia de UCFR no están obligadas a hacerlo. Son libres de tomar su propio camino; pero no pueden obligar a UCFR a dejar de ser Unitat y a seguirlos.
Segundo, como se ha insistido antes, porque el antifascismo clásico por sí solo tiene una efectividad limitada. Puede funcionar ante un grupo aislado de matones, pero no ante un fascismo en auge, con creciente base social, e incluso el apoyo tácito de sectores del Estado. Ante esta situación, es ilusorio pensar que se pueda ganar sólo con la fuerza física y el peso social de una parte minoritaria de la izquierda radical.
Como siempre: hay que construir UCFR
Y en términos prácticos, el reto de fortalecernos en las comarcas y los barrios conlleva crear o reactivar grupos locales de UCFR. En 2015, se echó a PxC de casi todos los ayuntamientos del país gracias al trabajo local. Con este éxito, nos relajamos un poco en la lucha contra el fascismo.
Ahora, hay que volver a establecer estos grupos. Necesitamos espacios donde puedan convivir personas de diferentes procedencias, diferentes opiniones, diferentes edades (!), Personas que únicamente tienen que compartir su rechazo al fascismo y al racismo, y su disposición a movilizarse en contra.
Construir una red así requiere tiempo y dedicación. En Gran Bretaña, llevan 40 años de lucha unitaria contra el fascismo. Allí tienen una gran ventaja que a menudo no se reconoce como tal; hay una organización revolucionaria firmemente comprometida con este proyecto y que ha conseguido activar y reactivar este movimiento cada vez que ha sido necesario. Este mismo partido, el Socialist Workers Party (SWP), jugó un papel clave en construir el movimiento unitario contra la guerra de Irak, y en muchos otros frentes.
UCFR en Catalunya fue impulsada en sus inicios por el entonces grupo hermano del SWP, En lucha. Pero este grupo ya no existe; ahora sólo hay una red mucho más reducida, Marx21. Sin embargo este pequeño espacio sí dedica muchos esfuerzos a la construcción de UCFR. Para que pueda jugar un papel más efectivo en las luchas, Marx21 deberá crecer. Sin embargo, el trabajo de impulsar un espacio unitario no puede recaer sólo en una organización, aunque ésta fuera mayor.
Quien comparta la visión global de Marx21 —la de la lucha contra el capitalismo y todo tipo de opresión, y a favor del socialismo desde abajo— que se sume. Pero todo el mundo que reconozca la amenaza que representa el fascismo y entienda la necesidad y la posibilidad de detenerlo mediante la lucha unitaria, debe ayudar a construir UCFR. Hay mucho en juego.
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